domingo, 17 de diciembre de 2006

Una historia inacabada

"Compartía sonrisas, pareceres y filosofías urbanas entre el sabor de un vino y los ruidos de un bar elegido al azar y escogido por su cercanía al lugar de trabajo. Su mente, aunque despierta, ágil, voraz y siempre atenta a la conversación -a la que añadía con perspicacia y rápidez consejos e ideas propias de su vida acelerada, disfrutada y ya veterena- se encontraba a cientos de kilómetros de su físico, desenfadado y desfondado.

Su barba de 4 días era el reflejo de un alma y una persona hecha a trazos, a golpes de vida y de experiencia que no le llevaban a la pedantería, paternalidad o complejo de superioridad con los que, en ocasiones anteriores, ese grupo de jóvenes había chocado en tertulias de bar como la de entonces.

Sus ojos irradiaban un fuego, un brillo, una ilusión propias de ese hombre enamorado de su vida, esa mujer que viajaba en un vagón con el ansia de encontrarse con el cálido pero férreo abrazo de un hombre tan cercano y cariñoso, como duro e infranqueable.

Yo le vi así, mientras degustaba un refresco de cola acompañado por unas aceitunas mal guisadas. Por un instante observé a mi alrededor el intusiasmo que entre nosotros despertaba una conversación pura, intensa y de gran calado social si no fuera porque nuestras ideas y palabas se perderían con el humo de un cigarro que se consumía junto a nuestras filosofías en un cenicero olvidado. La mejor política está en la calle, allí donde uno se encuentra con personas tan sonrientes como él, tan enamoradas y tan llenas de vida, pero tan generosas de derrocharla y cederla a cada golpe de voz.

Sus manos eran duras, rugosas, pero capaz, seguro estoy aunque no lo comprobé, de acariciar y estimular las teces menos sensibles. Las arrugas que aparecían en su frente y en torno a sus ojos delataban la pasión con la disfrutaba cada momento, capaz de sonreír al infortunio y de desenmascarar y burlar a la hipocresía.

Miraba su reloj nervioso e impaciente esperando la llegada de una hora exacta, marcada por una red ferroviaria puntual que le había indicado el minuto concreto en el que sus vidas volverían a cruzarse, en el que su efímera espera daría paso a un eterno segundo de felicidad. Salió del bar calculando el tiempo, pensando en una ducha caliente que azotara y relajara su cuerpo cansado tras varios de días de viajes y de kilómetros recorridos sin rumbo fijó. Durante el trayecto al hotel comprobó que la capital provincial en la que se hospedaba era un buen lugar para descubrir y perderse con aquella mujer dulce de mirada tímida con la que ya había pateado ciudades de mundos distintos pero igual de agradables.

Las piedras de los vetustos edificios y monumentos eran un perfecto lugar para camuflarse. Tan duros pero tan cercanos, tan fríos pero tan cálidos como él, lugares y personas a las que no te cansas de mirar porque sus arrugas e imperfecciones te golpean y se describen, se leen con la claridad de una novela de Cela, con la rabia, pasión y cercanía urbana del gallego.

Una siesta, como tenía costumbre, sobre el sofá del hotel, con un libro de un autor de la tierra en las manos y con un mal programa de televisión -sin sonido-de iluminación de la fría habitación. Una siesta que le aproximaba a un mundo onírico en el que Morfeo le envidiaría por llevar a la realidad aquellas invenciones del subconsciente.

Los 127 kilómetros que le separaban del lugar de destino pasaban con la misma lentitud que el reloj digital de su automóvil. 127 kilómetros le separaban de la 01.27h de la madrugada, hora de llegada del tren número 7 con salida de León y destino la puerta de Extremadura a una tierra olvidada y perfecta para el recuerdo. Sabía que el acelerador de su pequeño utilitario (durante la conversación pude recordar que la felicidad no está en lo material y que esto debemos utilizarlos -como su viejo coche- como herramientas y no como meta, para alcanzar nuestros sueños), no iba encadenado a la locomotora que todavía no conseguía escuchar. Una llegada temprana a esa estación sombría repleta de escarcha le eternizaría el tiempo de espera, una espera fría y solitaria entre la algarabía de un andén plagado de recuerdos, testigo silencioso y melancólico de abrazos, bienvenidas, despedidas, besos cálidos y lágrimas frías contados por un segundero que marca el inicio y el fin de momentos interminables, . Sin embago, un retraso en los kilómetros de recién estrenada autovía le restarían la oportunidad de aprovechar cada segundo la belleza humana y cotidiana de su particular Julieta.

A la velocidad justa, recorría el trayecto imaginando y dibujando en su mente el momento del reencuentro. Los golpes de música que le acompañaron durante el viaje le hicieron revivir esos instantes pasados en los que ocurría siempre lo mismo pero de forma diferente. Un tren, una mirada, una pasión. Una vía olvidada y un encuentro en cualquier parte, para seguir manteniendo vivos aquellos instantes de adolescencia, de locura ordinaria, en los que no importaba el momento, daba igual el lugar y sólo se disfrutaba el instante.

La música, la melodía de su cassete le transportaba a un momento futuro, a un instante que siempre superaba sus mejores presagios y en los que el beso lograba un sabor mejor que el figurado, imaginado o recordado..."

