viernes, 31 de diciembre de 2021

Nochevieja.

 La nochevieja era quedar en "Bianco", aunque haga años cerró, aparcar lejos, caminar con la tropa por la Calle del Sol, ver a Carlos en medio de la plaza, esperar a quien siempre llega tarde, tomar algunas cañas al sol de invierno, comer de pinchos, sentarnos en una terraza y tomar raciones desde que hay niños, hablar de lo que fuera, no llegar tarde a casa, ya no da tiempo a una rápida en El Portón, hay que echar la siesta, escribir los últimos recuerdos en facebook, en el blog, contestar mensajes, escribir a esas personas de las que todos los días te acuerdas pero sólo escribes por estas fechas, hacerles saber que hay alguien ahí que todavía sonríe aunque quizá no sean sus días más felices, preparar las ropas, escoger corbata, planchar escuchando un disco de José, llenar la bañera, el olor a champú y jabón, a maquillaje y a Pure Poison, los nervios, las prisas, las cintas rojas, algún petardo, el botón del cuello de la camisa que no abrocha, ponerte el viejo reloj y los zapatos de la boda, el abrigo negro de Patricia, las pajaritas en el cuello de los niños, Candela que se ha hecho mayor, una foto en la entrada. Mejor dos ¿Y si nos la hacemos en el árbol? Salir deprisa, José en el coche para despedir el año, cantar por el camino, dar una vuelta en la glorieta del Belén, aparcar, colocarte la chaqueta al salir de casa, un beso antes de entrar, qué guapa estás. Quizá lo pienso y no lo digo, debería decirlo más. Ellos, corriendo por las escaleras. Tú y yo, por el ascensor. Mirarnos al espejo, darle al número 2. Una última sonrisa. La puerta que se abre, el aroma a cordero, a vieras, a langostinos, a Navidad en el portal, los primeros besos, el jaleo, saludar a Rosi que ya llegó, el ¡Pero qué guapos os habéis puesto! de mi madre, ¿Nos echáis una foto a todos juntos? Mi padre moviendo el sofá, abriendo la mesa, todas las sillas alrededor, la cámara de vídeo encima del mueble, besos a los que llegan más tarde, los niños corriendo por los pasillos, gritos en la habitación, la sonrisa pícara de Pablo, Alejandro y Mario jugando o viendo la televisión, Sara y Candela compartiendo secretos confesables, riendo de una vida que se les abre paso Poner los billetes bajo los platos, colocarnos las cintas rojas en las pulseras. ¿Cuántos nudos eran? 3. Que a alguien se le caiga antes de la cena, mi padre trayendo el vino, Carlos colocando el paté, el jamón, el lomo, el queso, los mejillones, los langostinos ¿dónde está mamá? ¿por qué no viene ya a cenar?

Pelar langostinos para que se los coman Mario o Mateo. "Pues si yo ya le he pelado 3". ¡Ay qué ver cómo come este niño! Alguna risa, alguna discusión, nada que ver en la tele, de fondo siempre el televisor, esperar a la Pedroche, pero acabar siempre viendo La 1, que se rompa alguna copa, "yo no quiero carne", "Es que con los entrantes y el cordero es bastante", 3 postres en el mantel, otra copa que se cae, mirar el reloj ¡Qué son las once y media! Noelia y Rosi fumando en la terraza, Recoger la mesa, quitar las servilletas que han cogido color salmón, preparar las uvas, escribir los deseos, esperar que te toque el boli, meter las lentejas en la copa ¿Cuánto queda? ¡Ay que meter también algo de oro! ¡Pues yo he perdido mi alianza! ¿De quién son estos 50 Euros? Me los voy a quedar yo, mira qué bien voy a empezar el año. Las 23.57. Risas, algún chascarrillo, no se oye a la Igartiburu... El carrillón, el carrillón.

Miradas nerviosas, Patricia delante del televisor, medias sonrisas, los cuartos, la broma de todos los años, 12 campanadas ¡Feliz año nuevo! Varios gritos, dos besos, abrazos, la botella de champán que se abre, el corcho golpeando el techo ¿Te he felicitado ya a ti el año? No todos nos hemos comido las uvas, quemar los deseos en un bol ¡Qué así no es! dice Patricia. Hay que hacerlo uno a uno. Todas nuestras cenizas y esperanzas ardiendo juntas, el nuevo año ennegreciendo la tinta, las primeras llamadas de teléfonos, los primeros whatsapp, las típicas canciones de nochevieja, las típicas galas, acabar viendo Cachitos y comiendo turrón. Mi padre ofreciendo una copa, los niños gritando y bailando en el salón, otros jugando en la habitación, pasar el tiempo sin que pase nada, hasta que den los dos o las 3 de la madrugada, hablando de lo de siempre o de lo que nunca hablamos, compartiendo el momento, ese momento.

Las nocheviejas eran así. La del año pasado fue diferente, pero la recuerdo con cariño pese a todo el dolor, pese a la distancia, pese al infarto de Javi. Cada uno en su casa, Noelia y Javi en el hospital y una videollamada para unirnos. Las uvas en la terraza, mascarilla y fuego para quemar todo lo malo y alumbrar deseos. Unos se cumplieron, otros quedaron a medio camino. Hoy volverá a ser diferente y siento pena y distancia, apatía y desgana. Hay que despertar. Patricia hace la cena. Mateo espera impaciente las uvas. Candela baila en el salón. Mario calma sus nervios con la consola. Será distinta, será especial, será otra nochevieja. Os echaré de menos. Nos abrazaremos fuertes y brindaremos por un 2022 diferente.


martes, 28 de diciembre de 2021

El año del oro olímpico.

Con la prisa de que se acaba el año, con la calma de que no es una entrega ni un reportaje urgente, con la memoria dañada en este 2021, con los 6 primeros meses casi borrados por una niebla llamada ansiedad, intento repasar lo que ha sido este año que se acaba para el deporte de Extremadura.

Alberto Ginés, Paula Josemaría, Álvaro Martín, Paola García, Guillermo Gracia, Irene Martínez, el Miralvalle, el Extremadura, Antonio Fuentes, Julio Moreno, el AlQazeres, Joaquín Parra, el Extremadura, Khalifa, el Voleibol Miajadas, Las Mandarinas, el Arroyo, el Burguillos, el CAR Cáceres, Carla Santano, el Club Hadar, el CAPEX, el Gimnástico Almendralejo, Javi Cano, Enrique Floriano, César Castro, el Santa Teresa, Fátima Agudo, Alba Sánchez e Inma Lavado, Pedro Porro, Laura Luengo, Juan Antonio Valle, Inés Felipe Vidigal, Esperanza Mendoza, Gil Manzano, Porras Ayuso, el Coria, el Cacereño, Pepa Giménez, Isabel Yhingua Hernández, Javier Cienfuegos, Sonia Bejarano, Miriam Casillas, Cristina Cabaña, Jorge Campillo, Juan Bautista Pérez, el Cáceres, La Cruz Villanovense, el Grupo Bolaños, Loida Zabala, Estefanía Fernández, Teresa Tirado, Antía Freitas, Andrea Rodriguez, Alejandro Crespo, Ana Franco, Alicia Morales, Mamen Blanco, Pedro Porro, Carmen Menayo, Alba Zafra, Roberto Blanco, Raúl Pérez, Jacinto Carbajal, Laureano Gil, David García Zorita, Julia Benito, el TM Villafranca, Kini Carrasco, Paloma Marrero, Marta García Lozano,... 


Se me agolpan por instantes nombres y momentos, aunque me es difícil ordenarlos, en tiempo y en importancia. Tengo más asentados los recuerdos a partir de junio, desde que abandoné la planta de Salud Mental. No curó nada pero ahora soy consciente que me fijó en el suelo y me dio consciencia. Hasta entonces, hay una montaña rusa de días frente al ordenador buscando o contando noticias sin que ya fuera mi profesión pero si mi obsesión por no dejar de ser lo que habitualmente era.

2021 ha sido para mí un año raro y complicado. Caer en un trastorno ansioso-depresivo lo ha condicionado todo. Lo primero, la imposibilidad de disfrutar, la creación de una barrera protectora que ponía la ansiedad por delante de cualquier sensación o sentimiento. Y, cuando la cruzaba, los extremos se intercambiaban, los vaivenes eran constantes y el sobresalto emocional me llevaba de la felicidad a la más profunda de las tristezas y miserias. 

