miércoles, 28 de julio de 2010

BCN

Menudo calor con el que nos ha recibido Plasencia. 5 días fuera y regresamos para torrarnos al sol o aliviarnos a la sombra de una piscina. Los rayos se expanden por las aceras de esta Plasencia, por sus calles angostas, callejuelas en las que regarnos a la luz de un Lorenzo eterno. Me quedan sólo unos días para disfrutar de la libertad del tiempo, para no atarme a un reloj, a una carretera, a un mundo del que me he olvidado (lo justo) en este mes. Casi ninguna llamada para conectarme al otro lado de Extremadura. No he querido ver tierra, sólo el agua cristalina de estos valles, de la parte del mundo que yo (nosotros) hemos querido hacer verde.

El mes casi entero ha sido para descubrir un poco más los secretos a voces de esta tierra húmeda, fresca, sombría, que nos cobija, da aliento y sentimiento. Hoy hace un año que Rodas nos recibía con toda su hermosura, con el esplendor de sus piedras. Fueron días tan iguales como distintos. Vivir experiencias, conocer mundos, pasear por la historia. Este verano apetecía otra cosa. Y la hemos encontrado. Porque tanto aquí como allí hay amigos con los que compartir, con los que recordar, con los que inventar meses, palabras, anécdotas para después volver a contar.

La verdad es que me he pegado un chapuzón de buenos amigos que no sé si será beneficioso para el calor y la sequía que promote venir el próximo mes. Todos, absolutamente todos, han tenido su momento. Desde el 1 de julio, no ha habido lugar a frenar en esta carretera sinuosa repleta de árboles frondosos a nuestro alrededor. Cenas de baloncesto, música con moraleja, goles para el llanto, noches marcadas por el sonido de los hielos, de una conversación al oído, de risas. Cine para 3, juegos sobre la mesa, una terraza en la que respirar el aire fresco de hace 5 años, un café para prometer 5 años más de vida en común aunque en la distancia, cañas, versos y sonrisas alejandrinas. Vida, al fin y al cabo.

Y entre tanta vida, la constatación de que el tiempo pasa. Un año. Y en ese recuerdo, en esa celebración, la esperanza de que hay lugares, momentos, personas, en la que el tiempo se detiene, espera, te da una tregua y la conversación sigue, aunque haga un semestre, un año o un mundo que quedó inacabada. Hay abrazos que hablan por sí solos. Hay miradas que superan el millar de kilómetros. Hay días en los que la sonrisa te invade y, de repente, media vida se detiene entre tus ojos para recordarte que es sólo una cuarta parte, o menos, de lo que te queda por vivir y que siempre habrá una excusa para volver a vernos.

Barcelona, tan grande y tan calmada como siempre, nos ha acogido bajo un sol templado que ha bañado nuestras ansias de patear nuevas piedras. Sentir en la piel un olor distinto, pasear entre flores, entre edificios imposibles y parques inimaginables, al calor del mar, al sabor a sal o al aroma de frutas jamás prohibidas. Barcelona aparece y con ella, los amigos de siempre. La tradición, de aquí, de allí, del lejano oriente unidas en un mismo espacio. Paella, makis, crepes y mejillones, un buen menú que acompañar con la mejor de las charlas. Una celebración para seguir teniendo asuntos que celebrar. Ha pasado un año, u once, y da igual. Los mismos rostros recuerdan distintos momentos. Me alegro.

Me alegro y me cuesta pensar que, en una semana, se acabará esta libertad y trataremos de empezar otra sin mirar el reloj, ni la distancia.

3 comentarios:

Pedro Garcia Millan dijo...
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Pedro Garcia Millan dijo...
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