viernes, 24 de junio de 2011

A ti, amor.
Alumbrame este mundo, repleto de tinieblas y temores
De hipócritas y traiciones
Trae luz a esta oscuridad, agua a este desierto.
Ayúdame así a despertar, a sonreir, a luchar
a volver a luchar.

A ti, Candela
Déjame ver tu piel, tan blanca como mi cara de pánico
tan bronceada como la sombra de tu mamá
Hazme olvidar este verano inmenso, intenso
Traeme primaveras, devuélveme el invierno
Riégame con hojas, seca mi veneno.

Dame esperanza. Mírame a los ojos y hazme olvidar mis miedos
Déjame escuchar tu risa, respira sobre mi pecho, dame aliento.
Permíteme imaginar tu mundo, uno nuevo.
Con versos, con músicas, con besos.
Sin púlpitos, ni estrados, sin sermones
Que el rugir de las guitarras tape este estruendo
Que la única guerra sea por verte bailar,
por soñar tu silueta en medio del recreo
Quiero verte jugar, aprender mientras lo veo
Quiero peinarte y enredar en tus rizos mis dedos
mientras tu madre se ríe.
Quiero poner a prueba mi torpeza, mis nervios.
No dormir por las noches, no conciliar mi sueños, sino conciliarlos
y ver cumplidos tantos sueños
Quiero olvidar este maldito deseo, la mentira, la diplomacia
la sed y el ansia por ser el primero
Quiero tenerte cerca, olerte, mirarte y no hacer nada más
que sonreir entre bostezos.

No llegues tarde, Candela, que empiezo a preocuparme

lunes, 20 de junio de 2011

Razones

Todos tenemos razones para actuar como actuamos sin tener, necesariamente, la razón. De hecho, seguramente, todos tenemos razones también en la mayoría de las ocasiones para hacer lo contrario de lo que hacemos. Quizá la razón, como algo único, no existe. Nadie tiene la razón absoluta. Podemos tener más o menos razones, razones más o menos fundadas, de más o menos peso, pero razones al fin y al cabo que, acertada o equivocadamente, nos llevan a tomar una decisión creyendo que teniendo razones tenemos la razón.

Nadie nada más que nosotros es capaz de valorar nuestras razones. Será por aquello del principio de incertidumbre pero sus razones para obrar en la situación que nosotros estamos son suyas y nunca podrán ser las mismas que las nuestras, por lo que su razón (uso de la razón) estará siempre en un lugar distinto a nuestra razón, por lo que no pueden valorar mi razón ni asegurar que la suya o la mía es la razón absoluta. No hay razón. Hay razones. Las entiendes o no, pero son las que hay y años ha habido para dar la razón a quienes siempre han obrado como si tuvieran la razón, aún no teniéndola pero teniendo sus razones, y razones para pensar que tenían la razón.

Vamos, que mis razones son mías y me las follo cuando me da la gana... no era así el chiste, ¿verdad?

domingo, 5 de junio de 2011

Se avecina tormenta. En la calle, el calor quema los zapatos, el asfalto arde en mis pies, el sudor se evapora en una nube de verano madrugador e interrumpido. Dan ganas de desnudarse, de salir a las calles y limpiar la piel de flama y prejuicios. Fuera pensamientos.

Nada como una buena tormenta en pelotas para pensar en otra cosa, para liberar tensiones, para respirar pino y roble, para llenar pulmones de aires nuevos, para volver a respirar, a creer en uno mismo y en los demás, para saltar en charcos que ayer parecían secos, para sentarse en la plaza y, por qué no, debatir o discutir ¡qué carajo! Hacerlo con el culo pegado al adoquín, a voz limpia y pura, a fé en las montañas. O disfrutar, reir y beber, y recordar los viejos brindis, y pedirle a alguien que te quiera más, o saborear una raja de sandía, anidar en su frescor, pasear y dejarte llevar por su olor, su color, su pasión y erotismo, o jugar con una servilleta entre las manos, o asesinarte con una mirada, o con los ojos cerrados y una carta sobre la mesa ¡Qué más da!

Hagamoslo todo. Porque hoy es primavera y mañana es feria. Porque la calle huele a clavel y revueltas, porque en las luces indican días de fiesta, porque desde la noria los problemas se ven más pequeños, porque una sonrisa, una risa, una carcajada, siempre merece la pena. Porque no hay errores, ni fallos, ni decepciones si no hay expectativas, si sólo somos; si no somos solos, si somos lo que somos, juntos, amándonos, juntándonos, jugando.