Mi último recuerdo de trabajo fue en el Estadio Villanovense, canutazo al entrenador del Socuéllamos que horas después dio positivo. Esa semana la recuerdo con especial ansiedad. Mi hijo con fiebre, yo con tos. No sé qué partidos hubo ese fin de semana, ni qué eventos, ni qué conté o en qué trabajé. Fue mi último fin de semana en Mérida.

No trabajar desde finales de enero me ha alejado los recuerdos de fechas, de momentos, de campeonatos, de victorias, de derrotas, de días claves, de mariposas y torneos. Y mira que han pasado y, a través de mis redes, en un intento de encontrar mi ser, mi esencia, mi afición y mi vocación, de no perder mi profesión, si es que solo tuviera la que tengo, he contado todo lo que he podido y, sobre todo, he querido. 

Entre los 365 días de este año (faltan poco más de 48 horas para que acabe, a la espera del adiós definitivo de un Extremadura que alarga su agonía en medio de falsas esperanzas y promesas y contratos inservibles e incumplidos, entre los 365 días de este año, el 5 de agosto siempre será el día más especial. El día que un extremeño, Alberto Ginés, se proclamó campeón olímpico de escalada.



Habían pasado 25 años de la última vez. Nuria Cabanillas subía a los más alto del pódium con el equipo de Gimnasia Rítmica. Sólo 4 años antes, Juan Carlos Holgado se hizo con el oro en el tiro con arco recurvo por equipos. Nunca un deportista extremeño había logrado un oro olímpico en una competición individual, hasta este año, hasta ese 5 de agosto en el que lo consiguió Alberto Ginés. Fue bestial. Su competición el día 3, su prueba de velocidad en la final, los nervios que pasamos en los bloques y la tensión para asegurar medalla y lograr el oro en su especialidad, la dificultad. Difícil de olvidar esas horas de móvil, tablet y televisión.





Es el hombre más buscado, el nombre más repetido, el deportista deseado ¿el deportista del año? ¿Quién dice que no lo es a un tipo que ha logrado el hito más grande en el deporte extremeño? 

El oro olímpico hace relucir todo un año en el que las competiciones si limitaron en escalada por la pandemia y Ginés aprovechó las Copas de Europa Youth para prepararse para los juegos y demostrar su calidad. Después, una sola competición, la Copa de España Boulder en Salamanca en la que tuvo que retirarse por lesión. Si miramos el año entero, quizá el nombre propio fuera el de Álvaro Martín Uriol: actual número 1 del mundo de 20km. marcha, Campeón de España por quinta vez consecutiva, ascenso a DH con el CAPEX, plata individual en la Copa de Europa de Marcha por selecciones y cuarto, diploma olímpico, en los Juegos de Tokyo aquel 5 de agosto en una carrera maravillosa que nos hizo vibrar y soñar con una medalla que se escapó por segundos ¿alguien ha hecho más méritos en estos 363 días que llevamos de año?



Quizá Paula Josemaría, campeona de 5 torneos WPT, Campeona del torneo de Maestras y Campeona del Mundo... Sólo falta que el pádel sea olímpico, pero 2021 ha sido la confirmación de la dinamita de la  extremeña, de su talento cada vez más regular.

Son los nombres propios principales de este año, pero no los únicos. Javier Cienfuegos metió a Extremadura y a España por primera vez en una final olímpica de lanzamiento. Y soñamos con el diploma y vimos junto a él en la selección a Antonio Fuentes, uno de esos rostros invisibles en los éxitos como los de Julio Moreno en piragüismo, Laureano Gil en natación, Cayetano Martínez en tiro con arco o José Ángel Tena junto a Guillermo Gracia. 

Miriam Casillas rozó el Top 20 en los Juegos y está entre las 20 mejores del mundo al cerrar este año y ciclo olímpico. Jorge Campillo viajó del Norba Club de Cáceres a Tokyo en una decisión relámpago tras el positivo de John Rahm y como premio a su trayectoria, Cristina Cabaña fue creciendo y creciendo, desde el Mundial hasta los Juegos, ganándose la plaza y demostrando tras superar la lesión a final de año que sigue siendo una de las mejores de España y de Europa en su categoría. Qué poco faltó para el diploma. Y después, medallas que lo acrediten no han faltado. Subcampeona de España, bronce en la Champions.

Nos faltaron en las piscinas niponas Miguel Durán y, sobre todo, César Castro. El placentino fue batiendo su récord de España pero se quedó a centésimas de ganarse la plaza olímpica. Y la FINA no aceptó su inscripción con mínima B. Tendrá que esperar 3 años para estar donde desde 2016 ha demostrado merecer estar: en unos Juegos Olímpicos. Ojalá podamos ver en París también a Paloma Marrero, a la que el aplazamiento de los Juego parecía favorecer por su crecimiento en los últimos años pero que, sin embargo, ha estrellado contra una lesión y después contra los efectos de la COVID que han impedido que la hayamos visto de vuelta en las piscinas. Tiempo al tiempo.

La lesión de Paloma Marrero es una de las peores noticias del año, al igual que la lesión que obligó a Marta García Lozano ha dejar el kárate, aunque su hermana promete agrandar su legado. Campeona de todo en categoría sub-21 y subcampeona del mundo con el equipo de kata, una lesión aparta del tatami a una de las deportistas más laureadas de Extremadura pese a su corta trayectoria. 

Todo lo contrario pasa con un deportista que atraviesa momentos difíciles: Enrique Floriano. El pacense se ha reconvertido a remero, logró pasaporte para sus quintos JJPP, se ha proclamado campeón de España pero ha acabado el año a la espera de una operación por un problema cardiaco, una arritmia que sufrió tras su última competición y la concentración con la selección y que de momento frena su trayectoria a la espera de pasar por el quirófano. Suerte, amigo. 

Los Juegos Paralímpicos no trajeron quizá los éxitos esperados. Juan Bautista Pérez, tras su plata en Río y su lucha por el bronce individual, no pudo pasar de la primera fase. Fue Francisco Javier López Sayago el que en su debut nos hizo vibrar más llegando a cuartos de final y logrando el preciado diploma. Con diploma también se vinieron Isabel Yinghua Hernández, a las puertas de las medallas con el relevo con el que se proclamó campeona de Europa en mayo, Loida Zabala, que sigue sumando juegos y mundiales, y Juan Antonio Valle, que sólo semanas después de disputar la final de Tokyo subió al pódium mundial ¡Qué año el suyo! Como el de Teresa Tirado (mundialista absoluta y subcampeona del mundo sub-23) o Inés Felipe Vidigal, que se metió en la final del mundial y logró un hito histórico para el piragüismo paralímpico español al ser la primera mujer en clasificarse para unos Juegos. Y no será la última.


Los Juegos lo eclipsan todo o casi todo. Pero el año nos ha dejado momentos muy gratificantes y también la tristeza de descensos o metas no conseguidas. Por lo que significaba tenerlos ahí durante tantos años, duelen los descensos del Burguillos y del CAR Cáceres; por lo que significaba para la élite de nuestra región, ver desaparecer de las primeras ligas de España a AlQazeres y Santa Teresa escuece especialmente. Su descenso, además, ha venido a decirnos el excelente trabajo que estaban haciendo por estar ahí y lo difícil que es llegar y mantenerse, ya que ambos equipos, pese al descenso, no pelean en estas fechas por las plazas altas de sus ligas. El AlQazeres, con un presupuesto modesto, tuvo que renovar su plantel como cada año. El Santa Teresa apostó por el cambio y borrar todo lo que había pasado en esta última década, lo bueno y lo malo. Se fue Juan Carlos Antúnez y se fue el grueso de jugadoras que hicieron historia y lograron la Medalla de Extremadura. Algunas de ellas, todavía investigadas o dentro del proceso de amaño de partidos por apuestas deportivas. El tiempo nos dirá qué ocurrió. 

No obstante, su descenso deja un vacío que mantiene al Mideba, Stabia, Gimnástico Almendralejo y Hadar como únicos equipo en la élite nacional, además del CAPEX que se estrenará en atletismo después de lograr un hecho histórico para nuestro deporte en una de las jornadas que recuerdo entre tinieblas, pendiente de las pruebas y de la actualización de las puntuaciones. Sergio Paniagua, Tijan Keita, David Barroso y Álvaro Martín, como no. En féminas, qué cerca se quedaron de la primera división.

Por debajo, el Santa, el AlQazeres, el Cacereño Femenino que está llamado a tomar el relevo de las pacenses, el Miralvalle, una de esas buenas noticias que nos dejó el 2021, con Alicia Morales como capitana y con Raúl Pérez como entrenador. El éxito de la base, el ascenso de un club de escuela, la grandeza de un año que no debe deslucir la racha por fin cortada en LFC.  En el recuerdo, aquella victoria en la fase de ascenso o el partido contra Granada que puso cara a cara el trabajo desde la base.



