sábado, 17 de febrero de 2024

Formulario

Tras muchos años informando sobre deporte, quiero saber yo cuál es el conocimiento que hay, principalmente entre la comunidad deportiva, pero también extensa al resto de la ciudadanía, sobre el deporte, ya sea nacional o internacional, sobre qué nombres son los más conocidos y repetidos y también cuál es el calado del deporte extremeño en nuestra población (espero que sea alto).

Os invito a rellenar este cuestionario (si no lo puedes pinchar directamente, corta y pega en tu barra).

https://docs.google.com/forms/d/e/1FAIpQLSdRdoF3bwU8cAzc0KI6rWIQnen0b4-3iYZFYSmSqe3K7Zbs_w/viewform?usp=sf_link

jueves, 16 de noviembre de 2023

Después de la oscuridad.


La luz se apagó. Saltó el diferencial y todo se paró. El silencio inundó la casa y la luz del móvil apareció tras la puerta del baño.

Había llenado la bañera. El agua estaba bien caliente. Todo preparado: sonaba su canción, había dejado la ropa cuidadosamente doblada, el móvil en el mueble junto a una hoja de papel.

Se había descalzado, levantaba el pie derecho para sumergirse en su soledad. Estaba tranquilo, en la paz más absoluta.

En su mano, una hojilla. En su cabeza, sólo un pensamiento. Fue entonces cuando todo se oscureció y un haz de luz rompió tras la puerta tanta negrura.

miércoles, 20 de septiembre de 2023

Apático

 Me siento triste últimamente, apático, con pocas ilusiones o con pocas cosas que me hagan ilusión.

Quiero hacer cosas que no quieren que haga, otras que son imposible que haga y otras que me da un miedo terrible hacer. 

Todo se suma y no veo un horizonte, algo que me mueva, que me atraiga.

No os preocupéis, no hay nada más que desilusión que no me impide levantarme cada día.

Me siento desaprovechado e incompleto. Y no me atrevo, o no puedo, dar los pasos para cambiarlo.

sábado, 27 de agosto de 2022

Enfermedad

 Duermes poco. La cabeza te estalla. Tu cuerpo se sale de la cama. Tienes fiebre y vómitos. Pasas la noche paseando por el pasillo. Te despiertas agotado, de mal humor, con el cuerpo aún caliente y una cefalea que no te permite caminar. Sólo quieres dormir y descansar. Romper los planes del día y que tu cuerpo y tu mente deshagan la cama. Sólo quieres eso y un abrazo. Sin muchas palabras, ni siquiera hacen falta preguntas. Sólo un abrazo, una caricia en el pelo o quizás un beso y un que te mejores sincero. Y, tal vez, un mensaje en el móvil preguntándote “¿qué tal estás?” cuando te puedas despertar.

jueves, 14 de julio de 2022

Vuelvo.

En unos días tendré el alta médica, el alta laboral. Aún no tengo el alta de psiquiatría, sigo con mi trabajo psicológico y muy pendiente de la evolución del tratamiento para la epilepsia, pero ya se me considera apto para trabajar. Quizá no sea lo más importante, porque no es realmente el objetivo sino la consecuencia, pero me hace una tremenda ilusión poder recuperar también esa parte de mi vida y tratar de hacer una de las labores que más me gusta y con la que soñé desde pequeño. Hace poco me lo recordaba José Ignacio, Joselito, el hermano de Montañés, aquellas tardes en la habitación de Javi grabando citas de narraciones y entrevistas inventadas. Él todavía guarda alguna. Yo perdí todo aquello pero me queda el presente y el futuro que empieza cada día.

Estoy feliz. Y eso es lo mejor. He recuperado la risa, la carcajada, la ironía, atrevimiento, humor, parte de la confianza, el amor propio, el amor por los demás. Quiero como quería y como quiero. Vuelvo a ser cariñoso y a sonreír con frecuencia. Me brillan los ojos al mirarte y al hacer planes. Ya no me da miedo jugar, no salir a un escenario o a la calle, ni quedar con gente ni preparar las vacaciones. Me encuentro bien. No sabría decir si totalmente bien pero sí que me reconozco, me veo en aquel tipo introvertido pero dicharachero que se fue escondiendo hace muchos años, que se fue refugiando en silencios y en soledad hasta que la pena, puede que el odio, la rabia, la frustración y el daño recibido le consumió.

