viernes, 16 de abril de 2021

Mis 30 minutos de odio.

 Desde hace 3 semanas estoy en tratamiento psicológico. 

Me han diagnosticado "ansiedad severa" y "depresión moderada". Además, los niveles de estrés y problemas laborales están al límite, superando el máximo en 2 de los 3 parámetros que usan y estando al borde de ese nivel en el tercero. La situación está cerca de ser irreversible, aunque aún podemos trabajar en ella pese a todas las heridas que han dejado 14 años de frustraciones, imposiciones, malas praxis, incumplimientos de convenios y descansos y algún que otro trato que podría considerarse vejatorio o de abuso de poder. "Menoscabo de la dignidad profesional", creo que es el término más correcto o menos comprometedor. Una cosa es la ley y otra lo que siento y lo que me ha llevado a desbordarme.

Sufro dolores de pecho y cabeza, (siempre me duele la cabeza), crisis de ansiedad severas, apatía. Soy una persona mucho menos alegre de lo que era, especialmente en el trabajo, me cuesta salir de casa y relacionarme con normalidad, debo hacer un esfuerzo para estar, incluso, con seres queridos. No os podéis imaginar el esfuerzo que supone el mero hecho de ponerme en pie y empezar el día.

A veces me cuesta concentrarme y que mis pensamientos negativos no interfieran a la hora de jugar con Candela, Mario y Mateo o a la hora de tumbarme a ver una película con Patricia. Estoy físicamente pero mi cabeza se va a otro lado. No tengo dependencia al móvil, pero siento que es una válvula de escape para buscar la soledad que creo necesitar. Me siento solo (sin estarlo) y, al mismo tiempo, necesito soledad. Es una contradicción dura. 

Sufro insomnio y terrores nocturnos que ya he empezado a trabajar. Hay veces que no sé cuando duermo y cuando estoy despierto. Aún despierto, cierro los ojos y ya aparecen pesadillas y situaciones oníricas que me producen ansiedad, sin llegar a ser pesadillas. Me despierto cada 20 minutos y mi cuerpo se siente agotado. 

Durante la pandemia he teletrabajado. He trabajado en la misma habitación que dormía, sin que la empresa se haya preocupado por ello. Hicimos una autoevaluación de riesgos laborales en el hogar que no ha tenido consecuencia alguna. Durante todos esos meses, no se respetaba mi jornada de descanso de 12 horas, acabando a las 10 de la noche y empezando a las 7 del día siguiente. Esto, evidentemente, ha influido negativamente en mi salud mental y en mis problemas para dormir. Se ha sumado a todo lo que venía arrastrando.

Entre las tareas que tengo que hacer, para evitar que el ruido en mi cabeza sea una constante durante las 24 horas del día, una importante es dedicar 30 minutos a pensar en todo aquello que me trastorna, en todo aquello que veo como negativo, en todas las sombras que van apareciendo a lo largo del día. Tengo que hacer el esfuerzo de buscar un lugar y una hora concreta todos los días en las que expulsar mis demonios. Es difícil. La oscuridad mental se cierne a ciertas horas y, en esos momentos, no apetece hacer un ejercicio así. Me está costando encontrar el momento y la forma. Y cuando lo hago, mi mente explota y es difícil cerrar la caja de Pandora.

El primer paso que quiero dar hoy es reconocer abiertamente, en esta carta al mundo que no leerá nadie o sólo unos pocos, ordenar todos los horrores que me encierran bajo la cama, que han apagado mis ojos y mis labios poco a poco y que producen desasosiego entre familiares y amistades más cercanas, a las que, involuntariamente, no doy todo lo que quiero.

No ser capaz de hacer feliz es una cosa que me perturba. Sentirme más lastre que ayuda, no poder dar la mano o un abrazo a Patricia cuando lo necesita me come. Y, a la vez, la culpo a ella.

He pensado en muchas cosas, todas se resumen en huir: divorcio, aislamiento, incluso suicidio. Sí, lo he pensado. He pensado hasta la fórmula. Afortundamente, la ansiedad gana a la depresión y nunca he tenido ni la intención real ni mi he acercado a ello, pero en los peores momentos del día mi cabeza sí se ha visto tomando pastillas o estrellando el coche contra un puente. Patricia, Candela, Mario y Mateo me hacen vivir.

