domingo, 30 de mayo de 2021

2026

 Hola, Iván. No te asustes. Soy yo, es decir, soy tú, pero 5 años más viejos. Me han seguido saliendo canas una vez superada la ansiedad y la depresión, así que no le des mucha vueltas a eso. Y no hagas caso a tu primero José, no está avanzando la calva por la coronilla. Es una chorrada pero igual te tranquiliza.

Te escribo para decirte que estoy bien. Todavía tomo pastillas (no tantas como tú), todavía necesito alguna, pocas veces las uso ya para dormir (y Mateo ya no grita a media noche), pero aquel inexplicable miedo, aquellas ideas que te atormentan, los temblores y todo lo demás que te hacen sentir un ser distinto al que no quieres ni comprendes, pasó. Fue duro, pero pasó. Fue lento, pero pasó. Yendo día a día, a pequeños pasitos, a pequeñas metas. 

Ya no vivimos donde estás tú leyendo esta carta, de esa casa de la que tanto te costaba pensar en irte mientras Patricia planeaba todo lo que hacer cuando llegase el momento de mudarte a la casa de Rosi. Ya estamos aquí. Como siempre, Patricia dio el empujón al que nunca te atreves, y salimos de la madriguera. Te escribo desde aquí, donde tengo un pequeño despacho (no sé si llamarlo así)... Un lugar donde puedo escribir y montar. Fue difícil, porque había muchas heridas por curar, sangre por rozaduras y el camino era tenebroso e incierto. Yo sé que ahora no ves el camino. Sólo tienes que dar los pasos que puedas y necesites dar. Sin prisa. 

Lo primero que yo hice, que tú harás, fue hablar con Patricia. Pero hablar, contarle todo la verdad. Y callarla con calma cuando empezaba a no escuchar. Fui egoísta (lo serás) pero era la única forma de ser generoso. Pedirás espacio, soledad, tiempo libre, le dirás todo lo que te duele, no sólo en esa conversación, todo los días, hasta cuando no te salgan las palabras. Lo harás. Y ella te va a abrazar y te va a dar todo lo que necesitas, aunque le duela, aunque su espalda no aguante más. Lo hará. Y caminará contigo. A veces, a tú lado. Otras muchas, sólo mirándote andar. 

Hoy está ahí sentada, jugando a nuestra vieja Wii (sí, todavía la tenemos) con Mateo, que ahora es el que no la suelta. Mateo está bien, es feliz. Le darás lo que necesita dentro de lo que puedes dar. Y a cada pequeño paso tuyo, gritará, pegará y chillará menos. Ahora es un niño listo y activo, que corre y juega. No se ha decidido por deporte o actividad alguna, pero no para. Duerme mejor y ya no necesita que te acuestes con él. Y tú tampoco. Esa paz ya reina por toda la casa.

Mario sólo te necesita a ti. Sé que te mata no poder ser el Iván que eras, que te escondes en el móvil para que nadie vea tu ansiedad, pero pronto vas a tener la entereza suficiente para no hiperventilar, para dedicarle, aunque sólo sean ratitos, exclusivos a él, y exclusivos a Mateo y también exclusivos a Candela, que es lo que más echas de menos. Toda la rabia que tiene Mario es por no saber llevar tu ansiedad y tu ausencia. Con Versus aprenderá, y tú también. Mario siempre te ha enseñado más de lo que tú le pudieras explicar. Es el espejo en el que más te reconoces y del que más aprendes porque es cómo mejor te ves por dentro, desde fuera. Por cierto, Escu sigue dando la brasa diciendo que es el nuevo Alberto Ginés, que tiene muchas cualidades y no sé qué otras cosas que sigo sin entender. Él disfruta escalando como el primer día: ríe, mira, observa, aprende, pregunta, ayuda y lo intenta y lo vuelve a intentar. No piensa en más que en disfrutar. Y en sus notas. Eso no creo que haga falta que te lo diga.

De Candela no sé ni qué contarte. Con esa mirada cándida, con ese cariño que desprende, pasa ahora su adolescencia. Es la misma bailarina de siempre (se le pasó lo de los caballos), el cambio al instituto la tiene motivada. Saca buenas notas y sigue siendo la cuidadora de toda la familia. De Phoebe, de sus hermanos pequeños (que no lo son tanto) y de ti. Duerme con ella cada noche que puedas. Te curará. Son pequeños instantes de felicidad que rellenan los huecos de tanto vacío y abandono.

