viernes, 3 de abril de 2009

Desamores de barra

El ruido y el humo a penas permitían la conversación. Se esforzaban por gritarse al oído y seguir sin entender nada. Registró en sus bolsillos pero no encontró el boli que, cuidadosamente, había guardado en el cajón de su oficina para que nadie se lo robase y lo perdiera de vista hasta 3 meses después, cuando la tinta ya se hubiera agotado. Hizo un gesto de disconformidad, y siguió pegando su oído a su boca. Por un momento, su aliento erizó su piel, el olor de su pelo embriagó su copa y su mirada se cruzó con sus labios en claro gesto de deseo que reprimió mordiéndose el labio inferior como quien muerde una fresa antes de pasarla por la zonas más sensibles de la persona amada.

Trató de disimular sus instintos, dio un pasó atrás y comprobó que ella seguía hablando, sin atender al brillo de sus ojos, sin querer comerle la boca como lo había hecho años antes, cuando era una joven fulminando su adolescencia, cuando sus ganas y su atrevimiento eran mayores a la voluntad de parecer adulta y responsable. Cuando era visceral en sus actos y no tanto en sus palabras. Comprendió que aquella imagen de dos locos besándoses, disfrutando de un mar de sabores, intensificando 3 sentidos en ausencia de la vista y el oído, no se iba a dar.

Dejo de buscar. Cogió su copa y dio un trago. Un pequeño pez de hielo se deshacía en el agua turbia que quedaba al final del vaso de tubo. Entendió que todo había acabado, entendió que aquello nunca había comenzado. Siguió hablando con ella. Se rió cuando tuvo que reír, habló cuando tuvo que hablar y volvió a llorar cuando la tuvo que dejar en la puerta de casa.

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