También a un peldaño de lo más alto están el Cáceres, Badajoz, Almendralejo y Miajadas de voleibol masculino o el Badajoz y el Arroyo femenino. Miajadas y Arroyo jugaron Copa y nos tuvieron con los ojos bien abiertos soñando con el ascenso a Superliga. No pudo ser, pero sí celebramos el ascenso de las Mandarinas y el hecho de que, por primera vez tengamos dos equipos en la Superliga 2 Femenina. Por encima de ellas están dos jugadoras que deberían estar presentes en todas las listas de grandes deportistas del año: Alba Sánchez, campeona de España con su equipo y fiel de la selección que este año disputó el Europeo, e Inma Lavado, que debutaba este verano con España precisamente para disputar la cita continental. Y va a ser una de las habituales de Pascual Saurín.

También han probado lo que es ser internacional este año Pedro Porro, el mejor defensor de la liga portuguesa, campeón de liga y llamado por Luis Enrique para estrenarse con La Roja. Una lesión le impidió estar entre los convocables para la Eurocopa y al final también se quedó fuera de los Juegos en una selección en la que era fijo y que acabó siendo subcampeona.

En fútbol, Carmen Menayo reapareció tras su lesión, Alba Zafra ya ha debutado con el primer equipo del Atleti y ha sido convocada en liga por las rojiblancas, Bea Parra se ha ido hasta México a progresar con sus goles y Ana Franco es fija en la lista de la selección sub-23. A eso, sumemos los éxitos en fútbol playa con María Barquero como subcampeona de Europa, continuando la gesta del que fue su club.

¿Lo veis? Me lío, me pierdo, no sigo un orden lógico ni una estructura en base a éxitos. Me acuerdo a ráfagas de los éxitos, como los de Fátima Agudo, que ya ha sido 21 veces campeona de España e insiste en repetir, o Elena Rodríguez y Cristino Fernández, que este año representaron a Extremadura y España en el Europeo de Tiro con Arco 3D. El IBN Marwan no repitió título pero si consiguió medalla en el campeonato de España y aunque este año no haya sido el de Ana Pedraza sí lo ha sido el del boxeo con Xurima Acosta o de la halterofilia, con la joven Pepa Giménez acudiendo por primera vez a un mundial y logrando una más que meritoria novena plaza. 

Su nombre su une a la larga lista de éxitos de este 2021. Si tuviera que quedarme con una deportista, y mira que me cuesta por los éxitos de Paula Josemaría, Paola García Lozano, Cristina Cabaña o Teresa Tirado, me quedaría con Esperanza Mendoza. La árbitra cacereña ha logrado la acreditación que la sitúa en la élite mundial y ha estado presente en la final del Mundial sub-19, en el Eurobasket absoluto y en la Copa de África, donde arbitró una semifinal. Ha pitado en cuartos de final de la ACB y sigue rompiendo barreras como una de las pocas mujeres (4) que arbitran o han arbitrado en esta competición. Junto a ella, Guadalupe Porras Ayuso sigue abriendo camino y mira al Mundial de 2023 y Jesús Gil Manzano no se baja del top español y se ha convertido en el primer europeo en pitar en una Copa América. 

 


No sé por qué, pero se me vienen más recuerdos positivos que negativos. Sonia Bejarano en el mundial de Duatlón, Laos títulos  de Kini Carrasco o Cristina Miranda en El Anillo, los éxitos que seguro van a llegar con La Cruz Villanovense de fútbol sala, Cienfuegos otra vez campeón de España, Bennabou, Carlos Gazapo y Mercedes Pila logrando un doblete histórico en maratón, Javi Cano en el Open y el Campeonato de España de Escalada en Boulder, la lluvia de medallas de la selección extremeña en esos campeonatos encabezados por Alejandro Crespo (de Tornavacas, no me olvido) y, como gran logro, el ya citado ascenso del CAPEX a la DH del atletismo. Creo que a día de hoy no soy consciente de lo que significa. Hasta que no veamos al CAPEX competir contra el Playas, contra el Barcelona, contra los grandes colosos del atletismo español no tendremos certeza de la realidad que significa. Igual nos pasa con la gimnasia, con los éxitos a los que nos tiene acostumbrado el Gimnástico Almendralejo o el Club Hadar que ha logrado el ascenso y el año que viene estará con las de Tierra de Barros en la primera división. Un día, veremos a Irene Martínez o Carla Santano en unos Juegos y nos acordaremos. O algún judoca más del Stabia, bronce en la Liga Nacional, o a Guillermo Gracia, el chico de oro, el nadador de moda tras los mundiales Virtus, la gran esperanza extremeña en la natación paralímpica si el CPI decide por fin incluir a deportistas con síndrome de down. Ya están tardando.



Guillermo Gracia ha sido el feliz cierre de un año que acaba con el Extremadura esperando su liquidez tras dos temporadas de agonía y un Badajoz que, por mucho mensaje optimista que trate de mandarse, tiene un futuro gris con su propietario en presión y con las obras del estadio que significaron después la ampliación de capitales a su favor investigadas por posible blanqueo de dinero. Y ya lo han dicho: no hay más recursos. Ya se ha pagado todo lo que se ha ingresado. A partir de ahora, deuda y a esperar que se obre el milagro. Tanto la ampliación de capitales como la venta de las acciones por parte de Parra parecen de difícil ejecución por la situación que atraviesa el club y su propietario.  

Nos aferraremos a la ilusión, como el Cacereño y su megaproyecto, al que nos invitan deportistas de esta tierra que triunfan dentro y fuera, como Laura Luengo, un sople de aire fresco en el cross extremeño y recientemente internacional. Y otros nombres que vendrán: Marta Cepeda, Marlon López, Mamen Blanco, Vicente Antúnez, Lorena Rufo (un presente más que una promesa en el padel nacional), Matías Romero, Julia Benito y otros muchos nombres y logros que llegarán  o se han conseguido este año y que seguro que olvido. 

Que me perdonen, no ha sido este mi mejor año aunque haya tenido mucho deporte que celebrar y vivir, como las etapas de la Vuelta, el Mundial de Triatlón Cross o los partidos de las selecciones, la fase de ascenso entre pandemia y aglomeraciones, con la inesperada derrota del Badajoz, el sueño quebrandose de golpe y dejando un abismo cuya profundidad no conocemos. Pero, sobre todo, este 2021 siempre será el año del oro olímpico de Alberto Ginés.




* Las imágenes están captadas de las retransmisiones en directo de RTVE, de World Padel Tour TV o de los perfiles públicos de los y las deportistas.


domingo, 26 de diciembre de 2021

Invierno

Escribir sin saber que escribo, pensar en metáforas, en las nubes tapando los canchos, en caminar entre la niebla durante años, la falta de sol, el dolor de la luz, el molesto canto de los pájaros, sentir calor hasta tiritar de frío. 

Pasear por la lluvia, meter el pie en los charcos, jugar con el agua, sentir húmedos mis dedos, el calcetín completamente empapado y no querer parar. Que todo el dolor se concentre en mis falanges, que se me amoratone el pie como lo hace mi calma y mi alma. Sentarte en un banco, callado, a solas y ver pasar la vida sin que pase nada, y ver cómo todo se mueve menos el tiempo y mis ideas, y mi vida desafiando a la muerte, guardando su guadaña. 

Y levantarme y ponerme a caminar, sin rumbo, siguiendo solamente mis pasos, huellas borradas, una calle sin horizonte ni señales, vacía. Y arrastrar los pies, pegados al suelo por el peso de mis piernas, de mis días, de mis tantas madrugadas.

Y no encontrar a nadie, no conocer a nadie, no pensar en nadie, sólo en mí. En mí, en mí dolor, en todos los buites acechando mi cabeza, en toda la carroña saliendo de mi cabeza, en todos los cantos encerrados, en todos los silencios tapados. Y sentirme sólo yo y mi dolor, y mis ideas, y mi pasado y el niño que lloró, el que huyó, el que se inventó una sonrisa como máscara, el que no salía de la cama, el que probó por primera vez el turrón, al que siempre le dijeron no, al que no hizo falta que se lo dijeran más porque ya se lo creyó. Y sentir la cal en mis manos, la áspera cal cuando me acerco a un charo, me arrodillo y el cuenco de mis manos coge el agua para lavarme las caras y las ideas, y siente el roce de la cal arañando cada poro y, a la vez, el frescor de un agua recién llovida el aroma de tierra y vida, de asfalto y soledad.