No he hablado del trabajo. Fue quizá lo que más costó. No te engañes. Sabes que lo querías dejar pero lo sentías como una derrota enorme, no personal, sino social. Como caer después de todo lo luchado para que acabara haciéndose todo lo odiado sin oposición. Entenderás que ese pasó lo tienes que dar. Hoy ya sabes que no puedes volver ahí a trabajar. Que no es que no valgas, que no te merecen y que la gente merece otra información, "otra forma de hacer deporte". 

Nos va muy... No nos podemos quejar ¿esa idea que te ronda por la cabeza? Fue costosa, quizá no alcance hoy la plenitud de todo lo ambiciosa que era, pero es lo que querías: periodismo deportivo, información paritaria, hombres y mujeres por igual y un amplio seguimiento a las más importantes competiciones. A veces, yendo. Otras, desde casa. Falta mucho para llegar a ser un referente, pero tenemos suficientes suscriptores para mantener el salario de María y tuyo y pagar cuando contratas colaboraciones. Sí, están todos los nombres que te puedas imaginar y alguno más. Canal Extremadura era un ente insoportable y poco a poco, se han ido subiendo a un tren en marcha. No, AVE seguimos sin tener por Extremadura. 

Por cierto, el periódico digital (e inicios de radio) no llegó sólo. Tuviste que tener un sueldo seguro antes. Hablarás con Dani, hablarás con más gente, editarás (falta mucho para eso) y tendrás un dinero que dé cierta estabilidad. No es lo único que te espera. Tendrás otros pequeños trabajos temporales para poder ahorrar y poder ahorrar y poner en marcha el proyecto. Con el portazo que darás en la puerta del canal no esperarás que te den finiquito... Pero ahí estarán papá y Raúl para ayudarte, y Carlos para darte lo que no tiene. Y Patricia, para decirte "adelante", aunque tenga más miedo que tú de que salga más. Pero sabe que no saldrá mal. No escucha tus programas, no escuchaba tus reportajes, pero sabe que eres bueno en tu trabajo y se comerá todas sus dudas y temores y te apoyará. Abrázala, ella también tiene ganas gritar, de desaparecer y de llorar. 

Iván, ya estás bien. Sólo te hace falta tiempo. 

Carta a un amigo.

 Querido amigo. No sé bien qué decirte. Me gustaría hacerte alguna recomendación, escribirte algo que realmente te valiera, pero sé que actualmente nada para lo que pasa por tu cabeza, que no existe nada que no sepas ya tú pero que aún así no consigues controlar. Sólo te puedo decir que estoy aquí. Que te miro, te observo, estoy contigo, me callo y te escucho, si quieres hablar, aunque sé que no vas a querer hablar, que no te vas a atrever a coger el teléfono y llamarme. Yo hacía igual. Pero me servía mucho saber que había gente ahí escondida dispuesta a entender y espero que a ti también.

No sé bien que recomendarte, porque la vida lleva un ritmo distinto al que nos gustaría que llevase. Llora, llora todo lo que haga falta. Y pide abrazos, que no te dé vergüenza. Abraza a la gente que más quieres, a la que tienes más cerca y llorales a los oídos. Ojalá pudieras hablar y verbalizar todo lo que sientes, todo lo que sufres, pero sé que no salen las palabras, que tiemplan, que ha nacido una extraña desconfianza. Lo mejor es hablar. Y si no puedes hablar, escribe. Desde el dolor más puro, escribe, sólo para quién más confía, pero que sepa toda la verdad y todo lo que necesitas. Y pide, porque todo irá mal, y no será culpa tuya pero te vas a culpar. Ahora, lo primero es tu salud y nada se puede anteponer ante eso. Pide, vete solo sin pedir permiso, habla, explícalo, necesitas más libertad. No es egoísmo, es necesidad. Sino, te ahogas y todo te molesta, te desquicia, te atolondra. Nada tiene sentido, ninguna conversación te interesa. Por eso sal y está sólo dónde quieras estar. Ya pasará, ya habrá tiempo de recomponer el dolor que se siente y que sienten por ti, pero ahora eliges tú. Y, con esa empatía que te caracteriza, déjalo claro porque, hagas lo que hagas, te vas a sentir mal, vas a sentir que fallas: a alguien o a ti. Y lo primero es quererse a uno mismo para que el amor pueda ser igual que antes. 

