viernes, 29 de abril de 2022

La espera

 El deseo de poder verte cada día,

aunque no haya abrazos ni caricias

aunque no haya besos ni palabras al oído.

El deseo de que no te vayas, de alargar tu marcha

todavía es pronto, no estoy preparado, para despedirte.

El deseo de que todo pase,

de que pase la agonía 

de que llegue la llamada 

definitiva

El final conocido, el final irremediable.

El deseo de seguir viéndote con vida

de notar latir tu corazón y tu osadía.

El deseo de que la luz se apague

Y no sufras más, y no se alargue esta angustia

Aunque me pasaría la vida entera

apoyado en el cristal

mirando cómo respiras.

Y contar, quizá, que hemos bajado al parque

Que Mateo reconoce tu coche

Que Mario ha vuelto a ganar en escalada

Que Candela baila en el Alkázar,

Que ya estoy bien, que vuelvo a trabajar

Que Patricia y yo planeamos nuestras bodas de plata.

Y que te tienes que despertar 

y llevarla del brazo a un nuevo altar

antes de que de te vayas.

jueves, 28 de abril de 2022

25 días.

 Repaso mi memoria, las horas lentas y el rápido pasar del tiempo. 25 días desde que una prueba pagada de tu bolsillo te diagnosticó una enfermedad que tratamos de evitar a toda costa, de la que intentamos protegernos y protegerte, de cumplir aislamientos y celebraciones en la distancia, de navidades por whatsapp y vídeollamadas. Qué absurdo todo y qué maravilloso este tiempo en el que estuviste aunque fuera lejos. 

2 años de pandemia, de miedos, de protecciones que iban por delante de la ley. Test privados pagados casi semanalmente, ante cualquier atisbo de contacto, ante la posibilidad de que hubiera entrado el virus en tu cuerpo, ante la inacción política que decidió mirar para otro lado y no gastar más en prevención, pruebas diagnóstico, personal médico, labor de rastreo y bajas laborales. "Gripalizar la COVID-19", decían. No saben del dolor que se siente, de la pena inmensa, de la tristeza, del miedo, del lento paso de los días, de lo rápido que un cuerpo se deteriora hasta simplemente tener que esperar la muerte. Más de 300 familias saben lo que es eso en este 2022. Gripalizar la COVID-19, una mentira disfrazada de libertad y recuperar una vida que ya es irrecuperable, una falsa dualidad entre normalidad o confinamiento, dejando a un lado cualquier otra medida preventiva y de freno a la propagación del virus que no sea la vacuna.

Me niego a pensar que serás un número, un dato, una cifra que aparezca la próxima semana o dentro de un mes acompañado de más números sin rostro, sin nombre, sin alma. Me niego a pensar que serás sólo un breve, una parte ínfima del telediario, un artículo sin firma ni dolor ni corazón,

Y no lo digo sólo por ti, lo llevo diciendo mucho tiempo, quizá por miedo, quizá por egoísmo, quizá porque sabía que no estábamos libre de que nos pudiera pasar, aunque no lo pudiera ni imaginar, quizá porque me sentía indefenso e impotente, rabioso y enfadado. Que no me venza el rencor y la venganza, que gane el amor: por ti, por este mundo que aún tiene cura y solución aunque cada vez parezca más difícil y lejana, aunque el odio y lo absurdo se apodere de las televisiones y las tertulias, aunque la degradación devore las instituciones como el virus se expande por tus pulmones. 

25 días. Hoy miro atrás y me arrepiento. Me arrepiento de haber dicho "mañana le llamo" cuando simplemente era un positivo. Me arrepiento de no haberte visto al entrar en el hospital por intentar mantener la calma, por huir del miedo, por escaparme del dolor. Me arrepiento de no haber cogido el teléfono y haber hablado contigo, aunque te recomendarán no contestar, de no haberte acompañado aquellas noches aunque mi vida también corriera cierto riesgo. Me arrepiento de no haberte visto más, de haber visto pasar el tiempo. Siento que nos ha faltado un último café, una última comida al lado de tu nieta y tus nietos, una última conversación sobre la subida de los precios. Me arrepiento tanto de "los tenemos que hacer. Buscamos una fecha y lo hacemos" en las conversaciones con Vicente sobre juntarnos las dos familias. Me arrepiento de todas las veces que me senté sin prácticamente hablar, de posponer sine die editar el vídeo de vuestro 50 aniversario, de los "ya lo haré" Me acuerdo de cada día, de tu cuerpo en el sofá, de la televisión encendida, de tus sueños por tener una pequeña parcela, un lugar que compartir, de las últimas vacaciones en Punta Umbría, de tus últimos mensajes, de tu huella imborrable en las redes, de un perfil que no se extingue con tus últimos soplos de vida. 