Y abrir los ojos, y ver la niebla ocultando la ciudad. Y sentir la niebla ocultándome, sepultando mi verdad. Abrir la ventaja y respirar el aire helado y quieto del invierno. 

sábado, 25 de diciembre de 2021

De ti

 De tu lado derecho de la cama, de tus bostezos

De tu sueño en el sofá y mi falta de sueños

De tu empuje y mi vértigo, de tu osadía y mis miedos

Del amor de tu vientre, del alimento

De tus pechos, de tu latido

De tu cara de inocente,

De tu fuerza sin músculo 

De tus tequieros.

De mi queja constante, de mi ceño fruncido

De los chistes que no te conté 

De tus planes y tus planos

De mis ideas en la sien

De lo que me correo por dentro

Del azúcar en el café.

De tu cuerpo pequeño,

Dibujo, boceto, tesoro

De tus andares y mis pesares

De los encuentros 

De las cosas que se cuentan en la cama

De las cosas que no se hablan

De lo que muere en mi pensamiento

Del frío bajo las mantas

De mis pies helados y tu nariz chata.

De ti y de mí va esta navidad

Este futuro que con el que estrellamos 

Del presente que ya ha pasado

Del pasado que no olvidamos

Siempre es futuro

Y amor. Y algo de miedo

Pero a tu lado derecho mientras andamos.

viernes, 24 de diciembre de 2021

Algún día.

Las canciones que me salvaron la vida

Los mensajes que no sé contestar

aquellos que no leerás jamás. 

Felicitar las fiestas, un tweet original,

una palabra prohibida,

el ratito antes de enviar.

Reír antes de acabar el chiste.

Apagar la televisión 

cuando te quedas dormida.

Las cosquillas en la cama

la arruga en medio de la cara.

La mascarilla que encuadra tu mirada

El camión de la basura

La bolsa sin cerrar. 

La luz bajo la puerta, 

el ruido en el portal

El ladrido de mi perra, 

la hora de despertar.

Algún día volveremos a recordar momentos

A vivirlos como si no estuvieran muertos. 

Algún día saldremos desnudos a la lluvia

A cantar tontos villancicos

A reír a carcajadas sin importar

el ruido de mi risa, el frío, la compañía

ni la soledad

Algún día volveremos a recordar momentos

A vivirlos como si no estuvieran muertos

Algún día saldremos sin importarnos más

lo que pase en esa acera, lo que piensen los demás.

Y maldeciremos tonterías

con la luz encendida sin mirar la factura

los diarios o la televisión, 

escuchando radios que no ponen tu canción

que no hablan de tu vida, tu tristeza y tu ilusión.

Un hotel a las afueras 

El minibar vacío 

Porno en la habitación 

Algunos versos sueltos 

Esto no es poesía 

Ni tan siquiera es una canción fallida

Canción fallida


Algún día volveremos a recordar momentos

A vivirlos como si no estuvieran muertos. 

Algún día saldremos desnudos a la lluvia

A cantar tontos villancicos

A reír a carcajadas sin importar

el ruido de mi risa, el frío, la compañía

ni la soledad.

Algún día saldremos sin importarnos más

lo que pase en esa acera, lo que piensen los demás

lo que tengan que decirnos, lo que tengan que callar.



lunes, 20 de diciembre de 2021

Propósitos de año nuevo.

 1. Volver a trabajar.

2. Sacarme el nivel 1 de entrenador de baloncesto.

3. Hacer deporte ¿escalada?

4. Adelgazar.

5. Ampliar mi horizonte laboral.

6. Estudiar un máster de Adaptación al Profesorado o un curso de FP de Sensibilización en Igualdad.

7. Publicar un libro.

Por qué.

 ¿Por qué pasará? ¿Por qué de repente el corazón se acelera? ¿Por qué la cabeza no para de pensar pero no se detiene en ningún lugar? ¿Por qué esta angustia repentina y soez? ¿Por qué estas malas ideas, la confusión, la ira, las ganas de huir? ¿Por qué la desesperanza, la desesperación, el enfado constante, el miedo a caminar? ¿Por qué este folio en blanco, por qué el temor a veros, a salir de casa, a fracasar? ¿Por qué esta angustia en el pecho, esta falta de sueño, esta ausencia de sueños, este miedo a despertar?

¿Por qué los gritos, la impaciencia, el dolor de cabeza, la rabia en mis manos, el odio en el cristal?

¿Por qué no me salen las lágrimas, por qué sólo quiero llorar?

¿Por qué? ¿Hasta cuándo?

viernes, 17 de diciembre de 2021

2021 (2)

 2021 no ha sido un buen año. La tristeza se ha apoderado de mí. La tristeza, el miedo, la ansiedad, la agorafobia, los dolores de cabeza, de pecho, la respiración agitada y entrecortada, las pesadillas. He engordado casi 10 kilos, he olvidado disfrutar de los grandes momentos, de los pequeños detalles. He vivido contenido, con un temor inenarrable, pero han pasado cosas buenas y las he sentido, las he tocado con mis manos, las he memorizado, aunque haya que escarbar en medio de toda esta ceniza que cubre mis ojos.

2021 será el año en el que se cumplió el deseo de Mario de que no fuera a trabajar, el año que estuve 9 días ingresado en salud mental, el año que tuve que decir que deseaba y planeaba morir, el año que vivimos un oro olímpico y otro de Extremadura, el año de la comunión de Sara, el año más difícil de nuestras vidas aunque pareciera imposible.

Empezamos el año quemando deseos en la terraza, aislados del mundo, sin poder tocarnos ni besarnos, pero riendo y brindando por dejar atrás el 2020. Empezamos el año esperando una llamada, la libertad, el aire en la cara, un paseo con bicis y la nieve. Empecé el año con una ilusión y un deseo que estaba en mi mano cumplir y que todavía puedo hacer realidad, si me atrevo, si tengo fuerzas para hacerlo. 

De enero recuerdo esa atípica nochevieja, el día en la nieve, la cabalgata de Reyes en casa, y ansiedad cada vez que iba a trabajar. Recuerdo los viajes de mis dos últimos días de trabajo, entre lágrimas, necesidad de parar y gritar y una idea en la mente de estrellar mi coche en cualquier ladera. No podía más. 

Y paré, o me obligaron a parar, a buscar ayuda, auxilio. Pero todo fue yendo a más. Casi no tengo recuerdos de mi vida desde aquel 26 de enero hasta que entré en salud mental. No recuerdo cómo fue mi cumpleaños, vagamente el de Mario en el parque del Cachón, en una Extremadura que reabría tras los peores efectos de la pandemia. Recuerdo twittear con voracidad por cómo el virus arrasaba Extremadura. La región, cerrada para evitar las decenas de muertes que quizá pudieron evitarse antes.

Recuerdo los días con Rosi en casa, el miedo antes de la operación y el cumpleaños de Patricia. No dormí la noche de su cumpleaños para poder terminar su regalo. Daba igual. Probablemente sea lo mejor que he hecho en este 2021. Ese día llegó Phoebe a nuestras vidas. Era un cachorro pequeño y esponjoso. 

Desde entonces, hay una nube borrosa en la que todos los días me parecen igual. 

¿Qué hicimos en Semana Santa? ¿Adónde fueron a parar aquellos días, aquellas tardes de primavera? Ni el cumpleaños de mi padre y mi madre llegamos a celebrar. Recuerdo estar en casa, con el ordenador, con el móvil, con Phoebe, jugando con desgana, ahogándome cada día más en pensamientos tristes. Recuerdo varios sábados de salida, la ansiedad antes de coger la puerta, la comunión de Sara, la ansiedad durante la comida, algún paseo y un baile que me hizo sonreír. Fue raro. Era ser feliz y, al mismo tiempo, estar deseando no estar. Ausente pero atento.

Es verdad, un día estuvimos en el parque de aquí abajo mientras vosotras ensayabais. Mateo era mi refugio, mi excusa para alejarme de todo, mi seguridad. Fueron bellos los paseos por la presa, con Antonio y Hugo, con Sara y Pablo, ensayar en medio del campo y yo grabando. Las bicis en la orilla del río, Phoebe dando sus primeros paseos, cogida en brazo y la tormenta sorprendiéndonos cada vez que salíamos. Corríamos, llevaba a Mateo en hombros, llegábamos al coche riendo y calados. Recuerdo aquel fin de semana en Cáceres, un suspiro de paz antes de la mayor de las tormentas. Recuerdo un día en la Vera, con Cristina y toda la familia. No sé si ese fue el día que más cerca me vi de acabar con mi vida. Sé que salí un día forzado por el miedo a morir. Pocos días después ingresé en salud mental.

