viernes, 30 de junio de 2017

Gente de barrio

Mi barrio siempre ha sido Miralvalle. He pasado más años en otros lugares, pero el apego a un barrio, el sentimiento de pertenencia se queda en mis recuerdos, en mi infancia. Quizá porque entonces todo era distinto, quizá por la cercanía de que ofrecía aquella sociedad que me veía crecer, quizá porque la nostalgia siempre tiñe de belleza lo pasado.
De Miralvalle recuerdo la plazuela en la que vivíamos, una calle ancha propicia para correr y hacer resonar una pelota a media tarde en las puertas de la cochera.
Recuerdo la tienda de la Sra. Visi, la vecina, una mujer siempre amable, a la que recuerdo dando cariño a mi perra. Me acuerdo de su nieta y sus tardes de puerta en puerta en aquellos años en los que empezábamos a confundir lo que era conciliar. La Señora Visi, los Andaluces, los Vitorianos. Gente de barrio, con sus tiendas siempre abiertas en aquellos tiempos en los que teníamos tiempo para ir a hacer la compra, comparar precios, productos, quejarte del color de los tomates.
Recuerdo el Videoclub Carrera, sus pasillos y sus cintas perfectamente colocadas. No amaría como hoy amo el cine y la cultura sin aquel Videoclub.
Recuerdo los Faroles y el Bar Rina, lugares de encuentro, de conversación. Otros bares donde los hombres echaban la partida, la fotografía de una España machista, pero también la imagen de un vecindario tranquilo, conversador, próspero y que se posaba delante del Valle del Jerte con confianza, como uno de los barrios señeros de la ciudad por su vida y su riqueza comercial. Del Bar Rina recordaré siempre a María, compañera de clase y trabajadora incansable. Es uno de los primeros recuerdos de lo que es la sociedad de "clases" que tengo, la marca para el futuro de tu trabajo. La dignidad en las manos de obreros y trabajadoras.
De Miralvalle recuerdo a mis vecinas y vecinos, la charla, la preocupación y el cotilleo. Recuerdo sobre todo a mi tía Dolores, una mujer devota, atenta, afable, querida. Una señora anónima que todo el mundo conoce. Recuerdo a Juan Carlos y su inmenso csrioo, y su enorme sonrisa. Y au madre (siempre ellas) obstinada en su cuidado. Los primeros contactos con la discapacidad, nuestros ojos inocentes y torpes aprendiendo a convivir. No siempre consiguiéndolo. Hay lecciones que aprendes al recordarlas.
Recuerdo una infancia a veces cruel y a pequeños amigos (y a las amigas de mis hermanos). Recuerdo a Víctor, siempre con el baloncesto en la cabeza mientras yo pateaba la pelota contra aquellas sonoras puertas. Hoy puede presumir (pero no presume) de haber ascendido a EBA.
Recuerdo un taller de reparación de electrodomésticos
De Miralvalle recuerdo las mañanas (y las tardes) de paseo al colegio. De mis primeras veces. De doña Julia, su cariño y dedicación. Mi primera maestra. De doña Lina, de Don Faustino y de doña Paquita, una de esas maestras que se te graban a fuego.
Me acuerdo de Don Juan, un hombre del barrio, bético, apasionado en las matemáticas y el flamenco. Me acuerdo de Don Anselmo, tan alejado a mi ideología como influyente en mi vocación. Sin él no existirían estas letras.
Recuerdo mis continuas citas al médico, recuerdo rostros sin nombre y recuerdo más a Ana que a Don Ángel. En tiempos de confirmación, ella me abrió el debate y la cabeza. A veces dudo quién de los dos llevaba la razón.
Hay caras y nombres que se pierden y se difuminan y pienso que en 2050 estos nombres de gente de barrio que hizo de Miralvalle un lugar próspero, rico y amable se habrán olvidado mientras que en las plazas se recordarán los nombres de gente más por su fe que por sus actos.

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