Me acuerdo de cada parte de ti, de estos 25 días que han pasado tan lento y en los que todo ha sido tan rápido. Del día de Reyes, de otras malditas navidades en la distancia, del cumpleaños de Mario y tu sonrisa, de tu forma de hablar, de contarme que habías visto al padre de Cobos, a cualquier familiar de un viejo amigo que se acuerda de mí, que te preguntaba. Te imagino sufriendo todo lo que os he hecho sufrir en este último y maldito año. 

25 días. Sin llamarte, sin hablarte, sin que prácticamente nos pudieras ver. Sin poder tocarte ¿por qué no te habré abrazado y besado más?

Sólo pienso en pequeñas cosas. En esas pequeñas cosas que hacían tu vida, tu día a día, que significaban tanto por minúsculas que fueran. Los kilómetros que hacías, los paseos que aguantabas, tu forma de contarlo, tu fuerza sobre la bici. Me acuerdo de aquella vieja bici verde de carreras, de la vespa, del Opel Corsa, de un día en las obras del Arroyo Niebla. Me acuerdo de tu cara de miedo y dolor. De tía Lorenza, de tío Valerio, de tía Julia. Y, ahora, tú. Me acuerdo de pequeñas cosas. De Santa Bárbara, de tú cortándonos el pelo un sábado por la mañana frente al televisor, de las partidas en el Candeleda, de tu afán por mantener ordenada la cochera, de tus maldiciones, de tu cuidadoso detalle y limpieza en cualquiera de los coches. Me acuerdo de aquel día que decidiste no esperar más y bajar a Mérida para recuperar a Carlos para siempre. Cuánto dolor y cuánto valor. Cuán agradecido estamos por ese día, cuánto ha mejorado nuestra vida en familia. Cuánto amor en esos gestos aparentemente enfadados, en cada discusión. Aquel día de Reyes que saliste de casa y no supimos dónde estuviste hasta horas después. Tus amagos, tus enfados, tu ira tan parecida a la mía. Tu mirada tan pura y honesta, tan brillante cuando nos juntábamos en familia, cuando llegaban tus nietos y nietas. 

Me acuerdo de aquellas comidas bajo los puentes que tú construías. El amor y la amistad de Juan Emilio, de Mariano, de las mujeres que trabajaron contigo y que siempre hablaban bien de ti, con una sonrisa en la boca. De las madres y los padres, de los abuelos con los que compartías charla en la puerta del colegio, esperando, con el coche aparcado, ese coche en el que siempre querían montar. Era como otro hogar. 

Me acuerdo de las pequeñas cosas, Pequeñas cosas que van a dolor ¿qué valor tienen ahora todos esos objetos que cuidabas con tanto mimo, que colocabas minuciosamente? ¿Qué vamos a hacer con todo eso quera tan tuyo, tan parte de ti? ¿Cómo va a ser que vaya a casa y ya nunca más estés? ¿Cómo va a ser posible que tu panza, tu bastón y tu cara alegre no vuelva a esperar la salida de sus nietos del colegio? ¿Quién va a sacar el coche-car a Pablo y Mateo?

25 días. 25 largos días. Sólo 25 días han pasado. Joder, papá, no me lo puedo creer. Mira que amenazaste muchas veces en esos golpes de rabia tan tuyos, tan mío, con irte de casa, por creerte inútil, incomprendido, porque no te hacíamos caso o pensábamos diferente, como aquel duro día en el que hablamos sobre la compra del apartamento en Punta Umbría. Mira que amenazaste y ahora te vas sin poder decirnos nada, sin poder despedirte, de la forma que menos querrías, que menos hubieras pensado ¿cómo íbamos a pensar esto hacen tan sólo 25 días, en estos largos 25 días?

