jueves, 30 de septiembre de 2021

Llantos.

Hoy no sé ni cómo me siento. Por un lado estoy tranquilo, me siento feliz. Lloro escuchando el disco de José; hablando de Mario con su maestra, escuchando su alegría y la grandeza de mi hijo. Lloro mirando a Candela, asumiendo su castigo y su culpa, su pena y su pelea, la confianza que se resquebraja y no sabe por qué. Lloro feliz oyendo las historias de Mateo, su ilusión al acudir a su primera fiesta de cumpleaños, lloro al ver la prensa, los titulares, el machismo constante, la violencia que no se entiende como violencia ni como machista. Lloro cuando el ruido me aturde y no sé hablar con mi madre y mi padre, cuando Phoebe ladra y mi paciencia se quiebra. Lloro cuando pienso en el futuro y no sé controlar la euforia ni la depresión y no encuentro un camino intermedio. 

Lloro cuando Patricia llega tarde y no tenemos fuerzas ni para hablar, o cuando recuerdo su cabeza sobre mi hombro o su mano con la mía viendo la última película que nos apetezca.

Estoy cansado. Están siendo días agotadores, quizá por eso lloro. También porque no sé el camino de vuelta ni sé quedarme aquí.

miércoles, 29 de septiembre de 2021

Volver.

 

Me siento débil. Mi cabeza es un mar de ideas y de dudas, de miedos y temores, de vértigo a tomar decisiones, de responsabilidad económica y sanitaria, que a veces parecen incompatibles ¿Cómo arriesgar lo que tienes? ¿Cómo agarrarte a lo que te daña y ha arrastrado a toda tu familia? ¿Qué ideas de las que tengo son buenas? ¿Cuáles son quimeras, misiones imposibles, fantasía sin futuro ni pan?

Ayer me desperté comiéndome el mundo. Estructuré en un papel todas mis virtudes, todas mis opciones, todos los planes, cómo vertebrarlos, cómo hacerlos realidad. En cuestión de horas, se cayeron. Como quien coge la carta más baja del castillo y ve todo derrumbarse ante sus ojos y tu cuerpo se queda mirando el desastre, sin ser capaz de mover las manos para recoger, mucho menos para reconstruir. 

De pronto, toda mi mejora se desvanecía. Volvía el dolor de piernas, el dolor de cabeza, la desorientación, oír conversaciones, incapaz de escuchar, dolor de cabeza, torpeza en las manos y palabras que no salían de mi boca. Tengo un miedo atroz a todo. A mí, a lo que pueda volver a pensar mi cabeza, a no salir, a tener que salir y que volver a trabajar. Lo veo más cerca y lo temo más que nunca. Y no pido ayuda. Tengo en un documento word y en un papel metido en un buzón algunas ideas de lo que me gustaría ser pero que soy incapaz de verbalizar. Siento que cuando salga de mi boca se volverá humo, vacío, utopía. 

Y hoy estoy mal. Desde anoche me siento nadie, inútil, vulnerable, incapaz de dejar lo que me duele, cobarde o demasiado responsable. No lo sé. Necesito tumbarme, llorar en tus brazos y que el silencio haga lo demás hasta que me duerma. Pero el mundo continua imparable y persistente y a mí me faltan las fuerzas para levantarme de la silla y mirar a los ojos de nadie.

martes, 28 de septiembre de 2021

 Hoy me siento mierda. Hoy caigo de golpe. Hoy dudo de todas mis certezas, tengo miedo del futuro y de los errores que cometeré. Ojalá siempre fuera ayer. No quiero ver el mañana.

Hay mil maneras de derrotar a un hombre.

Recuerdo aquella mañana. Era una de tantas. Yo vivía en Mérida, en un coqueto piso alquilado, con aspecto familiar, que algún fin de semana se llenaba de ruido, risas, besos, carreras y baños compartidos. Tengo la imagen de Mario, con poco más de un mes, los brazos de Patricia pidiendo comer. 

Tengo su recuerdo, en aquellas mañanas de sábado en las que aparecía, veloz y esporádico, con una bolsa de churros.

Recuerdo aquella mañana, aunque no sé si era lunes o miércoles. Quizá fuera jueves. No, debía ser lunes por la mañana. Yo trabajaba de sábado a martes. Los fines de semana editaba Minuto 30 y hacía el partido que me asignaban. Con cientos de kilómetros a las espaldas, llegado del estadio probablemente más alejado, el domingo regresaba cuando el sol estaba ya solo en la memoria. La rutina dolía como puñales. El silencio era siempre la respuesta, un silencio que te martilleaba los oídos. Mis pasos sonaban pesados en medio de la noche. Un beso largo en cada cama, una cena rápida repasando canales o mensajes y el cuerpo que caía como rama partida en la cama. 

Recuerdo el continuo dolor de piernas y de espalda. No había tregua. Llegabas a las 12. A las 7.30 ya estabas despierto. Café, vestir, ruta por Dulce Chacón y Miralvalle, hacer algo de limpieza y otra vez a la carretera. 

Recuerdo aquella mañana. Sería lunes, no sé de qué mes. Hacía sol y lloraba en el coche, como tantas veces. En mi cabeza, un discurso que se repetía, una súplica, una retahíla de palabras bien construidas pero que se diluían y evaporaban cuando ponía pie en tierra.

Recuerdo aquella mañana. No recuerdo las canciones que sonaron, si era abril o fue en marzo, si era otoño, quizá invierno. Tuve el valor que no había tenido antes para entrar en el despacho. Venía muy agotado. Había escuchado mucho en los años anteriores: críticas, soberbia, negativas, desilusiones, frustraciones, desaires. Había escuchado como me reconocían que había un problema personal, un ataque o unas decisiones claras por motivos únicamente personales. Aquella conversación quedó enterrada, como olvidada, cuando volvimos a hablar y no sé si el miedo, el poder o el qué cambió posturas y formas de ver. Había escuchado mentiras tras un verano caluroso, ataques despiadados y silencios cómplices y dañinos, había visto esa sonrisa de venganza.

Recuerdo aquella mañana. Tenía poco que ganar. Ya lo había perdido todo: apoyos, confianzas. Me habían negado todo. Trabajar en mi casa, acercarme a ella, cambiar de aires, de turno, de proyecto, de programa. Excusas que se esfumaban a los pocos días con contradicciones sobre palabras olvidadas. 

Recuerdo que sentía que me rompía, que no podía conducir llorando cada día, cada mañana de lunes, cada noche de viernes, cada madrugada de sábado, en cada vuelta los domingos, preguntándome que valía aquello que hacía para sostener lo que me impedía disfrutar. Recuerdo que me sentía un mero juguete, una marioneta que debía completar caprichos, hacer trabajos inservibles, prescindibles. Hacer todos los lunes y los martes las mismas llamadas para escuchar las mismas respuestas, pero tener que hacerlas. Hacer todos los días el mismo trabajo, ineficaz y absurdo, desconsiderado e infravalorado, para tener una tarea. Y buscar en una pequeña isla de amistad y sacrificio el orgullo y el sentido.

Recuerdo aquella mañana. Después de muchas conversaciones, de muchos enfados, de muchos cafés amargos, de denunciar sinsentidos y pedir soluciones y mejoras, todo estaba en un punto gris y muerto. Yo era débil. Me sentía débil y desahuciado. Me sentía desaprovechado y acosado. Me sentía triste. Yo era consciente de que no podía seguir ahogando mis kilómetros en lágrimas, puesto de rodillas en mi trabajo, con continuos golpes de crisis en la sien. 

Recuerdo aquella mañana. Entré, me senté, me sinceré. No recuerdo como fue la conversación, no recuerdo bien qué dije. Sí recuerdo la empatía, la cercanía, la comprensión y la buena intención. Cambiaron cosas, pero no lo suficiente. El río siempre vuelve a su cauce. Puedes contener el agua durante un tiempo con la mano, pero hay un momento en el que vuelve a desbordarse. Y se desbordó, como siempre, por sorpresa, por obligación, por ordeno y mando, por decreto y por convenio, no por voluntad ni por talento, porque no quedaba otra y así poder seguir burlando con otros los horarios imposibles y los viajes a ninguna parte. Era un nadie. El que estaba allí, al que le tocaba y, encima, sentía tener algo que apreciaba pero no le pertenecía. 

