viernes, 13 de febrero de 2009

Los sueños se compran con billetes falsos

Día a día observo como el deporte se pudre, como el olor de billetes quemados asfixia a familias enteras que quieren vivir de un trabajo en el que se aprecian las mayores diferencias salariales y sociales de esta corrupta mentalidad capitalista que nos envuelve. Uno pasa de sueldos millonarios a vestuarios óxidados en un trayecto corto, muy corto.

Vida laboral efímera que obliga a grandes salarios, para muchos de nosotros impensables, que no se pagarán. Vidas que se planean en los altos despachos y que se resquebrajan por las alcantarillas de los clubes.

Aficiones que quieren creer en la posibilidad de ver las estrellas, mientras en su firmamento sólo luce el fuego de los demonios que, temporada sí y temporada también, firman con su tridente un contrato que comprará los sueños de tantas personas con billetes falsos. Va a ser un año difícil. Lo va a ser para el deporte, corrupto desde hace lustros, oscurecido por el resplandor de 625 líneas que venden sueños e ilusiones, sueños que se compran con billetes falsos, billetes que no pagan a aquellos que todos los domingos en rojo, como sus cuentas, hacen rodar con su balón las esperanzas de un estadio entero. Billetes que no pagan lo comprado, deudas que se amontonan sin responsabilidad para el que las genera. Unos vienen, otros marcharán, todos pasan y el problema sigue siedo el mismo. Aquí, en Mérida o en Valencia. Algo no funciona cuando existe un mismo mal para distintos enfermos y cuando la epidemia no tiene ni cura, ni vacuna, ni doctor que la investigue.

El año se avecina gris y duro para todos. Bancas multimillonarias que no prestan, a las que sus elevados intereses ya no les interesa, que se encierran en una crisis que a ellos no les ha tocado (8876 millones de euros de beneficio no es mal botín).

Largas colas en el paro en espera de un trabajo mejor que te quite el tiempo libre que te mata, te ahoga en las mañanas, te deja el culo pegado en un sillón mientras tratas de comprender por qué es mejor cobrar por no hacer nada que aceptar un salario mínimo y un contrato temporal que puede ser fulminado con la brevededad que un día lo hizo tu esperanza.

Recibos de la luz engordados por la avaricia de ricachones que aún se atreven a decir que el transporte sigue siendo barato. Precios que no bajan al mismo ritmo que subieron, eso sí, de cara al público, al comprador, al que le animan a salir de la crisis a través de consumir productos que no son de su consumo mientras en la tienda de su esquina, los contenedores abastecen con productos semi-caducados a los olvidados por las encuestas.

Elegantes hombres de corbata, cobardes hombres de despacho, coche oficial y pelo engominado que deciden tu sueldo, o el mío, que deciden lo que es correcto y lo que debe ser, que, desde su tejado, desde su azotea de privilegios, dictan las normas de la casa de la sidra, cuando en su nevera sólo se conoce champagne del caro y la nuestra muestra los restos de un cartón de vino que encierra el poso de esa sociedad que pasea por las calles olvidando a los humildes.

Va a ser un año difícil, repleto de noches frías que siga apagando la luz de eternos personajes de nuestras calles.

Va a ser un año difícil, o eso dicen aquellos que se aferran a la crisis para que nos apretemos el cinturón mientras sus tirantes sujetan su economía.

1 comentario:

Juan Carlos dijo...

Gran artículo hermano, y con gran razón en todo.

Va a ser un año largo, pero entre tantas sombras habrá al menos dos grandes luces, una en forma de boda y otra en forma de una nueva vida, de momento, que más podemos pedir.