miércoles, 16 de septiembre de 2009

Canción de impotencias e injusticias

Cada mañana guardaba sus libros de texto en esa vieja mochila de piel con estrechas asas que le regaló su tío. La mochila daba síntomas de cansancio, de vejez. Su aspecto demostraba el peso que cada día soportoba, sus grietas escondían el paso del tiempo a la vez que desvelaban tardes en parques, carreras para llegar a la hora, besos a escondidas en un lavabo o el humo del primer cigarro que se apagó sin querer en el costado que ahora luce (y presume) una pegatina del mejor equipo del mundo.

Llenaba su mochila, con estrechas asas, y miraba la de sus hermanos, con ruedas, recién compradas, acolchadas en las espaldas para no provocar daños innecesarios en las frágil columna vertebral de un hermano más fino al que había que proteger. Tenía que ser así y él nunca protestó por esa aparente discriminación, ni siquiera le importó tener que llevar alguna vez a clase los libros de sus hermanos entre sus brazos. Con su mochila al hombro, con los libros bien plastificados de lengua en la sobaquera, con cuidado de que no se mojaran mientras corría bajo la lluvia (sin paragua) sorteando charcos, pedaleando en su imaginario con esa bici con timbre que un día soñó le regalaban y que, en realidad, conducían sus hermanos. Como la bici no tenía cesta, él tenía que llevar -sonrisa acoplada- los libros de sus mayores.

Se aplicaba cada tarde por estudiar hasta que el sol ya hacía tiempo que dormía y sacar con buena notas sus exámenes, si bien nadie le reconoció jamás un sobresaliente y sí le increparon un suficiente. Encubrió en más de una ocasión los descuidos de sus hermanos. Les chivó respuestas en exámenes, les pasó los deberes que él había realizado, ocultó bajo su vergüenza los pecados cometidos en tardes de junio y en madrugadas de julio, cubrió con su mirada que la leche no desbordara mientras en la habitación de enfrente ellos jugaban sin medicina en busca de la receta que aliviara los sofocos de la primavera adolescente.

Lo hizo todo hasta que un día se cansó, hasta que un día vió las injusticias, los privilegios, los continuos desdenes, las miradas de orgullo a mayores orgullosos, los insultos injustificados, los regalos al vago, el hambre en su casa, su plato vacío y el ibérico en el de enfrente, los domingos de lluvia castigado, las caricias en las caras sucias de los malos, los sábados de sol cumpliendo promesas de otros, la humillación al honrado. El trabajaba más, o por lo menos igual, y merecía menos, ¿será todo así?

2 comentarios:

Patricia dijo...

Seguro que de chico sus hermanos comín Danoninos y él, pobre, otras marcas de petit que no te dan fuerza a los huesos... es injusto!!!!

Juan Carlos dijo...

Yo le vi, pobre, comiendose un bocadillo de Nutella, con pan de molde del carrefour, mientras sus hermanos comían Nocilla con pan Bimbo. También le vi bebiendo gold cola, y cuando probó el alcohol fue ron negrita o whisky hunter lodge.