lunes, 31 de agosto de 2009

Alejandro

El sol se pone bajo su panza. Su último rayo tiñe de un color cobrizo el primer gesto de amor. Una caricia inrrumpe un sueño dulce y despreocupado. El movimiento sencillo de un puño cerrado que se abre a la nueva vida despierta la atención de ojos abiertos como una luna llena. El caprichoso satélite ansía la paternidad de una cara redonda, al princio arrugada, que busca su parecido en el pasar de las horas, en el espejo de sus brillantes pupilas.

Una sonrisa plácida, una mirada cómplice, un abanico de abrazos que airean el amor de años esperando.

Llega como el calor del último fin de semana de agosto aliviado por una garganta de agua rujiente entre las montañas espectantes del Valle del Jerte.

Llega como el verde que sorprende en las sombras cumbrosas de la Vera.

Llega de madrugada, como el rocío que baña de aroma los jardines de nuestra serenidad.

Llega al amanecer, como un nuevo día, unaa nueva vida que promete un nuevo mundo en el que cada hora se descubre una felicidad inalcanzable.

Llega y yo le veo en la distancia. Cierro los ojos y allí está, descansando, tranquilo, sonriendo y contagiando alegrías.

2 comentarios:

Juan Carlos dijo...

Precioso hermano, pero... ¿a que parece que te falten palabras para describir lo que sientes por él?

es algo impresionante

Fco. Javier Herrero Bermejo dijo...

Como se nota que sois sus tios y que le quereis con locura. Gracias a los tres por ser así.