A nivel de recuperación, no sirvió de nada. A nivel personal, fueron 9 días de aprendizaje, de acercarme a mi enfermedad, de liberación y relajación, de sentirme libre para ser yo, de conocer a gente maravillosa a la que no he sabido contestar después. Fueron días duros, de sentirte preso, de esperar siempre el siguiente momento, de compañías nuevas pero también de soledad, de desear oír tu voz al otro lado del teléfono. El recuerdo fugaz que guardo es más de cariño que el triste, oscuro y vacío con el que salí de aquel lugar al que no querría volver aunque muchas veces ha vuelto a surgir en mí esa solución como posibilidad. No olvidaré tu cara cuando vinisteis a verme. Lo estabas pasando tan mal. Se te notaba en los ojos, en la carta que me escribiste. Nos faltaba luz. Estábamos a oscuras y distantes.

Cómo fogonazos, como ir por la carretera y recibir las quejas hechas luces del vehículo de enfrente, recuerdo el primer día que vi a mis padres o la tarde que quedamos con Mario e Isa. No era capaz ni de hablar, ni de moverme, ni de escuchar. Fuimos a Asturias y fui feliz en medio de la ansiedad. Ansiedad diaria, en cada salida, sobre la bicicleta, en el parque de los dinosaurios, en lo alto de los Lagos de Covadonga, en aquel taxi montados esquivando vacas, en el bar en el que vimos jugar a España, en el coche parados escuchando la tanda de penaltis, en un parque de Avilés, en la tirolina de Oviedo, en la pastelería a la que volvimos, como hicimos en San Sebastián, 10 años después, en la playa de Gijón, en nuestro coqueto y precioso bungalow, en aquella playa cercana en la que estábamos prácticamente solos, en un acantilado que me hacía sentirme vivo, en la desembocadura de los ríos donde descubrimos parajes maravillosos, en aquel bar donde nos atendieron tan mal, en la senda del oso, uno de los viajes más placenteros que he hecho. Joder, lo mal que lo pasé y los bellos recuerdos que han quedado grabados a fuego. 

Eran días en los que la enfermedad se agrandaba, en los que el túnel se hacía más oscuro. Cambios de medicación, consultas constantes, enfados, dolores de cabeza, días largos salpicados por alguna escapada al río, a la piscina, a Navaconcejo, el cumpleaños de Mateo. Qué cara más bonita tiene mi niño, qué feliz es en el agua. Recuerdo los Juegos Olímpicos. Los tengo muy presentes. Eran una válvula de escape, un salvavidas, una bocanada de aire después de una larga carrera. Agacharte y sentir la brisa fresca. Disfruté viendo la tele, twitteando como si estuviera trabajando, haciendo de mi día a día lo que querría que fuera normal.

Vivía encerrado y esa era mi habitación. Estaba mejor ahí que en la calle. Me duele haber estado en las playas de San Juan y no haber disfrutado. Cada salida era un suplicio, por más que quisiera. No me apetecía hacer nada. No era capaz de hacer nada, o eso creía. La gente por la calle, lugares en los que me sentía extraño, diferente. Iba dando pasos hacia atrás y mis mejores recuerdos están en aquel caluroso y viejo bungalow o en casa.

 No olvidaré jamás ese 5 de agosto, por la mañana con los 20 km. marcha y desde temprano también con la escalada. Tenía esa corazonada y se cumplió. Disfruté el cuarto puesto de Álvaro, aunque sea la medalla de madera más que de chocolate. Y saltamos como un loco cuando, de verdad, Alberto Ginés se proclamó campeón olímpico. Sonará egoísta, parecerá una gilipollez, pero me alegré por él, por el deporte de Extremadura al que sigo y aprecio pero sobre todo por mí. Era como ver que este loco al que nadie hacía caso tenía la razón, aunque a nadie le importara, aunque dé igual. 

Fueron buenos recuerdos de un tiempo complicado, en el que lejos de mejorar, empeoraba. Iba hacia atrás. Hoy todavía no sé por qué. Hoy todavía no sé cómo salimos de aquella. Recuerdo más las discusiones, tus enfados, aquel día de terapia, la pelea al día después, la ansiedad en el cumpleaños de Candela que los ratos buenos. Pero los hubo. La piscina de Hoyos, celebrar allí la parte familiar de los 10 años de mi niña, ir bajando charcos en Casas del Monte contigo, con Mario y con Mateo. La agorafobia ha borrado de mí lo placentero, me ha impedido festejar los bellos momentos. Un día se lo dije a Inma, me preguntaba que cómo era mi día perfecto y yo contesté que era igual que todos esos días pero sin ansiedad, sin prisas, sin ganas de salir huyendo, corriendo, sin miedo a hablar con nadie para que no se me note, para no tartamudear, para no tener que prestar atención cuando mi cabeza estaba en otro lugar.

Recuerdo el viaje a Llerena. Allí fuimos felices. Lo pasamos bien. Estuve bien. Empezaba a encontrar mecanismos para aislarme, para apagar mis fobias y volvíamos a estar unidos. Pero no sé qué pasó. De repente, todo se torció. No sé si fue aquel curso, el inicio del colegio, la falta de descanso o qué pero todo se torció, el sol volvió a esconderse, la luna nos dio la espalda y en medio del eclipse, tú y yo. Me fui apagando ferozmente, fui odiando cada día, cada madrugada de pesadilla, cada uno de tus gestos. Fui odiando lo que no podías hacer, me fui destruyendo por dentro. Tú, frustrada. Yo, agotado, perdido, incapaz de estar. Recuerdo la competición de Mario. Joder, lo que me fastidió tener que irme, pero es que no era capaz de estar. No era capaz. Y te eché de menos. Y luché por ir y abrazarnos y disfrutar de mi pequeño campeón. Verle hacer aquel top fue como una inspiración, como un ejemplo que no he sabido apreciar o imitar hasta pasadas las semanas. 

Octubre y noviembre no existen en mi memoria. Hemos hecho cosas, hemos ido al cine, hemos ido al baloncesto, hemos ido a una casa rural, pero todos los recuerdos están roídos por la ansiedad. Pero hubo momentos bellos, instantes deliciosos. Las conversaciones en Malpartida, el paseo al parque, tu abrazo después de quemar nuestras naves. Estaba desorientado. Hablábamos pero no nos entendíamos. Aquellas primeras terapias de confusión y contención, de falta de claridad, de miedo a la última oportunidad. Aquel mensaje en facebook que despertó todos los fantasmas aparcados, aquellas noches largas en las que pensaba si era mejor no estar, desaparecer, irme. Estar sin ti, que es lo mismo que no estar. No volver y así encerrar la ira y la violencia que guardaba en mis manos y pensares más oscuros.

Y apareciste. Sincera y voraz, directa y concisa. Me rompiste, creí por unas horas que era el final. Mi cabeza había imaginado otra solución, otra verdad. Me rompiste. Lloré. Me abracé a Mateo y dormí pensando en el atroz día después. Y aunque fuiste mi noche más oscura durante unas horas, fuiste mi amanecer. Tú y tu atrevimiento, como ese bisturí eléctrico de Juan José Millás que abre la herida y la cicatriza al mismo tiempo. Tú, Mario, su medalla y su felicidad. Ahí empezó mi escalada. Volver a Badajoz, a la luz de la Alcazaba, a la paz de José, a sus letras escritas para mí. Ese 27 de noviembre, como aquel 5 de agosto, son días de plena felicidad pero, en este caso, supuso un antes y un después en mi salud mental. Sigo sufriendo crisis de ansiedad, sigo teniendo pensamientos negativos, aunque se han reducido los intrusivos, los lesivos, los que me invitan a dañarme a mí. Mentiría si dijera que ya no los tengo. Anoche fue la última vez que los sufrí, esa cefalea que no para, ese cansancio que te arrecia y busca culpables fuera y que te devora por dentro, te araña y roe las entrañas, te llena de hiel y sangre la cabeza. Pero cuando pienso eso, me freno. Me callo, me ausento y sé que pasará porque sé que tú estás, aunque en ese momento no lo vea. Estás. Y estarás. Y yo espero estar más veces como estas últimas semanas, como en la chocolatería de Cáceres, como en el cine cuando me aprietas la mano y todo pasa.