Era 2014. Recuerdo aquella mañana. Pedí ayuda pero la mano tendida no aguantó lo suficiente. Hubo un día en el que hablamos, en el que hasta lloró, pero el que llevaba tiempo caído al suelo, caído en el pozo oscuro de la soledad era yo, era mi angustia y la de mi familia la que ignoraban. Lo que un día pedí y era imposible lo hicieron factible cuando ya no lo quería. Era como una broma pesada, como una burla, porque nunca intentaron convencerme ni valorarme. Recuerdo aquella conversación, en aquel despacho, con sus caras serias y soberbias, con nuestros ojos atónitos y sorprendidos, pidiendo explicaciones y respuestas, obteniendo desdén y desprecio.

Recuerdo aquella mañana. No fue muy distinta de otras muchas mañanas en las que cruzaba Extremadura de norte a sur sin saber muy bien para qué. Hice lo que sé hacer, hice lo que se puede hacer cuando sitúan tu cuerpo en culpa sin autoestima. Recuerdo aquella mañana. La recuerdo como aquella tarde de agosto, o quizá septiembre. No sé muy bien cuando empezó todo, o cuando acabó. Me recuerdo llorando tantas veces en el coche. No sé cuándo empecé a normalizar tener ideas de estrellarme, tampoco cuando me empecé a preocupar por ello. Año a año he ido perdiendo vida, me la han ido robando. No un atraco llamativo y explosivo, no un atraco de un gran botín, no esa forma de robar de "La casa de papel". No. Me robaron la vida poco a poco, con pequeñeces que se sumaban día a día, con sonrisas y buenas caras, con una crueldad fría. Mi sonrisa se apagaba lentamente. Cada vez hablaba menos con la gente. Intenté levantar la cabeza dos veces, gracias a la única mujer que me dio toda su confianza y no por amistad sino porque estaba convencida de que la merecía, y me la aplastaron como quien pisa una colilla y niega que ese fuera su zapato. 

Tengo clavada en mi cabeza cada conversación, cada desprecio, cada vez que me negaron un derecho, cada vez que se saltaron otro, cada vez que me echaron de mi asiento, cada excusa, cada abuso verbal, cada mentira sobre mi trabajo. Tengo grabado el silencio que sepulcra cualquier buena intención. 

Recuerdo aquella mañana. Conduje 150 km llorando, intentar armarme de fuerza y de valor, ordenar un discurso y pedir ayuda. Temo volver y que cada día sea igual, una frustración, un camino de lágrimas hasta la más absoluta nada, hasta el vacío de horas largas tecleando fantasmas. 

lunes, 27 de septiembre de 2021

Sueños

 Se repiten, se pegan a mi cuerpo como las sábanas, vuelven aunque despierte, continúan en su punto hasta agotarme, hasta no distinguir realidad de sueño. He creído tocar a mi perra mientras estaba en la cama. He creído verme desarmado en el trabajo, queriendo llegar a tiempo para dar una información mientras dormía. Me he despertado. He vuelto a dormir en el mismo lugar, en el mismo escenario, en la misma angustia.

Me voy recuperando. Lo noto, lo siento, lo transmito. Estoy mejor, tomo mejores decisiones, cojo iniciativa, no paro. La rutina me lleva a todos lados y yo la sigo, entre la necesidad de conciliar el sueño, de sentarme un rato y esa agradable adrenalina de sentir que vuelves a dominar tu mundo. No es siempre así. A veces hiperventilo, o me duele la cabeza o me freno de golpe y desaparezco, pero estoy en un estado pre-baja, cuando empecé a preocuparme porque algo iba mal pero seguía funcionando. Hago ahora el camino inverso, pero hay una calle que no me atrevo a cruzar. Temo tener que pasar por esa vía, poblada, con ojos y gentes que forman parte de mi dolor, de mis continuos sueños. 

Me encuentro mejor, sé que esto acabará pronto. Ya no hay pensamientos suicidas, aquellos que empezaron a aparecer muchos meses antes de que me atreviera a pronunciarlo o a pedir ayuda. No sé si volverán a ser rutina cuando coja el coche para ir al trabajo ¿cuántas veces pensé en estrellar mi coche contra la nada? ¿En salirme de la carretera y acabar con todo por no querer llegar a mi destino, por estar preso en esa maldita autovía, en un lugar que no entiendo? ¿Cuántas veces lo soñé? Ya no sueño con eso, ni lo pienso en futuro. Son recuerdos. Pero no sé qué pasará cuando tenga que hacer ese mismo recorrido, con la apatía de quien no vale nada y pierde todo lo que quiera en horas invisibles e inservibles, en horas que sólo cuentan para mantener lo que me pierdo en ese tiempo. 

Estoy mejor. Sorprendentemente bien si miro a hace tan solo un mes. Y dentro de 30 días estaré mejor pero ¿estaré preparado? ¿Qué haré entonces? ¿Cómo será ese momento? ¿Qué puedo hacer mientras tanto?

Tengo miedo. No tengo salidas. No las encuentro.

viernes, 24 de septiembre de 2021

La noria

 No sé si es noria, si es montaña rusa, si es un tiovivo. Mi cabeza estalla, se agolpan ideas, pensamientos, soluciones, brillantes ocurrencias que se vuelven simplistas y absurdas al paso de unas horas. 

Vivo montado en esa noria, cuyo billete compré no sé cuándo y desconozco el tiempo que durará la atracción. 

Hay momentos del día que pienso con lucidez, que actúo con rapidez, que creo en la curación y en el después, que creo en mí y en lo que puedo y quiero conseguir. Planes de igualdad, documentales, edición de vídeo, reportajes, entrevistas, un programa nuevo, una conversación tranquila y empatía y comprensión, un equipo de trabajo o yo, sólo, dando pasos hacia el mundo que quiero ser. 

Sube la noria y lo ves todo desde lo alto con ojos grandes y luminosos y llega el vértigo, el momento de la bajada, el desánimo, el cansancio, el dolor de cabeza, la tormenta de ideas que deja truenos y pocos rayos, la desconfianza, el agotamiento. Me cuesta pensar, escuchar, conversar, ser positivo. Son esos ratitos de odio, de abatimiento, en el que el cuerpo me pesa y todo lo que pienso, digo o hago sobra. Y me aborrezco. Me cuesta dormir y despertarme, volver a arrancar y nada de lo que veía durante la subida tiene sentido y ya no veo horizonte, sólo veo tierra, gritos, muchos cuerpos que se mueven como ausentes, sin prestar atención al vagón de mi noria. 

Hay momentos buenos. Pero hay instantes terriblemente duros, tristes, desesperanzadores y apáticos, en el que mi yo heroico y activo se aplastado por la criptonita de la autoestima y lo imposible. 

Que pare la noria y que me pille a la mitad.

miércoles, 22 de septiembre de 2021

Luces.

Han desaparecido sombras, días grises, nubarrones de mi cabeza, planes de huida. Ya veo luces, salidas para poder quedarme, puertas que abrir para querer quedarme. 

Ya veo luces. Pálidas, intermitentes, inconstantes, pero son luces. Rayos que se cuelan entre las rendijas de mis alcantarillas para salir del lodo que trato de limpiarme como puedo, con mis manos, con mi lengua, con las bocas de otras y de otros. 

Ya veo luces. Hoy he ido a mi consulta de atención primaria para revisar mi baja. Mi estado de ansiedad se ha convertido más en un estado de nerviosismo, con esos temblores tan de mi madre cuando esta preocupada por algo. Pero sonrío, hay algo más de brillo en mis ojos, he llegado a hacer el amor, hablo, escucho, estoy presente en los lugares en los que antes sólo estaba. 

Ya veo luces. No siempre. Hay momentos duros, estrés, ansiedad, cansancio. Pero hay más paciencia, más consciencia, más ganas de todo. 