¿Cuántas lágrimas caben para llorar todo lo que nos quedó, todos los mañana, todos los planes que creímos que podían esperar? 

¡Cuánto tiempo perdido pensando en futuro! Quizá nos bastara sólo un día más. Sólo un día. Volver a aquel 25 de marzo o la semana después y aprovecharte. 

https://www.youtube.com/watch?v=6KcNPGRrURU


miércoles, 27 de abril de 2022

Despedida.

 Odio el olor de las flores, el suave mecer de las ramos con el viento. Odio este sol cálido de verano, la sombra de la paz de las nubes, el trasiego tranquilo de coches, las charlas en la esquina, los gritos en la puerta del colegio, esas caras felices. Odio el teléfono, los mensajes, las llamadas, odio este dolor, llorarte cuando aún no te has ido. Odio que todo siga igual, que nada cambie, que el mundo camine impertérrito, inalterable. Te mueres y todo sigue igual. El mundo se detiene de golpe, no tengo percepción del tiempo, no he sabido reaccionar, he tardado en romper a llorar. Odio llorarte cuando aún no te has ido. Odio todas las veces que no te escuché, que no hablamos. Odio esa sensación de incomodidad y preocupación que no supe romper, no poderte decir que estoy bien. La ciudad pasea ajena a todo. 

Recuerdo el último beso que nos dimos. Si hubiéramos sabido que era el último beso. Todavía te veo alejarte hacia el coche en la plaza de Céntrica. Todavía recuerdo los mensajes que parecían poco importantes, poco graves. Aquella noche de jueves y mi rabia. Aquella tarde de sábado y tu miedo en los ojos. Tus ojos, esos ojos pavorosos. Y no ser capaz de decir nada, de decirte nada. Todavía recuerdo cuanta paz había en tu cuerpo tranquilo mientras, sin saberlo, esperaba la muerte que aún esperas. Te pusieron globos para felicitarte por tu cumpleaños. No queríamos que fuera el último. No me negaba a pensar que fuera el último, que no hubiera después un día en el que saliéramos a celebrarlo, a celebrar la vida, a disfrutar de tu gran familia, de tus nietos y nietas. Ver esa sonrisa y carcajada que te salía con sus travesuras en tu cara despoblada. Tus esfuerzos porque siguieran subiendo a tu maltrecha y dolorida pierna. 

Qué decirte, papá. Todo ha pasado tan rápido y a la vez tan lento. Tan imprevisible. Tan difícil. Tan esperanzador y a la vez tan doloroso y desesperante. No lo veía venir. Esperaba el mensaje de Raúl como una rutina, su voz triste y resignada, apesadumbrada, diciendo que todo seguía igual, que no mejorabas, que no pasaba nada, que era sinónimo de que, al menos, algo seguía pasando. Hoy creía que sería un día más de esos, aunque el miedo nos atenace al escuchar el teléfono, al ver el audio de whatsapp. Mientras Raúl sufría escuchando las noticias, sacaba fuerzas para contárselas a mamá y trasmitírnoslas a nosotros, lo nuestra era impaciencia pero también terror y rutina. No lo veía venir, no esperaba que hoy llegara una noticia tan funesta. Esperaba que fuera un día más, otro que tachar del calendario, un día más de vida y no uno menos. 

Qué decirte, papá. Ojalá pudiéramos tener una última charla en tu sofá, ver Pasapalabra o las telenovelas, cambiar rápidamente el informativo de A3, hablar del coche, del último rozón que le hiciste, de no dar parte al seguro, de que has estado colocando la cochera. De esas conversaciones aparentemente intrascendentes y que hoy dejan un silencio y un vacío insoportable. Ojalá pudiera besarte y decirte que vamos a estar bien, que todo va a ir bien, que me encuentro bien y que te quiero.

Te siento tan frágil, tan lejos y a la vez tan cerca. No nos hemos dicho muchas veces te quiero. Hay veces que las palabras no son necesarias para decir lo obvio, aunque te arrepientas de no haberlas pronunciado. No sé qué cambiar del pasado, habría tanto.  Ojalá me escuches en sueños o tus últimos pensamientos sean generosos y sinceros. Hay mucha gente fuera que te quiere, a la que has dejado huella, que no te olvida, a la que le duele tus últimos latidos, tus últimos soplos. 