Te recomiendo todas las cosas que necesito pero no me atrevo a hacer. Pero coge el control de tu vida, de lo que necesitas, sin dejarte, saliendo un ratito todos los días, no permitiendo que haya más oscuridad de la que llevamos dentro, pero a tu ritmo, que ahora es otro. Ahora somos como bebés, aprendiendo a caminar, sintiéndonos torpes, asustándonos, sintiéndonos solos cuando un abrazo tarda en llegar, incapaces a veces de coger la cuchar, de andar. A tu ritmo, queda claro que tienes que hacer las cosas a tu ritmo y que vas a ir más despacio que los demás y que el reloj y las prisas tienen que esperar.

Y pide ayuda. Habrá noches terribles, mañanas dolorosas y pensamientos como sombras de buitres, cuervos y cipreses. Llámame. Cuando pienses en eso, llámame. Llama a quien quieras pero llama, aunque no se lo vayas a contar, aunque sólo sea para llorar, para decirte que te sientes fatal. No te culpes por pensar en ello. Sólo llama como lo harías si hubieras tenido un grave accidente y te vieras desangrándote, atrapado y sin salida, en un coche. Llama, cuenta lo que puedas y pida ayuda. Y no te sientas culpable por pensamientos que no dominas, que no son tuyos. 

Yo tampoco me reconozco. Espero que poco a poco vea el mismo reflejo de antes al mirarme al espejo. De momento, no mires al espejo. Anda más despacio, haz las cosas a tu ritmo, llora y estate triste e intenta hacer todo aquello que te sienta ser útil y decente, aunque para eso tengas que restar horas a tu familia y te coma la culpa y la incapacidad. No es así. Haz aquello que te haga feliz y el tiempo que estés con tu familia será más feliz dentro de esta tormenta que parece no tener final. Lo tendrá.

Un beso fuerte. Cuando quieras, me llamas y nos tomamos un café. Como no lo vas a hacer, ya te llamaré yo. No me importa si me dices que no. Lo entenderé. Te quiero.

Fragilidad

 El mundo no para y yo no sé caminar.


miércoles, 26 de mayo de 2021

Agarrotado

Soy un bebé. 

Un bebé que quiere dormir acurrucado, agarrotado, sin querer salir de su cuna nada más que para estar en brazos.

Soy un bebé.

Un bebé que piensa, respira, mira y tiembla para dar su primer paso.

Soy un bebé.

Un bebe que llora cuando se siente sólo, que se paraliza ante el miedo, al que sólo le consuela el pecho.

Soy un bebé.

Un bebé tembloroso, que cree que se va a caer al siguiente paso, que se para, se sienta y cierra los ojos.

Soy un bebé.

Un bebé que no sabe hablar, que confunde las palabras, que solo quiere cerrar los ojos y dormir.

Soy un bebé.

Un bebé que no necesita tu mano, sino tu abrazo. Que no necesita que tires de él sino que confíes.

Un bebé que tiene su propia forma de hablar, el momento de ser escuchado, Que se siente indefenso cuando preguntas, preguntas y preguntas y no está preparado.

Un bebé que llora porque no sabe responder. 

Soy un bebé.

Un bebe que necesita que estés con él, no que le acompañes. 

Un bebe, frágil, a punto de romperse, lleno de heridas, que se desangra por rasguños, que necesita ser escuchado. Que no sabe decir lo que necesita, pero lo necesita.

Soy un bebé.

Un bebé al que con el tiempo, con paciencia, con mucho esfuerzo, amor y trabajo pronto aprenderás a saber lo que le pasa sólo con el tipo de llanto.

Soy un bebé. Creceré, pero ahora soy solo un bebé.

"Silencio, tanto silencio

y yo olvidando todas las palabras
para curar tu lengua mutilada
y yo olvidando todas las palabras
y yo olvidando todas las palabras

De tanto callar, me fui perdiendo
olvidé decir, lo que sentía
y así silencioso, me hice viejo
en apenas unos pocos días"

https://www.youtube.com/watch?v=fBPGVZnStW0

lunes, 24 de mayo de 2021

Mi rincón de paz

En medio del saludo entre el sol y la luna; sintiendo el rumor del viento acariciando las flores, el frescor del atardecer coqueteando con mis piernas; ante la única mirada de gatos silvestres, que no salvajes; alejado del ruido y la rutina, con el único cantar de cencerros y pájaros, acompañado por los colores de los insectos, junto a vacas, canchos, árboles, agua tranquilas y hojas que no saben de mentiras, envidias, odios, rencores, violencias ni machismo; soñando con mi “último acto de rebeldía”; rememorando esos pocos ratos en los que me siento “So happy”; escuchando tus te quieros desde mi refugio.

domingo, 23 de mayo de 2021

Un día inolvidable.

