domingo, 31 de octubre de 2021

Quiero que esto acabe ya.

 Estoy mal. Estoy con ansiedad desde hace muchas horas, en un estado nervioso sin ser una crisis severa. Me duele la cabeza, el pecho, el abdomen, estoy cansado. Tengo muchas molestias musculares y en las articulaciones. No duermo bien. Me duele la espalda y también las manos y los dedos. Me cuesta teclear. 

He cambiado la medicación del colesterol pero siguen las pesadillas. Cualquier cosa me entristece, me desanima. Ayer salí mareado del cine. Estuve nervioso y con ansiedad casi toda la película, aunque pude prestar atención. No cené. Tuve que quitar la serie que estábamos viendo para ir a la cama porque estaba agotado, con dolor de cabeza e incapaz de concentrarme y enterarme de lo que estaba viendo.

Acosté a Mateo. Quería morirme mientras me hablaba. Pensaba en pastillas y, a la vez, en lo mucho que me gustaba su voz contándome su tarde con Patricia, sus planes para mañana. Sabía que eran ideas que no iba a ejecutar, pero las pensaba, las deseaba. A veces pienso que si no tuviera a Candela, Mario y Mateo ya lo habría hecho. Me fui a la cama. No podía dormir. Me dolía todo. Sentía a Patricia lejísimos. No sé por qué, estaba como enfadado, como molesto. No soportaba el dolor de espalda. Me he acostado en la cama de Candela.

Casi no he dormido. Me agobia todo. El ruido, el silencio, sacar a Phoebe, que me ladre en casa. Me estalla la cabeza, me explota el corazón, me cuesta respirar y mantenerme erguido. Tengo un fuerte dolor en la parte trasera de la cabeza. Me molestan las gafas, vuelve el dolor de ojos, la vista cansada. 

Estoy atrapado en mis síntomas, en mis obsesiones idealistas, en mi forma de vida, en los planes que no quiero hacer y no soy capaz de evitar, en el ruido de la casa, en mi cuerpo arisco y extraño, en la necesidad de mimos y abrazos, de estar tumbado, en las preocupaciones externas, en este llanto ahogado que no sale, en qué hacer con el trabajo. Quiero volver al trabajo, pero no sé si es sólo para seguir huyendo.

He pensado en ideas para volver al trabajo, pero tengo miedo. Miedo a que sean rechazadas, miedo a cómo esté cuando tenga que pasar horas en un mismo lugar con gente, miedo a que acepten las propuestas y no ser el que creo ser, fracasar, que salga mal, no atreverme a hablar.

Quiero que esto acabe ya y ese deseo me tiene preso.

viernes, 29 de octubre de 2021

Será

Serán la lluvia, las nubes negras, el frío en los huesos, el viejo colchón, el otoño, la caída de las hojas, el suelo que cruje, la revolución pendiente. Será este octubre con más horas de noches y sombras que de soles y luces, este octubre sin lluvia ni arcoíris, sin andenes ni bienvenidas, sin aplausos, sin besos en las mejillas.

Será este tiempo sin descanso ni trabajo, de grúas y andamios, de suelo urbanizable, de hipotecas variables, de escarcha en la nevera y en la cama, de pies descalzos.

Serán estas noches de sustos y dulces, de calabazas y castañas, de olor a chimenea, de hollín en los nudillos, de brasa en las manos y ceniza en los pulmones.

Será esta tarde gris, de brillos perdidos, de miradas vacías, de aliento en el cristal, de vaho en la ducha, de rodilleras y remiendos, de miedo a no temer más, de ganas de tener menos, de reuniones y móviles, de cabezas gachas, de música en el coche, de butacas de cine.

Será la humedad, el moho en la pared, o una pintada, sus huellas en el cristal, un cojín mordido, un mueble roído, mis dientes amarillos, las canas alborotadas, la barba de 6 días, el picor, la apatía.

Será el sonido de la lluvia, el ruido de la calle, el humo de los coches, una mujer llorando en una escalera, un vendedor recogiendo sus mantas, un inmigrante que llama a casa, el precio de la luz, la luz de la lava, hogares calcinados, la espuma del océano, el mar devorando cuerpos, la publicidad de navidad, la melodía de las tragaperras, una manta en un portal, un cartón de leche, unos pocos céntimos, una guitarra.

Será el silencio de las bombas, de la amenaza en esa casa, del puñetazo en la pared, del guantazo que cruza la línea y la pared, de las puertas de la cárcel, de cerrojos que se clavan, de vidas que cambian, de miradas que no.

Será el grito, el callejón oscuro, un niño comprando droga, un hombre comprando un cuerpo, la primera raya, el último beso, el primer insulto, el próximo paso.

Será el olor a frutas y nueces, a un libro que abres, a tierra, a hojas y naranjas, a puré y barbacoa, a parrilla y goma quemada,  a camalote y agua estancada, a tuberías viejas, el olor a reja, la farola fundida, el autobús en el extrarradio, una gitana en la parada, una bandera de España.

Será el disfraz, la tienda que cierra, el paquete que llega, una ONG más, las zapatillas, la larga etiqueta, la hoja de las tijeras, Made in Bangladesh, el comercio de barrio, una mano recogiendo garbanzos.

Será que el horror no amenaza mi sueño, no desvela mis pesadillas. Será que ya es tarde para volver a empezar, quizá sea pronto. Será todo lo que no soy.
Una casa en el centro, ir andando al colegio, llegar pronto al médico, comercio justo, un parque y dos bicicletas, un hueso de melocotón en el suelo, un racimo de uvas en el plato, dos crowdfunding, un periódico, el olor del papel, el sonido del teclado, el ratón del ordenador, volver al trabajo.

Será el sonido del poste, el estallido del gol, zapatillas que chirrían, una pelota que bota, resina en las manos, pies de gato, jugar hasta que apaguen las luces, los juegos de barrio, la botella, la rayuela, carreras y saltos, la liga de veteranos, el nombre de ellas.

Será tu voz, tu mano en mis rizos, tu boca en mi nuca, tu cabeza en el pecho, tu cara de niña, tus ganas de todo. Será todo lo que fui, de todo lo que me arrepiento, lo que aprendí de ti, adonde no llego.

Algo será lo que nos despierte, lo que nos dé cobijo, lo que nos ponga a salvo.

Parado

 No tener ganas de morir. Ya es una buena noticia en un día que transcurre a la carrera, entre plancha y ordenador, entre placeres y deberes, entre currículums que actualizar y llamadas a demorar, entre el volante y las palabras en los asientos de atrás, entre el truco y trato que da miedo sólo de pararte a pensar, entre mi vida presente que se escapa y el futuro que no veo. El pasado, el pasado es pesado.

Miro hacia atrás. Hace 10 meses que me medico, 9 meses que estoy de baja. He cambiado 3 veces de fármaco, he pasado por un ingreso hospitalario de 9 días, he tenido recaídas, un ajuste de medicación, una nueva subida de antidepresivos y la gran victoria del día es que ayer no quería morirme... Hasta las últimas horas del día, cuando la semana se me hace demasiado largo, cuando el jueves no acaba nunca, cuando el placer se confunde con dolor y el ocio en una especie de obligación, una concentración imposible ante una cabeza que no frena, que busca constantemente la respuesta pretendida, las preguntas exactas, la solución mágica.

A veces duelen las caricias por no saber corresponderlas. A veces duelen las palabras por ser solo silencio. A veces duelen los planes por ser parálisis y pretérito. Y miro a mi pasado, no encuentro el camino trazado, no sé responder si fue el correcto, si hice lo que quise o si me dejé llevar y, a partir de ahí, no hay mapa para los nuevos pasos que quiera dar, ni fortuna, ni oportunidades, ni zancada sin abismo y pavor, sin vértigo y culpa, sin desazón, desesperanza y desconfianza. En mí, en ellos, en este mundo que no entiendo. En las 1025 personas muertas o desaparecidas en el mar, en los desahucios que nadie puede parar, en las mujeres que huyen del horror de su hogar, en las que no pudieron huir, en los niños que crecieron solos, en los que buscan donde dormir, en las jóvenes a las que hoy van a intentar violar, en las manos que se resquebrajan para poder pagar 3 comidas al día, la luz, el butano, el alquiler, un nuevo sofá. 

Y yo aquí, paralizado, escribiendo sobre mis temores, sobre la careta que siempre llevé, sobre la sonrisa que perdí, sobre mi miedo a vivir, sobre mis ganas de morir, sobre el pavor a no estar aquí, sobre el terror a no saber estar ni qué hacer ni cómo avanzar. 

Miro las pastillas, pienso en el pasado y me pregunto ¿y qué pasaría si no me las estuviera tomando? ¿Qué está pasando? ¿En qué me estoy o nos estamos equivocando? ¿Por qué no ando? ¿Cuál es el siguiente paso?

miércoles, 27 de octubre de 2021

Me vacío

Suena la pesa de la olla, a veces siento que necesito liberar mis pensamientos de igual forma, una válvula que extraiga lentamente todo lo negativo para que mi cabeza no explote. Un soplido contenido y constante, un grito continuo y molesto, que lo llena todo de humo y hedor, que no sabes cuándo va a parar, si te va a secar por dentro.

Suena la pesa de la olla, el temporizador de la vitrocerámica. La casa huele a cocido y otoño, a cuchara y manta, a silencio y frío sol. Hoy hace viento. Me azota la cabeza cuando salgo, me tiemblan hasta los huesos, me cruje cada paso. Hoy es un mes más a sumar en el calendario, una fecha a poner, otro nuevo destino a cumplir, un trámite aburrido del que estoy cansado, hastiado. 

Pongo la radio. La apago. Enciendo la tele. Hay ruido, promesas, enfados y pocas historias verdaderas.

Hoy, se producirán entre 4 y 5 violaciones con penetración en nuestro país. No sabemos quiénes serán, ni dónde ocurrirán, si serán 4 ó 5, si será 1 o si serán 10, pero la estadística nos dice que cada día hay 5 mujeres que sufren agresiones sexuales con penetración. 388 mujeres denunciarán violencia de género. 36 mujeres han sido asesinadas este año por sus parejas y exparejas. 67 han sido asesinadas por el simple hecho de ser mujer. Más de 1 cada semana. Esta semana, a lo mejor hoy, una mujer será asesinada. Por su expareja, por un desconocido, por un amigo. 

Hay niños que con 11 años ya consumen drogas, niñas que a los 13 son tentadas por proxenetas, hay vidas rotas en medio de la “normalidad”.

Ninguna saldrá en el telediario. No será noticia. Será silencio, será miedo, será un dolor constante en la cabeza, la necesidad de que la rabia salga del cuerpo como el vapor de la pesa. Será algo que no ocurre. Será la olla que no ha abierto la pesa mientras sus cuerpos estallan en el mayor de los silencios y de las sombras.

Y a mí no me apetece escribir de nada. Estoy triste, abatido, aburrido. Me apetece dormir al olor del cocido pensando en una comida plácida, paladeando cada cucharada, sin prisa, sin miedo a nada, sin miedo a mí, sin querer llorar, queriendo estar. No me apetece escribir más.

martes, 26 de octubre de 2021

¿Por qué ella y no yo?

Ahora mismo me odio. Me odio. No me soporto. No sé quién soy. No sé qué quiero. No valgo nada. Siento ira, violencia atrapada, ganas de morir, de desaparecer.

Hemos empezado una terapia de pareja y tengo un miedo atroz. Siento que es la última oportunidad y, a la vez, siento que no va a servir de nada, que nuestras vidas ya están separadas. No queremos lo mismo. A veces dudo si nos queremos, si nos entendemos, si nos conocemos. Salí contento, comprendiendo mejor a Patricia y, poco a poco, pensamientos negativos inundan mi cerebro. De lo que soy, de lo que cree que soy, de lo que no seré jamás, de lo que no tendrá conmigo, de lo que no soy capaz de salir. No soy capaz. No tengo fuerzas, no tengo ganas, no sé cómo hacerlo. Sólo sé llorar y dejarme llevar y hacer cosas estúpidas sin significado alguno, sin valor.

No sé regresar a mí trabajo, no sé como borrar todo lo negativo, como empezar de 0, como volver a empezar. No sé qué hacer allí cuando esté y me sienta vacío. No sé si tengo el talento para hacer lo que digo que habría que hacer, ni el valor, ni la fuerza, ni la compañía precisa, ni el interés propio y ajeno. No sé para qué más puedo valer. No soy la vida que quiere tener. No se la puedo dar, creo que ni siquiera queremos la misma vida. 

Quiero llorar, tumbarme en la cama y llorar, dejar el tiempo pasar. Hoy ha muerto una mujer de 34 años yendo al trabajo y he deseado ser yo ¿Por qué ella y no yo? ¿Qué tengo yo que aportar? ¿Por qué sufro si lo tengo todo? ¿Por qué no valoro esta felicidad? ¿Qué hago yo por este mundo al que no dejo de criticar?¿Por qué esta tristeza? ¿Por qué esta angustia? ¿Por qué esta ira? ¿Por qué?

domingo, 24 de octubre de 2021

Hoy

Me siento mal y me cuesta levantarme. 

Cansado, agotado, dolorido, tembloroso, apesadumbrado, pesimista, frustrado, solo, abandonado, abrumado, superado, exigido, incomprendido, silencioso, sin lágrimas, sin parar de llorar, agitado, nervioso, ausente, cabizbajo, atormentado, atronado, sin descanso, fatigado, cegado, aturdido, incapaz, incapacitado, mareado, perdido, desorientado, huido, abatido, vencido, caído, tirado, derrotado.

Me sobran el ruido, la luz, los latidos, mi cabeza, mi cuerpo, los silencios, las palabras, las preguntas, las respuestas. Me faltan caricias y abrazos, conversación, silencios, escapatorias.

viernes, 22 de octubre de 2021

Invisible

 Y todo era tal y como lo había pensado. 

No habían hablado, la televisión para tapar el silencio, alguna mirada perdida, abrazos olvidados, caricias desaparecidas, kilómetros de distancia en la misma habitación. Decían palabras pero no se hablaban. Parecía que ninguna quisiera saber. No abrir la boca para no confirmar los temores.

Y todo era tal y como lo había pensado.

Enfado, ira, culpa, malestar, frustración. La lluvia en sus rostros, la niebla en sus manos. Deseos y anhelos, obligaciones y encierro en plena calle. No había consuelo, no había consenso, no había lugares comunes. Todo era tristeza y lejanía. Y no había solución.

Todo era tal y como lo había pensado.

Vivían en mundos distintos. Él, enfermo. Ella, vital. Él, callado. Ella, sorda. Él, la culpa. Ella, la libertad.

Inconformismo y cansancio, esfuerzo y exigencias. Ojos apagados, una vida sin luz, un mundo desaprovechado, planes deshechos y un dolor que no se ve.

Todo era tal y como lo había pensado.

Y en su cabeza buscaba la enfermedad, enfermar de verdad ¿acaso no era suficiente? Fiebre, convulsionar, un infarto, vómitos, un accidente de tráfico, un cáncer. Que un día se mirasen y le viese enfermo. Ese día, empezarían sus vidas, sin esperar al otro, sin separarse de él, seguir a su lado siguiendo su camino.

Lloró. Todo era tal y como lo había pensado. Era invisible, incomprendido, solitario. No entendía su mal. Vivir como si no pasara nada. 

Todo lo que no es.

 Es el dolor en el pecho, el llanto que no sale, la respiración entrecortada, el grito atragantado, el miedo a que no funcione, el temor a mis fracasos, sus sombras, sus voces, mis dudas, mis noches, los terrores en cada parpadeo, la pesadilla acechando el sueño, es la cabeza que late, el crujir de las articulaciones, la pena que no acaba, el silencio que nos invade, ese muro infranqueable. Es el miedo. El miedo a quedarme quieto. El miedo a lo que pase si me muevo. Es la falta de aliento, el piel con piel, tu mano en mi nuca, mi cabeza en tus senos.

Es todo lo que no pasa por lo que me pasa, por lo que pienso. Es no dejar de pensar, el peso de las flores mustias y los pensamientos.

