martes, 4 de septiembre de 2007

Peculiar (II)

(... continuación -o inicio-)

Tras conducir durante varias horas por una carretera nacional de interminables (en el espacio y en el tiempo) obras, la confusión de las señales, la escasa iluminación de la vía y la fuerte lluvia que caía en tan desapacible noche, precipitaron mi salida de dicha calzada, cogiendo la primera y no, como me indicaba el mal plegado mapa, la segunda desviación hacia la derecha. El bache que noté nada más incorporarme a la nueva carretera fue una advertencia de mi error, de lo que me esperaba. No obstante, tras 3 horas de limpiaparabrisas y señales amarillas, cualquier desperfecto del terreno, cualquier agujero o bache en la calzada pasaban desapercibidos y no se atendían como consejos o posibles llamadas de atención para recuperar la ruta perdida, desechada.

Aunque no tendría porqué ser así, la ausencia total de señales verticales en los laterales de lo que parecía ser una antigua carretera comarcal (camino), despertó en mí la duda sobre el acierto de mi decisión de perder de vista cuanto antes las provisionales glorietas que un día regularán los accesos a una autovía.

“Todo recto, no tiene pérdida”, fueron las últimas indicaciones que escuché por mi teléfono móvil, antes de arrancar mi vehículo, al preguntar por como llegar al lugar deseado (no importa ahora, pues el protagonismo lo gana el lugar encontrado) una vez abandonada la vía principal.

Las numerosas, cerradas y endiabladas curvas, la oscuridad, la lejanía, la austera, caduca y rancia apariencia de la vegetación no coincidían con la idea preconcebida del lugar al que acudía –o debía acudir- y me preparaban para una situación desconocida y poco apetecible, vuelvo a repetir, para un forastero (y poco amante de las aventuras) como era yo. Para terminar de enredar el enredo, para crear un mayor clima de tensión, desorientación y falta de recursos, la radio sólo era capaz de sintonizar Milenio 3. Ni que decir tiene, que en tal situación de desamparo, la música parecía mejor compañera.

Vista cansada, párpados revoltosos, pestañas tirando de ellos y voz quebrada tratando de tatarear, para mantenerme despierto y atento ante los peligros de una carretera (camino) cada vez más atroz, estrecha y embarrada, las melodías que –creo de forma desacertada- elegí esa noche para comenzar a memorizar.

Los kilómetros iban pasando, el número de mi cuentakilómetros suplía la tarea del pluviómetro y contaba las gotas de lluvia por segundo que golpeaban, con fuerza, con furia, como repeliendo mi presencia, la luna de mi vehículo. Sin la posibilidad de poder cambiar de sentido, y con la obcecación de “algún desvío habrá” para no dar la vuelta en tan desaconsejable camino (de cabras) continué huyendo hacia delante, sin que el destino, la fe, la compasión de un ser supremo pusiera ante mí un puente de plata que me llevara a donde me esperaban y no hacia donde me recibirían.

4 comentarios:

Juan Carlos dijo...

Espero que lleves gasolina suficiente porque no parece que haya muchas gasolineras en la zona. Cuidado!

Anónimo dijo...

Hola Iván, tu hermano me recomienda que eche un vistazo por aquí mientras espero el final de su relato...aunque no se...porque ahora tu también nos dejas sin final! Aunque ya había pasado por aquí antes sin decir nada, supongo que es hora de pedir permiso para "asomarme" de vez en cuando... Un abrazo

Patricia dijo...

No se donde nos llevará este viaje, pero te animo a que continúes conduciendo para aveguarlo.

Iván H. Bermejo dijo...

Madre, que tiempo loco este. Un día sale un sol espléndido, como que al otro vienen maravillosas nubes. Un placer, Nube. Pasa por aquí cuando quieras para que nos cobijemos con tu sombra. Un abrazo

P.D.: Perdón por la broma, pero llevaba mucho tiempo con ganas de decir esto: "¡Jo, nube, tía!"