jueves, 6 de septiembre de 2012

Ganas de llorar

Candela pasea por la casa mientras desayuna una galleta. Camina desde el lunes. Se levantó, se puso a andar y ¡cómo si lo hubiera hecho toda la vida! Ahí está, recorriéndose la casa, el salón, galleta en mano, mirada dulce y sonrisa pícara en boca. No va a desayunar más. No ha querido papilla, tampoco leche.

No importa, después de pasarse un día comiendo menos de lo habitual (por debajo de sus posibilidades), se ha despertado a las ocho y media, ha señalado el biberón que había en la mesilla y ha dicho con su vocecilla "¡más, más! Eso es que tiene sed o hambre. No quería agua, así que era hambre.

Ha comido, ha empujado el biberón cuando no ha querido más, me ha dicho que no cuando la he preguntado, se ha puesto el chupete y se me ha abrazado para seguir durmiendo. Ahora está aquí, despeinada, pidiéndome agua mientras escribo. Es por estas pequeñas cosas por las que me dan ganas de llorar. Cuando se acerca a la tele y empieza a hacer el orangután (quiere ver los cantajuegos); cuando coge a la muñeca y me la da para que la haga llorar y decir "mamá"; cuando corre detrás de las pelotas, las tira debajo del sofá y me mira, y dice "no está"; cuando hace sonar la música de su andador y baila mientras ríe...

Son estas pequeñas cosas las que me sacan las lágrimas, las que me secan por dentro, las que me hacen maldecir la carretera, y la distancia, las horas lejos. Y más ahora, que tú ya no compartes mis desayunos, que no despertamos juntos, que septiembre vuelve a separar nuestros bostezos.

Quizá sea verdad que decidimos que esto fuera siempre así, quizá sea verdad que seamos unos afortunados, quizá sea verdad que debamos dar gracias, pero no puedo dejar de pensar que me apetece llorar, no sé si de alegría o de tristeza, quizá por ambas cosas. Quizá sea verdad que el tiempo pasa más rápido cuando estamos juntos los tres.

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