lunes, 12 de abril de 2021

4 meses

 Tengo una familia maravillosa. Una mujer que me quiere, una hija lista, buena, tremendamente sensible y empática, dos hijos que son todo sinceridad y cariño, con la inteligencia y la destreza de Mario, con la espontaneidad y desparpajo de Mateo. Tengo 3 hermanos maravillosos. Mañana vacunan a mis padres. Echo de menos los ratitos en el Sirimiri, el beso al ir a su casa, pero al menos nos vemos, charlamos de vez en cuando y nos miramos a los ojos.

No tenemos problemas graves de salud y cuando han acuciado en esta tardía, infrafinanciada, precarizada  y menospreciada sanidad pública, sus profesionales han salvado la pierna a mi padre y la vida a Carlos y Javi.

Tengo amistades que son familia, ya vivan aquí, en Cisco’s, Navalmoral, Cáceres, en Zafra, sabe Dios donde o en Suiza. El tiempo se para cuando volvemos a vernos, como si no hubiera pasado nunca. Tengo una ahijada y dos ahijados, que me dan la vida aunque no lo sepan, aunque añore ver crecer a Carlota. Están mis sobris: el tiempo que ahora pasa Mario con Gonzalo y Manuela, Sara, la amiga perfecta de Candela, y Álex, al que vemos menos de lo que quisiéramos y cada tarde con él vale el triple.

Y qué bonito es ver cómo se quieren, familia y amistades, pase el tiempo que pase.

Tengo un trabajo. Uno de los que siempre quise. Cobro un salario digno a fin de mes, sin problemas durante la pandemia, sin problemas durante mi enfermedad.

Soy consciente y a veces eso también pesa.

No es infelicidad, hay impotencia.

Sé quién soy y lo que disfruto pero no lo puedo evitar.

No puedo evitar el insomnio, los terrores nocturnos, el dolor de cabeza. No puedo evitar la angustia, la ansiedad, los temblores, la presión en el pecho, la necesidad de llorar y querer parar. La tristeza.

No puedo evitar querer estar solo, sentirme solo, esconderme, tener miedo a volver al trabajo, sentirme inútil en lo que valgo. No puedo controlar la rabia y desesperación que me produce el que no es que no se pueda, sino que no quieran, que pretendan mantener el mismo orden bajo un barniz de apariencia. No soporto la injusticia y la mala fe. Me duele el pecho, me duele la cabeza. Me tengo que parar, me tengo que sentar, cerrar los ojos y respirar

No soy capaz de luchar contra la apatía, contra las noches oscuras y las ganas de desaparecer. No se trata de infelicidad. 

No sé de qué se trata, sólo busco herramientas.

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