Ya veo luces y a veces me paso. Tengo prisas, quiero correr hasta el final del túnel y respirar el otoño, que sus olores me traspasen los poros y me llenen de sus colores. A veces tengo tanta prisa que tengo miedo. Parece contradictorio, es complicado. Tengo prisas por tener más autonomía, por quitarme o vencer límites, por ir reconstruyendo mi vida y me atrevo: hay días que salgo a pecho descubierto. Hay altibajos, momentos de lucidez y euforia con momentos de agotamiento y depresión, hay inseguridad, hay un miedo atroz a que de tanto querer correr el siguiente paso me lleve contra una pared y me haga retroceder. Pero ya veo luces.

Camino más y mejor. Hablo más y mejor. Sonrío y acaricio. Juego cuando puedo. Escapo cuando lo necesito y cada vez lo necesito menos. 

Aún no estoy preparado para la mayor parte de las cosas, diría, que debería frenar y pedir más ayudas, pero me esfuerzo, lo hago y luego ya, si puedo, descanso. Porque es mejor caminar que parar y ponerse a pensar. Porque necesito andar un camino desandado muy largo. Y necesito construir una confianza, unas certezas, unos valores lastimados desde hace años. 

Pero ya veo luces. Hoy es un buen día, aunque me pueda la nostalgia, el dolor de los recuerdos, el miedo al futuro, las prisas por la tardanza del futuro y sus frutos, pero sé que quiero estar y dónde y ya no escribo sólo de tristezas y odios, de desesperación y huidas, ya también hablo del amor, de la esperanza, del olor de septiembre, de felicidades que afloran en medio de la tristeza y la apatía.

Ya veo luces. Sigue habiendo sombras oscuras pero ya son más largas y mejores las tardes de sol, aunque el despertar sea un peso sobre mi cuerpo, aunque el día se eternice y el agotamiento y la ansiedad se presente sin avisar, ya veo luces. 

martes, 21 de septiembre de 2021

Ansiedad

 No estoy preparado. Sigo sin estarlo. Y sigo insistiendo en dar zancadas cuando mis pasos han de ser cortos. Pero no me puedo frenar, hasta que llega ese momento en el que me harto de mí mismo, de mi forma de hablar, de no callar, de estar presente en vez de esconder mi cabeza en un agujero y no ver a nadie aunque todos me vean. Porque no hay marcha atrás. He dejado mi cuerpo visible y todo mi yo. No puedo decir que me arrepienta, porque no me arrepiento, me siento un exhibicionista, objeto de demasiadas miradas cuando sólo soy uno más al que han puesto nombre, apellido y, en muchos casos, cara.

No estoy preparado. Sigo sin estarlo. Para hacer una vida sin apenas descanso, corriendo sin poder sentarme, relajarme, meditar. Lo pago caro. Las noches se hacen largas, el tiempo se acelera cuando hay prisas, se me agota y, sin embargo, se frena en seco cuando mi cabeza empieza a odiarse a sí misma, a sus pensamientos, a sus palabras, a lo que fui, a lo que es imposible de cambiar. Y querría haber dejado de decir todo lo que dije y sentarme solo, en el sofá, sin tener que cuidar de nadie, sin tener que pedir ayuda, dormirme sin más. 

Ese momento del día en el que me odio, en el aborrezco cómo soy o cómo he sido, ese momento del día en el que ya no hay marcha atrás aunque apagues la cámara y silencies tu voz, ese momento del día en el que no sabes pensar y a la vez tienes mil pensamientos en la cabeza, en la que no quieres juzgar ni preocuparte por cosas que ahora no están a mi alcance ni son de mi incumbencia, pero me preocupan, me lastiman, se repiten una y otra vez, un ciclo infinito que, no sé por qué, nadie quiere corregir.

No estoy preparado. Sigo sin estarlo. Y esta semana me he embarcado en algo peligroso, por estar cómodo, por sentirme rodeado, por tener la razón, pero que en el primer día ya me ha hecho dormir mal y sentir lo peor de mí. Es ese desequilibrio constante en el que pasas de un estado casi eufórico a la tristeza y la vergüenza. Y sin tiempo para dar dos pasos atrás y respirar. 

No estoy preparado. Estoy cansado. Quiero acostarme y llorar.

Tengo que sacar a la perra, hacer la comida, limpiar el salón, ir a por Mateo, Mario y Candela al colegio y sentarme a trabajar. 

No estoy preparado. Estoy cansado. Quiero acostarme y llorar.

sábado, 18 de septiembre de 2021

Desaparecer

 Hoy es uno de esos días. No sé por qué. Me despertado queriendo desaparecer, borrar mis huellas, ser nadie en algún otro lugar, cambiar mi vida por completo, en la austeridad, en el silencio, en la soledad, en el anonimato más severo. Ser nadie. Tener nada. Tener sólo lo que necesito y no salir.

Hoy es uno de esos días. No sé por qué. Uno de esos días en los que me siento inútil, en los que necesito hacer cosas, estar activo para creerme capaz, en los que no puedo ni moverme, en los que me gustaría tumbarme a oscuras esperando que todo pase. 

Hoy es uno de esos días. Ayer fue feliz. Sonreí, hablé, participé, no dudé. Fui un poco yo. Lo justo. Cuando el cansancio empezó a pesar, nos fuimos. No he dormido mal, tampoco he dormido bien. Me siento absurdo. Me duelen noticias, vergüenzas, decisiones ajenas. Debería separarlas de mí, debería desocuparme de ellas, no preocuparme, pero me afectan. Siento que el mundo sólo puedo cambiar a peor. Y siento que no valgo para lo que creo valer. Es un terror inexplicable, incomprensible, pero no hay nada que me haga pensar que lo puedo hacer, que puedo vivir más allá del lugar que alcancé. Todo es niebla y un acantilado enorme, con olas rugiendo, llamándome y, al mismo tiempo, recordándome que no podré nadar contra la corriente.

Me gustaría no ser. Desaparecer. Y empezar a ser otro, de 0, perder mi memoria para perder los miedos, los prejuicios, los anhelos. 

Me gustaría acostarme y sentir el suave tacto de la mano de Patricia acariciando mi pelo, un beso puro de Candela en la mejilla, el cuerpo cálido de Mario durmiendo a mi lado y Mateo agarrado a mi mano. Y así ver pasar las horas sin que pasara nada más, sin que en mi cabeza hubiera nada más, ni temores, ni fantasmas, ni urgencias, ni planes, ni esperanzas ni desilusión.

Hoy es uno de esos días en los que quiero llorar porque no sé lo que quiero o porque no sé si soy capaz de lo que quiero, si alguien me aceptará. Me siento perdido en un mundo ajeno y diferente.

Hoy es uno de esos días.

viernes, 17 de septiembre de 2021

Dudas.

 Me tiembla el pulso. Me palpita el corazón, se acelera. El dolor de cabeza va y viene, como si latiera. Casi no acierto a teclear. Necesito respirar. Me siento mejor. Ya sonrío, ya doy más pasos hasta que se paran las piernas, ya descanso aunque a días vuelvan las pesadillas. A veces me noto más yo, acariciando a Patricia, sintiéndome cerca de ella, queriendo jugar con Mario, escuchar las mil historias de Candela, anonadado ante la imaginación activa de Mateo. 

Pero de repente me freno. Y me entra un horrible miedo. Tengo miedo al futuro, a no saber. Mi cabeza quiere correr, quiere actuar, se ve capaz y, de pronto, me siento el hombre más torpe el mundo, un valor infravalorado y desaprovechado en mi trabajo, un valor sin valor fuera de él. Miedo a este mundo de competencia. Miedo a estudiar, a dar pasos, a fallar, a tropezarme y volver a caer, a no ser lo que a veces, en los momentos de lucidez o de delirio pienso que puedo ser.

Hay pasos que necesito que otros den por mí, que me empujen, que me arrojen al vacío. Pero tengo miedo de salir ahí fuera y retroceder a puntos no muy lejanos. También tengo prisas. Me vuelvo loco. 

No sé cómo haré para volver al trabajo, ni cuándo volveré. Siento que cada día estoy más preparado, pero tengo un miedo atroz.

