jueves, 14 de octubre de 2010

Crecen

Hace mucho que no escribo. No sé si es por falta de ideas o de tiempo, o quizá por exceso de preocupaciones y de cansancio. Puede ser que, involuntaria o incoscientemente, no quiera compartir lo poco o mucho que pasa en el día a día. Es cansado.

Pero aquí estoy, obligándome, en el paréntesis de mi dia de amo de casa, para, por lo menos, no ver tan atrasado el blog con un mes que ya pasó y quedó en el recuerdo. Ya es octubre, las tardes caen antes, el sol se agota pronto y junto a él, como en primavera, los nostálgicos. El cielo se tiñe de rojo, adormilado entre nubes que ocultan un cielo azul distinto. Todavía no huele a frío, todavía no ha dejado de hacer calor, pero todo se ve ya distinto. Se ve distino San Martín, sin hielo, sin nieve, con amigos. Se ve distinta Gata, entre verdes y caminos, entre vinos y patés, entre lechazo, naranja y pimentón. Se saborean más las piedras, el bacalao, el frío de una pared hecha arte, artesanía para degustar palpando, para saborear en el olor de esos lugares que huelen distintos y que saben mejor en buena compañía.

Alejandro crece, cada día más rápido. Su sonrisa conquista, su mirada tímida, inquisidora, dispuesta a descubrir un mundo entero lleno de sensaciones y planes, de juegos, tierra, patatas y más ilusiones. En su inocencia olvida miserias que no son y que nosotros, aprendiendo de él, deberíamos olvidar.

Gonzalo duerme, o come, o se estira buscando una posición cómoda o te interroga con una mirada penetrante, fija, tratando de reconocer quien anda ahí. No sabe de primeros pasos, de primeros golpes y chichones, de cosquillas y alientos. Sabe de presencias felices que siguen sorprendiéndose con cada gesto novel. Es alucinante.

Patricia se preocupa al tiempo que olvida y disfruta. Ve a sus pequeños, anhela otros cuerpos en sus brazos, parpadea, sonrie e alumbra felicidad con su mirada. En ella, la melancolía más austera. Se sube al nuevo coche y vive, palpa y recorre kilómetros, pregunta para escuchar lo que no quiere oir, pero lo volverá a preguntar. Se desternilla en el silló, rompe a reir con una carjada ante lo más absurdo. Me mira y me ama. Me mira y lo demuestra. Patricia sigue disfruntando de cada segundo esperando que llegue el segundo siguiente, el deseado.

Mis padres son abuelos. Abuelos con mayúsculas. Corren y ya no duelen las piernas. Se agachan y ya no hay achaques, ríen como no pudieron hacerlo antes todo lo que quisieron. Juegan, descubren un mundo entero en los ojos de su nieto, en sus pies, como si fueran las manos de ese pequeño que, en cada tacto, halla nuevas sensaciones, nuevos mundos, nuevos placeres y temores. No hablan de otra cosa pero es que ¿existe otra cosa en el mundo?

Yo sigo igual. Días más felices, días más tristes. Días enfadados por la justicia de un reparto nada equitativo, por la necedad de los que mandan, por la ausencia de prioridades o la confusión al ordenarlas. Soñando con una primitiva, viviendo la realidad que nos toca, disfrutando cada vez que puedo, viviendo tan lejos como a tu lado, echando de menos caricias por las mañanas, añorando soles por las tardes o buscando lunas en tu ventana. Aprendiendo a cocinar, pensando en baloncesto, imaginándome siempre aquí a tu lado y no tan lejos, a veces tan lejos. Sigue siendo difícil la distancia aunque no haya realmente tanta. Por eso sueño con sueños imposibles, con verdades inalcanzables, con los dos en una misma atalaya desde la que observar lo que pasamos juntos, desde donde ver lo que nos queda por construir, por cuidar, por criar.

Octubre tiene algo de melancolía, un sol más apagado, una noche menos fría, un atardecer más rojo, menos cálido. Octubre es tiempo de revolución. A ver si cambio.

1 comentario:

el secreto de la vainilla dijo...

precioso Iván. Cuesta ponerse a escribir, pero salen cosas tan maravillosas luego...