Es un número que no me atrevo a marcar, una pastilla más, el hambre a deshora, la desgana en el momento. Es la rabia, el ladrido, la ira, la angustia, la frustración, la mirada perdida, los días perdidos, las ideas podridas.

martes, 19 de octubre de 2021

Esperanzas

 Llevo un par de semanas malas pero también han crecido fortalezas, pequeños muros estables sobres los que construir mis escombros.

Me apetece hacer cosas, ojalá encuentro el tiempo y las ganas cada día. Vislumbro soluciones que no sé si llegarán a materializarse pero que son factibles, hay proyectos que no son utopía ni locura, afronto mis problemas con más diálogo y entereza, aunque me duela, aunque me cueste parte de la salud. Escondo mi ira o la controlo, hallo mecanismos e islas de paciencia, raciocinio lo que no tiene razón de ser y así domino lo que mi mente elucubra. 

Me siguen faltando fuerzas para todo el convencimiento que tengo sea capaz de plasmarlo, para pedir el último soplo de ayuda, para atreverme a salir ahí fuera. Me sigue sobrando tristeza y exigencia, ansiedad y temblores, pesadillas y dolores. Me sigues faltando tú, pero no es culpa tuya. Aprenderemos y saldremos de esta.

Anoche fue una mala noche, pero a la madrugada le persigue un sol de voluntad y esperanza.

Espero no desesperarme porque el cansancio empieza a ser insorportable.

domingo, 17 de octubre de 2021

Terapia de pareja

 Jueves.

Duermo mal. Encadeno varios días de pesadillas sin apenas descansar. Se lo he comentado a Patricia. Llevamos varias semanas de intensa actividad. Ayer tuve que ir al dentista. Toda la mañana ocupado. Por la tarde, Patricia tenía academia. Toda la tarde solo con los niños. Fui a ver a mi padre, el viernes le tienen que hacer una operación menor. Compramos churros y nos fuimos a su casa a pasar un par de horas. Volvimos a casa. Sacar a Phoebe. Duchas, cena y a la cama. Sacar a Phoebe. Patricia llegó tarde, muy cansada. No recuerdo si hablamos. Creo que pusimos "La Casas de Papel" hasta que ella se quedó dormida. A mí me está volviendo costar conciliar el sueño, pero el día ha sido bueno.

El jueves es distinto. Casi no he dormido, he tenido pesadillas raras, me levanto cansado y agitado. Sacar a Phoebe. Preparo desayunos y merenderas para el colegio. El día va a ser intenso. Ir al colegio, hacer la compra, limpiar la casa, hacer la comida, buscar un hueco para escribir y meditar. Patricia me mando un whatsapp. Me duele la cabeza y estoy agotado. Se lo digo. Patricia llega tarde. Son más de las tres. Patricia me pregunta qué tal sigue y respondo con un suspiro "Bien". 

Mario tiene psicóloga a las 4. Termino de preparar la comida de Patricia, de recoger algunos platos y me echo un rato en la cama. 10 minutos. Tengo que coger a Mario y llevarle a Versus. Estoy agotado. Elena quiere hablar primero conmigo. Hablamos de Mario y de mí, de cómo estoy, de cómo he estado, de lo que estoy haciendo ocupándome de tantas tareas yo solo. Me anima. Entre Mario y yo salgo. Hablo por whatsapp con Patricia. Me pide que vaya a por ella para que estemos los dos cuando Elena nos haga el resumen de la terapia y nos indique los nuevos trabajos. Subo a casa. Pongo calcetines y zapatillas a Mateo, le cambio de camiseta mientras Patricia saca a Phoebe. No hay tiempo para mucho más. Bajamos a Versus. En la sala de espera Patricia me pregunta que me pasa. Yo le digo que estoy muy cansado. 

Salimos de la psicóloga de Mario y le llevamos a escalada. Sin preguntar, Patricia dice que podíamos ir a un parque cercano para hacer tiempo. Le digo que no podemos porque Candela está con su prima y su tía va a necesitar la silla del coche porque van a ir a montar a caballo. Le digo a Mateo que nos quedaremos en el parque de casa. Mateo protesta. Yo le digo que iremos al parque de casa. Patricia dice que no, que nos vamos a otro parque. Yo me quejo con un suspiro. Patricia pregunta ofendida qué pasa. Yo contesto que no cuenta con nadie. Ella explota "¡Estoy diciendo de ir a un parque, no de irnos cuatro días a la Conchinchina" estalla. Yo me callo. Visiblemente enfadado, me callo. Antes de llegar a casa, Patricia sentencia "No te preocupes, ya me voy yo sola con el niño a casa", en tono de reproche. Aparco. Medio llorando, entre dientes y con ira contesto "Gracias por tu comprensión". "Lo mismo te digo" me responde ella de igual manera. 

Entro en casa. La cabeza me palpita. Golpeo cosas. Tengo mucha ira acumulada. Me doy cuenta de que no me he tomado el lorazepam Me preparo un café, la pastilla y un paracetamol. Ha vuelto el dolor de cabeza. Me tumbo en la cama, a oscuras. Cierro los ojos y pienso en tomarme todas las pastillas que tengo en las distintas cajas de medicina. Pienso en que va a llegar a Raquel y le tengo que dar la silla. Pienso en que luego vendrá Patricia con Mario y los niños. Pienso. La idea no se va pero no es la huida que quiero. Tengo ira y tristeza, me siento solo e incomprendido. Llega Raquel a pedirme la silla. Se la doy y vuelvo a la cama. Realmente no sé qué más pasó ese jueves. Sé que le mandé a Patricia un mensaje disculpándome por no haberle dicho que no estaba en condiciones de hacer planes de otra manera. Ella asume que también saltó enseguida. Nos enviamos un Te quiero poco creíble. A partir de ahí, sólo recuerdo que llegó a casa y casi ni nos miramos. No hablamos. No se refirió al tema. No hubo abrazos, ni un gesto por parte de ninguno de los dos. Patricia hizo tortilla de patatas. Yo me encargué de las duchas. Patricia acostó a Candela, Mario y Mateo. Yo me acosté. Patricia fue a la habitación. La luz estaba apagada pero yo estaba despierto. No entró. No me abrazó. No me preguntó nada. Abrió, vio la luz apagada y se fue. Creo que durmió en el salón. Mateo vomitó por la noche. Ella fue la que le escuchó porque estaba en el salón. Patricia fue a dormir a Mateo y yo me quedé limpiando. Volvió a la cama a las dos horas.

El viernes nos despertamos igual. Mateo no iría al colegio. Yo había reservado este día para mí, para descansar, para estar disponible si mi padre o mi madre necesitaban cualquier cosa, pero me he preparado para los imprevistos. Patricia llevo a Mario al colegio y Candela se fue con su tía. Yo me quedé en casa con Mateo. Limpiamos, jugamos, bajamos al parque, hicimos la comida, vimos la tele juntos. Hasta me dejó hacer mis ejercicios mientras veía la televisión. Ni un mensaje de qué tal estaba yo durante toda la mañana. Vestí a Mateo y nos fuimos a por Mario y Candela. Comimos, llegó Patricia, casi no hablamos. Me preguntó por mi dolor de cabeza, le dije que me dolió pero que me tomé una pastilla y se me pasó. Patricia se acostó la siesta con Mateo. Yo dormí en su cama. Tuve pesadillas constantes. Nos despertamos, vimos otro capítulo de La Casa de Papel, casi no hablamos. El ambiente era tenso pero se iba aligerando. Yo necesito alianzas, no esta situación de enfado. Sin hablar del tema, vamos recuperando conversaciones y contacto. Estaba agotada, cada vez más cansado. Ese día jugamos a algo y después se quedaron jugando a la consola. Yo saqué a Phoebe, me encargué de otras tareas. Patricia hizo la cena. Yo me fui al ordenador. Cuando la cena estaba lista vino enfadada a decirme. "Iván, la cena". Nunca entra, nunca me abraza, nunca un ¿Qué tal estás? ¿Necesitas algo? ni un "Vamos a cenar, cariño". Volvería a pasar el sábado. Nos pusimos una serie, tuvo que parar el capítulo para sacar a Phoebe que necesitaba salir. 

La noche del viernes fue una pesadilla tras otra. Esa noche Mario duerme en nuestra cama. Yo acosté a Mateo. Cuando fui a mi cama no tenía espacio y me dormí en la litera de Mario. No dormí. O dormí pero no descansé. Tuve miles de terrores nocturnos vinculados con el trabajo. Me levanté ansioso, agitado. Como casi siempre, fui el primero en despertar junto a Candela. Cuando alguien se levanta, Phoebe ya se pone nerviosa, quiere salir y me busca. Así que acabé con mi estado de vigilia, me levanté y la saqué. Hacía frío y estuvimos poco rato. Se despertó Mateo. Se despertó Mario. A los 45 minutos, se despertó Patricia, que estaba mal del estómago. Ha estado todo el fin de semana con dolores y diarrea. El clima de tensión entre nosotros había bajado. Yo me había entregado a sus abrazos. Tengo la impresión de que fui yo el que abrazó y ella me apretó aliviada. Pero mi cabeza iba a mil. Me había levantado acelerado, con gran ansiedad, así que me dediqué a hacer cosas con el ordenador, a realizar urgencias olvidadas, a quererme. La verdad es que me costó desengancharme. Estaba hiperconectado, con la necesidad de contar cosas, de estar pendiente de competiciones, de partidos... De hacer mi trabajo. Era consciente pero no podía evitarlo. Saqué varias veces a Phoebe. Patricia jugó con los niños. No recuerdo bien el resto de la mañana. Terminé, estuve con ellos, con Mateo que quería jugar conmigo a la plastilina (estuvo todo el rato en la habitación mientras yo estaba con el ordenador), a la arena mágica. Terminamos e hice la comida. Patricia se fue a la cama con Mario y Mateo. Yo me quedé despierto escribiendo en el ordenador, viendo partidos. Se levantó y vimos el último capítulo de "La Casa de Papel", pusimos otro capítulo. No recuerdo que me preguntara que tal estaba. Creo que en algún momento lo hice y la respondí que mal, que muy agitado y con mucha ansiedad. 

En medio de todo eso, Patricia planteó al grupo de whatsapp de las amistades ir a una casa rural en el puente de Los Santos. No me había dicho nada antes. El plan estaba en marcha y yo no sabía como decir que no. No entendía nada. Hacía una semana, ante la inutilidad del buzón de cartas, di un paso más y la escribí por correo electrónico:

Hola, mi vida ¿Qué tal estás? Están siendo días agotadores y de mucha distancia, te echo de menos y, como me suele pasar, me atrinchero en mí mismo. Hay mil cosas que me gustaría decirte pero que luego nunca salen de mi boca. Hay cosas que me duelen y que no quiero que sigan creciendo. Tengo la sensación de la comunicación ha vuelto a romperse entre nosotros, a alejarse. Te he escrito varias cartas en nuestro buzón, pero lo he quitado porque seguían ahí y ni siquiera has preguntado. Y me he sentido muy lejos, muy roto, muy solo porque esa era la forma de comunicarnos que habíamos pactado y todo lo que no sé decirte a la cara se ha esfumado. No sé por qué, no sé qué ha pasado. A veces siento, y no te culpo, que prefieres no saber, supongo que tendrás miedo. A veces siento que quieres que este se solucione ya, pero sin pasar el dolor que conlleva, y eso es imposible. Hay muchas cosas que hemos dejado en el tintero. Creo que a ti te pasa un poco como a mí, preguntas por WhatsApp pero al llegar a casa la vida se llena de frases comunes y espacios vacíos. Yo lo estoy notando así otra vez y no quiero que vaya a más. Tampoco quiero culparte de nada, ni esperar a explotar para abordar la conversación desde la discusión. Quiero decirte las cosas con calma y por eso te escribo, desde el amor, la calma y la necesidad.

Sabes que estoy mal. No sé si fue el curso, no sé si es este imparable ritmo en el que se me acumulan tareas y me asfixio, no porque no tenga tiempo para descansar, es que no tengo tiempo para mí, para nosotros, para hacer mis tareas, para ordenar mis ideas, para ir construyendo mi futuro.

Agradezco mucho la idea que me has propuesto de Radio Ícaro. No me ha dado tiempo a buscar información, pero dame el teléfono o el correo para mandar el currículum. El problema es que no estoy en situación de buscar trabajo, estoy bajo de ánimo, de autoestima, muy lesionado en mi amor propio, en mis valías y no es la mejor forma de venderse a la hora de trabajar. He echado en falta preguntas. Que me preguntaras qué quería, qué pensaba, qué necesitaba, cuáles eran mis intenciones, aunque algunas ya las conté con Mario e Isa. No lo sé, sentí que buscaste una solución para mí, que agradezco y tengo en cuenta, pero sin mí. Igual me equivoco y es esta depresión la que lo trastoca y transforma todo.

En mi cabeza hay mil ideas, como siempre. Y poco tiempo. Quiero editar vídeos. Quiero tener tiempo y ánimo para editar el vídeo del 50 aniversario de mi padre, coger ese gustillo como cuando edité el de 40 cumpleaños que tanto disfruté. He pensado en buscar trabajo por ahí, con gente más fiable que Alcalá.

He pensado en aprovechar todos los esfuerzos que dedico a la falta de información de competiciones femeninas en los medios para hacer un documental o algo vendible. He pensado en crear mi propia empresa, o dar un nuevo uso a la Radio Caravana para hacer lo que nos gusta. Ya que está esa plataforma, podría ser una idea. He pensado en estudiar, en los carísimos master, en los larguísimos doctorados. Pero todo requiero de un tiempo y una fuerza que ahora no tengo. Todas las válvulas de escape son compatibles con Radio Ícaro, que tendríamos que saber realmente de qué va el proyecto y cuáles son las condiciones, pero puede funcionar.

He pensado en volver a trabajar a la radio. Curarme, respirar e ir y proponer: un espacio propio, una isla desierta en la que no sufra. Hablar con Antonio y que él me recoja de alguna manera en El Sol aunque sin cambiar el turno. Pero todo eso supone siempre un enfrentamiento para el que no estoy preparado y que tiene muy pocas probabilidades de éxito. Pero odio pensar que me voy a ir de allí con las manos vacías después de todo el daño que me han hecho, que van a conseguir que me vaya como quieren sin encima pagarme un euro. En fin.

Quería decirte estas cosas. También que este fin de semana me hubiera encantado ir a algún sitio: una pequeña escapada, a la Warner, no sé… Pero es que los días pasan y pesan demasiado. Este fin de semana creo que no será, aunque ahí está el cine que dan varias películas que nos pueden gustar. Y los planes… Pues no sé, porque siempre hay algo. La próxima semana, la operación de mi padre. Necesito calma y que la vida pare.

Te quiero mucho, amor. Siento no saber decirte estas cosas cuando llegas, construir ese muro invisible que nos separa y que me atormenta la cabeza. Luego nos vemos, mi vida.

Un beso.

No entiendo nada. Ella me contestó. Asumió que le cuesta, que es incapaz de estar bien, por mucho que se prepara, cuando yo estoy bien, que se siente egoísta pero que quiere ayudarme. Pero pasan estas cosas.

Terminó la serie, merendamos, saqué a Phoebe que estuvo toda la tarde nerviosa, jugamos a juegos de mesa y me vestí para ir con Mario y Mateo al parque para que Patricia pudiera descansar y prepararse el tema de la academia. Candela siempre se queda en casa.

Llegamos del parque. En el parque había mucha gente y lo pasé realmente mal, pero pude jugar, mantener la paciencia y a los dos contentos. Nos volvimos a casa. Saqué otra vez a Phoebe, que estaba muy alterada. Patricia me preguntó que tal y yo le respondí con un resignado "Bien, bien". Patricia hizo la cena. Yo, tras sacar por enésima vez a Phoebe, estaba tumbado a oscuras en la cama con una crisis de ansiedad. Patricia volvió a entrar en la habitación molesta "Iván, que está la cena" volvió a repetir tras abrir la puerta. Cenamos. Vimos la serie. Mateo había pegado patadas durante la serie y estaba castigado sin ver la tele en nuestra cama. Yo me lo iba a llevar a su cama, necesitaba descansar ya. Patricia le quitó el castigo. A penas tenía espacio en la cama para acostarme y no quise imponerme para hacerme hueco. No quería estar allí. No quería. Me fui a la cama de Mateo. A los 5 minutos, Patricia llegó sola diciéndome que Mateo se tenía que ir a la cama porque estaba dando patadas. Fui a por él, me pegó unas cuantas patadas en la cama hasta que por fin le calmé. Mario llegó enseguida para acostarse. Los dos se durmieron de inmediato. Creo que no fui ni a mi cama. Directamente, me metí en la cama de Candela y me dormí. 

He tenido pesadillas pero me he despertado mejor, no han sido tan agitadas. Me he despertado de buen ánimo, con buena voluntad de olvidar todo lo pasado, de reconstruir, de respirar y pensar en la terapia de pareja. Me he despertado a las 8.30hs junto a Mario y Mateo. He sacado a Phoebe. He vuelto a casa. He preparado el desayuno. Mario quiere ir a la Ciudad Deportiva. Mateo quiere jugar con la arena mágica. Yo recojo parcialmente la mesa. Patricia se despierta. La he dado un beso mientras estaba en el baño y la he preguntado qué tal estaba. Me duele cada vez que ella no me pregunta a mí. Ha llegado y ha cambiado todos los planes. Yo me he puesto a recoger. Ella se ha quedado con los niños. Yo me he venido al ordenador, ella ha entrado dos veces en la habitación. Ni una pregunta pregunta, ni una caricia, ni una mano en el hombro o en la nuca, ni un beso. No sé qué coño pasa. No sé cómo arreglar esto. No sé cómo puede solucionar una terapia de pareja algo que veo tan roto, una distancia tan sideral, una ausencia absoluta de la percepción de mi enfermedad, de mis crisis de ansiedad, de mis dolores físicos cuando llega, su necesidad constante de hacer planes, el dejar constancia de lo que supuso no salir en el último puente (aunque fuimos al baloncesto y dos días al cine, aunque yo fui al parque dos mañanas para que ella descansara).

Y aquí estoy. escribiendo esto completamente cansado y desesperado, al borde del llanto, del derrumbe. El suicidio ha vuelto a aparecer como idea, pero soy consciente de que no lo voy a hacer y que no es lo que quiero, ni para mí ni para mi familia, pero si nace una especie sensación de querer hacerme daño, de sufrir algún tipo de daño o crisis que contemple como enfermedad real y que la haga reaccionar. 

Lo intentaremos con la terapia de pareja, pero tengo un miedo atroz porque sé que después de eso, si no hay recuperación, si no encuentro su comprensión, el futuro debe ser por separado.

sábado, 16 de octubre de 2021

Queriéndome. Construyéndome.

 Me duele el pecho. Tengo el pulso acelerado y me tiemblan las manos. Estoy nervioso. Anoche me costó dormir. Esta mañana me he despertado con ansiedad. Sueños y pesadillas durante la noche. El trabajo, una constante en mi cabeza. He soñado con el trabajo durante las pocas horas que he tenido los ojos cerrados. Con ideas que tengo en la cabeza y que se esfuman cuando me despierto, con proyectos maravillosos que están solo en sueños y con el futuro que mi cabeza imagina para mi vuelta a la radio. Me preocupa todo.

No sé explicarlo. Me dieron de baja tras un fin de semana en el que conduje con crisis de ansiedad, en el que sentí miedo y me sentí más vulnerable que nunca, en el que creí destrozado todo mi sistema de trabajo, todos mis proyectos, todas mis ideas. Sentirte inútil, mirar atrás y ver cómo arrasan con todo lo creado, con todas las ilusiones puestas en cada programa, en cada partido, en cada pieza, en cada corte, en cada boletín. 

Y no me he repuesto todavía de eso. Mi cuerpo y mi cabeza piden lo mismo que temen. En mi mente ya hay ideas, salidas, propuestas, soluciones, planes... En mi cerebro sólo aparecen incertidumbres, miedos, vacíos, silencios y tiempos en pausa. 

Me estoy reconstruyendo, autofelándome que dirían Fernando Gallego o Javier Ortiz, tratando de volver a montar las piezas del puzzle buscando en aquellos lugares en los que fui feliz.

Yo construí esa felicidad. Estaba al borde del derrumbe cuando llegó la pandemia. El 8 de marzo alcé el hilo de voz que me quedaba. La amistad que une con ciertas deportistas, su cercanía y generosidad conmigo cada vez que he pedido algo, completó una idea que atormentaba mi cabeza desde hacía años: saber qué quieren de los medios ellas y qué damos. Ese fue mi último programa antes del confinamiento.

Una semana después, ya no habría fútbol ni programación deportiva de fin de semana, aunque sí había competiciones y Carolina Marín y César Castro brillaban en Reino Unido. Aún recuerdo como si fuera ayer aquella conversación con César tras batir su Récord de España de 200l. En unas semanas iba a ser el Open de Primavera que nunca se produjo y en el que iba a lograr la mínima olímpica que nunca llegó, aunque la tiene en sus brazos. Salí de la radio sin saber que iba a tardar 3 meses en volver. 

La semana siguiente, el trabajo ya tuvo que ser desde casa. No tuve nunca acceso a los medios de la empresa, nunca conseguí conectar mi portátil a la red interna, renové mi ordenador para intentar mejorar mi labor pero, salvo para conseguir audios en directos, lo único que tenía en mis manos era mi Iphone (cuya batería fue muriendo lentamente) y mi IPad. Con ellos hice cosas que jamás pensé de poder hacer, una forma de radio que siempre quise poner en práctica pero que ni se pide, ni se piensa ni llega a aparecer salvo pocas excepciones. Nadie me pidió nada. Sólo tenía que hacer boletines informativos y me obsesioné con dar la mejor y mayor información posible, preguntando sobre distintas ligas, leyéndome y desgranando BOE y DOE, escuchando las ruedas de prensa para buscar la novedad del día, que cambiaba poco. Había que informar y mi obsesión era buscar noticias. Nunca me sentí tan periodista como en ese tiempo. Era el cariño del equipo del fin de semana y mi voluntad de servicio público las que me empujaban. Yo cobraba y tenía que responder con todo lo que sé, aunque no siempre lo haya demostrado.

Entonces, empecé a hacer llamadas. O, mejor dicho, a conversar por whatsapp. Los audios y la amabilidad del deporte de Extremadura me salvaron en pandemia, me permitieron explorar y explorarme, primero para el informativo del fin de semana y, cuando este fue recortado, para nuevos horizontes: El Sol en un primer momento y Minuto 30 después. Había mil historias que merecían ser contadas y a las que casi no se prestaban atención en la vorágine informativa de la desinformación y la incertidumbre que hacían, como casi siempre, al fútbol masculino protagonista. Y así empecé a tirar de mi agenda personal y buscar cosas que contar. De algunas no tengo más que el recuerdo, como la protesta de los clubes de Superliga 2 sobre cómo iban a finalizar la liga o las opiniones de especialistas en los Juegos Paralímpicos sobre el aplazamiento o el mantenimiento de la fecha cuando aún había dudas. Agustín Rubio, Juan Antonio Valle, Juan Bautista Pérez, Loida Zabala, Isabel Yinghua Hernández... Sus voces ponían luz y pensamiento lo que podría pasar. 

Ya digo, de aquellos reportajes no conservo nada. Piezas que editaba para el informativo y morían según salían. Luego todo cambió y empecé a pensar en dar una mayor vida a aquellas historias, aunque nadie jamás consideró que tuvieran valor suficiente como para ser subidas a la web del canal de forma separada o destacarlas. Trabajaba sólo, con la ayuda, los consejos y el ánimo que me mandaban Charo, Pedro, Calero, Juanje o Isa cuando necesitaba saber que lo que hacía tenía sentido. Los reportajes se convirtieron en una costumbre, en una obligación que pasaba desapercibida. Incluso hubo alguna vez que se pusieron en el orden inverso al que deberían y así, yo salí hablando de una muy trabajada pieza sobre la "nueva normalidad" una vez que abrieron los CAR y CNTD el martes en vez del lunes, el día que entraba en vigor la normativa. Sentí en esas fechas como mis reportajes eran mero complemento, los 4-5 minutos que rellenaban un hueco de media hora de deporte, que casi no eran escuchados por quienes se encargaban de emitirlos. Nadie me dijo nada sobre ellos, salvo algún oyente (de la casa y de fuera) que me hizo sentir a salvo. Fueron muchos meses de teletrabajo. Muy duros. Jornadas de 12 horas sin medios, sintiéndome casi abandonado, cogido sólo por las manos del equipo del fin de semana, intentando informar y no ser repetitivo, buscar novedades constantes y dar luz a todo lo que ocurría, sobre todo cuando volvió el deporte y con ello los campeonatos de España y demás pruebas.