Me suele pasar que sé como comenzar las historias, pero me cuesta acabarlas. Espero hacerlo dentro de poco, pero po si acaso, me gustaría que me ayudarás a continuar con tus comentarios esta auéntica historia de amor cuyo fin no debe estar en un lugar tan transitado y tanto movimientos y pasajes que dan continuidad a nuestras historias como una vía del tren.

lunes, 11 de diciembre de 2006

La verdad de Chihiro

Chihiro salió despacio, sin linterna, de aquel túnel que le había llevado hasta un mundo insospechado, jamás soñado ni imaginado. Sus pasos, como siempre cortos pero rápidos, le condujeron al vehículo en el que esperaban sus progenitores. Tras tan largo y agotador viaje, los ojos de Chihiro pesaban tanto como la certeza de que sus padres por un tiempo se convirtieron en cerdos –cuya pata no recuerdo si era negra-.

Mecida por el vaivén del vehículo en cada curva del camino, Chihiro entró en un sueño profundo en el que los sonidos de la realidad amenazaban con introducirse, una vez más, en el mundo de Morfeo. Así, la música del viejo radio casete del que tanto presumía su padre -8 años funcionando sin ningún problema, no como los trastos modernos, decía siempre él- transportaban a nuestra protagonista a una historia que todavía nos preguntamos si existe de forma paralela o sólo en nuestro subconsciente. Aquel soniquete, aquella canción, se repetía una y otra vez en su mente mientras trataba de acordarse del tema 7, último que se había estudiado para el examen de “Historia de España Actual”.

Entre tanto alboroto de ideas, entre tanto recuerdo fallido, entre la búsqueda –como siempre infructuosa- de una respuesta para descubrir dónde y cuándo había escuchado esa canción que ahora se le venía a la mente, ajena a la temática a plasmar sobre un folio que tan sólo contenía un número de letras similar al que componen su nombre, a Chihiro le surgió una nueva duda.

A Chihiro, a 20 minutos de que el control de conocimientos acabara, ya no le preocupaba tanto rememorar las idas y venidas de los últimos gobiernos españoles, los acuerdos y nombres de la transición, la UE, el ECU y el Euro y su repercusión en el mercado de este país de costumbres festivas y populares. A Chihiro, en verdad, lo que le gustaría saber, lo que realmente le importaba conocer en este preciso momento en el que se jugaba su paso o no al siguiente curso –serían 3 las asignaturas pendientes, lo lógico entonces sería repetir- era saber, recordar la causa, el motivo, la razón, el porqué una niña japonesa, una pequeña criatura nipona como era ella, tenía que conocer la historia de la España actual –y no tan actual-, la historia de este país desde Primo de Rivera hasta la boda del príncipe Felipe.

Fue entonces cuando aquella canción que había estado presente durante estos eternos segundos de forma más débil, como hilo musical, volvió a cobrar protagonismo. Un golpe de caja, un aumento de los decibelios asustó, alteró a Chihiro. Sus ojos se abrieron rápidamente, si bien sus retinas no fueron capaces de distinguir la realidad hasta pasados unos segundos. Al ritmo que marcaba la música del vehículo, Chihiro parpadeaba intentando identificar la certeza con la que ahora se topaba. Aquella niña tímida pero espabilada, educada y obediente, firme e inteligente, descubría delante de ella una carretera, una verdad nueva.

En ese momento comenzó a asimilar el porqué de aquel sueño, de aquel temario ajeno a las costumbres orientales. Sus manos, más grandes, más ásperas, le recordaron que era un joven, de no más edad que yo, que viajaba en un autobús por tierras españolas. Su tez, pálida, con tonos –los menos- rosáceos, le indicó que era español y que sus viajes, oníricos a veces, se producían en autobús, y no bajo la protección de su madre y su padre, el cual sí había caído en las tentadoras garras de las todavía nuevas tecnologías.

El joven, hasta hace poco conocido como Chihiro, por lo que le seguiremos llamando así para no llevar a equívocos, levantó su cabeza levemente, retiró suavemente -entre bostezos e intentos por acostumbrar sus pupilas a la luz- la cortinilla azul que le impedía ver la carretera por la que marchaba el autocar, miró hacia el lateral, reconoció –tras largos segundos de confusión silenciosa- el terreno y, tras un largo suspiro, se dejó caer de nuevo, todo lo largo que era, en los dos asientos que ocupaba su cuerpo. Todavía queda un rato, pensó antes de que sus ojos se cerraran merced al peso de sus parpados, tan pesados como los libros que un día leyó para conocer la Historia de España Actual.

domingo, 3 de diciembre de 2006

De mudanza

Odio las mudanzas. Cajas, desorden, olvidos, pérdidas o extravíos... Un horror. Pero si uno hace una mudanza, es porque la casa nueva es mejor. Espero que sea así, que os sintáis cómodos en este nuevo espacio, todavía algo hueco, con los muebles colocados de forma provisional, sin lámparas ni cuadros, tan solo con las imágenes que vayamos creando y con la luz de tu mirada y mi linterna.

Seguro que de aquí en adelante, según vaya teniendo tiempo, cambiaré los muebles de sitio, los DVD´s, CD´s y libros (los menos) que he puesto en la única estantería que he colocado junto a una foto pintada con letras. Poco a poco iré trayendo mis textos, ahora perdidos en otro espacio al que antes viajé, antes de que creciera Chihiro.

De ti, espero que me vayas dejando tus libros, tus películas y tus compacts para que todos disfrutemos de ellos, que no te importe el desorden y, de momento, el frío. Aquí hablaremos de todo y de nada. Yo hablo pero tú dialogas. Cine, deporte, música, actualidad, realidad y fantasía...

Ahora, siéntate y, si puedes, disfruta.