jueves, 6 de septiembre de 2007

Peculiar (y ya van tres)

Ante mí, paulatinamente, la oscuridad que los tenebrosos arbustos de mi alrededor proporcionaban fue desapareciendo, el olor de humedad del interior del vehículo y la ausencia de visibilidad por las frías gotas gruesas de agua dejaron paso a frescor aroma a hierba recién cortada y a una claridad que por un instante creí perenne, siempre presente, aportada por una luna jocosa, sonriente, gordita que se había abierto hueco entre los nubarrones que durante horas y horas descargaron sus iras, abofetearon mi error y se desprendieron de rabias contenidas durante años de soledad contra el cristal de mi auto.

Todo aquello que me conducía hacia un lugar desapacible desapareció y ante mí se mostró un paraje espléndido, de llanuras verdes, jardines sólo recreados y vistos por la mente de un director de pelos alborotados que un día soñó con las afiladas manos de un joven apartado por la sociedad. Urbanizaciones estilísticas, prediseñadas y simétricamente plasmadas sobre el terreno, hogares de amplio colorido, ampliado por juguetes infantiles postrados sobre la hierba. Montañas cercanas en el horizonte, cubiertas de nieve con sabor a esperanza y a bienes, un blanco reluciente en una noche divina, escondida en medio de la más absoluta oscuridad.

La calzada se tornó a lisa, un ancho carril bien asfaltado me arrastró, con atónita mirada, hacia la entrada de un municipio por descubrir que, ya desde su sonriente cartel de bienvenida me producía un inquietante estado de angustia y ansiedad, de monotonía.

La ausencia de vehículos en las calles (anchas), la falta de vida, de diálogos, de sombras por las bien iluminadas aceras hacían sentirme forastero, extraño, ausente en un lugar donde únicamente estaba yo.

Conduje.

Despacio, prudente, atento a cualquier movimiento, a cualquier circunstancia, a cualquier espacio, lugar, objeto, persona o cosa conocida que me aportara seguridad, que me ayudara a ubicar mi situación en un avance hacia ninguna parte, en un ir hacia delante, dejando atrás lo mismo que aprecio ante mis ojos. Monotonía. Desesperación. Calles paralelas de idéntica imagen, los mismos colores robados a la primavera de la que salí, alienados, organizados, secuestrados de su habitual creatividad.

Cuando la desilusión y el tono grisáceo del cielo que me acompañó en mi viaje parecían instaurarse, alojarse en mis prendas, en mi rostro, una fuerte luz y una música estridente me sorprendieron, provenientes de una vía perpendicular a la central (cada vez tengo menos claro si principal) por la que circulaba. Frené y me dejé llevar por la luz y sus cantos.
Por un momento, olvidé todo aquello que me esperaba, todo aquello que había preparado a mi llegada a lugar deseado. La música, las luces, lo desconocido atraparon mi atención como lo hace una mirada tímida, una sonrisa efímera que te golpea en el pecho durante una noche borrosa y te acelera el corazón. Las notas de una guitarra, una voz que susurraba, los colores de lámparas como sirenas en movimiento conquistaron mis 5 sentidos y me sedujeron, sin permitirme recordar que en otro lugar del mapa, no muy lejano, no muy distante a este, me esperaban.

(otro día más)

1 comentario:

Juan Carlos dijo...

Oye. Esto empieza a ponerse interesante... por un momento creí que estaba en el pueblo de Big Fish... luego vi que no... sigue!!!