Hoy me veo con la necesidad de compartir todo aquello que murió según se emitió. De hecho, los reportajes no se pueden recuperar ni en la web porque el cambio de página borró todo lo anterior. 

Durante esos meses trabajé duro. Trabajé muchas horas, durmiendo en el mismo sitio en el que tenía que currar, sin descanso a penas, sin que se respetasen algunos derechos básicos como las 12 horas de descanso. Creo que hice un buen trabajo pese a lo que me dijeron aquel penúltimo día en el que la ansiedad ya se adueñó de mi personalidad. Y lo voy a compartir, poco a poco. No sé si será el principio de algo o si será el final, pero es una buena oportunidad para rescatar un blog que mandé al olvido.

Espero que os guste.

http://lalineade675.blogspot.com/

viernes, 15 de octubre de 2021

Un ovillo.

 No duermes. No descansas. Cuando duermes, tienes pesadillas. No descansas. Tu cabeza está pensando siempre, a todas horas, en todo momento. Da vueltas y vueltas a los mismos problemas, a las mismas soluciones, a los mismos miedos, temores y cobardías. 

No duermes. Si duermes, tienes terrores nocturnos. No descansas. La cabeza te explota. No hay paciencia ni tiempo. Ni un minuto para respirar, para apoyar la cabeza, para dar un paseo, para ir a la piscina una hora, para caminar o jugar al fútbol. No hay fuerza de voluntad para hacer una llamada y quedar para un café, para una partida de pádel, para la liga de veteranos, para sacar los papeles que un día escribiste para los momentos de angustia y ansiedad. No existe válvula de escape. Eres un ovillo, una pelota con la que juegan, continuamente en movimiento, sin parar. Das vueltas, te mareas, quieres frenar, poco a poco te vas deshaciendo, te deshilachas, vas tirando del hilo, poco a poco, de forma inconsciente hasta que un día estás deshecho, eres algo imposible de reconstruir, una larga, fina y débil línea embarullada que se rompe al menor tirón.

No duermes, no descansas, te has ido deshaciendo poco a poco mientras seguías rodando y rodando. Una pastilla para el dolor de cabeza. Ya no hace nada. Una pastilla para dormir. Ya no hace nada. Escribir para concentrar tus pensamientos. Ya no sirve. Mientras rodaba, olvidaste hacerlo, lo viste prescindible porque todo parecía ir bien. Ahora miras atrás y ves todo lo que has ido perdiendo por el camino ¿cómo volver a armar el ovillo? No vale volver atrás, no vale dar los pasos olvidados. Hay que recogerlo todo de nuevo y empezar a doblar y doblar, doblar y doblar, enrollar y enrollar con mucha paciencia, con persistencia, sin perder la concentración, sin parar. Volver a hacer ese ovillo es lo más importante que hay en tu vida porque deshecho es más frágil, más fácil de romper. Cuando se vuelve ovillo, aunque agazapado, aunque escondiendo todo lo que envuelve dentro, es más fuerte y servirá para coser.

jueves, 14 de octubre de 2021

 No puedo más.

Enjaulado.

 Un día, de repente, te levantas con un enorme dolor de cabeza. Y no se va. Ni con aspirinas, ni descansando un rato, ni tumbándote a oscuras... No sé va. Tampoco tienes mucho tiempo para dedicarte a ti y a ese dolor de cabeza. La compra, la limpieza, la comida. Hoy hay terapia, escalada, Phoebe que ladra por salir a la calle y tú, ahí, al final de todas las urgencias. Y tu cabeza, palpitando, latiendo ideas, pensamientos, planes, futuros imperfectos que no llegan, que no alcanzas, que eres incapaz de materializar. Hay tal torrente de ideas, tal es la lluvia en la cabeza que no sabes priorizar, ni ordenar, ni qué está bien o qué está mal, ni que es factible ni que una utopía. Y el trabajo. Al fondo del todo, el trabajo, sin salida, con cientos de planes perfectos por ejecutar hasta que los dices en voz alta, hasta que tus manos empiezan a plasmarlo y se distorsionan, se difuminan, se evaporan, pierden el valor y la fuerza. Y vuelves a empezar. A querer llorar, a querer dormir, a querer acabar con el dolor de cabeza, a querer gritar, a estar encerrado a solas en ese lugar inmundo al que no te apetece volver pero en el que podías ser tú y pensar solamente en ti. 

A veces lo pienso. A veces me viene la idea. En esos ratos en los que está tu cuerpo lejos, en los que no tengo tu pecho para descansar mi testa, en los que no tengo el aliento de Candela, Mario o Mateo tumbado a mi vera, marcando el ritmo de respiración y de mi vida, pienso en una huida, en un refugio donde todo pase menos yo. 

Estoy cansando. Estoy realmente agotado. Del dolor de cabeza, de las pastillas, de pensar, pensar y pensar y no parar de pensar, de las miles de ideas que vienen y van, que cobran fuerza y se diluyen, de mis miedos, de no hablar, de desear verte y callarme cuando te veo, de verlo todo con ojos ciegos, de escuchar el estruendo de promesas e insultos, de futuros vacuos, de discursos vacíos, de tanta mediocridad, de mi propia mediocridad, de todo lo que tengo y no es mío, de todo lo que es mío y no tengo. Estoy tan cansado. Me tumbaría y no me levantaría. Pero tengo que hacerlo, cada día. Y pensar en levantarme el día siguiente para que haya otro día detrás en el que pueda ejecutar ese plan que se evapora junto a miles de ideas poderosas y ridículas, que siempre atraso, que soy incapaz de empezar.

No sé qué hacer. Me siento triste e inútil, inútil desde la etimología más pura. Incapaz de avanzar, de sumar, de aportar. Mi yo feminista sin acción, mi yo solidario sin acción, mi yo político sin acción, mi yo creativo sin creación. Yo, como mero espectador de un mundo cada día más atroz, más egoísta, menos social y colectivo, menos participativo, más cansado y desesperado. Y yo, en dirección contraria, sin saber cambiar la dirección, sin tomar el rumbo de mi camino, sin saber ni poder hacer nada.

¿Qué son de todas esas ideas que vuelan como pájaros en mi cabeza, que si picotean y molestan, que no anidan ni cantan a la vez o callan para escuchar el canto puro y bello de la locura dándole la mano a la razón, o discutiendo con ella?

En mi mente, un ordenador: un blog, algo de lo que escribir, unos vídeos que montar, una acción política a realizar, un cambio real, un tiempo libre...

Estoy cansado. Me duele la cabeza. Igual mañana me atrevo a ser el mundo que quiero ser, a ser el cambio que quiero ver.

miércoles, 13 de octubre de 2021

Mateo

Juega a mis espaldas, no para de parlotear. Viene donde yo estoy, aunque casi no le preste atención, aunque sólo le dedique unas parcas palabras. Aquí están, cantando. Una melodía inventada, Duende Josele, la última canción que ha escuchado en el colegio... Juega con los dinosaurios y los coches mientras canturrea y no sé si me molesta o me hace feliz. Tenerle aquí cerca me da paz, aunque me desconcentra y aumenta mi tensión, mi ansiedad, mi necesidad de soledad y soltar lo que cierra.

Deja la puerta abierta y aparece Phoebe. Viene despacito, con la cabeza gacha, buscando una caricia, un gesto de cariño. Me chupa levemente la rodilla y se va. Mateo ha vuelto a entrar. Cuenta monedas para ir a por churros para merendar en casa del abuelo Paco y la abuela Mari. "Hay que ir ahora", insiste. Y mi cabeza explota pero, al mismo tiempo, sonríe estúpida e idiota, hipnotizada por su voz, por sus uñas pintadas, su reloj rosa y su orden constante "Lo siento pero hay que ir ahora. Mira la hora que es. Entonces, hay que ir ahora mismo".