Sé que tengo que dejar el trabajo pero, ahora, no soy capaz de tomar decisiones y afrontar retos que me preparen para ello. He abierto la página del curso de formación de la empresa y he empezado a hiperventilar. Temo que después, cuando vuelva, será tarde y la rutina, la inercia, la necesidad y la falta de tiempo me llevarán a seguir soportando lo insoportable hasta, probablemente, volver a caer. O, en el mejor de los casos, ser una sombra inerte de por vida ante un ordenador pero un ser sonriente y alegre en casa. 

No sé qué pasará cuando me plante ante las personas que me han hecho daño, que han tomado decisiones injustas, en contra de mis derechos y de la propia empresa y que lo hicieron de forma consciente para mermar mis capacidades, para anularlas y despreciarlas. No sé cómo será ese encuentro. No sé qué dirán. No sé qué predisposición habrá. Me gustaría ser tan optimista como Patricia pero sé que no será así, que no habrá brazos abiertos ni soluciones. Tal vez, unas semanas de buenas caras pero sin cambiar nada.

Me siento muy débil. Eso todavía lo noto. Aunque tengo días de ilusión, me siento tremendamente débil, temeroso e incapaz. Y aquí no hay hadas madrinas ni milagros que ofrezcan una solución caída del cielo. La tengo que buscar yo y no me siento preparado pero tengo prisas por estarlo, y eso me afecta y me retrasa. 

Hoy iré de cumpleaños. Espero reír y ser feliz. Será una tarde complicada. Ha sido una semana larga y difícil y noto que estoy empezando a soltar todo lo acumulado, empieza a sonar la pesa que ha contenido toda la presión. De momento, el vapor sale lento y controlado.

miércoles, 15 de septiembre de 2021

No hay caminos rectos

 Hoy es un día de paso atrás. 

El corazón ha vuelto a ir más deprisa, la cabeza ha vuelto a aturullarse, mis piernas a bloquearse y el miedo o no sé qué se ha interpuesto en la calle como una pared que me ha obligado a retroceder.

Pasar de la exaltación a la tristeza, de la euforia a la depresión, de planes de futuro al temor y la inseguridad. Es más falta de confianza que inseguridad.

Ayer soñaba con doctorados, Master de Adaptación al Profesorado, con distintas salidas laborales.

Ayer fantaseaba con colgar mis reportajes, con retomar un blog olvidado y oxidado y darle forma y contenido. Hoy me siento absolutamente incapaz.

Ayer me sentía fuerte tras cuatro días en casa sin Patricia. La tarde se hizo eterna, sin ideas claras, con una nube por mentalidad, sin firmeza para poder dar a Mario lo que precisaba. Y oscureció demasiado pronto, y las pesadillas me despertaban y agitaban mi cuerpo, y era más una crisis nerviosa que de ansiedad. Unos nervios que no han parado y que hoy me impiden progresar. Paciencia, Iván. Paciencia. Hoy es el día de sentarse y esperar. No pensar en cuántas cosas quiero hacer, en lo rápido que avanzan las mañanas, en los proyectos que no abordo, en el curso que me obsesiona y me preocupa, en la vuelta a trabajar. Paciencia. Hoy es un día para sentarse y respirar. Ya volverán los días en los que la ansiedad y el miedo no estén presentes, en los que no te sientas inútil e incapaz sin tan siquiera haberlo intentado.

Ya vendrán.

lunes, 13 de septiembre de 2021

No todo es gris.

 En estos días tristes, en los que las horas se alargan, las rodillas pesan, la cabeza soporta un dolor inmenso y una presión desconocida, no todo es gris.

Siento que me faltan fuerzas, que se me acabó la alegría, que me vacié de sonrisas y que aquella carcajada sonora se quedó en oídos amigos, fuera de mi garganta, para siempre.

Lo noto. Hago las mismas cosas y no las disfruto. O no las disfruto como las disfrutaba. No soy un yo pleno, mis ojos se han apagado y me cuesta vivir sin melancolía. Espero pronto recuperar los colores. Ningún troll se queda atrás en esta casa.

Pero no todo es gris. En medio de mi apatía, vivo. A veces, empujado. A veces, obligado por mí. A veces, desde el deseo, otras desde el miedo. A veces, ambas se mezclan o son contiguas. Pero no todo es gris.

No es gris ver a Patricia entrar por la puerta contando mil andanzas y un día de fiesta. 

No es gris ver a Candela, responsable y cariñosa, sabedora de mis dolencias, cuidadora y alocada. Niña y adolescente. Mujer en un cuerpo creciente. No son grises sus besos aunque mi cara pinche.

No es gris la pasión de Mario, sus ganas de competir, de ganar, su continua intención de estar conmigo, de jugar. No es gris su prisa ni su velocidad, aunque me cueste alcanzarle. Es de un color intenso su mirada y su fuerza, su inteligencia y voracidad.

No es gris Mateo. Mateo es luz. Es rabieta pero es paz. Es un diálogo constante, siempre innovado, siempre creando algo. Una comida, una fiesta, un parque acuático. Es el arcoiris de cada día.

No es gris, aunque mil buitres azoten mi cabeza, comer pollo y tortilla, celebrar un año más de vida, soplar velas en tiempo de mascarillas, demostrar mi torpeza en poner la sombrilla.

El verano ha estado lleno de color, de agua, de gargantas, piscinas, de frescos pilones, de juegos y baños, de ahijados y compadres, de naturaleza bella y viva, de montaña y playa, de amistad y familia, de un concierto y un disco por llegar, de un amor inmenso que me hace feliz aunque me haya olvidado de la alegría.

No todo es gris. En este mundo en el que la gente desea cosas que sólo cuestan dinero, yo me mantengo vivo con lo más caro: nada. No necesito más que lo tengo, incluso me sobran ropas, habitaciones, cilindrada... Me vale con seguir viendo vuestras caras cada mañana y con el recuerdo y la consciencia de quienes siguen esperándome, aunque no les conteste al teléfono.

https://www.youtube.com/watch?v=0AQN8YKixBo

domingo, 12 de septiembre de 2021

Yo.

 No soy nadie. Miro a mi alrededor y veo grandes talentos, grandes voces, creaciones fantásticas, formas de escribir que transmiten y me traspasan. No soy nadie. No es baja autoestima, es una realidad constatable. Conozco auténticos genios de la comunicación, a hombres y mujeres de un talento desbordante, capaces de vencer cualquier situación por su forma de hablar, de moverse, de atreverse, de innovar.

Por eso, siempre me he limitado a intentar sumar y aprovecharme. Desde el punto de vista más generoso y desde el más egoísta. Ser nadie o ser lo que sé ser y simplemente potenciar o servirme de tanto talento. 

Creo que ese es mi talento. Apreciar el del resto de la gente, haber agotado todo mi ego, y estar en sombra con un espejo para reflejar el brillo de quien me acompañara. 

Siempre hay alguien mejor que yo. Siempre hay alguien que selecciona los temas mejor que yo, siempre hay alguien que redacta mejor que yo, siempre hay alguien que da más ritmo y utiliza mejor los sonidos que yo, que sabe sacar el mejor partido a cada tiempo, siempre hay alguien que entrevista mejor que yo, con más empatía, con más rigor, con más tranquilidad, con más memoria y conocimiento. Siempre hay alguien que narra mejor yo, que es mejor que yo haciendo comentarios, opinando, siendo sinvergüenza ante la gente para meterse en los lugares más recónditos y contar lo que es noticia. 

Y mi trabajo ha sido siempre rodearme de esa gente y dejarlas ser libres. Eso creo que se me da bien. Ser invisible, tapar mis defectos y amplificar mis virtudes, que también las tengo, apoyadas sobre todo en el trabajo en equipo. Yo creo que ese es mi talento. Y mi punto débil. 

Puedo ejercer liderazgo, pero no soy un líder; puedo tomar decisiones pero no dar órdenes. Todo lo hago desde lo colectivo. O eso intento. Y cuando el mundo se vuelve individualista y solitario, egocentrista y uraño, me desvanezco, yerro, cometo errores, dudo más y soy más vulnerable y peor que cualquiera. Y así me siento ahora, en medio de mucha gente trabajando sola, para sí misma, en proyectos de equipo sin equipos, sin colectivizar, abandonado a la guerra de followers, de me gustas, de RT, de favoritos, a la competición entre iguales. Y a mí no me gusta competir ni con la competencia, hasta de ella me intento aprovechar, porque en ella, siempre, siempre hay alguien mejor que yo.

