lunes, 11 de diciembre de 2006

La verdad de Chihiro

Chihiro salió despacio, sin linterna, de aquel túnel que le había llevado hasta un mundo insospechado, jamás soñado ni imaginado. Sus pasos, como siempre cortos pero rápidos, le condujeron al vehículo en el que esperaban sus progenitores. Tras tan largo y agotador viaje, los ojos de Chihiro pesaban tanto como la certeza de que sus padres por un tiempo se convirtieron en cerdos –cuya pata no recuerdo si era negra-.

Mecida por el vaivén del vehículo en cada curva del camino, Chihiro entró en un sueño profundo en el que los sonidos de la realidad amenazaban con introducirse, una vez más, en el mundo de Morfeo. Así, la música del viejo radio casete del que tanto presumía su padre -8 años funcionando sin ningún problema, no como los trastos modernos, decía siempre él- transportaban a nuestra protagonista a una historia que todavía nos preguntamos si existe de forma paralela o sólo en nuestro subconsciente. Aquel soniquete, aquella canción, se repetía una y otra vez en su mente mientras trataba de acordarse del tema 7, último que se había estudiado para el examen de “Historia de España Actual”.

Entre tanto alboroto de ideas, entre tanto recuerdo fallido, entre la búsqueda –como siempre infructuosa- de una respuesta para descubrir dónde y cuándo había escuchado esa canción que ahora se le venía a la mente, ajena a la temática a plasmar sobre un folio que tan sólo contenía un número de letras similar al que componen su nombre, a Chihiro le surgió una nueva duda.

A Chihiro, a 20 minutos de que el control de conocimientos acabara, ya no le preocupaba tanto rememorar las idas y venidas de los últimos gobiernos españoles, los acuerdos y nombres de la transición, la UE, el ECU y el Euro y su repercusión en el mercado de este país de costumbres festivas y populares. A Chihiro, en verdad, lo que le gustaría saber, lo que realmente le importaba conocer en este preciso momento en el que se jugaba su paso o no al siguiente curso –serían 3 las asignaturas pendientes, lo lógico entonces sería repetir- era saber, recordar la causa, el motivo, la razón, el porqué una niña japonesa, una pequeña criatura nipona como era ella, tenía que conocer la historia de la España actual –y no tan actual-, la historia de este país desde Primo de Rivera hasta la boda del príncipe Felipe.

Fue entonces cuando aquella canción que había estado presente durante estos eternos segundos de forma más débil, como hilo musical, volvió a cobrar protagonismo. Un golpe de caja, un aumento de los decibelios asustó, alteró a Chihiro. Sus ojos se abrieron rápidamente, si bien sus retinas no fueron capaces de distinguir la realidad hasta pasados unos segundos. Al ritmo que marcaba la música del vehículo, Chihiro parpadeaba intentando identificar la certeza con la que ahora se topaba. Aquella niña tímida pero espabilada, educada y obediente, firme e inteligente, descubría delante de ella una carretera, una verdad nueva.

En ese momento comenzó a asimilar el porqué de aquel sueño, de aquel temario ajeno a las costumbres orientales. Sus manos, más grandes, más ásperas, le recordaron que era un joven, de no más edad que yo, que viajaba en un autobús por tierras españolas. Su tez, pálida, con tonos –los menos- rosáceos, le indicó que era español y que sus viajes, oníricos a veces, se producían en autobús, y no bajo la protección de su madre y su padre, el cual sí había caído en las tentadoras garras de las todavía nuevas tecnologías.

El joven, hasta hace poco conocido como Chihiro, por lo que le seguiremos llamando así para no llevar a equívocos, levantó su cabeza levemente, retiró suavemente -entre bostezos e intentos por acostumbrar sus pupilas a la luz- la cortinilla azul que le impedía ver la carretera por la que marchaba el autocar, miró hacia el lateral, reconoció –tras largos segundos de confusión silenciosa- el terreno y, tras un largo suspiro, se dejó caer de nuevo, todo lo largo que era, en los dos asientos que ocupaba su cuerpo. Todavía queda un rato, pensó antes de que sus ojos se cerraran merced al peso de sus parpados, tan pesados como los libros que un día leyó para conocer la Historia de España Actual.

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