Es curioso que sea feliz ahora. No veas la rabia que me da que esa felicidad no llegara unos meses antes, aunque estaba a punto de brotar. Pero te fuiste preocupado, tras un ataque que lo puso todo patas arriba y una recuperación que se volvía a aplazar. El miedo que teníamos y fue una especie de suerte del destino. Me obligó a retrasar la incorporación y me ha enseñado que me faltaba mucho camino por andar. Ojalá te lo pudiera decir, ojalá te lo hubiera podido contar aquel día en el que nos despedimos, aunque no escucharas. No te puedes hacer una idea lo mucho que te echamos de menos, lo mucho que me duele que te murieras con ese dolor y ese miedo sobre mí. Pero ya estoy bien, papá. Ya estoy bien. Echándote de menos como no imaginaba que pudiera ocurrir, pero estoy bien. Estamos bien. Lloramos, seguimos sin creer que todo haya pasado, daño los lugares y esos momentos que quedaban por compartir, en el que tu presencia lo inundaba todo, pero estamos bien. A mamá le cuesta aún hacer una vida normal, salir a celebrar. No tuvo fuerzas para venir al cumpleaños de Mateo. No las tiene para ir al Olivar si están solo Encarna y Eugenio porque el vacío de tu silla se haría insoportable, tu silencio jugando a las cartas sería ensordecedor. Pero estamos bien. Estoy bien, papá. No sé si curado pero así me siento. Ojalá hubiera una última cena que no fuera como aquella, en la que pudiéramos reír y abrazar mi nuevo yo. 

Voy a volver a trabajar. Volveré a ser tu hijo "el periodista", aunque ya no se lo puedas decir a nadie, aunque ya no puedas hablarlo con el padre de Cobos al que vi hace poco y me recordó todas las heridas que aún tenemos por tu ausencia. Voy a volver a trabajar, papá. Ya estoy bien. Ojalá te lo hubiera podido decir aquel día en el que te vimos despierto por última vez, con esos ojos aterrados para entrar en un quirófano y empezar a dormir para siempre. Me queda el consuelo que tu último recuerdo, seguramente, no sea ese, sino el vídeo de tus nietos y nietas deseándote que te pusieras bien. No te haces una idea de lo mucho que te echan de menos. Candela hasta rezó. Mario abrazó el otro día tu lápida. Mateo quería ver tu cuerpo y no podía entender que no se le permitiera hacerlo si estabas allí.

Papá, te echamos de menos. Y ya estoy bien. La semana que viene recibiré el alta. Después tendré un par de meses de vacaciones para trabajar con calma la incorporación y en septiembre u octubre volveré a trabajar, que no es nunca el objetivo pero si una consecuencia importante. Lo fundamental es que ya puedo disfrutar. Ojalá estuvieras aquí para verlo y hacerlo contigo. Cuántas comidas familiares, cuántas vacaciones nos han quedado pendientes. Te quiero.

jueves, 19 de mayo de 2022

Hablar de ti.

 Me cuesta hablar de ti. Nombrarte, que seas pasado, no usar el presente al referirme a ti. Me duele.

Me cuesta hablar del dolor, de la pena, de la tristeza, de todo lo que siento. Me resulta más cómodo expresarme a través de estas letras, decirlo alto y a la vez a todas las personas con las que lo quiero compartir o que me quieran escuchar, entender y abrazar aunque no digan nada. Pero es hacerlo de una vez. 

Me cuesta dar explicaciones, exprimirme por dentro, hurgar en las entrañas, en la arena seca de mis manos al sentir la muerte tan cercana, tan presente. 

Y lo he tenido que hacer. Hoy me enfrentado otra vez a ese sufrimiento. He dado ese paso, no por valentía, ni siquiera por necesidad, sino dentro de la terapia, por obligación. Cierto es que uno se libera al sacar de dentro tanta impotencia, tanto llanto encerrado, tantas lágrimas cobardes contenidas, que es sanador pero también te lleva al abismo, a un acantilado donde sólo ves rocas y no divisas mar, ni oleaje, donde la brisa te quema hasta cegarte. 

He hablado de ti. He vuelto a tomar consciencia de la cercanía de los tiempos. Todo parece tan lejano y, a la vez, tan inmediato. Tu muerte ha hecho casi olvidar el calvario del mes en el hospital, lo ha reubicado e, incluso, había desaparecido de la memoria. Parece que ocurrió hace años, y no hace 50 días que estabas en casa, esperando una visita, hablando conmigo por teléfono contándome cómo estaba mamá. Hoy no sería capaz ni de decirte cómo se siente, como su rostro se ha apagado, como se pierde su mirada, la ausencia en la que a veces se convierte. Repaso esas últimas veces que creía olvidadas, que han aumentado su distancia con tu adiós pero cuyas cicatrices aún siguen abiertas, sangrando y llenas de sal. Aquel 26 de marzo, aquella última vez, aquellos últimos besos recibidos. No hacía ni una semana que yo había salido del hospital. Todo parece tan alejado, casi olvidado hasta que lo verbalizo y lo siento presente, como si todavía estuviera pasando, como si no hubiera pasado. Hoy, por un momento, creí poder encontrarte por la calle paseando. No hay tristeza mayor que saber que no será así. 