Y esa es mi forma de ser. Generosa y egoísta. Así he conseguido hacer grandes trabajos de los que me siento inmensamente satisfecho. También he hecho buen periodismo desde el aislamiento y lo individual, pero siempre he necesitado de alguien que lo mejorara, ya fueran las personas con las que hablaba, opiniones expertas, el cine, la música...

Y he hecho cosas de las que me siento muy orgulloso. Pese a las críticas, pese a las piedras en el camino, peso a las adversidades, pese a las negativas y las negaciones, pese a los castigos, pese a mi inseguridad aumentada por palabras malintencionadas de gente que sólo sabe brillar nublando a los demás y que no sabe que, aún apagadas, hay estrellas en el cielo que brillan más que ellas.

Y, recuerdo vagamente lo que he hecho en los últimos años, y sonrío con cómo, pese a tanta oposición, he conseguido cambiar las cosas. Recuerdo el nulo caso que se hizo desde Canal Extremadura Radio al ascenso a Liga Femenina del Agencia Serrano Badajoz de baloncesto, como sus partidos nunca fueron parte de una posible parrilla de Extremadura en Juego y como, aunque hayamos retrocedido en los dos últimos años, la mentalidad ha cambiado tanto que hemos dado partidos del AlQazeres, que no darlos coincidiendo con programa era signo de escándalo. Lo mismo con el fútbol femenino, de casi ni hablar de lo que hacía en Superliga el Puebla, a que ahora la militancia en Liga Iberdrola merezca un mínimo respeto, aunque el año pasado no diéramos ni la mitad de los partidos del Santa Teresa o este año narremos hasta la quinta división del fútbol masculino pero no los encuentros extremeños de Liga Reto, la potente segunda división femenina.

Y estoy orgulloso de mi gente, de la familia con la que he conseguido dar pasos, de las enseñanzas de las muchas personas que me han acompañado y ayudado. En distintos momentos, de diferentes maneras. Con confianza, con buenos consejos o con su talento.

Tengo especial buen recuerdo de la entrevista que le hice a Juan Bautista Pérez tras su plata en los Juegos de Río. El consejo de Charo para saber guiarme a hacer la pregunta que quería a hacer para empezar, en la que hablásemos de capacidades y no utilizásemos la discapacidad como algo excluyente. Y no hacerlo tampoco desde un punto de vista muy recurrente como es la compasión o la exageración de los logros. Mis discapacidades y las suyas, frente a frente. Tan iguales, tan diferentes.

Me acuerdo mucho de esa entrevista, de cómo no encontraba la fórmula para preguntar lo que quería, pero me siento enormemente feliz del trabajo que hicimos en equipo para sacar programas en los que vinieron gentes muy diversas, de todo tipo de deportes y con historias y trayectorias que merecen más capítulos: Pedro Romero, Manuel Pérez Candelario, Loida Zabala, Yohana Rodríguez y Josele Acedo, Elena Rodríguez y Cristino Fernández, Miguel Periáñez y la directiva del CAPEX, Javier Cienfuegos, Carlos Prieto, Cristina Cabaña, Antonio Jesús Domínguez... Qué bella y qué enriquecedora aquella entrevista con Antonio.

Programas especiales como el de la Copa del Rey de Voleibol desde el Multiusos, el del aniversario del Voleibol Arroyo desde una sala de su pabellón, el del primer partido del AlQazeres en la segunda fase de ascenso en el Macayo, el que celebramos su ascenso de categoría en el Multiusos hablando de baloncesto extremeño, con Gallego rompiendo el guión y sabiendo aprovechar la situación, en el Pub Guiñol antes del ascenso del Badajoz de Marrero, el del 25 aniversario del ascenso del Cáceres CB en la Ciudad Deportiva y algunos en el estudio como el del 20 aniversario del ascenso del Extremadura, especiales del día de la Mujer con Fátima Agudo, Conchi Bellorín, Yohana Rodríguez y Paloma del Río, aquella tertulia en la que estaba de nuevo Paloma del Río junto a periodistas de Extremadura para demostrar con datos la discriminación del deporte femenino, pese a que siempre nos damos golpes en el pecho, aquel programa sobre Maternidad y Deporte, un tema que creo que hoy podría tener una página más y ser más completo de lo que aquel fue, aquel primer programa de la temporada con Álvaro Martín Uriol, Javier Cienfuegos y Fátima Gallardo, un programa que salió pese a todo tipo de oposición, pese al no por el no.

Y todo lo que hemos hecho a contracorriente: el partido de la selección española de baloncesto en el Multiusos, el especial Minuto 30 desde Barcarrota con Contador, la información especial de aquel Master de Cáceres de Tenis o el World Padel Tour entrando en Extremadura en Juego desde el centro de la capital cacereña, hablar de dopaje, romper esquemas en una entrevista con Carlos Javier Rodríguez o con Santi Barragán, buscar, probar, innovar, consultar, errar, volver a intentarlo, errar mejor. 

Miro atrás en los últimos 14 años y siento mucho dolor y mucho orgullo. He escuchado frases que prefiero no reproducir, he sentido siempre la sensación de ir contrasentido, de estar solo rodeado de gente que te dice estar contigo, he tenido que sufrir las críticas por hacer la mejor cobertura posible en los Juegos Olímpicos de Londres, por entrevistar a José Luis Sáez y a Calderón, por tener el día de partida a nuestros y nuestras deportistas olímpicas, por llamar en directo en el descanso de un partido a un deportista que hora después iba a recibir la medalla de Extremadura, por dedicar casi toda la media hora (tenía que haber sido el programa entero) a José Hidalgo, Conchi Bellorín y a Cayetano Martínez el día que empezaban los Juegos y Yiyo debutaba en Río, por aprovechar los éxitos en deportes como el bádminton, el taekwondo o el piragüismo para hablar con nuestras estrellas de esos deportes, por abrir con Conchi Bellorín el día que consiguió su histórica clasificación olímpica. He tenido que soportar las críticas y los enfados por haber dedicado medio programa a Juancho Pérez tras su retirada del balonmano o a Fernando Verdasco el día después de haber ganado la Copa Davis con España. He oído cómo han abroncado a un compañero por llevar a Vicente del Bosque el día después de que España se clasificara para octavos. Peleé para dar el España - Portugal en el Nuevo Vivero de Badajoz, por hacer un Extremadura en Juego en el que el Santa Teresa tuviera el trato que mereciera, incluso menor porque lo pusimos al nivel de la Segunda B masculina, aunque jamás tuvo ni ha tenido esa consideración, a dar el baloncesto, tanto masculino como femenino, el Campeonato de España de Cross en el Circo Romano, el Campeonato de España de invierno de lanzamiento de martillo, el partido decisivo para el ascenso del Hockey Burguillos, la Willy Brickman de baloncesto en silla de ruedas, la Copa del Rey de fútbol sala, algún partido de La Cruz Villanovense, siempre a la sombra de la segunda B masculina aunque luchara por ascender a primera. De dar voleibol. De tener la sensación de estar donde había que estar y abierto siempre a lo que estuviera pasando. De que el folio empezara en blanco cada mañana o cada tarde y lo fuéramos pintando en equipo con aquello que fuera importante. Y el equipo han sido muchos, como cuando hubo que contar las detenciones en Extremadura por las apuestas en el tenis o los posibles amaños de partidos también por apuestas ilegales en el fútbol de la región. Me acuerdo de aquel M30 de sábado esporádico, como todo desde que volví, en el que me tocó editar y empecé con Miriam Casillas en Japón hablando de su clasificación virtual para Tokyo y acabé con Javier Cano contándonos quién era ese Albertina Ginés que se acababa de proclamar subcampeón de Europa y que si conseguía podium en la  Copa del Mundo habría que contar con él para los Juegos. O el último antes de la pandemia, el de aquel 8 de marzo en el que expuse todas nuestras miseries y desigualdades que, dos años después, puedo afirmar con datos en la mano que se han acentuado.