No puedo quererle más. No puedo quererlos más. Pero no puedo hacer más, no soy capaz de estar como me gustaría estar. Me agoto, me enfado, exploto. Respiro, cierro los ojos, siento su mano en mi pierna, su cálida mano en mi pierna, su carita junto a mi brazo. Sonrío y asiento. 

Ya escribiré en otro momento.

martes, 12 de octubre de 2021

Sueños.

 En mis sueños no salen mascarillas. Sueño continuamente, sueño tanto que tengo miedo a dormirme, porque no descanso, porque no hay luz en esos sueños, porque no hay tregua. Sueño con todo lo que temo y temo soñar mientras duermo, porque no lo dejo. Pero en mi sueño no hay mascarillas, y sé que son sueños, pero no puedo dejar de soñar ni de despertar y volver a tener el mismo sueño. Ahora mismo, estoy muerto de sueño pero cerrar los ojos significaría revivir una tormenta de imágenes, una tortura imaginada a la que soy incapaz de ponerle freno. No es real, sé que estoy soñando, pero lo siento todo, y me angustia, y arrastra hasta el resto del día.

Sueño con mis hermanos, con clarividencia absoluta, como si pudiera tocarlos. Sueño que Raúl se ha enfadado conmigo, tan enfadado está que no quiere ni contármelo. Y lloro en el sueño, y me despierto y vuelvo a cerrar los ojos y ahí sigue Raúl, enfadado, cabreado.

Sueño que estoy en el trabajo, que llego tarde, que no entro a tiempo en el boleto, que no salgo de la cabina, que no imprimo la página escrita. Sueño que está ahí Fernando, mirándome como si yo estuviera tonto, diciéndome que no pasa nada, que lo hace él por mí. Sueño que no soy capaz de ponerme ante el micrófono. No sueño con un programa en concreto, sólo sueño que no sé qué escribir, que no llego a tiempo. O que tengo una discusión enorme en la que caigo derrotado, una conversación más pero ante todo el mundo y no en un despacho, en la que me defiendo y lloro, porque no puedo hacer mi trabajo. Y me despierto y vuelvo a cerrar los ojos y estoy ahí atrapado, en aquellas paredes, con la isla de ordenadores tal y como las dejé, con Juanjo y Charo al fondo y yo, perdido y avergonzado.

Sueño que estoy en casa y me despierto y que todo el salón ha cambiado. Y discuto con Patricia que, mientras dormía, había comprado nuevos muebles, un gran sofá azul que cambiaba toda la distribución de la sala, una tele más grande y sillas. Y discutimos y yo me despierto agitado porque sé que es un sueño pero cuando vuelvo a cerrar los ojos allí está ese sofá azul, esa moqueta nueva y Patricia enfadada y yo, molesto y desarmado porque sé que es un sueño pero no puedo despertar.

Sueño. A todas horas sueño. Cuando estoy despierto, pienso como si fueran sueño, mi cabeza se inunda de imágenes, de pensamientos, de ideas, de imposibles, de aleluyas, de euforias, de fracasos, de sueños frustrados. Cuando duermo, sueño. Miles de imágenes nada más plegar mis párpados. Y el corazón se acelera, y el pulso me tiembla y yo sueño y me despierto para no soñar hasta que el sueño me puede y toda la noche son miles de sueños de los que agitado me levanto para volver a caer en el mismo sueño.

Y a veces, tengo la suerte de no recordar lo que sueño. Y otras, siguen apareciendo, al día siguiente, esos sueños en los que nadie lleva mascarilla y por eso sé que no son verdad pero no dejo de vivirlos como otra realidad que no me permite descansar ni cuando duermo ni cuando no sueño.

lunes, 11 de octubre de 2021

El mundo tiembla.

Desde mi ventana, se ven las luces de la ciudad temblando, tintineando, como si parpadearan, como si se movieran levemente para quedar en el mismo sitio. La noche cae tranquila. Sólo algunas voces rompen un silencio que huele a ducha, a gel infantil, a croquetas, a la página de un libro, a un televisor encendido. 

Anochece. Una mujer acelera el paso por una calle con farolas apagadas, una adolescente busca el móvil y manda un whatsapp, dos hombres se besan en el banco de un parque, alguien aparta la mirada, otro alguien escribe versos en una pared desconchada, un hombre con su spray dibuja una amenaza, un inmigrante cierra la persiana de su tienda, dos jóvenes sonríen tomando una cerveza en una terraza, un hombre de avanzada edad les pone unas aceitunas, una dependienta cierra su caja, un cajero mira su reloj entre cliente y clienta, un camarero recoge y ata sillas y mesas, un niño juega en la bañera, una chica golpea un balón con todas sus fuerzas, alguien le chilla "Te voy a violar, se nota el tanga, tienes cara de chuparla bien", nadie hace nada, los periódicos hablan del partido de España, nadie escucha el telediario.

Hay unos cordones desatados, una pequeña que corre, un bebé que llora, una mujer se saca el pecho, un padre grita "a casa", una madre se sienta en unas piedras y espera. un perro ladra, un gato se estira y mira fijamente a tus ojos, un hombre se masturba en la ducha. Hay un vagabundo que duerme en una improvisada cama con cartones y trapos, unos imbéciles tiran piedras a su "casa", la pareja ya no se besa en el parque, vuelven apresurados a casa. A lo lejos aún suena "Maricones". 
 Una mujer suspira en el sofá, mientras roza levemente su vulva, un "gorrilla" arrastra los pies y recuenta monedas, una señora recoge su caja con algunos plátanos, algo de fiambre y unos céntimos que han ido cayendo según caía la noche.

No hace frío, pero hay gente que tiembla. Al cruzar la calle, al ver una sombra aproximarse, al oír como se aceleran otros pasos y su corazón, al oír un chiste en la otra mesa del bar, al escuchar "cuántos gitanos" al llegar al ferial, al leer la prensa: “invasión migratoria", "inmigrante ilegal". Nadie escucha el telediario. Alepo, Palestina, Afganistán, Sahara, Colombia, el mundo tiembla en silencio, en nombres olvidados.
Aquí no hace frío, pero hay gente que tiembla. En este barrio, al otro lado de la calle, en esos bloques a los que no se acerca nadie, en esa casa en la que de vez en cuando se escuchan gritos y golpes, en la orilla del mar... Dos personas tiemblan mientras descubren su amor en una playa vacía. Dos personas tiemblan mirando un bote a la deriva, decenas de mujeres, ancianos, niños, niñas, de hombres tiemblan a bordo de una patera, en una casa que tiembla ante el estruendo de bombas, ante leyes que lapidan sus cuerpos y su libertad. 

El mundo tiembla, La Palma erupciona, la lava nos come lenta y armoniosamente, como el odio cotidiano avanzando sin control en cada esquina. 
Ya es completamente de noche. Alguien te espera. Un beso de buenas noches, un cuento, el último abrazo antes del bostezo, una película que compartir, la última canción que escuchar salvajemente antes de hacer el amor o quizá dormirse.
Y yo tiemblo, mis manos tiemblan, mis piernas tiemblan. Al acercarme a ti, al alejarme, al sentir todo el miedo, al no sentir nada, al sentir vértigo, vergüenza y vértigo, culpa y desasosiego. De rabia.

La culpa

 Llevo tres días sin apenas dormir. Dificultad para conciliar el sueño, pesadillas constantes y repetitivas, sueños que continúan después de despertar y volver a cerrar los ojos.

El trabajo, la amistad, la vida familiar. Todo es susceptible de tener su espacio más negro en mis sueños. Y no sé qué hacer. No tengo rutinas, no he creado los espacios necesarios ni los tiempos apropiados, hace días que no escribo, no sé cuándo fue la última vez que fui andar por el mero hecho de caminar y los vídeos de meditación han caído en el olvido. Me olvido de mí, siempre hay otras prioridades antes que esas y entonces me planteo qué estoy haciendo, si soy consciente, por qué no lo revierto. ¿Acaso temo recuperarme? ¿Estoy haciendo todo lo posible para curarme? ¿Es culpa mía seguir así?