Y sin embargo, hay días que odio a Patricia, como en esa canción de Ismael Serrano. Todo lo que amo de ella, lo acabo detestando, porque no sé pedirla ayuda, porque no sabe cómo ayudarme, porque necesito otras cosas: tiempo, descanso, los mimos que yo la niego... No lo sé. El mundo, su mundo, sigue a una lógica velocidad que yo soy incapaz de seguir: planes, futuro, salidas, una simple tarde de juegos,.. Y yo no me veo haciendo nada que no sea estar quieto, que todo pare, que el mundo se detenga y, sino, que yo me aparte ¿qué culpa tendrá ella? ¿Podrá hacerlo mejor? ¿Cómo lo mejoramos? ¿Cómo volvemos a recuperar las caricias, los besos, las ganas de comernos a cada rato? ¿Cuándo podré ser el que fui? ¿Por qué arrojo mi frustración a ella? 

A veces me odio. Tengo la sensación de no tener el control de nada de lo que hago. Miro, reflexiono, y tengo todo lo que quería tener: en el trabajo, en mi familia, en mis amigos y amigas. He tomado decisiones que creo correcta. Mi vida no es un fracaso, no me siento decepcionado conmigo mismo ni creo haber cometido grandes errores. Pero nada funciona. Ahora mismo, todo está estropeado. Sobre todo, mi trabajo. Y me siento incapaz. No sé si podré algún día volver, no sé si seré capaz de hacer otra cosa si no vuelvo, no sé si mis talentos, tantas veces lastimados e insultados, son talentos suficientes para encontrar otras salidas o dar un puño en la mesa de mi redacción ¿Para qué valgo si lo que valgo dicen que no vale para nada?

Se me acaba mi media hora de odio aunque yo, como Aute, "prefiero amor".

lunes, 12 de abril de 2021

4 meses

 Tengo una familia maravillosa. Una mujer que me quiere, una hija lista, buena, tremendamente sensible y empática, dos hijos que son todo sinceridad y cariño, con la inteligencia y la destreza de Mario, con la espontaneidad y desparpajo de Mateo. Tengo 3 hermanos maravillosos. Mañana vacunan a mis padres. Echo de menos los ratitos en el Sirimiri, el beso al ir a su casa, pero al menos nos vemos, charlamos de vez en cuando y nos miramos a los ojos.

No tenemos problemas graves de salud y cuando han acuciado en esta tardía, infrafinanciada, precarizada  y menospreciada sanidad pública, sus profesionales han salvado la pierna a mi padre y la vida a Carlos y Javi.

Tengo amistades que son familia, ya vivan aquí, en Cisco’s, Navalmoral, Cáceres, en Zafra, sabe Dios donde o en Suiza. El tiempo se para cuando volvemos a vernos, como si no hubiera pasado nunca. Tengo una ahijada y dos ahijados, que me dan la vida aunque no lo sepan, aunque añore ver crecer a Carlota. Están mis sobris: el tiempo que ahora pasa Mario con Gonzalo y Manuela, Sara, la amiga perfecta de Candela, y Álex, al que vemos menos de lo que quisiéramos y cada tarde con él vale el triple.

Y qué bonito es ver cómo se quieren, familia y amistades, pase el tiempo que pase.

Tengo un trabajo. Uno de los que siempre quise. Cobro un salario digno a fin de mes, sin problemas durante la pandemia, sin problemas durante mi enfermedad.

Soy consciente y a veces eso también pesa.

No es infelicidad, hay impotencia.

Sé quién soy y lo que disfruto pero no lo puedo evitar.

No puedo evitar el insomnio, los terrores nocturnos, el dolor de cabeza. No puedo evitar la angustia, la ansiedad, los temblores, la presión en el pecho, la necesidad de llorar y querer parar. La tristeza.

No puedo evitar querer estar solo, sentirme solo, esconderme, tener miedo a volver al trabajo, sentirme inútil en lo que valgo. No puedo controlar la rabia y desesperación que me produce el que no es que no se pueda, sino que no quieran, que pretendan mantener el mismo orden bajo un barniz de apariencia. No soporto la injusticia y la mala fe. Me duele el pecho, me duele la cabeza. Me tengo que parar, me tengo que sentar, cerrar los ojos y respirar

No soy capaz de luchar contra la apatía, contra las noches oscuras y las ganas de desaparecer. No se trata de infelicidad. 

No sé de qué se trata, sólo busco herramientas.

sábado, 10 de abril de 2021

 Ese momento del día en el que comienza el dolor en el pecho, se acentúa la cefalea y todo se nubla y se vuelve incomprensible, extraña e irreversiblemente triste y pensado.