Mis últimas entrevistas fueron a Guadalupe Porras Ayuso y a la siempre generosa Miriam Casillas, me emociono al pensar en aquella charla sobre competición y COVID junto a Yohana y Esperanza Mendoza, los reportajes (el de natación que fue el inicio de tantos con la sinceridad de Paloma Marrero, el irreverente con Mamen Blanco y Jacinto Carbajal, el emotivo con Esperanza, los de máxima actualidad con Antúnez, el AlQazeres, Álvaro Estevez hablando por primera vez de LF2 para el Miralvalle, el fútbol sala femenino, los capítulos del 20 aniversario del título del Puebla, aniversario enterrado en la pandemia y el olvido, el de Paula Josemaría, Alberto Barroso, Isabel Yinghua, Juan Antonio Valle, Inés Felipe, Enrique Floriano, Jorge Campillo, María Ribera o Javier López Sayago, que empezaba con un dictado del ayuntamiento que todavía no se ha cumplido. O el de la Nueva Normalidad, las reglas que me aprendí, que cotejé, que fui rescatando voces y que emitieron un día después por mera dejadez.

Quizá me equivoqué, pero siempre intentamos seguir el camino de la libertad, del rigor, de los datos, de la ley, de la pluralidad y de contrastar las noticias. Nunca exponer versiones, siempre contar con todas para tratar de contar la verdad. Era mi máxima. Y siempre en equipo pese a la división.

Todavía recuerdo el sonido del vestuario del Santa Teresa con el micrófono de Álex Carpallo, o como hacía sonar el balón de balonmano con la resina. El sonido de la flecha con Pacheco en el campo de tiro de Fátima Agudo y Cayetano Martínez, el final de un Campeonato de España de ciclismo en pleno Cáceres.

Me han dicho que no. Que no podía, que no debía, que no sabía. Y lo he hecho. Y lo he hecho bien.

Me han dicho cosas como "está muy bien pero no vas a poder mantener el nivel", "Que presentes tú no ha sido la peor idea que ha tenido el director", me han criticado, echado de mi ordenador, mandado a los últimos campos de fútbol para demostrarme quién mandaba, me han cambiado turnos, han faltado el respeto a reportajes, han dejado claro que era la última opción cuando había que hacer un resumen de fin de año. He recibido silencios por respuesta, malas caras, desdenes, impertinencias. He soportado cómo me han echado en cara vivir fuera de Mérida, como me han apartado de todos los proyectos importantes, como han intentado silenciarme cuando mi voz empezaba a asociarse a algo, a un club, como jamás han tenido la deferencia de mandarme a narrar los equipos del norte de Cáceres, como siempre me han alejado de casa. Me he sentido tremendamente solo en el silencio cómplice, en la comodidad de otros. Pero me siento muy orgulloso de mi trabajo. Hay mucha gente mejor que yo haciendo lo que yo hago, pero yo he hecho grandes cosas sabiendo unir a esa gente y haciéndola sentir libre e importante. Porque lo eran, eran más importantes que yo, aunque la última decisión fuera la mía. 

Y aquí estoy, intentando reconstruirme después de 14 años en los que todo lo que yo valoraba no valía nada, de mentiras, de calumnias, de excusas, de saturarnos a trabajo, de cargar sobre mi espalda tareas de otros para que saliera adelante lo pretendido, de exigirnos lo que no exigen a nadie, de soberbia y arrogancia, de negar derechos, de hacerte sentir pequeño y sólo. 

Aquí estoy, intentando recordar todo lo bueno que he hecho, como aquella gala 25 aniversario de la FExB, todo lo bueno que he contado, que he vivido, que he viajado, que he conocido y que he fabricado con mi voz, con mis ideas, con mis manos y mi trabajo, con mi forma de ser, tozuda pero dialogante, firme pero flexible. 

No sé cuándo me rompí. Posiblemente, en 2014. El otoño de 2012 fue duro, pero me reinventé. En 2014 no podía más, pero saqué fuerzas y lo mejor de mí. En 2015 tuve que hacer algo que no quería con la consciencia de que yo lo haría peor, con la sensación de estar haciendo algo que no me pertenecía, pero poco a poco me apoderé de un producto digno y decente, de conversación y deporte. En esos años, hubo muchas tentativas de dejarlo. De buscar otras salidas, de descansar. Fue después de 2018 cuando no pude más. 

Mi mejor proyecto, compartido pero el más personal, el más completo, el que más horas me llevó, el que mejores momentos dejó, el que involucró a un equipo más amplio y unido, el que marcó un antes y un después en los límites que teníamos para hacer radio, en el que cumplimos con todo lo que se nos exigió, pero en el que peor pudimos trabajar, en las condiciones más duras, con críticas constantes, con negativas contradicciones semanales, con mentiras presupuestarias, con trampas de horarios y equipos, con la oposición de la dirección de deporte y la jefatura de programas, que jamás quisieron asumir el compromiso que se había adquirido. Tres patas solas para sostener un proyecto colectivo inmenso, vivo y precioso. Qué orgulloso me siento. Cuánto me duele todavía. Me rompí, por completo. Me rompí hasta dudar de mí, hasta temer cada cosa que hacía, hasta temer hablar en público y no ser capaz de trenzar un discurso lógico en una presentación entre amigos. 

En 2018 me rompí. Traté de reconstruirme durante un año en casa. Coloqué los pedacitos en su sitio para ser el mismo pero distinto. Y no funcionó porque nos arrojaron con violencia verbal, con vejaciones y negaciones, con monólogos que no permitían la conversación, porque creen que mandar es dar órdenes en vez de ordenar opciones y talentos.

Y aquí estoy, como Ismael Serrano, sintiendo que de un tiempo a esta parte, a mi amor propio algo le falta, que lo han dejado unos puntos por debajo del de Kafka, y que es difícil creer que pueda volver a brillar, siendo consciente de tanto talento eclipsado, oculto y sin trabajo que aparece y leo cada día cerca de mí. No sé lo que me llevará. No sé si llegará a suceder. Pero me quedan los recuerdos y la amistad. 

La amistad sincera y eterna de Charo, Antonio, Rodrigo, Fernando, Fátima, Antonio, Calero, Mirón, Juanje, Rachel, Estefi, Isa, Manu, Javi, Mario, Pedro, Francisco, Francis y tantos otros y tantas otras que me han respetado, que me han regalado consejos y amistad y me han dicho tanto lo que hacía bien como lo que hacía mal. No te fíes de la gente que sólo habla bien de ti.

viernes, 10 de septiembre de 2021

Prevención del suicidio.

Es difícil asumir que no puedes hacer algo y son muchas las cosas que no puedo hacer. Y a veces las realizo y las consecuencias son inmediatas. Hoy he hablado para la televisión. No he pensado en la ansiedad cuando he dicho que sí. Tampoco cuando estaba delante del micrófono. Después he empezado a temblar, a sentir esa inestabilidad en las piernas, la rigidez, la sensación de tenerme que sentar, de no poder caminar, de haber olvidado cada palabra de lo que he dicho, de saber si he hablado con sentido. 

Y me he querido hundir en la tierra, borrar todo lo pasado. Desaparecer.

Es difícil asumir que no puedo quedar con la familia, con amistades, celebrar cumpleaños. No he puesto freno a eso en estos 7 largos meses. Quizá haya salido menos, haya quedado menos, haya buscado más días en el medio, pero al final siempre he accedido o he ido a lugares temidos. Y no puedo hacerlo. No puedo quedarme encerrado en casa pero tampoco puedo intentar vivir como si nada me pasara.

Me paralizo, tartamudeo, me desoriento, me olvido de todo, me olvido de mi, me encierro al aire libre y delante de todos, empequeñezco pero mi sombra es gigante.

