sábado, 1 de septiembre de 2018

Excedencia

Como quien sale a la calle para gritar bajo el diluvio; como quien confiesa su amor secreto a la mejor amiga de su amada; como ese niño que ríe impaciente jugando al escondite, esperando ser descubierto, así me asomo aquí, a este lugar de poco tránsito, a esta plaza casi oculta en medio de un barrio turístico para decir cómo me siento, cuánto he llorado. Esperando que siga permaneciendo oculto pero a vista de todos.
Me ha dolido la cabeza desde febrero a julio todos los días. Todos. Y no un dolor cualquiera, me dolía hasta no dejarme pensar, hasta perder los nervios y la paciencia, sin dejarme descansar, casi sin dejarme dormir.
He sentido angustia. Angustia por ir a trabajar, angustia por mostrar mi angustia. Angustia hasta el punto de querer parar en medio de la carretera y no circular más, ni adelante ni hacia atrás; angustia hasta llorar y llorar; angustia hasta no tener valor para quedar con nadie. Temía ver a la gente por miedo a romperme delante suya. Y así he pasado noches a solas.
Me he sentido solo, terriblemente solo. He ido al cine o he paseado para retrasar el momento en el que tenía que entrar en casa o en el hotel y ver la cama vacía y paredes huecas. Y no poder dormir. Y aborrecer la soledad pero temer llamar a nadie.
He pasado noches sin dormir. Y he pensado. Y he llorado esperando que el ruido pasara, que mi cabeza callara.
Y he dudado. Y me he sentido mal por sentirme tan mal como para no querer ir s trabajar. Y me he sentido culpable por aborrecer ese puesto que tanta gente anhela, que tanta gente necesita. Y me he sentido traidor por no ser capaz de continuar después de todo lo arriesgado, después de tanta confianza.
No sé si enfermé. Las razones ya dan igual. Sólo sé que tenía que parar y que lo tenía que decidir yo, y no pedir otra salida que seguramente me llevara al mismo laberinto.

No hay comentarios: