Fantaseaba con morder su labio inferior, sólo su carnoso y rojizo labio inferior, y degustar su sabor.
Ese labio, al morderlo, tenía que saber a cereza. A esa primera cereza que brota y se descubre, que resplandece como lo hicieron sus flores.
Fantaseaba con acercarse y oler su mejilla, sólo su pálida y suave mejilla.
Esa mejilla debía olor como las flores del cerezo que iluminan las laderas como si la hubiera pintado Sorolla.
Famtaseaba. Sólo fantaseaba. Si se aproximaba, un tamborilero tocaba su corazón
sábado, 6 de febrero de 2016
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