Era un día difícil. Desde la mañana lo noté. Tenía que desbordar todas las recomendaciones de mi psicóloga, tenía que afrontar retos para los que no estoy preparado, tenía que controlar mi ansiedad, mi miedo, mi cabeza en un entorno que me hace feliz y al mismo tiempo me trastoca y golpea.

Tenía que hacer todo eso. Y desde primera hora lo noté. No ayudó que Mateo se despertar a las 7 de la mañana. Mi cabeza pide más descanso y el no poder descansar con el cuerpo "drogado" duele aún más. Aguante como pude. Sus demandas, su continua necesidad de atención, su desesperación por estar conmigo y hacer cosas. Su niñez, tan normal, tan habitual, tan adorable que se está viendo rasgada por mis problemas. Fue duro desayunar. Pude tomar un respiro y tener calma, hacer las cosas con calma. Manejar la situación y hacer las cosas despacio, muy despacio, mientras Patricia y Candela estaban en la peluquería. Afrontar con serenidad el ir a por un cinturón que luego no sirvió. Mantener la calma en momentos de lógicos nervios. Pude desconectar de mi cabeza. Había prisa, pero para conseguir eso todo lo hago muy lento.

Cuando llegamos al restaurante, mi cuerpo no quería salir del coche. Necesitaba unos minutos de soledad, pero no lo podía hacer. Yo agradezco la buena voluntad, el enorme cariño que recibo, los consejos bienintencionados y con todo el amor del mundo, pero no sé cómo explicaros que es algo que no puedo atajar, que la cabeza va por otro lado distinto al de la razón.

Es difícil fingir una sonrisa, saludar, intentar ser amable, no huir, no llorar, cuando tu mente te pide todo eso pero quieres a esa gente con la que te juntas y con la que deseas celebrar un día especial.

No me acuerdo casi del pincho. Busqué estar en grupos reducidos, en los que más conocen mi situación y utilicé a Mateo de escudo. Él no se separaba de mí, como si lo supiera, y yo me escondía tras él. Más o menos funciona. No respiraba bien, no podía hablar casi con nadie, me costaba levantar la mirada, deseaba que la comenzar la comida y la mesa se redujera... Pero fue a peor.

La comida fue... Es difícil. Joder, me encantó estar al lado de Javi y hablar, saber de él, de su recuperación. Me alegró tener a José en la mesa y poder escucharle, verle tras mucho tiempo, ponernos al día. Él ambiente era bueno, pero me superaba. Era demasiado tiempo, demasiada conversación. Tenía el apoyo cercano de Patricia, donde acostar mi cabeza de vez en cuando y apretar mi mano, pero todo fue creciendo. Las conversaciones con José ya eran un calvario, apenas recuerdo lo que hablé con Carlos o Noelia, más allá de algún chiste malo. El ruido de la sala atronaba en mi cabeza, veía a Sara, a Candela, a Julia correr y yo quería ser invisible. Me costaba mantener la paz cuando Mario o Mateo me demandaban. Era feliz y no quería serlo. No os lo puedo explicar. De momento, no tengo herramientas para pararlo.

Tuve que irme. A por un carro que casi no usamos, a recibir los lametones que curaban mis miedos de Phoebe, a tener una soledad en la que respirar, llorar, ir mucho más despacio y coger fuerzas. Y todo fue a mejor. Quizá porque los grupos se fueron hiciendo más pequeños y selectivos, las conversaciones más controladas, la necesidad de fingir era menor. Quizá porque me hacía enormemente feliz ver a Sara, tan loca, tan divertida, tan maravillosa, tan alegre. Sara, Candela y Julia y una sonrisa enorme. Mario sin parar, Mateo disfrutando como debe hacer a su edad. Pablo y su risa de bichillo. Alejandro corriendo con unos en otros. La familia, esa a la que tanto echo de menos. Y yo ahí, mirando, sin mucho más. Hablando cuando quería, huyendo cuando lo necesitaba y mirando como tantas veces, como en la boda de Escu y Mamen, fuera del ruido, siendo feliz viendo a mi gente feliz. 

