martes, 26 de junio de 2007

Por una Plaza en lo más alto

Confieso que me enfado con la prensa con demasiada frecuencia, concreta y precisamente con la prensa deportiva. Pero es que es para mosquearse, pues los cronistas deportivos suelen tomarse la licencia de criticar desde el desconocimiento y de destripar en vez de narrar la noticia. Es un mal de la prensa deportiva del que siempre he tratado de huir. Mi objetivo siempre es el de informar y, a ser posible, dibujar la realidad, televisar con mis letras o voz lo que ocurre en el campo o la cancha.

Con esa premisa entré por primera vez en el autobús que me llevó a Tarragona y que me introdujo en el mundo de las retransmisiones de baloncesto: oír, ver y callar. Así he tratado de aprender de ese apasionante deporte, así he tratado de ir adentrándome en él y de conocer sus entresijos. Ni que decir tiene que no soy un experto de baloncesto, aunque me he acercado a técnicas, movimientos y sus entresijos a base de compartir charlas (sobre todo escucharlas), de ver partidos y de meterme en blogs como el de Piti Hurtado que son una ventana magnífica al conocimiento del basket.

Desde esta postura he respetado siempre el trabajo, sobre todo, de los entrenadores y, creo, que no he caído nunca -como informador- en la crítica fácil pues, el baloncesto, es un deporte demasiado complejo como para dar notas midiendo sólo el resultado o las estadísticas, siempre frías y en muchas ocasiones engañosas.

Aprecio a cada entrenador. Sé de buena tinta el tiempo que pasan visionando "Scoutings" y tratando de mejorar su trabajo y el juego colectivo e individual de sus quintetos. Tengo especial admiración por aquellos que se mantienen en la sombra y que creen en lo suyo. En baloncesto es especialmente importante el trabajo del segundo entrenador y de todo el cuerpo técnico y el de aquellos que forman a las categorías inferiores y les comienzan a inculcar técnica individual y tácticas de juego. Por eso, el sábado -el día después de no poder ver el tercer partido de la final ACB- me ofusqué al leer en el Marca una crítica desmesurada sobre Joan Plaza, un entrenador que se ha mostrado ganador desde la humildad y el conocimiento del deporte. Reitero que no vi el partido, pero la parcialidad de una crónica se ve a la legua. Tras un parcial de inicio desastroso, Plaza debió dar con la clave para remontar el partido y ponerse por delante del Barça en el Palau. La noticia criticaba al técnico catalán el mal inicio de su equipo pero no le reconocía su capacidad de reacción para dar la vuelta al electrónico, este privilegio quedaba para los jugadores.

Sin embargo, la derrota sí volvería a ser culpa de Plaza, por cambiar a Bullock y Tunceri. Sin ver el partido, pero atento a los minutos en los que estos cambios se producen, puedo llegar a entender que las rotaciones son lógicas y que el míste buscaba un mayor control de juego que no llegó pero que, por otro lado, sí se dio en el cuarto encuentro.

Para mí, Joan Plaza ha dado una exquisita muestra de lo que es entrenar a un equipo grande, de dosificar minutos y de hacer mejores a jugadores como Felipe Reyes que acertó con todo lo que hizo pero cuyo juego de equipo le permitió ser MVP. Sus palabras y gestos de elogio a sus compañeros no son un mero discurso fácil, son una realidad. En ese tablero de ajedrez en el que se convierte la cancha de baloncesto, Reyes era el rey al que proteger de un jaque. Enhorabuena al Real Madrid, a Plaza y a los que pusieron en el banco de un grande a una persona modesta.

P.D.: Podría aprender, nuevamente, el mundo del fútbol, de la sencillez compleja de este deporte. Debería la prensa dejar de endiosar a los futbolistas y sólo contar lo que ocurre. Así podriamos tener a más protagonistas, a hacerlos más accesibles y a evitar diferencias como las de los dos campeones: mientras el Bernabeu se acordonaba para que la prensa no molestara a los ganadores de liga, el Madrid de basket abría la puerta de sus vestuarios para compartir con todos su felicidad.

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