martes, 20 de julio de 2010

Julio

El sol golpea la ventana y mi garganta, sedienta, bebe agua en el manantial de tu mirada. Juntos, las tardes son menos largas, el calor se esfuma y en las nubes, siluetas de árboles dan sombra a la chicharra.

La calle se corta con un aire seco que acaricia tu piel, morena, suave como la tela que te viste mientras mis ojos te desnudan. Los termómetros estallan y entre nosotros no hay calor ni temperatura, sólo templanza, vida, montañas que se deshacen en mi mano. No hay tardes, no hay mañanas, no hay noches en las que el sueño no desvele mis deseos, en la que tu sonrisa no duerma en mi pecho.

Julio atraviesa su ecuador con recuerdos repletos de presente, con días bañados en pretérito, por un futuro de luz. El sol siempre arriba, coronando el epicentro del año; el agua, como el cristal, siempre a nuestros pies y, en el horizonte, murallas verdes. Naturaleza, la esperanza, la frescura de un verano nuevo, distinto, que disfrutar. Tiempo para levantar la copa, para brindar con amigos, por el ayer, por el mañana, desde el hoy. Reencuentros y excusas. Recuento de amistades y de anécdotas, de tiempos no olvidados. Hace cuánto, ¿5 años? ¿una semana?

Madrugadas de cine, noches de terraza. Hacemos buenas migas y comemos al calor de las piedras, de la buena compañía, en la frescura de lejanas brisas del sur. Porque el sur siempre nos sigue en este trayecto sinuoso, entre destellos y cobijos, entre árboles y perros que ladran por un baño en la espuma de nuestros misterios.

Julio agoniza, como mis gentes por sus calles. Julio calla en el jaleo de su calor, de su eterno sol, grita en el silencio de sus tarde de siesta, interrumpida por el agua del manantial callendo feroz por la piel de mi Extremadura. Julio nunca muere. Él nos ilumina, nos guía, nos acompaña como sombras de guitarra.

La música invade las calles, el teatro se abre hueco en la escena del calendario, la cerveza brota de las flores bebidas por mosquitos que, inquietos, zumban nuestros oídos como el líquido elemento que roba tu piel. Julio no deja de sorprenderme. Jugamos, cantamos, chillamos al aire, reímos, ganamos y bailamos por fin nosotros; sábanas limpias y estiradas, toallas al río, ríos de vida que acaban en el angosto mar de agosto, en esta estrecha calle de bicicletas y carcajadas de bebé. Tenía sed y este sofocante mes de julio sacia mi garganta.

Os echaba de menos.

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