Qué decirte, papá. No estoy preparado para despedirme, para todas las despedidas que nos quedan. No estoy preparado para volver a entrar en casa, ni en esa cochera que cuidabas al detalle, ni el piso de Punta Umbría, ni en cada espacio que compartimos, esos lugares en los que sigue tu sombra sentada al fresco. ¿Cuántas despedidas nos queda si todavía no nos hemos despedido?

Te quiero, papá. Siento no haberlo dicho más o si no lo demostré lo suficiente. Te quiero, papá. 


sábado, 23 de abril de 2022

El Mundial 82.

 Hoy pasado por el Mundial 82. 

¿Te acuerdas? Aquel era el campo grande, el de los grandes partidos, el que hacía los sábados aún más diferentes. Te he recordado ahí en la banda, cuando todavía no había gradas, junto al padre de Quique y Luismi, viéndonos jugar. Tú, que hasta hacía poco te enfadas porque siempre estaba viendo fútbol en la tele, que aborrecías el balompié, que nunca habías mostrado ningún interés, no te perdías ningún partido.

Por temprano que fuera, por lejos que estuviera, ahí estábamos los dos montados en el Renault 19 Chamade para ir al campo de fútbol: yo, a jugar. Tú, a mirar con una sonrisa siempre en la cara. 

Hoy, aquel campo de fútbol de enormes dimensiones, donde a veces no había agua caliente en las duchas, donde llené mis medias y espinilleras de barro, donde charlabas mientras jugaba, es un escombro más de Plasencia. Un campo descuidado donde crecen malas hierbas y se acumulan mugre y desperdicios en el graderío techado del que tanto presumieron a construir. O el césped que fue fruto de la gestión de un club. Hoy, es una instalación más abandonada por federación y ayuntamiento. Con lo que ese campo fue, con lo que vivimos tú y yo ahí. Lo veo, tan cerca del hospital, y pienso en ti. Todo me recuerda a ti. Es inevitable.

Una foto de Facebook celebrando el día del padre o tu cumpleaños, no sé muy bien; tu cara junto a la de Mateo en un festejo familiar en el Dulce Chacón; la plaza y una comida familiar de esas de las que tanto disfrutabas, esos días en los que presumías de una familia unida, aunque tengamos nuestras diferencias; tú y mamá con lágrimas en los ojos viendo a tus nietos y nietas escenificar vuestro primer encuentro y vuestra boda 50 años después; las terrazas del Sirimiri donde aún no tengo ganas ni fuerzas para sentarme y ver a Candela, Mario y Mateo jugar mientras esperamos el refresco y la tapa que tardan en servir... Todo me recuerda a ti. No sales de mi cabeza. Me apetece volverte a ver, aunque deteste la idea de verte ahí dormido, sin poder hablar, sin poder contarme lo que has visto en las noticias, aunque no case totalmente con la realidad. Queda tan vacío el butacón del salón sin ti en él. Ahí tanto vacío en todo lo que veo. Hoy me he acordado de ti, de lo orgulloso que venías de tu nieto porque había metido un gol en el primer partido de balonmano que le veías. Hoy ha sido el capitán. Te hubiera encantado verlo, tan feliz, tan pequeño, tan grande. Quedaba un hueco para ti a nuestro lado. Había tanto silencio alrededor. 

No sé cómo animar a mamá, si no yo tengo ánimo para nada. Parecerá una bobada, pero echa de menos las discusiones, tu erre que erre, tus enfados con Carlos, tus ratos en la cochera, tu inquietud por moverlo todo, tu interés por un coche nuevo ¿te acuerdas que nos tocó lo echado en el sorteo del Padre de la lotería? El otro día lo fui a cobrar, como un pedacito más de ti que se me escurre por los dedos.

Se hace eterna la espera. Siento que llegas tarde, como aquella noche que venías de Puigcerdá, cuando aún no había móviles, ni autovías y cada minuto era una agonía. Como cada vez que esperábamos en la calle San Antonio a oír el motor del coche, a que lo reconociera la Lassie. Ojalá fuera como entonces y aparecieras nada más salir al balcón a mirar cuando mamá se impacientaba.

