Te engañé
siempre.
Bebí de otros labios, me emborraché
de carmines más rojos que el tuyo, respiré como éter el sexo de
mujeres que me recordaban a ti. Te quería, pero siempre en otros
cuerpos.
Y es ahora, que soy solo tuyo; que cada
noche apoyo mi cabeza en tu pecho como quien deja el abrigo en la
máquina de tabaco; que tu oleaje me arrastra suave como a un trozo
de madera; que finjo ser la roca que resiste impasible la caricia (y
erosión) del mar; es ahora, que te amo por costumbre, cuando más
infiel me siento.
No hay comentarios:
Publicar un comentario