Fue genial. Al coche se le fue la batería, tuve que estar ausente en buen rato, en un tiempo en el que me hubiera gustado estar pero que, quizá, también me vino bien para frenar y tomar impulso. Fue genial. Hoy sólo puedo dar las gracias y llorar de emoción. De sentirme querido, aunque me duele la mirada preocupada de mi padre y mi madre y no saberles hablar, de casi no intercambiar palabras porque daña demasiado. Pero me hicisteis feliz ayer y me ayudasteis. 

Sara, te quiero un montón. Muchas felicidades. Eres la cordura de la locura al otro lado del pasillo. No puedo pensar en nadie mejor para que Candela crezca alegre.

Raquel, me gusta verte feliz, con esa mirada tuya tan dulce, con esos ojos iluminados por el amro. Hermanos, os adoro. Ya llegará el momento de hablar más. Papá, mamá, perdón, pero me duele demasiado, no soy capaz de verbalizar mi profunda depresión con vosotros y sólo me queda veros reír o pelear con una paletilla desde la distancia. Yoli, no sé cómo, no sé por qué, pero sin hablar me transmitiste mucho cariño y paz. Noelia, respira. Yo sé lo que es empujar a la gente o estallar contra las personas a las que quieres abrazar. Cuenta con la familia, con las amistades, pide ayuda si no eres capaz, si te ves mal. Somos tu familia. 

Patricia, gracias. Gracias, gracias y gracias. Te quiero.


sábado, 15 de mayo de 2021

Mi madre

 De mi madre aprendí

Todo
O casi todo.
Aprendí la sonrisa, la amabilidad
Generosidad
De mi madre aprendí la casa
A ser responsable, a llevar las cuentas,
A hacer hogar.
De mi madre aprendí el barrio,
la cercanía de las tiendas,
La señora Visi, los Vitorinos.
De mi madre aprendi la paciencia,
Aunque fuera puro nervio,
Aprendí el trabajo, a luchar
Y a cuidar.
De mi madre aprendí la entereza
La dignidad, los silencios
Aunque no me sepa callar.
De mi madre aprendí el amor
La delicadeza, la bondad
Y el respeto
De mi madre aprendí la autoridad
Y el cariño.
No hicieron nunca falta voces,
Ni amenazas.
Su voz sosegada era autoridad
Y sus palabras, orden.
De mi madre aprendí a mandar
Con humildad.
De mi madre aprendí feminismo
Y a ser hombre.

jueves, 13 de mayo de 2021

Qué difícil

Qué difícil ser yo sin serlo, equilibrar el obligarme a salir con manejar mis tiempos y quedarme en casa si quiero.

Saber que tengo que cambiar, que hay una parte de mí, de mi forma de ser que puedo cambiar para mejorar y no sentirme culpable de mi propia enfermedad.

Renunciar sin sentir que me rindo, abandonar peleas, dejar de dar voz a injusticias sin sentirlo como una derrota, sin derrotado.

martes, 11 de mayo de 2021

Diario de una depresión.

Hace hoy tres meses y medio que estoy de baja laboral por crisis de ansiedad y trastornos de humor. Hará algo más de un mes que concretaron más el diagnóstico a una ansiedad severa y depresión moderada.

Los síntomas, aunque llevo sufriéndolos años, empeoraron en el mes de noviembre. La precaria situación de la atención primaria me llevó a tener que esperar hasta el mes de diciembre para por fin tener una conversación con la médica de cabecera que llevaba solicitando desde 3 semanas antes. Desde entonces, llevo medicándome.

La medicación ha ido en aumento. Ante la falta de respuesta de salud pública, inicié terapia con una psicóloga de pago a finales de marzo. Aunque la terapia me ayuda, los resultados no llegan. Puedo afirmar que hoy estoy peor que en diciembre y enero. Las dificultades para contactar con mi médica de cabecera, las tardanzas y listas de espera en las citas, el hecho de que la atención sea telefónica lo dificulta y empeora todo. En esta última ocasión, teniendo cita el 4 de mayo, hasta el día 10 no pude ser atendido.

