lunes, 22 de febrero de 2010

Llueve

La lluvia azota los cristales. Los "limpia" cuentan kilómetros, las nubes persiguen lugares, el sol esconde su frialdad, invierno se despide golpeándonos, llegando a los huesos, dejando huella en nuestros zapatos.

Cada día más charcos sobre los que saltar. Cada año, más niños para disfrutar del barro. Cada día, el viento se lleva más promesas y nos trae nuevas certezas en las que creer pese a la incertidumbre. Alguna buena noticia, o no tan buena. Alguna sonrisa, ¿o era una simple mueca?

Llueve, la lluvia irrumpe cada día. Tiempo de quedarse en casa. Ya no hay picón, ni braseros, pero siempre habrá una mesa a la que arrimarse para cobijarse del frío. Pasar las tardes en buena compañía, compartiendo alegrías, carcajadas, buenas nuevas, esperanzas de futuro, felicidades de presente. Una coca-cola, una shandy, una tapa de jamón, boquerones y un bocata con olor a un sábado más. Tranquilo, a la orilla de tus olores, de tus encantos, en la sombra de una mirada que deslumbra un nuevo día, una nueva vida. Ya no hay secretos, ¿o sí?

Llueve, la lluvia moja la calle, también nuestras flores. Flores de una primavera que se esconde bajo las piedras de este nuevo techo, flores de una primavera con mucho por vivir, por celebrar. Razones para correr, para coger el teléfono, para esbozar una figura de un dragón alado entre las nubes de un invierno que no se quiere marchar.

Llueve, sí ¡Cómo llueve! Y seguirá lloviendo, a cántaros. Y seguiremos viviendo, y respirando, una vez, dos veces, hasta diez, hasta que aguantemos, hasta que no haya más motivos, que siempre los habrá, para abrir los ojos, para abrir puertas y ventanas y sentir el frío de lluvia dura sobre mis pieles, sobre nuestros huesos. Sentir el barro que se escurre entre las manos, entre los dedos de los pies.

Llueve, y seguirá lloviendo, y el año que viene necesitaremos un paragua más. Y el año pasado, nadie creía que fuera a llover. Los tiempos de sequía son tiempos pasados. Bailemos en la lluvia, cantemos en la lluvia, corramos en la lluvia, riamos en la lluvia.

miércoles, 10 de febrero de 2010

A veces cuesta

En estos tiempos en los que no es bastante ser buena gente, sino que además hay que parecerlo. Mejor dicho, en estos tiempos en los que no hace falta ser buena gente, basta con parecerlo, se hace cada vez más costoso confiar, ver el lado más humano, creer en la bondad, sinceridad, humildad y en la buena fe.

Día sí y día también, las voces de esos poderosos (o mindundis) dueños del mundo, (el suyo, el nuestro, los de todos) callan la serenidad de aquellos que siguen fieles. Prepotencia, rencor (mucho rencor), envidia, egoísmo, ansias de poder, dinero podrido... Nos hemos acostumbrado a vivir en un mundo en el que los valores humanos llaman la atención.

Puede parecer pesimista, pero es real. Cada día me acostumbro más al dolor que significa y produce un silencio que consiente una injusticia, una bofetada, una ilegalidad, una temeridad o una falta de respeto sin más. Ser despreciado por, simplemente, ser.

Por eso, hay días que valen la pena. Acostumbrado a un ambiente turbio, enrarecido, a una sociedad que se nos muestra corrompida, sin ideales o con ideales cambianes, encontrate una tarde con todo lo contrario da fuerzas para creer que hay alguien fuera que no se conforma con lo que ve. Posiblemente no mandarán nunca, jamás se les dará la palabra para que impongan e impartan justicia, no se les permitirá dar un abrazo cuando un compañero lo necesite, pero estarán ahí.

3 futbolistas, 3 amigos, 3 personas y sus novias, familiares, colegas y allegados, montaron el sábado el lío padre con la solidaridad como principio y el fútbol como excusa (o el fútbol como principio y la solidaridad como excusa). Hago esta última reflexión porque los buenos actos son mejores cuando son reales, cuando se hacen desde el ser, desde su forma de ver la vida, el mundo. Desde su cultura, sus creencias, sus virtudes y sus defectos.

Hay alguien ahí todavía dispuesto a echar un cable, a animarte, a demostrar pasión. Sí, demostrar pasión, furia y alegría, a no pasar impasible ante los sucesos, no sólo las grandes catástrofes, ante nuestras tragedias diarias, las que nos quitan el sueño, las que nos despiertan a media noche, las que nos atormentan en cada luna lluviosa de carretera.

A veces cuesta verlo, creer, vivirlo, pero merece la pena. El sábado me llevé mil gracias, pero el único que puede estar agradecido soy yo. Hacía tiempo que necesitaba creer en la gente, en la sociedad. Ver que no estamos dormidos, que sentimos, que padecemos, que tenemos pasiones por las que luchar y con las que combatir. Gracias por demostrarme que todo eso existe y que, tarde o temprano, ganaremos.

Sí, José, un día serán las buenas personas las que dominen el mundo y no al revés.