2021 también pasará. Nos quedan días, nos quedan miedos, nos quedan pasos, pero nos quedan luces, regalos, tardes hermosas, viajes y música, cansancio y besos para curarnos.

jueves, 16 de diciembre de 2021

2021 (1)

Como una sombra helada, como un edifico abandonado a medio construir, como ver arder Gata, Jerte o La Vera, como el asfalto devorado por el olor de alcantarillas, como la tinta de rotulador en un cartón en medio de la calle, como el patio del hospital en plena Nochebuena, como la luz de los burdeles de carretera, como la maceta olvidada de la terraza, como hollín en las manos, como arena en los ojos, como tierra árida, como un contenedor de basura a medianoche.

Lento, frío, hueco, apagado, pesado, maloliente.

2021.

miércoles, 15 de diciembre de 2021

Quiero

El último año me deja pocos recuerdos positivos, al menos a simple vista. Tengo que hurgar en mi mente, en mi diario, en mis pesadillas cotidianas para recordar las risas, las canciones, las caricias, los colores vivos que sí aparecen agrandados con la nostalgia y la morriña que añade el paso del tiempo. El pasado, la infancia, suele mirarse con un edulcorante que a veces camufla la realidad o que engaña sobre lo presente e inmediato.

Muchas veces se habla de la falsa vida que mostramos en las redes sociales, esa apariencia de felicidad permanente, como una impostura social, como si no existieran los silencios que callamos a diarios, como si esas fotos y esos vídeos no fueran una copia de aquellos álbumes de imágenes borrosas, gastas, de cabezas cortadas, de sonrisas forzadas o carcajadas instantáneas, de un momento concreto que hacemos perdurar como una realidad completa y no sólo como la fracción que nos atrevemos a mostrar, tirando aquellas fotos y heridas que sólo enseñamos a las amistades más cercanas.

Hay un yo que fue niño y se recuerda feliz con una pelota de fútbol entre los árboles del patio del colegio, sin poder pasar la cruz por ser aún pequeño y decidir en base a eso si eras defensa, portero o delantero. Hay un yo que recuerda aquella primera huelga general, aquel 14 de diciembre con todo cerrado, con la carta de ajuste y con un pecado que siempre llevaré encima y la cara de mi madre enfadada cuando nos encontramos, ella sola, yo ya con mis hermanos, casi en la puerta de la churrería. Me recuerdo tanto a Mario.

Hay un yo que recuerda la ilusión de esperar los Reyes Magos, aquel rompecabezas escondido bajo la almohada que compartía con Carlos al llegar de la cabalgata, mis deseos de un scalextric, la voz de mi padre rompiendo en una frase mi inocencia. Lo agrio se mezcla con lo dulce. Las mañanas en el salón cortándonos el pelo a la luz de "Santa Barbara", los baños con espuma en las esponjas, aquellas comidas de Navidad en casa de José y Milagros, rodeados de juguetes y play-mobiles, la consola de Rubén, la de David, las tardes con mi tía Nina, aprender a montar en bici, los veranos en la piscina con ella y coincidir con la niña que me gustaba, la sensación de haber sido siempre rechazado, de sentirme feo, de ser el listo y por ello el tonto de la clase. Recuerdo las tardes en el Municipal con mi tío Valerio, también una mañana de fútbol, un partido al que fue Raúl y yo me quedó fuera, con los ojos abiertos y las orejas alucinando con los cánticos que salían del estadio. Recuerdo ver por la tele los Juegos Olímpicos de Seúl, los partidos de los sábados, aquellas tardes de supermercado, juego de cartas y triángulos de chocolate en Sevilla. Cambiar los triángulos por churros en Don Benito. Recuerdo la guitarra eléctrica de Raúl, Lassie acostada en nuestro cuarto, preguntarle por la regla a mi madre, que tartamudeó de esa forma que hace ella y sonrió como sonríe cuando no sabe qué responder.

Hay cosas que no sé si recuerdo o si sólo recuerdo fotos y comentarios, como hacer gimnasia con Sandra en el pequeño piso de A Guarda con Eva Nasarre en la pantalla. También recuerdo una barca, un campo de fútbol de Zarza en el que nos quedamos encerrados o el juego de la Botilde al despertar una mañana de sábado de nuestras literas de Guareña. Recuerdo que cuando nos dieron a la Lassie estábamos viendo el "Un, dos, tres" y tengo grabada en mi memoria la locución de los nombres que sonaba por los altavoces de nuestro primer PC en el Míchel.

Como fotografías o fogonazos aparecen imágenes. La salita del ordenador de aquella casa de dos plantas, los murciélagos en el patio y yo jugando a balonmano, el sonido de la vieja vespino de mi padre, un campo de fútbol desde la ventana de la habitación de hospital en la que estaba Javi, aquel juego con la señorita Flori en nuestras primeras palabras en inglés en el que podíamos retar a quién estaba en otras posiciones intentando escalar del bien al sobresaliente, mi enfado porque no acerté una traducción que tampoco sabía quien me la preguntó. Me recuerdo tanto a Mario.

Recuerdo las películas de miedo, el terror que pasé escuchando al otro lado de la puerta "El exorcista", que no me dejaron ver. Recuerdo pasar las noches con Raúl viendo series y películas, aquella de la gran mancha negra en un lago; "Aquellos Maravillosos Años" o "El Orgullo del Tercer Mundo", esas series y programas prohibidos cuando estaba mi padre en casa, al igual que el fútbol.

Recuerdo a mi padre siempre en la banda cuando empecé a jugar en Valcorchero. Y las tardes de tenis con Javi en la ciudad deportiva. También las madrugadas de cine con Carlos, que me descubrió Queen, los Hermanos Marx y "Un pijama para dos". Recuerdo llamar a la radio, al programa de Gemma Díaz y Paco Santos y ganar premios. Éramos los Bermejo. Me acuerdo de un libro que jamás leí porque lo gané pero no tenía dibujos, o ir al cine con mis hermanos porque nos habían tocado unas entradas. Rainman, Regreso al Futuro o aquella película de platillos volantes cuyo nombre no recordé jamás. Recuerdo una encuesta sobre qué grupo preferíamos y Javi siempre odiando los Hombres G. Recuerdo a ver descubierto un día una libreta suya de poemas, sus discos de "Los Secretos", "El último de la fila" o "Héroes del Silencio".

La infancia, tan dulcificada y también tan cruda. Recuerdo cuando saqué un 6.25 en naturales en quinto, la sensación de hastío cuando vi mi sobresaliente en dibujo, las burlas de un profesor cuando, en la clase de Raúl, a la que fui a por tizas, me pidió con 4-5 años que pusiera mi nombre y no supe poner la tilde. Recuerdo con mucho cariño a doña Julia y a mi profesora de Sevilla, que no tengo ni idea de cómo se llamaba, pero sí me acuerdo de mis prisas por ser el primero en conseguir un positivo. No sé si el récord lo dejé en 58. Recuerdo a don Amaro y mi injusto primer castigo. Recuerdo a don Amaro y salir con él a ver pasar la vuelta, y un diente roto al tropezar con una cuerda jugando en el patio. Recuerdo discutir jugando al fútbol porque no valen 2 contra 1 ni tirar fuerte. Recuerdo que ser el empollón de la clase no era socialmente aceptado. Recuerdo las tardes de baloncesto con Laíño, a cada novia de Rubén (creo que de todas me enamoré), las charlas con David, la casa de Rincón, los domingos en el río siempre con una baraja de cartas para jugar a La Escoba (mi especialidad) o La Perejila. Recuerdo las tardes de domingo en Don Benito yendo al fútbol junto al dueño de nuestra casa. He olvidado su nombre. Me acuerdo de aquel niño, Carlos creo que se llamaba, que venía mucho a mi casa y rezaba en una virgen que teníamos en el salón. Me acuerdo de Moisés y una obra de teatro en la que los dos nos sabíamos el texto del otro y al final fue la suerte la que decidió quién hacía quién. 

Recuerdo a la Mari, a Isabel, a Eladio. A todos esos niños y niñas que fuimos entre primos y hermanos y que con el tiempo no hemos olvidado pero hemos alejado. 

Recuerdo los años en la tuna, la cara siempre severa y desaprobadora de Vicente, las amistades que forjé, una frase de mi padre que prefiero no repetir, mi madre bordando cintas en mi capa. Recuerdo a la Lassie, subida a mi pierna, jugando conmigo al fútbol en casa, a dos patas sobre el árbol en una navidad, ir a por mi padre al Candeleda, pasar la tarde allí mientras él echaba la partida. 