Hoy he pasado por el Mundial 82, ¿te acuerdas de aquel partido de liga contra San Calixto? Si hubiera  metido aquel gol, si el pie de Gabi no se hubiera puesto en el camino ¡Cómo se iluminaba tu cara cuando me veías jugar! ¡Cuánta luz falta! Ojalá pronto salga el sol. 

jueves, 21 de abril de 2022

Corrupción

 ¿Cómo frenar a la extrema derecha? Es una de las preguntas del momento. Cómo frenar el auge de programas y de una sociedad que abraza mensajes contrarios a la inmigración, la libertad sexual, la igualdad de sexos, la distinción de la violencia de género y machista como una realidad palpable y cuantificable o contra la distintas creencias religiosas.

¿Cómo frenar a la extrema derecha? El primer paso para frenar a la extrema derecha y que no calen falsas soluciones de argumentario simplista e irreal está en construir un estado democrático mínimamente decente, justo y transparente. Y no lo tenemos.

La corrupción es una parte indisociable ahora mismo de nuestra actualidad. De nuestra política, de muchas organizaciones, de la sociedad en su conjunto. Lo vemos cada día en las noticias con diferentes informaciones en ámbitos, a priori, alejados entre sí. Y la corrupción institucional y política se alimenta y sobrevive de una sociedad corrompible. Para alcanzar una sociedad corrompible se necesita crear un estado de impunidad, desigualdad y precariedad, y los tres condicionantes se dan o parecen darse en España.

La impunidad es la primera de las patas en las que se apoya la corrupción y la sociedad corrompible. Tener la creencia (y la certeza) de que los posibles perjuicios van a ser mucho menores que los beneficios a conseguir. Y no sólo eso, tener la creencia (y la certeza) de que el riesgo de sufrir esos perjuicios es ínfimo, y cuando más cerca estés del poder, menor será el riesgo. 

Socialmente tenemos asumido que es más fácil recibir una multa o una sanción por una pequeña trampa, que se persigue con más recursos (así lo dicen los datos de Hacienda) los pequeños delitos que los grandes fraudes. Esto lleva a una situación que seguramente les sea familiar: una gran explosión de indignación al conocer los grandes casos de corrupción, pero efímera y una actitud, a la larga, más de envidia que de rechazo hacia la corrupción y los casos de trato de favor. O lo que es lo mismo, primar las relaciones de poder sobre el trabajo bien y legalmente hecho. Al mismo tiempo que denostamos comportamientos, no es extraño aceptar según qué cosas para estar cerca del poder, para algún día ser parte de esos beneficios, ser la persona que se aprovecha de la situación mirando para otro lado. 

Así se mantiene la corrupción, con una sociedad corrompible que toma esta vía sabiendo de la impunidad existente y de las dificultades de crecer (económica y laboralmente) desde un comportamiento más honesto. 

Honestidad. Qué fácil es hablar de honestidad y valores, de integridad desde un texto, desde un púlpito o desde la falta de problemas. Ahí llegan las otras dos patas del banco: desigualdad y precariedad. Creo que todo el mundo sabe qué cosas ha tenido que callar o podría haber callado para tener ciertos beneficios o, al menos, no tener problemas. Pero no todo el mundo tiene las mismas posibilidades para elegir los problemas. Desigualdad. Relaciones de poder, de sumisión impuesta e inevitable. Y precariedad. Trabajos precarios, salarios bajos, puestos laborales inestables. La dificultad e imposibilidad de seguir tus valores, de mantener la integridad y la honestidad ante la desigualdad frente a quien te plantea el conflicto, la contradicción interna, y la precariedad en la que vives que te arrincona y te deja sin más opciones que mirar para otro lado. 

También existe avaricia en muchos casos, pero esa va más relacionada con la impunidad de un país en el que cada día vivimos una tormenta de noticias corruptas, de grandes cantidades de dinero poco transparentes o logrados por trato de favor sin que haya unas consecuencias palpables, tangibles, evidentes. Sólo pagan unas pocas personas. Y siempre hay un vídeo de cremas preparado para quien entorpece el sistema de corrupción, de impunidad, desigualdad y precariedad que mantiene y aviva una sociedad corrompible que asegura el mantenimiento de un poder corrupto y corrompido.