Los síntomas depresivos han ido a más. Las ansiedades se repiten con mayor frecuencia e intensidad en las últimas semanas. La medicación no da resultados favorables o, al menos, no mitiga el trastorno. Me urge una atención psiquiátrica y, en su caso, una medicación más específica que no llega. 

Sigo dedicando cada día mis 20-30 minutos "de odio". Estos 20-30 minutos en el que concentrar todas mis frustraciones, mis miedos, mis inseguridades, mis intenciones, mis iras para que desaparezcan el resto del día. No siempre funcionan.

Tras un fin de semana de relax y descanso, de desconexión y libertad, mi cabeza trabaja peor.

El domingo, después del desayuno en el hotel, tuvo una crisis de ansiedad. Creo que Patricia no se dio cuenta. Sentía culpa: no sé si por dejar a la familia repartida, no sé si por sentirmo bien y feliz. Me sentía culpable, arrepentido, agobiado, con prisas, con necesidad de estar en casa y cumplir con mis tareas. Deseaba ver a Mario y Candela, disfrutar de sus historias, de su alegría, pero fui un fantasma en casa durante horas.

Poco a poco fui superando esa situación y vi en el horizonte un punto de felicidad: felicitar a mi madre y darla dos besos después de tanto tiempo ¡ya está vacunada! Todo fue abrupto: Phoebe tenía una garrapata, no sabíamos que era, nervios, camino a la veterinaria, solución en casa gracias a Javi y Carlos que tienen experiencia y con el asesoramiento del veterinario por teléfono. Todo estaba bien. No me encontraba nervioso ni especialmente alterado, pero lo que era un momento de felicidad y esperanza, se convirtió en otro ataque de ansiedad. No soporto estar con gente, ni con la más cercana. Me produce ansiedad. Me obligo a fingir, a sonreír, a parecer normal. Y me agoto, me agoto hasta que decaigo y desaparezco, hasta que me fundo en el sofá y escondo mi cabeza en el móvil para que no se me vean los ojos, ni se me noten los temblores, mientras la vida sigue tan normal al tiempo que mi cabeza explota de dolor y agotamiento y piensa en escapar, en huir, incluso en morir. Contener las lágrimas, mantener una respiración normal es un sacrificio para evitar llamar la atención mientras la familia disfruta y habla de lo cotidiano, tan necesario en estos días.

Por la noche volvió a pasar. Llevaba aletargado todo el tiempo, ausente. Patricia preparó la cena y yo, sencillamente, no sé qué hice. Hay veces que me pasa. No recuerdo que hice. Creo que duché a Mateo y poco más. Lo demás, es mi cuerpo por la casa y mi cabeza en cualquier otro lugar. Poco a poco encontré la paz. Nos fuimos a la cama, Patricia y yo comenzamos a charlar y todo se oscureció. El corazón latió más deprisa, no podía respirar, las lágrimas salían sin razón, mis manos temblaban, si cerraba los ojos, alguna imagen me despertaba de ese estado catatónico. Así, sin más, porque sí. Temía salir a la calle, me angustiaba la idea de ir al día siguiente a la psicóloga, de ir al colegio y saludar y fingir media sonrisa a madres y padres, tener que hablar con mi médica de cabecera y reconocer que todo va a peor, que no sé qué hacer para mejorar, que nada me funciona. 

Y es que nada me funciona. Nada. El fin de semana conseguí sacar fuerzas para abordar la conversación necesaria con Patricia. Me quiere, me apoya, busca soluciones, lo intenta y lo sufre. Sabía que había cosas que no había dicho, que necesitaba más de ella y no me atreví a confesarlo pero me quedé con lo bueno. Las nubes no tardan en llegar. El lunes, mi mente empieza a percibir todo lo negativo, a entrar en bucle, a encerrarse en ideas falsas, a hacerme sentir inútil, incapaz, un estorbo. A enseñármela como un obstáculo o una víctima. Veo lo peor de mí y de ella. Espejismos. Espejos en los que no me reconozco. Mi cabeza va a mil. Me siento cansado, no tengo percepción del tiempo, no sé qué hago. Hasta que me ahogo. Quería jugar con Mario, lo deseaba tanto... Mateo también me demandaba, Phoebe saltaba y mordía, pero estaba jugando con Mario y todo estaba más o menos controlado, parecía guardar la calma y la paciencia. Y otra vez: mareo, temblores, lágrimas, taquicardia, dolor de cabeza, de ojos, respiración entrecortada... Sólo podía tumbarme y esperar. Fui poco a poco relajándome, encontré ratitos de felicidad, pero soy incapaz de ser yo, de estar activo, de no querer hacer otra cosa que sentarme en el sofá y mirar hacia un lado en el que no pasa nada, en el que no sea consciente de nada.