Los combinados de mi madre siguen sabiendo igual que antes, pero ya no estoy en casa para oler y chupar el chocolate, aunque sigo rebañando hasta el final la última gota de la masa del bizcocho cuando lo hago yo. Me acuerdo de unas navidades en Madrid, de jugar al fútbol con Carlitos, de cenar pizza y otro día, lombarda. Me acuerdo de todos y cada uno de los juegos de la Game Gear y de mi prima Silvia dándome el regalo en casa.

En la calle jugábamos al "Bote Botero", odiaba que hicieran aquel tormentoso pasillo de collejas, nunca supe jugar a la comba ni a la rayuela. Recuerdo que intentábamos huir de quienes nos pegaban. Recuerdo un puñetazo en el pómulo por algo que no había dicho, tirar de la cadena de Lassie para escapar de otro golpe, las burlas de los que con la fuerza querían vencer el miedo a la inteligencia. Recuerdo como sonaba el balón estrellándose contra las cocheras, la plazoleta de casa casi vacía de coches, las ferias en el Bar Rina, Arancha Sánchez Vicario ganando Roland Garros.

Recuerdo mi infancia, mi adolescencia, como un joven listo pero acomplejado, escuchimizado tirando a feote, sin un beso que llevarme a la boca hasta los 16 (y fue involuntario). Algo vergonzoso, quizá poco reforzado. Me acuerdo de Salvo y, creo que era su primo, de Paco en la otra banda, confiando en mí cuando jugábamos. Me acuerdo de aquella liga que se nos escapó, del pie de Gaby sacando mi chut a bocajarro, la vida que pudo ser, ese momento que pasas de héroe a olvidado. Me acuerdo de los insultos de las madres en Navalmoral y de aquel partido en Jaraíz que acabó abrupto, en la prórroga, mientras seguía calentando esperando una oportunidad y todo acabó en pelea, patadas y una puerta rota. Me acuerdo del silencio en el vestuario, en el autobús y mis ganas de no volver más.

Me acuerdo de haber intentado un día sentirme integrado y salir con un grupo de gente que pegó una paliza a un chaval que jugaba en la pista del colegio Miralvalle. Acabamos ridiculizando o persiguiendo a alguien en el salón de actos de las Pepas. No recuerdo mucho más. Recuerdo estar asustado, no hacer ni decir nada, marcharme y no regresar jamás pero tampoco contarlo.

Me acuerdo de todas las veces que he dicho que no quería beber. Y las veces que he bebido y ahora me arrepiento. También de los amigos que me dieron la espalda, de aquellas ferias que pase en casa y con mis padres porque no era como ellos, porque no fumaba, porque sacaba buenas notas. Vete a tú a saber por qué. Recuerdo todas las mentiras que han dicho sobre mí siendo niño. 

Me acuerdo de cómo me ha ido tratando la vida. A veces, generosa. Otras veces, despiadada. Me acuerdo de ser cruel y estúpido con una chica a la que le gustaba, posiblemente por querer ser todo aquello que yo rechazaba. Si pudiera pedirle perdón a Irene... Recuerdo a aquellas muchachas a las que tal vez gusté y no supe qué hacer, a veces por vergüenza, otras por respeto, otras por ser la parte fuerte y detestable, el patrón reconocible y admirado del entorno. Recuerdo el nombre de Laura Luna y  Jorge, de aquel final de curso en primero en el que mis amigos me echaron del grupo también por algo inventado. 

Me acuerdo de un guantazo a María por reírse porque había suspendido dibujo, de las tardes haciendo Ouija en las traseras del Pabellón, de los deberes en mi casa con Mario, de las risas con Helena, de un beso casto que me dieron aquella primavera, de despertarme y saber que nos había tocado la primitiva. De celebrar un botellón para festejarlo, poniendo yo la mayor parte del dinero, y acabar ganando pasta. Recuerdo que fui feliz con gente mayor que yo, con Laura, con María. Me acuerdo de Campana, también de su hermana y de su grupo de amigas, de aquella catequesis de confirmación, aunque yo ya había dejado de creer. Recuerdo a Patricia agarrándome la corbata en el Impacto, la plaza de Cáceres repleta de gente, unas botellas o calimocho en las escaleras y una rosa por San Jorge. Recuerdo volver a Plasencia en el coche de mi hermano a toda velocidad para no perder el autobús hasta Algeciras. Recuerdo los chupitos en la Herradura y buscarla por todos lados aquella noche. Me acuerdo de lo guapa que estaba aquella noche, con un vestido y unos guantes negros. Recuerdo verla besándose con Eduardo al fondo del Latino. O quizá era el Sello.

Recuerdo las noches con Javi, su primera novia y Almudena en el impacto. Siempre pensé que a Almudena le gustaba, aunque yo fuera un niño y ella, universitaria. O quizá era mi imaginación de “Él graduado”.

Recuerdo ser feliz en tercero. Y en la universidad. También recuerdo a un profesor de ciencias molesto porque sonreía y a mi profesor de Photoshop (era de fotografía digital, pero sólo nos enseñaba a usar el Photoshop) insultándome en mi graduación porque sabía más que él, porque saqué un 9 (aunque merecía Matrícula de Honor), mientras veía el fútbol en sus clases. Recuerdo ir pese a que no aprendía por la responsabilidad con mis padres, recuerdos el peso que siempre fue eso y que no compararan mis errores con los de Carlos.  Hay recuerdos que mejor no tener, aunque los tengo, pero prefiero el presente y todo lo que ocurrió después de aquellos años. También recuerdo ver el codazo de Tassotti a Luis Enrique en la casa de Mérida de Carlos, pasar por su licorería, ver a Félix, escuchar a los Dolphin People, enterarme de que Raúl salía con alguien...

Recuerdo a mi padre siempre molesto por querer ser periodista. Recuerdo a mi padre hablando orgulloso de su hijo el periodista. Recuerdo el viaje a Sevilla, a Lisboa, a La Palma. Nunca lo he dicho, pero tengo un recuerdo amargo que esconde todo lo bello de aquel viaje y que soy incapaz de olvidar y quitarme de encima. Recuerdo que no tenía suficiente dinero para nada con la paga. Recuerdo que el día que Patricia y yo nos dimos el primer beso yo no podía salir porque me había gastado mi paga en ir con ella (y Virginia) al cine el día antes a ver Notting Hill. Recuerdo aquella tarde de juegos y coqueteos en el piso de la plazuela. Recuerdo su vestido negro y las canciones de Alejandro Sanz y yo suspirando.

Recuerdo mi mononucleosis, las ganas de besarla en el hospital, sus caminatas hasta mi casa con ese andar tan suyo, tan especial, con la carpeta semiabrazada. Recuerdo los tanques de fruta que me comía, la ira de un profesor por hacerle una broma después de que nos dijera que no nos besáramos en el pasillo. Hay que ser idiota. Recuerdo salir corriendo de un examen de selectividad para ver un España - Yugoslavia de la Eurocopa. El gol de Alfonso. La eliminación en octavos o cuartos. El Gambrinus y el penalty de Raúl fallado. 

Recuerdo también que el día que nos daban las notas de selectividad un hombre se bajó de un coche y me pegó. Recuerdo ir a juicio, escuchar mentiras y sandeces, sufrir y ponerme de los nervios por la situación y recibir el veredicto: probada la agresión, no probados los hechos que me imputaba y compensación económica de 25.000 pesetas (todavía eran pesetas). Jamás vi un duro porque el hombre murió y yo no reclamé nada a la familia. Me acuerdo de la matrícula de aquel coche y todavía lo veo conducido por la señora que lo acompañaba aquel día y que me pedía perdón.

Me acuerdo de aquella canción “There is a train…” y del “Díaz came to me” en tiempos en los que no se hablaba de cancelación ni te enviaban a prisión por un tweet, pero en los que en plena época de manifestaciones contra la guerra o por el Prestige, unos nacionales te amedrentaban desde el interior de la delegación del gobierno acusándote de haber meado en la esquina sabiendo que no era verdad. Sólo proliferamos insultos (quizá alguien hizo un calvo) contra las cámaras que nos apuntaban y que identificábamos como símbolo del gobierno que nos estaba mirando.

Recuerdo estar malo el día de las novatadas, pero bailar los pajaritos encima de una mesa. Recuerdo hacerlo divertido y luego, sentir vergüenza. Recuerdo las noches grabando cortos, Patricia levantándose varias veces de mi cama, la napolitana dando vueltas en el microondas, el vecino preguntando qué pasaba, Jaime y yo dando golpes en la puerta y contestando nada. Recuerdo estar todo el año con la antena estropeada y ver sólo Friends y películas de la videoteca de la facultad. Recuerdo aquella azotea, los cañones y los soportales, las ferias, discutir con Patricia por cualquier tontería. Recuerdo llevar bajo mi brazo la radio del coche como hacía mi padre. Lo hice sólo el primer día, aún me doy vergüenza.