Me es difícil asumir que no puedo trabajar, que no estoy en condiciones. Y más cuando el resto de la vida tiene esa apariencia de normalidad. Cuidas de la familia, haces la comida, llevar a Candela, Mario y Mateo al colegio, ir al supermercado, hacer la compra, cambiar de compañía de teléfono, llevar el coche al taller o a pasar la ITV, salir, tomarte algo, ir a la playa, a un concierto. La vida tiene apariencia de normalidad vista desde fuera, pero en mis ojos todo tiembla, cada acción es un desafío. Encontrarte con una madre en la puerta del colegio, tener que saludar, responder. Me veo desnudo. Me siento inseguro y desnudo, como si una daga hubiera abierto mi cráneo y todos mis temores, mis inseguridades, mis vicios, mis secretos salieran a la luz. Y quiero desaparecer. Es difícil asumir que no puedes hacer eso. Es difícil asumir que no puedes dejar de hacerlo.

Es difícil asumir que tienes miedo, que todo te da miedo. Incluso dormir. Apoyar la cabeza, cerrar los ojos y empezar a sentir distintos estímulos, a ver imágenes nunca vistas, a repetir pesadillas que no cesan, a despertarte en otro cuarto, a alargar la mano y querer tocar algo que estaba en tu sueño. 

Es difícil asumir que no puedes conducir. Eso que has hecho siempre. Más de 500.000km, horas en la carretera entre Plasencia y Mérida. A Jerez, a Villanueva, a Santa Amalia, a Badajoz, a Hernán Cortés, a Arroyo, a Don Benito, a Alzira, a Sevilla, a San Fernando, a Almería, a Murcia, a donde fuera... Y ya no lo puedes hacer. No puedes. Hay días que sí. Y hay días que tus pies no tienen fuerza para pisar el acelerador o el freno, que es lo que más miedo te da. Y te convences de que puedes, de que debes, de que lo necesitas porque has pasado tanto tiempo al volante que es parte de tus manos, de tu ser, y sientes que te agotas, te consumes y te pierdes cuando tienes que coger una curva y no sabes si llegará la ansiedad, una ligera desorientación o esa pesadez que te atraviesa el cuerpo y que te hace ir lento, no poder girar el cuello, ni flexionar las rodillas sin dolor.

Hay conversaciones que no recuerdo. Hay mañanas enteras que he olvidado que he hecho. La noche es una pesadilla constante que no termina. Hoy me he levantado en distintas camas sin saber cómo he llegado. 

Me siento más vacío e inútil que nunca. Me siento incapaz de todo y con la necesidad de poder hacerlo todo. Y, a la vez, no quiero hacer nada. Pienso una y otra vez en el trabajo. En volver y simplemente dejarme llevar. En estar como estaba antes ¿Qué más da el lugar? ¿Para qué estar en casa? ¿en qué ha mejorado no trabajar? ¿Podría empeorar?

Me obsesiono y pienso. Pienso y escribo. Escribo y borro. Me siento ridículo. Quiero que desaparezca todo lo que he escrito, esfumarme, no dejar rastro. No quiero salir de esta habitación, que nadie me espere. Quiero llorar o romperme en pedazos. Necesito ver mis pedazos para sentir que hay algo. No sé por qué he contado lo que me pasa. Me siento sólo pero sin poder estar solo. Querría ser nadie. Poder así actuar, ser libre. Sin que me viesen, sin que me esperasen, sin que sintieran nada ya sin mí. 

Hoy es el Día Internacional de la Prevención del Suicidio. 3671 personas se suicidaron en España en 2019. Eso quiere decir que hoy se suicidarán 10 personas. Se estima que unas 90 lo intentarán. Y más de un millar pensarán en ello, lo verán como una solución, lo planearán, idearán su muerte, el modo y el momento. La idea se irá para una gran parte de ellos. Un golpe de razón aparecerá en la desesperanza. Quizá una caricia, una sonrisa, una llamada. 

Yo no quiero suicidarme, aunque lo piense, aunque lo haya ideado, aunque me ha imaginado haciéndolo, incluso habiéndole puesto fecha. No quiero suicidarme, ni voy a hacerlo, aunque me temo y me condeno cuando el dolor de cabeza es tan fuerte que me siento capaz de ser violento. No lo soy. Estoy convencido de ello. No lo voy a hacer. Estoy seguro de ello. Quiero vivir, pero es difícil asumir que no puedes hacer ciertas cosas, necesito volver a vivir sintiéndome pleno. 

jueves, 9 de septiembre de 2021

Puta ansiedad.

 Maldita seas, ansiedad. Tú y todos tus efectos. Tú y todos tus síntomas. Tú y todos mis dolores.

De cabeza, de piernas, de estómago. Esa imposibilidad de levantarme, esa necesidad de dormir y vivir a oscuras, esa obsesiva sensación de sentirte frágil, vulnerable.

Maldita seas, ansiedad. Por no permitirme disfrutar, por no dejarme avanzar, por llenar mi cabeza de enfados y dudas, de miedos y culpas. Por empedrar mi camino y hacerlo resbaladizo y pesado.

Maldita seas, ansiedad. Y maldito yo, que no sé qué hacer, que sólo puedo tumbarme y no dormir, dormir y no descansar, coleccionar pesadillas y no poder soñar ni distinguir lo que sueño de la realidad.

Maldita mi ira, mi impotencia, mi violencia contenida, las voces que me condenan, que apuntan a salidas que son huidas, trampas de mi cabeza, locura desatada y enrabietada. 

Maldita seas, ansiedad.

¿Quién te trajo? ¿Quién te llamó? ¿Quién te quiere? ¿Para qué viniste? ¿Cuándo te vas? ¿Cómo hacer para que vuelvas a tu lugar?

Maldita seas, ansiedad.

miércoles, 8 de septiembre de 2021

Decir que no.

 ¿Cómo hablar? ¿Cómo decir lo que ya has dicho? ¿Cómo sentarme y conversar si tienes el miedo de que no escuche? ¿Cómo pedir ante el temor de la discusión, de la negación constante? ¿Cómo explicar lo que cada día explico en estas letras: mi dificultad de ser yo, mi imposibilidad de llevar la vida como si no existiera la enfermedad, o de sobrevivir a todo lo que mi cuerpo ha dejado de tolerar?

¿Cómo volver a contar que la última escapada ha dejado posos en mí que parecen irreparables, un cansancio extremo, un dolor de cabeza insoportable, unas piernas que no se quieren levantar, unos ojos que sólo quieren sentir la presión de la almohada y la soledad? ¿Cómo gritar que no puedo, que tenemos que cambiar, que la vida no es igual? ¿Cómo no trabajar y seguir haciendo el resto de la vida prácticamente igual, sin cumplir las restricciones que alargan este calvario, esta agonía, esta ansiedad? 

¿Cómo expresas eso cuando crees que lo has repetido mil veces? ¿Cómo decir que no? ¿Cómo parar y ser mi urgencia y prioridad?

No puedo salir casi de casa, no puedo estar con más 5 personas, no puedo ir a grandes superficies durante un tiempo prolongado, no puedo tener conversaciones, no puedo estar cada 2-3 días en celebraciones o lugares públicos, no puedo ir a comer fuera. No soporto las miradas, me aturde el ruido, me paraliza la ansiedad. 

¿Cómo describo la enfermedad para que se entienda, para que se comprenda que me inhabilita para hacer muchas cosas? A veces, deseo que fuera otra enfermedad, una de esas por las que la gente se compadece pero entiende y no te pide que hagas nada, ni te empuja a salir, a divertirte, a olvidarte de todo lo que atormenta?

¿Cómo recuperar mi lista de urgencias y no pasar de donde no tengo que pasar? ¿Cómo pedir tiempo para mí, no por egoísmo, sino por necesidad, incluso por generosidad? Tiempo para mí para poder tener antes tiempo para los demás.

Estar menos para estar antes.

Estar menos para estar antes. 

Necesito estar menos para estar antes. Simplemente para poder estar. 

No es que sufra recaídas, es que continúo igual. Y lo noto todo. Cada exceso trae consecuencias. Cada ciertos días sin escribir, sin meditar, sin pasear, sin buscar mi yo más feliz y productivo es una carga que pesa demasiado a las pocas horas.

¿Cómo suplicar que ya no puedo más? Tengo una enfermedad y esta enfermedad me impide sonreír, me impide salir, me impide estar con gente con la que quiero, me impide disfrutar. Y cada día que hago algo para lo que no estoy preparado, cada vez que fuerzo para hacer lo que mi enfermedad me impide, es un nuevo paso atrás. 

