sábado, 10 de septiembre de 2016

No se puede gobernar sin Catalunya

En los próximos días, nos atormentaran con una posible coalición de PSOE y Podemos consentida con la abstención de C's. Olvidenlo, no da.
No da como no daba aquella aspiración y tormenta que cayó bajo el pacto de PSOE Y C's que pedía la abstención de Podemos. No daba y llovieron editoriales y mentiras.
Nos han atormentado con cuentas falsas, con matemáticas imposibles, con acuerdos impensables.
El pacto PP-C's no daba. Y no daba aunque se hubiera sumado el PNV. Y el ¡Ay, el PSOE! El PSOE nunca hubiera apoyado o se hubiera abstenido en la investidura de Rajoy (ni de Rajoy, ni del PP) y no porque fuera una firme promesa electoral (que lo era ¿Cuánto valen las promesas electorales para quienes anteponen un pacto por la gobernabilidad a un pacto con sus votantes?) no lo apoyará porque sería reconocer que PP y PSOE son lo mismo (que igual lo son, mira a ver), que sus políticas no se distancian tanto (como quieren hacer creer el PP -a ellos eso de «PSOE-PP, la misma mierda es» no les daña- y C's, que asegura que hay 100 puntos en común en los acuerdos) pero, deben distanciarse, deben ser alternativas y, rara vez, socios porque, si no se distancian, si hay pacto ¿Dónde está la democracia, dónde está la capacidad de elección, dónde la alternativa a proponer 100 soluciones distintas a los 100 puntos en común?
Aceptar que PP y PSOE pueden hacer una gran coalición es aceptar que Podemos es la única alternativa, la otra economía posible, entregar definitivamente esa izquierda en la que mantienen sus siglas (y electorado) pese a muchas de sus políticas (no todas y, ahí, la diferencia. Y, ahí, la democracia. Y, ahí, la imposibilidad de una gran coalición que acabe con nuestra libertad, que mande un mensaje de que votes a quien votes, vas a elegir al mismo).
No obstante, esa tormenta de verano parece que ya pasó, aunque a veces sobrevuelan nubes, aunque a veces caiga algún chaparrón.
Ahora la tormenta es la de un pacto PSOE-Podemos con la abstención de C's. Y esa cuenta, además de imposible (porque los dos partidos «nuevos» quieren lo mismo pero con soluciones opuestas, porque por buena fe que haya, no pueden consensuarse un programa que quiere derogar las dos últimas reformas laborales con otro que promueve el contrato único ¿Dónde está ahí el nexo de unión? ¿Dónde está la defensa de los principios ideológicos y económicos de cada uno sin mundos antagónicos, por bien que se pudieran llevar?).
Pero nos van a convencer de que es posible, de que pactar es renunciar (sí a parte del programa, no a la promesa electoral) e igual es verdad y podemos cambiar lo que estamos de acuerdo en cambiar ¿Y el resto?

No obstante, se pongan como se pongan, no da. Necesitaría el sí del PNV. O la abstención de los catalanes. Se necesita el voto independista para gobernar. Con sus distintas alternativas económicas (apoyadas en derecha o izquierda, para los dos lados dan la suma) pero se necesita abordar el tema independentista, no esquivarlo, no obviarlo.
Se ha necesitado siempre, aunque la mayoría absolutista lo haya olvidado. Se necesita hablar y escuchar. Y proponer soluciones. Igual un referéndum, igual no ahora, igual después de un proceso amplio de construcción, igual será otra la solución... Pero se necesita dialogar con Euskadi y Catalunya, también con la Euskadi y Catalunya independentista porque en democracia, hay que convencer, no imponer. Y hasta ahora, se ha tratado de imponer una única solución. Y así nos va

¿Cómo es posible que queramos excluir en la misma toma de decisiones a aquellos a los que les decimos que no pueden excluirse a la hora de tomar decisiones? Paradójico. Y grave. Y si no se hubiera alimentado el aislamiento, quizá hoy no estaríamos en esta situación. De sentimientos enfrentados de desgobiernos y mayorías que no dan. Porque cualquier mayoría pasa todos y cada uno de los 350 diputados. No se puede excluir a 23 por sus legítimos (y no nuevos), acertados o equivocados, ideales independentistas.

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