sábado, 19 de diciembre de 2009

Adiós otoño

Sonríen los últimos rayos del sol de otoño, se desperezan detrás de una nube que furiosa descarga los primeros copos de un invierno más gris que blanco.

Aparta el vaho del espejo. Éste le devuelve el gesto sereno y tímido de noviembre, la calidez de su paleta ocre, la alegría del frío que sonroja sus mejillas, que da luz a su aliento, que cala el abrigo de sus penas, que moja sus botas en una acera sobre la que aparca un coche sin luces. Suena el claxon. Arriba, entre las sábanas, las primeras fiebres de enero desatan el lazo de un camisón. La fiebre hay que sudarla.

Sonríen los últimos rayos del sol de otoño, sus finas caderas se balancean al compás de un villancico. Tonto y feliz muerde la flor que un día le arrebató la primavera. Turrón, polvorones y una botella de anís calientan un sofá que hoy no mira al televisor. La maleta en la entrada, la sonrisa de la peque de la casa. Abajo, el bar adornado con los farolillos y espumillones.
Cuéntame. Qué tal va todo.

Una tripita naciente aparece por la puerta. Una más a la candela de un hogar que en su hoguera calienta la fragua de un amor callado. Sonríe el peque de la casa. La abuela cocina, hoy para uno más. El abuelo recupera la barba, hoy cana, y llena de regalos una mesa en la que sólo queda el sonido de los brindis, el eco de los buenos deseos que arden entre las cenizas de los sueños cumplidos.

Durante un segundo se miran a los ojos y sonríen. 25 de julio por un instante. El árbol espera en casa. A sus pies, regalos llenos con todo lo que te puedas encontrar en cajas vacías.

Adiós otoño.

martes, 15 de diciembre de 2009

No hay niebla, no hay frío. Hay distancias en esta cama vacía. Tú en silencio. Yo callado.
Ya hablarán mis caricias, ya contarán tus miradas.

sábado, 5 de diciembre de 2009

Ella

Corrió hasta la ventana para verle salir. Era la hora. Cada mañana, a las 9.47, abría la puerta de su casa y con ella un jardín repleto de ilusiones. Ella se imaginaba de su brazo, apoyando su cabeza en el pecho firme pero acogedor de su soñado. Se veía en el cine, con la pantalla gigante iluminando el amor perfecto, con sus dedos garabateando en su cuerpo palabras de amor, con escenas idílicas retratando una vida que aún desconoce pero que cada día dibuja en su mente.

Ha esbozado cada mañana desde hace 8 años los rasgos de un futuro que no llegará jamás. Ha coloreado páginas de un cuento de hadas en el que ella llevaba el vestido más hermoso. Se ha visto desayunando con él, acomodándole la corbata antes de salir por esa puerta de la que sólo conoce la fachada. Se ha preguntado mil veces si esa sonrisa es sólo fachada, si tras ese gesto sencillo, esos ojos humildes, esa mirada tímida se esconde el príncipe de un reino de amor y simpatía y, si en cambio, sus ilusiones son ilusas y tras esos labios carnosos, esas mejillas fuertes, con pómulos bien marcados, hay un rey soberano que la desterraría a un lugar lejano de dudas y silencios.

Siempre se queda con la primera versión. Aquella en la que, cada mañana, él bajará de la luna con un girasol en las manos, en la que cada tarde aparecerá como una fotografía en blanco y negro que detenga el tiempo en los labios de ella, en la que cada noche su calor encenderá sus llamas, su pasión entretenga su almohada y su jubilo cante como ella aún no ha conocido.

Un futuro soñado, dibujado en la caricatura de su espejo. Si fuera yo más guapa, si tu miraras un día a mi ventana, si te acercaras y supieras ver lo que mi voz no cuenta, lo que mis ojos gritan. Si un día te acercaras a mi balcón, me apartaras el pelo de la frente con una caricia y me dijeras que llevas 8 años buscando detrás del cristal, que en él has visto nuestro futuro y has decidido creer en él, vivirlo y disfrutarlo. Saber que cada verano cabalgaremos por arenas finas, que cada invierno jugaremos en la nieve, que cada otoño recorreremos charcos, que cada primavera pondrás una flor en mi oreja. Saber que estarás ahí, sentado en el sofá, para cogerme cuando llegue a casa, para dormirme en tu paz.

Cada día los mismos recuerdos un futuro imposible. Él, abrigado hasta las orejas, cierra la puerta de su casa, ojea la calle con pupilas inquietas por el frío, abre su coche en busca de un día mejor. Ella, le despide desde la ventana, con una voz lánguida, con una sonrisa quebrada, con un anhelo de esperanzas entre unas manos que se cierran con lentitud. Un día más, y ya van 8 años, la misma escena, el mismo amor atrasado, postpuesto, desechado.

Si yo fuera más guapa, si tú miraras un día a mi ventana.

jueves, 3 de diciembre de 2009

FM

A penas tengo recuerdos reales de su baloncesto, sólo lapsus, choques con Audi Norris reforzados por un especial de televisión española. Recuerdo su número 10, su cuerpo erguido, su habilidad para anotar con la derecha. Sólo sé que me gustaba su juego. Creo recordar que era un 4 al que ahora llamaríamos moderno. Quizá se adelantó a su época.

No recuerdo bien como fue su muerte, cómo me enteré de ella. Sólo sé que de repente, con el sol ya puesto, con la oscuridad ya entrando por la ventana de aquella casa del Parque Alcosa, la noticia llegó como una losa y el mundo se detuvo en una mediana que se cobró la vida del "más grande jugador de baloncesto de nuestro país". Eso se decía.

Era el Madrid de los años 80, la España que ganó la plata en Los Ángeles, la generación que metió el basket en los ojos de gente de mi edad, de la de Gasol, Calderón, Navarro y compañía. Era el Madrid que rivalizaba con el Barcelona en una nueva liga ACB. Eran los tiempos dorados del baloncesto nacional, de su liga. Aquel que nos concentraba frente al televisor, como si fuera un partido de fútbol. Aquel que nos apasionó con finales como la del 86, que se llevó el Madrid.

Con él empezó mi pasión por el baloncesto, aunque mis recuerdos sobre él queden bastante distorsionados. Sus siglas suenan a radio, una casualidad más.