Y siento que ya no hay fondo, que he tocado todos los suelos posibles y que, o cambio, me planto y hago sólo lo que puedo hacer o cada vez estarán más lejos las paredes a las que me pueda agarrar para escalar ¿cómo lo puedo explicar?

sábado, 4 de septiembre de 2021

Hablar del amor...

Me gusta ver atardecer en Valcorchero, como se esconde el sol por el Ambroz, como todo coge un distinto color.

Me gusta la sonrisa de Mario cuando juega, cuando comparte sus momentos con Candela y con su prima Sara. Es feliz. 

Me gusta caminar y perderme pero saber dónde estoy, respirar en la montaña y que no haya nadie, que anochezca y el frío recorra mis piernas.

Me gusta acariciar con mis pies las piernas de Patricia mientras vemos una serie a la que casi no presto atención.

Me gusta el gesto de Phoebe mientras duerme, su mirada mientras espera, su cara de felicidad contenida.

Me gusta no saber de qué habla Candela, con qué pasión conversa con Sara, lo claro que lo tiene todo.

Me gusta escribir de cosas bellas: de mi madre titubeando al teléfono, de mi padre hablándote del coche o del último chisme del móvil, de la cara de Carlos con Gael, de sus juegos con todos y todas sus sobrinas, del coraje de Javi bajo ese cuerpo cansado, del cuerpo de Raúl sentado en el teatro escuchando a Robe... Ojalá lo consiga.

Me gusta hablar de cosas felices, de saber que también puedo alegrarme, que no todo es esta pesadez, este eterno verano que me sofoca y me hace arder la cabeza, que me aturulla, que no calla, de constantes mensajes, de ideas que no se frenan, de decepciones que soy incapaz de desoír, de una vida que va más rápido en mi mente que en la realidad y la que no sé ponerle freno.

Mañana va a ser un día largo. Viaje, hotel, comida, piscina (esperemos) y concierto. No sé si estoy preparado. He hecho todo lo posible para llegar descansado, aunque dormir sigue siendo una utopía, aunque la siesta sea una pesadilla. Tengo ganas. Quiero. Lo necesito. Tengo miedo. Hay canciones que un día fueron mi salvación y mi cura y que no he querido volver a escucharlas, a las que temo por todo lo que representan, por los lugares a los que me llevan. Todavía duelen.

Y quiero trabajar. Eso me pesa mucho. Estar de baja, cobrando y no trabajar me pesa mucho. Necesito estar activo, hacer cosas. Mi cabeza siempre está pensando en lo siguiente, en lo pendiente, en lo que podría ser, en qué tendría que hacer. Eso me pesa mucho. Y los terrores nocturnos se repiten una y otra vez en el mismo entorno. Y no sé cuándo volveré, ni cómo. Me gustaría que todo fuera bien, pero no lo creo. El pensamiento realista es más negativo que el pensamiento pesimista.


viernes, 3 de septiembre de 2021

No ser.

 Quisiera no ser. Fui feliz cuando no fui. Cuando nadie esperaba nada de mí, cuando no tenía que ser lo que siempre era, cuando no me exigía ser de ninguna manera.

Quisiera no ser. No ser lo que soy, ni decir lo que digo ni lo que maldigo, y poder callar ante el estruendo y sólo hablar cuando lo necesite. Quisiera no ser una expectativa, una obligación, sin llegar a ser traición.

Quisiera poder sentirme libre de miradas, primero de la mía. De juicios, principalmente del mío. Y sólo hablar a veces y sólo actuar a veces. Y no sentir la culpa ni el imperativo.

Quisiera no ser, que este yo desaparezca y que nadie espere al yo anterior, ni quiera nada antiguo del nuevo yo, aunque siga todo presente. Quisiera desprenderme de etiquetas, de las que me han colocado, de las que me he impuesto. Quisiera que nadie supiera lo que voy a decir, nadie lo esperase, quisiera no forzarme a hablar, dejarme volar y dejarme de una vez en paz. 

Aborrezco este yo tan presente, tan locuaz, tan pendiente de ser lo que se espera de mí, aunque no haya nadie que me espere salvo yo. Estoy cansado de esperarme, del ruido, de mis ruidos, de mis truenos.

Quisiera no ser, desaparecer, reinventarme, ser yo, pero poco.

Fui feliz así. Sonreí cuando lo único que tenía que hacer era no ser, o simplemente ser, cuando las miradas eran puras, limpias, sin prejuicios, cuando yo fui lo que quise ser, no lo que tenía que ser, hasta que salí y he tenido que ser dos personas que no soy o que no puedo mantener todo el rato. 

Quisiera no ser, descansar de mí, de mis miedos a no cumplir, a no ser todo lo que digo ser, a dejarme ser lo que maldigo. 

jueves, 2 de septiembre de 2021

¿Cuándo acabará?

Ansiedad, ansiedad, ansiedad.

Los tres últimos días han estado comandados por la ansiedad.

El insomnio, el cansancio, la falta de paciencia, las pocas ganas de hacer nada, la necesidad de hacer muchas cosas a la vez, de sentir que me falta el tiempo aunque los días se hagan largos. 3 días sin escribir, sin meditación, sin pasear. No sé si es causa o consecuencia. 

Ganas de llorar, de apartar a la gente que me abraza, de alejarme de todo, ninguna gana de hablar, ni de caminar. Un miedo atroz a salir de casa, sentir que no quiero quedarme encerrado, tener que hacer algo, marearme cuando estoy ocupado. Ansiedad. Ganas de comer, comer y comer. Falta de apetito a la hora de comer. Que el tiempo pase. Querer trabajar. Odiar mi trabajo. Odiarme a mí. Sentirme absurdo e inútil. Otra vez ideas suicidas. Los desafíos de Mario y yo, tan débil y tan agresivo. 

¿Qué me aconsejaría para cuando estoy mal? Hacer lo contrario a lo de estos días. Llorar, pedir ayuda, gritar que estoy mal, acostarme, hacer ejercicio, pasear. Todo me sobra. 

He pasado de estar relajado, de estar tranquilo, de aconsejar a Patricia, a sentir un miedo atroz, a sentirme sólo e inútil cuando se va a trabajar, a temer qué pasará cuando empiece la rutina en la que dos tardes a la semana no estará y yo no pueda dedicarme ni un segundo a mí y se me amontonen las peticiones, los baños, las cenas, mi ansiedad. 

De organizar un viaje a no estallar en el cine, en el coche, en casa...

Estoy enfadado, molesto, desagradable. No quiero esto. No sé qué quiero. Quiero que pare ya. Me quiero olvidar de mí, de mis pensamientos, de que todo está mal. Quiero ser productivo, positivo, sumar. Necesito sumar. Me consumo. Ideas constantes, fugaces, obsesiones que no paran hasta que no salen, incapaz de callar, de descansar. 

Quiero estar solo, no depender de nadie, que nadie dependa de mí. Necesito parar. No sé cuándo acabará, no sé si acabará. Ves unos días de paz, de convivir con la ansiedad, de aprender a sobrellevarla y todo vuelve a oscurecer. Las piernas vuelven a doler, la cabeza a palpitar. Es una sensación extraña, una peso que me comprime el cráneo por la parte superior, por sus laterales. Ahí es cuando todo se estropea, cuando mis pensamientos se vuelven sucios y mis intenciones, dañinas. Y no soy cariñoso, ni comprensivo. No lo soy ni hacia fuera ni hacia mí. 

Ojalá se fuera con las pastillas, con la medicación. Ojalá supiera hacerlo desaparecer. Ojalá rompiera a llorar o me rompiera, sin más. A veces pienso que necesito estar roto del todo, despedazado para volver a empezar, para recolocar cada parte de mí, de mi mente que no cesa, como rayos, como fogonazos constantes que me aturden y me hacen temblar, me hacen sentir ingenuo e ignorante, una voz fugaz prescindible e innecesaria, una opinión absurda que no puedo contener. Y sólo puedo preguntarme ¿Cuándo acabará? ¿Cuándo me dejaré de quejar?