Me cuesta hablar de ti y, sin embargo, lo hago. Hablo y te recuerdo. Tu simpatía, tus bromas y tus vicios y enfados. Tu cabezonería y tu generosidad. Nos veíamos menos de lo querido pero todo lo que pudimos. He dejado atrás la culpa o la sensación de no haber aprovechado el tiempo lo merecido. Hicimos lo que pudimos. Nos quisimos, te quiero y te añoro. Las primeras veces de todo aquello tan asociado a ti me lleva a primeras veces de tu feliz recuerdo: cuando compramos el vídeo, el Opel Corsa, las tardes en nuestras fincas de invierno y de verano, las partidas de carta (la escoba se me daba tan bien), aprender a jugar al 31 o al tute, el día que compramos la minicadena, el sabor de los triángulos de chocolate, aquella tarde subiendo por las máquinas y las obras del Arroyo Niebla, la entrada de Cáceres, la piscina del Santa Marta, las vaquillas de Mirabel o Serradilla, Madrid y Valmojado, Alcorcón y aquel concesionario, tu polvorienta pero ordenada casa y el olor a pescado del pijama de José, el viaje desde el aeropuerto, aquellos edificios gigantes en los que empezar el resto de tu vida... Tú, al fin y al cabo.

Me cuesta hablar de ti, por eso te escribo. Así lo hago todo de una vez, como esa tirita que tapa tus heridas y te desgarra la piel.

martes, 17 de mayo de 2022

Todavía

Esta tarde iremos a elegir la lápida para el nicho de mi padre. No sé me ocurre homenaje más atroz y doloroso. De todos esos trámites que tiene la larga despedida, nunca me puso a pensar en este momento. Todo lo que tenía que ver con el cementerio lo había olvidado, lo había ignorado, no sé si consciente o inconscientemente. Uno sabe de obligaciones que han de pasar, como las horas en el tanatorio, la misa, el pésame, llevar el peso de su cuerpo en el ataúd en tus manos, la herencia y preguntarte qué hacer con todas esas cosas que son suyas, que tienen su aroma, que te queman las manos y el recuerdo. Pero no cae en pequeños detalles como tener que elegir la lápida y las palabras perfectas cuando sólo existe silencio. 
¿Cómo elegir una frase que exprese todo lo que te queremos decir? No hay piedra ni verbo que aguante tanto amor, tanta tristeza, tanto cariño, tanta añoranza, tanto sufrimiento.

Esta tarde nos enfrentaremos a ese dolor, a ese paso más en una despedida que durará siempre. Lo haremos en familia, como a él le gustaba, notando aún más su ausencia. 

Yo, iluso, ignorante, confiado, pensaba que el paso de los días calmaría el dolor, lo haría más llevadero, sosegaría los sentimientos y la sensación de pérdida, pero no es así. Es más bien lo contrario. Los días pasan cada vez más lento y el recuerdo es más vivo. Quizá, precisamente, porque cada día es más recuerdo que presencia. Esta ese sentimiento indescriptible y agónico, estremecedor y abrasante, asfixiante como ceniza en la boca de creer en tu rutina que le vas a ver. Sucede, simplemente sucede. Por un momento, tu mente olvida la muerte y piensa en verle: sentado en un banco de los patos, en su sofá de casa, en una mesa de la isla, en la puerta del colegio, al bajar a la cochera, descubriendo concesionarios...

La cabeza te engaña y crees en un futuro pasado, en un pretérito presente por unos segundos que acaban como una caída al abismo, como la muerte en el fondo de un pozo. Despierta tu consciencia y recuerdas que no pasará. Y así, los días van siendo más largos y duros porque su ausencia es más duradera y real. No hay mañanas, tan sólo aquella última vez, aquella última noche.
Y cada noche se hace interminable. No hay sueño que calme mis desvelos, ni paz en mi almohada. Estás tú, como si fueras hoy, como si no hubieras muerto nunca, como cada día, como cada conversación, como cada enfado y cada discusión, como cada sonrisa y la angustia de saber que me despertaré y todo habrá pasado, todo se habrá ido y tu presencia se habrá esfumado y nunca volverá, más allá de este agónico recuerdo que es sólo eso: recuerdo. No habrá más besos, más te quieros, más tardes a la sombra con un pincho y un refresco. 

Pensé, iluso e ignorante, que el paso de los días calmaría el dolor, lo haría más llevadero, pero no es así. Cada día te echo un poco más de menos. Tu ausencia se ha vuelto rutina y me resulta difícil vivir con eso.