lunes, 14 de mayo de 2007

Habla sólo cuando tengas algo que decir

En los últimos días he (re)descubierto mi olvidado gusto por el silencio. No me refiero a la ausencia de ruidos en una biblioteca, a la tranquilidad y sosiego de estar en casa sin nada que perturbe o martillé tus oídos, a la paz de una lectura concentrada sin sonidos que te distraigan, al calor de un abrazo con los suspiros como única banda sonora. No.

Me refiero al silencio en la conversación, a la pausa en la radio. A la pausa de un punto y aparte de una novela, al silencio de una poesía entre verso y verso.
Al vacío sonoro en una melodía y a la expresividad de una escena sin más ruido que el del metraje.

Ha sido una semana plagada de silencios. Silencios que comunican, que expresan. Silencios que sienten, que muestran sensaciones. Silencio, a veces incómodos, pero necesarios. Todo empezó viendo la oscarizada “La vida de los otros”. Una película alemana de cadencia extraordinaria, de un guión exquisito, tan esperanzador como desalentador, depende del estado de ánimo. Una película repleta de diálogos vivos repletos de silencios protagonistas.

No reparé entonces en ese magistral uso del no sonido, en su ya conocida importancia. No aprecié en ese momento la dimensión que alcanza la palabra anterior a esa pausa, que se desvanece y se deshace en tu oído. No valoré la relevancia y sentido que cargaba sobre el sonido, la nota, la palabra, el llanto o el suspiro que rompía esa armonía.

No fue hasta el día siguiente cuando percibí, paulatinamente, que había algo más que una historia conmovedora. A veces es complicado degustar una dirección magistral y necesitas pistas que te vayan guiando. Más, cuando estamos acostumbrados a vivir en un mundo intenso, veloz y estresante en el que tapamos con ruidos nuestros silencios. Porque no hemos de olvidar, que todo aquel sonido que no expresa nada es ruido. Y eso pasa con muchas películas americanas que copan la mayor parte de las carteleras del cine.

Al día siguiente de ver “La vida de los otros”, en casa –pues nunca iríamos al cine a ver este tipo de películas- nos quedamos viendo Dejaveu, la última del también oscarizado Denzel Washington. Soportando la mala calidad de una película bajada de Internet (en mi defensa alego que no atento contra el arte, pues ni considero que esta película lo sea ni me hubiera gastado nunca dinero en verla. Cuando quiere ver o tener que considero arte lo pago), aprecié las múltiples virtudes de la película germana que aún perduraba en el recuerdo. La mula nos llevó por un viaje extraño y paradójico. Primero nos mentalizamos para ver “La sombra de la sospecha”, de Eva Longoria y Michael Douglas. Su deficiente calidad visual y sonora nos obligaron a cambiar de cd y apostar por “Dejaveu”. Y precisamente un dejaveu ocurrió cuando, para nuestra ¿sorpresa?, encontrarnos un inicio exactamente igual al de la otra película. Imágenes aéreas, sonido ambiente envolvente a gran volumen pero que no expresa nada y, además, para meternos en la vida del personaje principal, una imagen cotidiana de una persona que se viste (o toma un café o lo que sea) a la que llegamos guiados por el ruido de un transistor. Una escena que podría haber sido descrita en la canción “el cine” de Mecano y que puede servir para millones de películas sin un título concreto. Pensad cuantas veces una película comienza así.

Primera decepción. A partir de ahí, cerca de dos horas de una película infumable, ilógica y pretenciosa en la que no hay ni un solo silencio. Todas las escenas cuentan con la compañía de una fuerte carga sonora que, lejos de darle sobriedad o dureza (como pretenden), restan emoción. O un sonido ambiente ampliado, o una melodía pastelona, o un diálogo rápido pero incomprensible y de besugos. Nada, ni una pausa, ni un respiro al oído, nada que puedas degustar. Todo fugaz, efímero, breve pero perenne. Ruido al fin y al cabo en lugar de un sonido comunicador.

¿Por qué tenemos tanto miedo a quedarnos en silencio, a callar una película, a expresar mediante una boca cerrada, unas teclas de un piano no tocadas o unas cuerdas de guitarra sin vibrar?

El momento álgido de la semana del silencio llegó el viernes, cuando la Orquesta de Extremadura volvió a endulzar mis oídos con notas que se mantenía en mi cerebro mientras un silencio me mantenía expectante de lo que estaba por venir.

Espero poder utilizar todo esto en mi trabajo diario.

1 comentario:

José Manuel Díez dijo...

SILENCIOS

La música, en gran parte,
se forma de silencios.

La poesía también.

Y de ahí los espacios
en blanco
entre palabras.

Y de ahí los espacios
en blanco
entre poemas.

Y de ahí los espacios
en blanco
entre poetas.

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Casualidades... Lo escribí hace unos días y creo puede venir al caso.

Un abrazo