lunes, 4 de junio de 2007

Compañeros de viaje

Al tiempo que dejo parte de mi economía en el asfalto, con aromas a gasoil y neumáticos, he ido recopilando ya olvidados compañeros de viajes. Cada hora, los boletines horarios de mis "colegas" -en su sentido más estricto- de trabajo (valga pues la redundancia) me cuentan lo que sucede en la región y el país. La música es buena aliada, pero mi compañía no creo que fuera grata para los grupos que escucho, más si me oyeran destrozar sus versos a "grito pelao"; además, mi garganta se resiente "beerreando" todos los días durante unos 160 minutos, o lo que es lo mismo, los poco más de 300 kilómetros que separan mi casa de mi puesto de trabajo.

Así, he ido encontrando otros aliados que conversen conmigo durante los trayectos, sobre todo, del viernes tarde y del fin de semana. Exceptuando alguna compañía física más que agradable algún que otro viernes, mis diálogos se deben estrellar contra la radio de mi coche que me habla pero no suele responderme.

En la búsqueda por no tener que contestar mucho a lo que me dicen, he recuperado dos clásicos: "La ventana", con Gemma Nierga y, sobre todo, "A vivir que son dos días" con - una cada día más esplendida- Angels Barceló. Ya conté hace semanas lo que supuso mi reencuentro con el penalty de Djukic, ayer la conversación fue por derroteros "más culturales". Hago un paréntesis para defender a todas aquellas personas aficionadas al deporte y sobe todo el fútbol y que también piensan y aprecian el arte. Los futboleros son en los hombres (generalmente) lo que las rubias al sector femenino: te encasillan en un -siempre negativo- prejuicio y extereotipo que nada tiene que ver con la realidad: las rubias no son tontas, ergo, los futboleros tampoco.

Paréntesis concluido, vuelvo a la conversación. El viaje de ayer fue lo más parecido a una película, tanto por la duración como por el perfecto guión. Barceló comenzó adentrándonos en el mundo del cine, con los rituales previos -sobre todo en una gran ciudad- a ver una película en la gran pantalla. Todo enfatizado para disponernos a degustar los trailers (o avances como proponían ayer evitando vocables importados, anglicismos).

A mí me sucede igual que a ella. Es cuesión de costumbre, de mentalización, de rituales de concentración. Yo necesito estar en la sala unos minutos antes o, cuanto menos, llegar para los trailers que -en una función más lejana de su pretensión- te envuelven ya en el mundo del cine, del ruido, del Dolby y de la oscuridad rota por la luz que hace brillar a las estrellas elegidas. Lo mismo me pasa con un partido de fútbol o de baloncesto: odio verlos ya empezados o, incluso, con los jugadores en el centro dispuestos a realizar el saque inicial. Necesito una antesala, un calentamiento, para aclimatarme.

El trailer al debate, el anuncio de Angels Barceló, precedía una interesante conversación sobre la importancia, los cambios y la cultura de estos cortísimo-metrajes (algunos no tan cortos). Quizá la visión sea muy distinta en áreas menos pobladas, en pequeños municipios como éste que en las grandes urbes (que no ubres). Para mi, personalmente, un trailer pone ante mis ojos la oferta invisible, esa que queda tapada por la gran industria que se aparece en la televisón.

Al margen de esa exhibición de películas menores que debes recordar para que, dentro de seis meses cuando lleguen a tus cines no faltes a la cita, las salas de exhibición se llenan de trailers habituales, de efectos especiales y de "americanadas" poco recomendables". El debate se centró más en este tipo de filmes. Si ves estos "avances", es que ya has elegido una película de similares características. Aquí es donde viene la cultura del trailer y esa apariencia de homogenidad entre todos ellos. Lo sutil, las insunuaciones parecen haber quedado atrás y ahora, en esos casi dos minutos, se te muestra todo, absolutamente todo: las mejores escenas, los mejores efectos, las chicas más guapas, los tíos más cañón.

Esta pequeña descripción, en tan solo dos minutos, en el trato que se da a estos cortísimometrajes, ya se ve la diferencia en el cine, la falta de creatividad y, sobre todo, el insulto al espectador al que no le dejan crear. Las "americanadas" se han convertido en un monólogo. El cine, en su vertiente más extrema de Hollywood, ha dejado de conversar con el que paga y, tan sólo, le muestra, le estimula sensorialmente. Afortunadamente, el díalogo silencioso aún queda vivo en algunos lugares del mundo, si bien cada día es más difícil hablar porque el ruido nos lo impide.

La película propuesta por Angels Barceló, con discurso inteligente salpicado con grandes dosis de humor, acabó en final feliz después de los anuncios. Y es que, al parecer, Sam Mendes y Kevin Spacey (American Beauty) se han propuesto llevar al teatro londinense regido por el actor el guión de "Todo sobre mi madre". Interesante iniciativa que mantiene viva la esperanza sobre los criterios cinematográficos de algunas estrellas de la gran industria como estos dos fenómenos que, personalmente, no decepcionan nunca.

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