Hoy voy a Badajoz y me gusta más que entonces la Alcazaba, la Plaza Alta o el López de Ayala. Fui muy feliz descubriendo películas en VOS.

Hay recuerdos más cercanos. Los veranos en Localia, el año de La Linterna Mágica, aquella Semana Santa con José Carlos Reine en la que me quedé dormido y llegué 3 horas tarde al trabajo. Él se olvidó las llaves y no pudo cambiarse. Le echaron una bronca por cómo iba vestido cuando hizo un directo desde un accidente de tráfico. Eran mis primeros meses en Canal Extremadura Radio. Antonio había entrado en mi vida como un ciclón. Compañero de comidas y sobremesas de fines de semana. El restaurante chino, Lina, los paseos por la sección de DVDs del Carrefour, boletos y programas, amigo y compadre. Luego, fui conociendo cada vez un poco más a Charo hasta ser indispensables. Me acuerdo de la cara de niño de Rodri, de su hambre, de su desvergüenza, de ser yo para él una mala influencia. Recuerdo ir a contracorriente. Recuerdo muchas palabras de Jeremías. Recuerdo lo que me dijo después de una entrevista con Carlos Javier Rodríguez y un plan que era mi plan. Creo que teníamos en la cabeza la misma radio deportiva. Hay otras cosas que recuerdo y prefiero callar. Porque también recuerdo mi alegría constante, mi risa contagiosa, mis gazapos y reírme de mí mismo, la lucha por programas que eran míos. Y recuerdo como, poco a poco, mi mirada se fue apagando, mi risa quedó casi encerrada en el móvil de Rachel, y había menos conversaciones y más cansancio.

Pero recuerdo ser feliz, muy feliz haciendo radio, jugando a ser periodista, intentando imponer mi punto de vista. Recuerdo con pasión y gozo cada viaje, incluidos aquel en el que me reventó una rueda camino a Níjar o en el que me pasé vomitando regresando de Bilbao. Tengo en la mente grandes momentos y, también, entrevistas aparentemente insignificantes. Me acuerdo del último programa que edité. Y del primero, con Fati en el control transmitiéndome la paz que siempre me dio. Fati, Antonio, Pedro, Diego, Lupe, Francisco... Al otro lado del cristal he encontrado más consejos y sabiduría sobre la radio que hacer que en asientos más cercanos. "No vas a ser capaz de mantener el nivel", "No eres la peor idea que ha tenido", son frases que he escuchado y que aún recuerdo, aunque no sé realmente si me hacen daño.

Recuerdo las bellas palabras que me han dicho gente por la calle, en los estadios, en las redes. Me acuerdo de Carles Canals y de Javi Simón, de Dani García y de Kikete, que siempre tenían una palabra amable. Nunca he sabido actuar ante los elogios, enrojezco y me hago pequeñito. Me acuerdo de Antonio Serrano dándome consejos y energía. También del equipo de trabajo que nos juntamos para preparar la gala del 25 aniversario de la FEXB, la generosidad de la gente del baloncesto, la vergüenza que me da verme o escucharme y que pierdo por completo para desnudarme con Mario, Escu o Danko, para hacer duólogos con Antonio u ofrecer café a cambio de preguntas en la presentación de un libro de José. Lo que me cuesta atreverme hasta que me atrevo.

La vida, llena de recuerdos, de brillos, de momentos maravillosos, de gente que me ha hecho mejor persona, que me ha corregido defectos que parecían inamovibles, de mujeres que me han ensañado la igualdad, de debates en los que he aprendido lo que es la fraternidad, de gente con la que he visto un mundo tan diferente como igual, desde el aire, donde no se aprecian fronteras ni banderas, razas ni distancias. 

La vida, construida a base de golpes, de nadar río arriba, de sentirme diferente, extraño, a veces desplazado, de llevarme mal con el poder, de sentir cómo volaban oportunidades perdidas, de no estar en lugar indicado, de ser siempre respondón y luchador, un sindicalista sin sindicato, un político sin partido, un convencido sin certezas, un activista sin acción, un cabezón sin cabeza para pararse a pensar antes de hablar o actuar y así ser más cómo detesto ser aunque nunca termine de ser quién quiero ser, si es que a mis 39 años he conseguido saber qué y cómo ser.  


viernes, 10 de diciembre de 2021

Odio.

Odio la violencia que nace dentro de mí. 

Odio mis puños y mis manos.

Odio mi mirada.

Odio mi dolor de cabeza.

Odio los mareos, la respiración agitada, el dolor en el pecho.

Odio no saber dónde estoy.

Odio el no poder parar de comer, el no poder dormir bien.

Odio este cansancio.

Odio esta tristeza.

Odio mis delirios. 

Odio mi torpeza.

Odio esta apatía.

Odio cada pastilla que tomo.

Odio cada cita médica.

Odio cuando, no sé por qué, te odio.

Odio no saber qué hacer.

Odio no hacer nada de lo que quiero y sé hacer.

Odio mi miedo al fracaso.

Odio fracasar por miedo.

Odio no encontrar una solución.

Odio este ordenador.

Odio los ladridos de mi cabeza.

Odio tantos pensamientos.

Odio mi silencio cuando quiero gritar.

Odio mis gritos cuando debo callar.

Odio no quererte más o no quererte bien.

Odio cada hora que pasa.

Odio cada día que pasa y no veo el siguiente.

Odio la muerte continua en mi mente.

Odio no echar a llorar.

Odio no abrazarte más y suspirar.

Odio este ruido constante.

Odio odiarme tanto.

Odio no saber cómo querer.


jueves, 9 de diciembre de 2021

Cuando me reía.

 Mi última publicación es del 29 de noviembre. Esto quiere decir que llevo 10 días sin escribir, sin masticar mis odios, sin pararme a pensar y pensar sin parar. 10 días largos, agotadores, en los que la cabeza te traiciona y tus pensamientos se confunden, se vuelven tenebrosos, oscuros, dañinos, y sólo queda el silencio para expulsar ese dolor hacia fuera, para no utilizarlo contra nadie. 

En estos últimos días, he pensado en el suicidio de forma casi continua, a diario, en momentos de relajación y de crisis. Me he sentido violento, capaz de hacer daño a lo más querido y frágil, culpable de esos pensamientos, de mis iras, de esperar lo que no pido, de pedir auxilio sin hablar, de querer las caricias que no doy. Y he pensado en la muerte, en todas esas pastillas que se amontonan en la encimera, en mi cuerpo arrojándose al vacío, en mi sangre derramada en llanto, en mi cuerpo frío sobre la cama en una nueva mañana. He pensado en todo eso. He puesto fecha a mi dolor, he recorrido los lugares más sombríos y huraños de mi cerebro, he desconfiado de todo, de mí, de mi criterio, de la realidad que percibo, del mundo que veo cuando la luz se apaga, cuando todos tus sueños parecen pesadillas, cuando las pesadillas aparecen en cada sueño, cuando no distingues la realidad del pensamiento, lo ocurrido de lo onírico.

 Necesitaba descansar. He querido arrojar todo al río. Otra vez, despojarme de todo, hasta de mí. Sobre todo de mí. Pero siempre hay un momento de cordura, un abrazo, una frase, una sonrisa de Mario, un te quiero de Mateo, una carcajada de Candela, una mirada de Patricia... Algo que te devuelve a la realidad y al ver el dolor sin ti, que no es verte a ti sin dolor.

Me cuesta dar pasos, me cuesta confiar, me cuesta distinguir la locura de cordura, el optimismo y las ideas de los delirios, el fracaso del miedo, las expectativas de las exigencias. Me cuesta dejar de exigirme. Tengo mucho miedo a no ser la persona que digo ser. Me echo de menos. Echo de menos mi yo más canalla, mi risa, mis bromas, la ironía y el humor. Me siento plomizo e intensito, apesadumbrado y pesado, cansado y ridículo y, sin embargo, siento una enorme vergüenza por recuperar esa parte de mí que se fue ocultando poco a poco, casi sin darme cuenta, hace ya muchos años. 

Necesito sentirme así, libre de mí, de mis pensamientos, de mi supervisión, de mis contradicciones y caminar hacia lo que planeo y creo que es posible, no fantasía.