Porque no pongo freno. Siento mi vida como una vorágine en la que todos mis planes, todas mis necesidades quedan aplazadas, ni siquiera las planteo. Tengo un miedo atroz a intentar llevarlas a cabo y fracasar. Y es cuando pienso que soy culpable, que estaba bien y he retrocedido a un lugar en el que la ansiedad mi impide ser feliz pero me quita la libertad que me aterra, me permite no errar en los pasos que deba dar ¿es así? ¿Alguien siente lo mismo que yo? ¿Sentís esa culpa de no avanzar en la enfermedad, muy probablemente, porque no quiera volver a trabajar y me asuste todo lo que hay detrás?

Ser yo mismo pero temer sus consecuencias. Sentirte nada, un absurdo protestón de redes, un ideario sin acción, sin lucha real, atrincherado en mi casa; en mi cama; en mi comodidad, aunque duela, para no afrontar decisiones, para no cambiar nada de lo que digo que está mal. No tener fuerzas para hablar, para pedir ayuda ¿o no querer? No saber cómo serán los reencuentros, qué decir, cómo actuar, cómo amoldarme a la realidad, qué apostar, con qué seguir, qué dejar. A veces pienso que así, dentro de la agonía, de las pesadillas, de pensar en ese bote de pastillas después de una noche sin dormir, de poner otro capítulo más de la serie porque no quieres ir a la cama, porque sabes que te encontrarás allí con todos tus fantasmas, a veces pienso que así no se está tan mal porque me aterra lo que pueda venir detrás, el simple hecho de no ser capaz. 

Y voy a la compra, y paseo, y voy al baloncesto, y voy al cine, y voy al parque, y juego al fútbol con Mario, y paso todas las noches en casa aunque no duerma, aunque no me salga llorar, aunque haya vuelto esa barrera transparente que me separa de todo lo que amo, de decir la verdad, de abrazar... Estoy, ausente pero estoy. Y no sé si eso me impide avanzar, si así me conformo, como todos estos años me he ido conformando y aclimatando a vivir estando mal por miedo, por cobardía o por enfermedad.

¿Será mi culpa? Será mi culpa.

Eso pesa como una losa. Es un pensamiento tan poderoso como el de empequeñecerte y sentirte inútil y torpe al ver "Mediterráneo", al escuchar al fascismo hablar a tus espadas de Paracuellos, siempre Paracuellos, como escudo ante las miles de familias que buscan a sus seres queridos y tiroteados en las cunetas, vilmente asesinados, sin juicio, atados, indefensos. Y te empequeñeces en tu discurso diario y grandilocuente encerrado en una habitación de la que no te ves capaz de salir, de pasos que eres incapaz de dar y te preguntas si es que no puedes o es que no haces lo necesario para poder. 

¿Será mi culpa?

miércoles, 6 de octubre de 2021

Ignorancia

Prefiero no saber, no escuchar, aislarme del mundo, vaciar mis redes, alejarme de una realidad que me resulta extraña, violenta, ufana y desconocida, diferente, incomprensible. Prefiero no saber para no saberme tan distante y distinto y paralizarme ante un mundo veloz, sin freno, sin reflexión.

Prefiero no hablar, callar, refugiarme en mi silencio, bajo las sábanas o la almohada, agarrarme a ella hasta que absorba todas mis lágrimas.

Son días grises, tristes, sin esperanza, sin final, sin pausa, sin solución, sin preguntas, sin vida, sin risas, sin tiempo para disfrutar.

Son días de dolor de cabeza, de piernas cansadas, de tareas que se acumulan, de pasillos vacíos y sombras de lo que fuimos.

Y no quiero saber, prefiero la ignorancia, cerrar la puerta a respuestas que no sé si quiero escuchar, he roto el buzón para que no lleguen más cartas que nadie leerá.

Pero no vale de nada. También he encerrado las tristezas, las angustias, la melancolía, los fantasmas, la desesperación y la desesperanza, las manías y el miedo, las palabras que se perdieron en un papel, los sueños, las ilusiones, los tequieros, los socorros que arrojé.

Ojalá no saber. Ojalá no pensar en lo que sé. Ojalá hacerlo saber.

domingo, 3 de octubre de 2021

Sin respuestas.

Triste. Cansado y triste. Agotado, apesadumbrado y triste. Sin solución, sin compañía, sin ayuda. Sin descanso.

Todo vuelve a su cauce, al mismo sitio. Los silencios, las órdenes, las huidas, las respuestas sin preguntas. El miedo y el escudo, el caparazón y el enfado de la tortuga. Lento y escondido, sin querer mirar, viendo lo que se quiere ver.

Triste, cansado, desamparado. Un teléfono que comunica, el mismo mensaje repetitivo en el contestador, pocas palabras e innecesarias, la distancia en medio metro.

Triste. Triste y agotado, desesperanza agarrada al pecho y la garganta. Un llanto que no sale, como las palabras precisas, como las preguntas necesarias. Sólo respuestas y una coraza.

Y otra vez la muerte, su sombra, su guadaña, su silencio y su sigilo, su presencia perenne, su canto de alivio, de sueño definitivo, de descanso interrumpible.

Triste. Triste, cansado y solo.


viernes, 1 de octubre de 2021

Esa lava que nos destruye lentamente mientras miramos impasible el espectáculo.

 Se cubrió el cielo de nubes. Nubes blancas, con tonos grises, un aspecto triste pero sin lluvia, el apagón de esos días que recorrían su cuerpo, la metáfora perfecta de sus pensamientos. No eren ya aquellos días de tormenta, pero sí se había escondido el sol que brillaba solo hacía unas semanas. El frío, en los huesos. Fuera, un calor húmedo y áspero. 

Caminó sin rumbo durante unos cuantos minutos. Saber dónde ir era siempre su gran pregunta, la inquietud que le impedía moverse. Decidir, qué difícil decidir entre todas las opciones posibles, entre el poco margen de maniobra. Le gustaría ser tantas cosas y, a la vez, no ser ninguna. Demasiado conocido para su alma anónima, demasiado anónimo para ser escuchado. 

Pensó en ella, en sus silencios, en las preocupaciones, en el miedo que descubrió de golpe aquella tarde en una conversación intrascendente. Darse cuenta de todo y no poder ni saber hacer nada. Sólo callar y esperar a que las nubes se marcharan, a que el viento acariciara y cubriera de frescor todo lo que estaba ardiendo. Ese aire fresco que agradeces en medio del incendio pero que al mismo tiempo aviva la llama y la hace incontrolable. La mirada resignada, agotada, de quien no tiene fuerzas para ponerse en pie, para hablar, para cambiar, para pedir ayuda una vez más. Miró el móvil. Cuando el miedo pesaba, miraba el móvil; cuando la vergüenza escupía, miraba el móvil; cuando no tenía palabras, miraba el móvil. O quizá la tele. 

Hace no mucho conversaron, hablaron como solían hacerlo, pero la rutina, el cansancio, la inercia ha vuelto a traer esa densa niebla que se sorbe con el café. "Sólo hay que esperar", se consolaban.

"¿Esperar a qué?" se preguntaba. 

Fuera hace calor. Las nubes han suavizado las temperaturas pero el asfalto quema y él siente derretirse a cada paso. Mira ventanas vacías, los balcones que olvidaron los aplausos, caras callejeando ajenas al dolor, a las muertes, a las víctimas desaparecidas de los telediarios. Repasa internet, diarios y redes, queda atrapado por la pegajosa red de araña de noticias circulares, de venenos constantes, inoculados ciegamente, haciendo de todo una ilusión, una ficción, algo tan cercano como ajeno. Mujeres violadas, hombres que cazan, lenguaje sexista, impostores de la verdad, falsos profetas, elitistas del poder, las manos de la clase obrera meciendo cunas ante la amenaza de que la lava que escupe el volcán de la política llegue lentamente hasta sus vidas mientras miramos, impasibles, el espectáculo, sin poder hacer nada, sin saber hacer nada.

Suena el teléfono. Es un whatsapp. Pasaron sus 20 minutos de odio. Seguirá odiándose así mismo por no saber qué hacer, por no creer saber hacerlo.