Hoy me siento peor que hace 4 y 5 meses. Hoy me siento profundamente mal. He vuelto a pensar en el suicidio. Sí, lo pienso. En las últimas semanas, con demasiada frecuencia. Hoy he vuelto a pensar en el divorcio, más bien, en irme a otro lugar. En no molestar, en estar solo. No por Patricia, sino por mí. Porque soy incapaz de dar nada, porque no quiero sufrir ni verla sufrir, porque así podría estar sólo sin que me viera nadie.

Cristina me ha invitado a ir a las catequesis. Lo agradezco. No creo que vaya encontrar en Dios la solución ni mi paz, pero estoy convencido de que no me vendría mal, de que encontraría gente que me aportaría humanidad y bondad. Pero no puedo. He desordenado mi tiempo, se ha esparcido toda la arena y solo soy capaz de jugar con ella con los pies mientras pasan los minutos. Y no tengo valor suficiente para reunirme con gente. No lo soportaría. Lo he vivido. He tenido momentos alegres pero también de enorme angustia en cada una de las quedadas. Ese momento en el que siento que estorbo, que hace tiempo que dejé de estar aunque siga ahí, en el que mis opiniones son prescindibles y aisaldas. Esté donde esté. Esté con quién esté.

Y pienso en el trabajo. No me veo volviendo a trabajar. Me veo absolutamente incapaz. Por miedo, por falta de confianza, de autoestima, por inseguridad, por que no creo en quien me espera, si es que alguien me espera, porque me falta cariño, amor propio, porque me siento inútil y vacío, con poco que aportar a lo que me van a pedir. Porque soy incapaz de coger el coche sin ponerme a temblar. Porque siento que voy a ser incapaz de hablar cuando la luz roja se encienda, no sabré articular y ordenar palabras y sólo saldrá silencio, llanto y una respiración entrecortada. Siempre me acuerdo de aquella presentación del último libro de José, en el que las ideas y las palabras no salían y todo era caos, miradas fijas y ganas de acabar.

Además de esta media hora de odio, la psicóloga me ha pedido que haga un ejercicio en el que me vea dentro de 5 años, ya curado. Pero tenía que empezar por aquí, por este lugar oscuro y ruidoso en el que me encuentro y en el que me he ido enterrando más y más. 

lunes, 10 de mayo de 2021

La esencia del fútbol y ellas.

 Hoy se ha realizado en Mérida el sorteo de la fase de ascenso a Segunda división. La gran apuesta por el público en el fútbol (no en el deporte porque los espacios cerrados han estado sin afición durante meses) ha acabado con la celebración en Extremadura de unas eliminatorias que no sabemos si llegó a pedir alguien más y que traerán a 16 equipos a Extremadura (15, pues el Badajoz también intentará ascender) con sus respectivas aficiones (algunas movilizarán más, otras menos). Habrá estadios en los que habrá o podrá haber , según el nivel 1, 10.000, 7.000 personas. Y la región pretende acoger a esas hinchadas para paliar parte del sufrido tejido hostelero. Bueno, la región no. La provincia de Badajoz: Almendralejo, Badajoz, Villanueva y Don Benito. Mérida, como centro neurálgico de ese cuadrado mágico, no tendrá público pero si “turismo”. Cada cual que saque sus propias conclusiones y opiniones de los riesgos y beneficios que pueda aportar el evento. Iremos viendo.


El sorteo ha sido una excusa para escuchar los discursos propagandísticos de federaciones y del presidente de la Junta. Soy habitual a estos sorteos y nunca había visto un protocolo igual, con el sorteo y el fútbol en un segundo plano. Cierto es que sólo el año pasado hubo un sistema similar con una región como única sede, pero no tuvo la verborrea autocomplaciente de este año.

Más allá del demagogo discurso de Vara sobre lo importante de tener abierta las cantinas en los campos, cuando están prohibidas (no digo yo que sin razón ni con razón) por su propio gobierno, me ha llamado la atención su alabanza al fútbol humilde, haciendo alusión a la difusión que hacemos habitualmente desde Canal Extremadura Radio de las ligas más humildes.

