martes, 17 de mayo de 2022

Todavía

Esta tarde iremos a elegir la lápida para el nicho de mi padre. No sé me ocurre homenaje más atroz y doloroso. De todos esos trámites que tiene la larga despedida, nunca me puso a pensar en este momento. Todo lo que tenía que ver con el cementerio lo había olvidado, lo había ignorado, no sé si consciente o inconscientemente. Uno sabe de obligaciones que han de pasar, como las horas en el tanatorio, la misa, el pésame, llevar el peso de su cuerpo en el ataúd en tus manos, la herencia y preguntarte qué hacer con todas esas cosas que son suyas, que tienen su aroma, que te queman las manos y el recuerdo. Pero no cae en pequeños detalles como tener que elegir la lápida y las palabras perfectas cuando sólo existe silencio. 
¿Cómo elegir una frase que exprese todo lo que te queremos decir? No hay piedra ni verbo que aguante tanto amor, tanta tristeza, tanto cariño, tanta añoranza, tanto sufrimiento.

Esta tarde nos enfrentaremos a ese dolor, a ese paso más en una despedida que durará siempre. Lo haremos en familia, como a él le gustaba, notando aún más su ausencia. 

Yo, iluso, ignorante, confiado, pensaba que el paso de los días calmaría el dolor, lo haría más llevadero, sosegaría los sentimientos y la sensación de pérdida, pero no es así. Es más bien lo contrario. Los días pasan cada vez más lento y el recuerdo es más vivo. Quizá, precisamente, porque cada día es más recuerdo que presencia. Esta ese sentimiento indescriptible y agónico, estremecedor y abrasante, asfixiante como ceniza en la boca de creer en tu rutina que le vas a ver. Sucede, simplemente sucede. Por un momento, tu mente olvida la muerte y piensa en verle: sentado en un banco de los patos, en su sofá de casa, en una mesa de la isla, en la puerta del colegio, al bajar a la cochera, descubriendo concesionarios...

La cabeza te engaña y crees en un futuro pasado, en un pretérito presente por unos segundos que acaban como una caída al abismo, como la muerte en el fondo de un pozo. Despierta tu consciencia y recuerdas que no pasará. Y así, los días van siendo más largos y duros porque su ausencia es más duradera y real. No hay mañanas, tan sólo aquella última vez, aquella última noche.
Y cada noche se hace interminable. No hay sueño que calme mis desvelos, ni paz en mi almohada. Estás tú, como si fueras hoy, como si no hubieras muerto nunca, como cada día, como cada conversación, como cada enfado y cada discusión, como cada sonrisa y la angustia de saber que me despertaré y todo habrá pasado, todo se habrá ido y tu presencia se habrá esfumado y nunca volverá, más allá de este agónico recuerdo que es sólo eso: recuerdo. No habrá más besos, más te quieros, más tardes a la sombra con un pincho y un refresco. 

Pensé, iluso e ignorante, que el paso de los días calmaría el dolor, lo haría más llevadero, pero no es así. Cada día te echo un poco más de menos. Tu ausencia se ha vuelto rutina y me resulta difícil vivir con eso.

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