Y mientras el poder sea corrupto y la sociedad sea corrompible y trata de sobrevivir en base a sus intereses particulares, renunciando a valores y honestidad, crecerán y calarán los mensajes de odio y de extrema derecha. 

lunes, 18 de abril de 2022

Sentado en un banco

 Me he sentado en un banco, a la sombra, a respirar, a esperar, a esperarte.

Te veo llegando con tu bastón, algo asfixiado, con una sonrisa en la boca, secándote con un pañuelo de tela el sudor de tu frente. 

Hablaríamos poco, vaguedades sobre cómo ha cambiado el tiempo, como hemos pasado del granizo al calor, maldecirías al PP, hablarías de la última ocurrencia de Pablo, con esa cara tuya de preocupación que te he instalado desde hace un año, que creció hace un mes. Te ofrecerías a llevarme, a ir al colegio a por Candela, Mario y Mateo. Charlaríamos de Mateo, de su espontaneidad y locura, de esa cabezonería tan tuya, tan nuestra. 

Te he creído muerto y he sentido tu recuperación. He tenido miedo y una cierta paz, he odiado la esperanza por temor a que no se cumpliera, te recuerdo a cada instante tras el cristal, luchando tan calmado. En la puerta del quirófano, con los ojos helados.

Cada hombre que veo en la calle me recuerda a ti. Paseando por la Isla, por los Patos, sentado como yo ahora en un banco. Tu pelo ya canoso, tu barba bien afeitada. Recuerdo cuando aún estaba poblada y llevabas a Patricia de tu brazo hacia nuestro altar. Esa es la imagen en la que más te recuerdo. Ese halo de felicidad, el verdor a tu alrededor, el ruido del río, Patricia blanca y harmoniosa, más que una nuera, una vida entera detenida en ese justo instante.

No soporto el silencio. La oscuridad que se cierne en casa, el rostro sin sonrisa de mamá, la tele apagada. No soy capaz de ver Pasapalabra o Saber y Ganar. 

¿Quién me va a hablar de los magníficos? ¿Quién va a llenar de palabras el vacío de los paneles? ¿Cuándo vas a volver?

No sé ni llorar. He olvidado cómo se hace. Tengo un nudo que me lo impide. Me gustaría abrazarte, no he sido lo suficientemente hombre para hacerlo más veces, para darte besos de verdad y no esos que caen casi por inercia. 

¿Cuándo vas a despertar? Te queda tanto por celebrar. Odio los motivos que nos dimos y que parecían insalvables hace un año ¿qué hay más importante que celebrar el amor, la familia y el seguir vivo, por muchos achaques que nos atormenten y persigan?

Te estamos esperando, papá.

viernes, 15 de abril de 2022

77

Quisiera creer en tu Dios

Pedirle clemencia 

O explicaciones.

Quisiera creer que todo depende de Él 

De un ser superior y justo 

De una divinidad que decidirá tu futuro 

Y no tu final.

Quisiera creer que la vida está en sus manos

En su misericordia, en su poder y decisión 

Que hay alguien a quien rezar

Que escuche nuestras súplicas, tu corazón 

Nuestros ruegos y razones.

Hoy quisiera creer en tu Dios

Aunque fuera para negarle 

Para odiarle durante unos instantes

Para arrojar toda la ira y la incomprensión 

Todo el dolor y el llanto, 

Todo el amor contenido, detenido 

Helado.

Quisiera creer pero no creo

Creo en ti, en tu fuerza, en tu insistencia 

En tu cuerpo tendido, dormido, calmado

Con esa apariencia de paz 

Que hay detrás de tu guerra.


lunes, 11 de abril de 2022

Pandemia.

 Pasear por el hospital, escuchar sus silencios, ver las caras pálidas, el terror, el miedo, la impaciencia, la impotencia. El gesto intranquilo, las manos que tiemblan, miradas perdidas, un ruido continuo que lo hace todo más molesto, una luz tenue y difusa, como el preludio de malas noticias, de una espera inacabable. 

El rostro del personal médico, su gesto pausado, su voz firme y amable, elegir las palabras exactas.

