lunes, 12 de abril de 2010

Maldito sea este domingo eterno

Huele a café. La luz entra con ira por los pequeños recovecos que deja una persiana mal dejada. El calor de una sábana que sólo cubre media parte de mi cuerpo me invita a seguir soñando con tu desayuno. Saboreo las mieles que adornan un queso fresco con el que empezar un nuevo día. Imagino mis labios, pegados a los tuyos, dandote la vitamina que no tiene la jalea, ofreciéndote el jaleo de las lunes llenas perdidas en el angosto calor de tus cinturas. Oigo tu grifo en la distancia. El agua, que golpea con mimo tus párpados, acrecienta mis ansias de vaciar mi sed de anoche.

El café caliente. En taza pequeña. Sobre la mesa, una tostada. Pan, aceite de oliva y jamón. Manjar exquisito con el que empezar la mañana pese a tu ausencia. El rojo del sol hace tiempo que desapereció y, mientras yo amanezco, pequeñas caras sonrientes celebran tu desayuno.

Echo de menos tu voz a mi lado, la paz, la tranquilidad que me da tu nervio, la magdalena a medias por las prisas del cuerpo. No son lo mismo los desayunos sin ti. Sin media melena en la cara, sin tus ojos brillando tras el cansancio de toda una noche de fantasías, sin tu aliento cerca, sin tu risa. Maldito domingo, maldito lunes,... maldito sea.

Echo de menos desayunar contigo, aunque sea tarde. Echo de menos el olor de las mañanas, su color ocre entrando por la ventana para pintar tu silueta morena, la sombra que me acompaña.

Echo de menos tu reinado en esta república mía, despreciada y envidada por monarquía sin coronas, sangre ni nobleza. No derrocarán nuestro desgobierno la ira de la distancia, el ansia de victorias basadas en derrotas ajenas. No llenarán mis lágrimas los ríos que nos despiertan en orillas distintas cada mañana. Echo de menos aquellos benditos domingos de despertar tardío, de tertulia entre cañas, de belleza tan cotidiana como la locura que nos atrapa.