En este caso, es algo en lo que vengo pensando hace tiempo y que hoy, tras escuchar al presidente, le veo más valor.


Desde siempre, hemos dado una atención cuidada y cariñosa no sólo a la tercera división sino también a la Primera y Segunda extrémela, categorías a las que se ha referido expresamente Vara y donde decimos que se encuentra la “esencia” del fútbol. Equipos de “pueblos”, jugadores amateures que dedican su tiempo y esfuerzo a una liga sin lucimiento. El fútbol por el fútbol. No niego nada de eso pero me llama poderosamente la atención que no encontremos esa esencia en la primera Nacional femenina, o en la categoría regional, donde hay jugadoras de diversas edades jugando por amor puro al fútbol, sin remuneración ni reconocimiento alguno, sin atención mediática (ni política) para reconocer esa pureza y sacrificio. Tampoco en otros deportes en el que el anonimato y la sombra es la compañía del sacrificio diario por obtener a veces grandes éxitos invisibles.


La esencia y pureza del fútbol, al parecer, la buscamos y vemos en las ligas masculinas. Ni para eso están ellas. 


Esto me lleva a otra reflexión: la existencia mayoritaria de este tipo de ligas para los hombres (primera y Segunda extremeña, liga Diputacion de baloncesto, incluso en balonmano). En estos torneos encontramos una media de edad muy superior a la que hay en las citadas competiciones femeninas. Gente joven en muchos equipos pero también veteranos, de más de 35 años, 40 e incluso mayores, algo que no se ve con igual frecuencia en mujeres (no hay tantas ligas de veteranas).

Esto nos muestra como el deporte sigue siendo algo asociado a lo masculino, una puerta muy cerrada para ellas, que abandonan antes, no solo en la adolescencia, también después de tocar o rozar la profesionalización. Cuando se convierte en ocio que compaginar con otras tareas, sigue siendo ocio casi exclusivo masculino y ellas encuentran esos espacios en deportes individuales o en pareja que abarcan menos tiempo.


Ojalá todo cambie, el ocio también les pertenezca a ella y empecemos a ver la esencia y pureza del fútbol en las humildes ligas que disputan las mujeres.

viernes, 7 de mayo de 2021

Apatía

 Es este dolor de cabeza, este estado de confusión.

Es este temblor de manos y de piernas, esta opresión en el pecho.

Es este dolor. Y las ganas de llorar.

Es esta sensación de mareo o de desorientación. 

Es el dolor de ojos, esta falta de sueño y de sueños.

Es una pesadilla constante, no saber si duermes o estás despierto.

Esta obsesión mía por querer hacerlo todo mejor,

por pensar que todo está mal.

Es este arrepentimiento continuo, este no dejar de pensar.

Es el ruido que me debora, el corazón que se acelera, la vida que no se detiene.

Es esa nube negra que llega cada noche

Y cada vez a más horas.

Es no querer salir a la calle, ni ver a nadie

esconder mi mirada como un avestruz

a la nada del teléfono para evitar mirar a los ojos,

sonreir

Y pagar después el precio de cada sonrisa fingida.

Es el no poder escuchar, porque solo hay una preocupación

Es la falta de paciencia, la ira que se acumula,

las manos que no dejan de palpitar.

Es esta falta de alegría, de ganas, esta inutilidad

Es el sentirme incapaz de todo

de levantarme, de andar, de salir a jugar a la calle, de conversar

De solucionar mis problemas, de trabajar. 

Es este no servir para nada 

en el que no creo

pero no me deja de perturbar.

Es la falta de gente, de ayuda

mi incapacidad para gritar.

Es la falta de amigos con los que realmente no me atrevo a hablar.

Es la falta de un "hola" un abrazo, un "¿qué tal estás?"

Aunque prefiera no contestar.

Es el silencio, la sensación de normalidad, de hacer todo igual

Y yo cabizbajo, retorciéndome por dentro, a punto de caer o estallar.

Es la falta de aire, de una cama de la que no me tenga que levantar

Es pensar en desaparecer, en no volver más.

Es toda esta mierda que no me deja avanzar, que me devora por dentro

que me consume y me quema, 

Es ese hombre del espejo al que no conozco

y no quiero ver más.

Es esta media hora de odio

Y este odio que me atraviesa sin piedad.