El miedo a que suene el teléfono. La esperanza de una llamada, la desesperación si se produce. Su cara de miedo, blanco, buscándonos con los ojos. Ese brillo de pavor. Los besos al aire. El silencio que se produce instantes después. Suspirar, caminar a ninguna parte. Tanto dolor. El odio que se apodera de ti. La impotencia, la culpa, la ira. Tanto dolor encerrado en un edificio, invisible a los ojos del mundo, olvidado ya, una rutina que pasa inadvertida, silenciada. La sonrisa que aparece tras la mascarilla. La lágrima que se contiene en compañía de muchas soledades.

viernes, 8 de abril de 2022

 Nunca me sentí tan inútil como ayer, tan impotente, tan frágil y vulnerable, tan incapaz. 

martes, 5 de abril de 2022

Odio.

A veces me siento solo. 

A veces me siento estúpido.

A veces me siento apartado.

A veces odio este mundo que se empeña en odiarse.

Odio la ira, la envidia, el egoísmo, la mentira, la hipocresía, los prejuicios, el racismo y el machismo, la xenofobia y la transfobia. Odio tanto odio, la falta de escucha, de empatía, el exceso de verbo, la ausencia de silencios, de abrazos, de miradas. Odio la soberbia, el paternalismo, la condescendencia, el insulto, la guerra, la injusticia. Odio la intolerancia, las presiones, los acosos. Odio las prisas, olvidar la vida, la avaricia.

Odio odiar tanto.

viernes, 1 de abril de 2022

Futuro incierto.

 No sé explicar lo que siento. Siento miedo, siento dudas, siento inseguridad, me siento como siempre pero a la vez me siento contenido por todos los otros sentimientos. Me siento cobarde, dubitativo, impaciente, con la necesidad de que otras personas den un paso por mí, con la urgencia de respuestas y avances, con un temor horrible a dar esos pasos. Tengo que pedir la discapacidad, no sé que va a suponer eso, no sé qué vendrá ahora, no sé cómo será la conversación con la empresa, no sé qué ocurrirá en la cita con la inspección médica, me bloqueo a la hora de pensar, de escribir lo que pienso. Quiero que todo sea normal, volver a trabajar, coger el coche e ir a dónde sea, no tener miedo cuando me despierto de golpe por la noche, poder llorar, abrazar a Patricia, no sentirme un estorbo, cansado y apagado. Que no me duela la cabeza, que no me maree, que cualquier cosa que me pase no la asocie a algo que hace 14 días no sabía que tenía. 

"Las personas con epilepsia son más propensas a tener problemas psicológicos, especialmente depresión, ansiedad y pensamientos y conductas suicidas. Los problemas pueden ser el resultado de dificultades para lidiar con la afección y de los efectos secundarios de los medicamentos, pero incluso las personas con epilepsia bien controlada tienen un mayor riesgo".

No sé si es motivo de consuelo o de preocupación, quizá, como me han dicho, la medicación para la epilepsia también ayude a solucionar o minimizar los otros problemas. De momento, la ansiedad ha crecido y hay días muy oscuros, de tanta oscuridad que prefería un desenlace fatal el día de la crisis. Sé que no es un pensamiento real, que no es un deseo, que es más bien un mecanismo de escape, la fórmula que tengo para dejar de pensar lo que pienso y me deje de afectar. La pena para paliar este inevitable miedo que tenemos y que me atenaza e inmoviliza. A veces, sólo quiero que mi cabeza deje de pensar, tan sólo eso, que pare. 

También odio no poder conducir. No poder ir a recoger a Candela, Mario y Mateo, ni llevarlos a baile o escalada, ni planear una escapada o hacer una propuesta que sea para mí en solitario, tener que depender de alguien en una región en la que las comunicaciones públicas son un desastre. Si quiero ir a Cáceres para mi revisión el miércoles, que es a las 9.40hs, yendo en tren necesitaría hacer noche allí y comer allí. Dos trenes de ida y dos trenes de vuelta, en un recorrido tan común como el que une Plasencia y Cáceres. En autobús hay más opciones, pero bastante caro y también me obliga a hacer noche en Cáceres.

¿Es o no para estar enfadado con cómo han gestionado y gestionan esta región?