¿Ves?, ya cae la tarde, el sol se apaga lento, color butano, y ya no ofrezco maldiciones, y ya no duermo en este letargo, sino que despierto, río y me baño, y me refresco, siempre en bolas, piel con piel, piel con agua, piel con piedra. Porque así es mejor. Mejor desnudarse, de ideas, de prejuicios, de mentiras y verdades. Sólo abrir los ojos y mirar y volver a conocer el mundo, volver a aprender, con pupilas tamaño melón, con retinas color caramelo, con la pasión de un niño, con la inocencia de un recién nacido, con la sabiduría de un bebé que sólo sabe que todo lo que le queda por delante es saber y aprender. Y tocar, y mover, y descubrir, y volver a tocar y volver a mover y volver a descubrir y disfrutar del nuevo tacto, del nuevo mundo, de cada nueva experiencia. Y callar en el silencio. Y no hablar en el bullicio. Y escuchar. Y volver a aprender. Y respirar y levantar las manos, todo en pelotas, para ser más valiente, menos vergonzoso, más permeable.

Y así, cada día, volver a reír y volver a empezar.

sábado, 4 de junio de 2011

A veces

No sabes el porqué, pero de repente, de forma cíclica, repetitiva, casi rutinaria, cada cierto tiempo uno se siente cansado aunque no haya agotamiento físico, se siente triste aunque no existan penas que lamentar, languidece.

Quizá sea el sueño, o la falta de sueños que cantaría el Serrano, quizá la falta de amigos, su distancia, los que se van irremediablemente aunque siempre estén ahí, o los que no ves y sólo tienes su dulce recuerdo; quizá sea el tiempo, la falta de tiempo, de tu tiempo y del mío, del tiempo de la Candela, de su luz en mis ojos y sus caricias a flor de entraña. Quizá sea todo junto, o nada.

Quizá sea el grito al vacío, la ausencia de eco, la falta de abrazos, la necesidad de besos, de tus besos. Quizá sea el lento pasar y pesar del cuentakilómetros lo que me hace reventar, lo que me agota, lo que me cansa aunque no esté cansado, lo que me entristece aunque no esté triste.

Quizá sea la distancia, la melancolía, la música cada vez más lejana, la necesidad de versos, de nuestros versos, la ausencia de ellos. Quizá sea todo eso lo que te empuja los hombros, lo que ensombrece mis pies, mi caminar, lo que un día no te permite disfrutar de tu mera existencia, de tu voz en el recuerdo, de tu lunar rubricando tus labios, de tus pechos dándome cobijo, de tu vientre llenando mi futuro y mi presente, de tus piernas vaciando mis ansias, acabando en el fruto maduro que sacia mi sed de alegrías.

Será todo eso, el calor, el hastío, el egoísmo, la ausencia de vidas, de minutos para vivirlas.

No sé. A veces todo amanece así. Sin luz, sin sol ni luna, sin brisa que acaricia tu mejilla. Y, en verdad, todo está como estaba. Tú me esperas con una tortilla de patatas sentada en el sofá, el gol suena a 15 en la quiniela, los amigos esperan en la carretera, o en el asiente de enfrente, ofreciendo su sonrisa, el mejor de sus deseos. A veces todo eso queda tapado pero siempre, siempre, está la música para levantarme. De verdad, no sé como explicarlo. Quizá sea que os echo de menos, que me gustaría compartir más momentos, que añoro saber de vosotros, sobre todo de ti, José, pero un mal día, una mala semana, un mal pronóstico se desvanece en los pies de un duende que baila y canta, se rompe y cruje en el pisar de las maderas de un desván que, en esos sonidos, encierra recuerdos presentes y futuros.

Podrá ir a mil de vuestros conciertos, podré explicaros mil veces lo que disfruto, deciros aquello de que me ayuda a vivir, pero nunca podré haceros sentir lo que me hacéis sentir, lo que supone la música, la vida, la existencia de vida. Eso sí, eché de menos abrazarte en los sones románticos. Deberían prohibirse esas canciones si falta tu pareja. Eché de menos tu risa, tus coros mientras te decía que te amo, que os amo, con señales de humo.