lunes, 3 de diciembre de 2018

El tiempo de la ira

Era invierno. Un día despejado pero frío como hoy. Caminábamos con tranquilidad por la siempre acogedora Plaza Mayor de Madrid. Conducía con cuidado y con la torpeza de los primeros meses el carro en el que Candela abría los ojos a las luces y los adornos. Me detuve en un puesto, no sé si a mirar, no sé si para no atropellar algún pie que se adivinaba entre la multitud. Alguien tropezó bruscamente con mi espalda. Con gesto tranquilo, me giré, sin intención alguna de increpar un suceso lógico y habitual entre el gentío -"¡Si te paras!" me espetó un rostro de mujer enfurecido que recuperó su camino sin más.
Lo cuento y recuerdo como una anécdota, algo excepcional, hasta divertido por lo esperpéntico de la recriminación.
Hoy creo que fue un aviso, un síntoma de lo que estaba por venir, el primer esbozo de la decadencia de una sociedad que parece atender sólo al "yo", una continuación de aquel "¿quién te ha dicho a ti las copas de vino que yo tengo o no tengo que beber?" que hoy colapsa la agenda mediática y política de Madrid con una gente enfurecida por las restricciones de tráfico y aparcamiento, por la prohibición individual de ir por donde les dé gana, como si de pronto hubieran conocido las direcciones prohibidas y las líneas amarillas y las limitaciones para estacionar... ¿Igual es eso?

La creencia en los derechos y las libertades propias sin pensar en lo común y lo colectivo. Es el discurso del neoliberalismo, tan claramente diferenciado en Trump pero tan difuminado en nuestro entorno.
Las huelgas vistas desde los problemas que se aumentan cuando se producen. Jamás desde el derecho, desde la digna reclamación laboral colectiva (que crees que no te afecta pero sí, porque de sus derrotas nace la precariedad), jamás desde la intención de mejorar un servicio deficiente, que no dejamos de condenar cuando nos afecta.
La inmigración vistas desde las diferencias de convivencia, pocas veces desde el drama, casi nunca desde su empeño por adaptarse a un mundo que les recibe desconfiado (y ahora también hostil).
La educación sexual (y hasta las meriendas en el colegio) desde mi derecho a hacer lo que me dé la gana, no desde su derecho a evitar prejuicios (y azúcares).
Las señales de prohibido montar en bicicleta, de prohibido jugar a la pelota, la mirada censora a unos niños que hablan, ríen o lloran en un reataurante, la condena recurrente a los niños que sólo juegan a la tablet, un vecino que sube para recriminar el mecer de una cuna que no le deja dormir, un padre que aparca en la acera, y otra, y otro. Y otro en la plaza azul, sus "5 minutos" que no entienden de tus 5 minutos.  Los hoteles para adultos, no para proteger al menor de nuestras conductas inadecuadas, sino para preservar nuestro derecho a vivir lo que nuestra rancia mirada tacha de molesto, el enfado con quien no me habla en mi idioma (sin atender a que yo no le hablo en el suyo), el reproche a la feminista (hasta hay hombres feministas) que no nos dejan ser como siempre hemos sido, ni piropearlas, ni llamarlas simplemente "guapa" para reclamar su atención.

Los medios, la política, el entorno en general nos ha educado en la intolerancia, nos ha invitado a quejarnos de todo aquello que perturba nuestra idea de ideal, nuestro concepto de paz aunque, en realidad, no sea censurable ni mínimamente reprochable.
La política que, en el último lustro sobre todo, en lugar de educar en la diversidad, en la convivencia, ha enfrentado nuestras costumbres y problemas, ha vaciado de empatía el discurso para llenarlo de mi derecho frente al tuyo.
No voy a dedicar ni una palabra crítica a quienes han dado su voto a un partido fascista (racista, homófobo y machista) porque ve ahí la solución a su futuro, porque ha detectado o se ha contagiado (erróneamente a mi juicio) de los temores infundados, que ha creído que sus males provienen de los falsos síntomas que resucitan 80 años después. Pueden estar errados pero no tendrán mi insulto por temeroso que sean los tiempos que vaticinan a quienes han entregado su voto.
Maldeciré a quienes han alimentado el odio y construído su discurso desde el enfrentamiento propiciando o facilitando esta realidad tenebrosa que señala a la inmigración, a las razas, a las mujeres y afirma que combatirá contra ellas.
Porque en medio del odio, es el odio verdadero el que acaba ganando ante la falta de alternativas desde la paz.

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