lunes, 12 de enero de 2009

Frío Enero

Hace frío. Hace un frío de cojones. Tormenta de nieve en Madrid, temporal en media España. Caos en Barajas, carreteras bloqueadas, quitanieves y sal para las heridas de las carreteras. Blancas noticias para nuestros informativos que se sorprenden del frío de enero. De su frío sol, de nuestras rojas naricillas, de nuestros guantes calentando manos sedientas de caricias, de los gorros calentando orejas que no escuchan piropos, ni te quieros, sólo algún te echo de menos. Se sorprenden de una manta que tapa tu cuerpo, arropado por la bata, mientras buscas cobijo en el sofá, dibujando un mapa repleto de tesoros que ningún pirata más abordará en la isla que esconden tus piernas.

Me congelo pensando en tus ideas, se llenan de escarcha mis manos, mis brazos, mi piel esperando tus caricias. Imagino nuestras otras tardes de enero. Me gusta enero. Paseos todavía adolescentes por calles adoquinadas, escaparates de tiendas inaccesibles, un apretón de mano con significado propio, una caña en un sofá, un café y un pescado. Pecados por cumplir en tu mirada, una sonrisa tímida, llena de deseos, de planes que cumplir hoy.

Enero es el mes de las aventuras, de los grandes retos. Enero es el mes de las añoranzas, de un cielo gris que tapa con calidez la luz que desprendió las fiestas de diciembre. Ellos ya no están, el tiempo se comparte, los árboles vuelven a sus cajas mientras sus brazos esperan la llegada del color. Enero tiene magia. Tiene algo que sólo ocurre después de Navidad. Huele diferente. El frío se mete por la nariz y te llena de vida.

Respiralo. Verás que en Plasencia oscurece. El sol se esconde tras las montañas. Su apagado fuego rojizo duerme y llena el cielo de un color plomizo que resquebraja el termometro de tu añoranza. Miro por la ventana y te veo: sentanda en el sofá, escribiendo pausadamente en tu ordenador, iluminada por la tenue luz de una pantalla, con tu mente más aquí que allí pero ajena a lo que sucede en las arenas de mi Plasencia. Pienso en sus orillas, en llegar a tu playa, en conquistar tus montañas.

Vuelvo a casa. Calles vacías, silencio sólo interrumpido por el sonido de una ambulancia que trata con urgencia un corazón roto por la lejanía. Palpita con fuerza pero despacio. El rocío empiza a presentarse en las aceras de una ciudad llena de historia, contagiada por la historia, congelada en su historia, muerta en su historia.

Es de noche. Salgo a la calle, paseo sólo y hace frío. Hace un frío de cojones.

3 comentarios:

Patricia dijo...

Pienso en ti, cada día, como tonta, como si acabara de conocerte, sin darme cuenta, una sonrisa se esboza en mis labios, sin darme cuenta, paro un segundo y, otra vez, estaba pensano en ti.

Como una adolescente, repleta de sueños, ilusiones y pájaros en la cabeza... no dejo de pensar en ti.
Constantemente me viene la misma pregunta a la mente, qué andarás haciendo ahora... de repente, salgo del ensueño, vuelvo a la realidad y me encuentro con tus cálidas palabras, suaves, cálidas, agradables... me apaciguan, como el sol de enero.

Los dos caminamos lejos el uno del otro, pero qué gratificante es poder sentirte tan cerca cuando más te necesito.

No sabes lo bien que me ha venido tu frío para templar mi añoranza.

Te quiero.

Anónimo dijo...

cómo os entiendo...

Mamen dijo...

¿Veis? Esto sí que me da envidia, y no precisamente de la sana...