domingo, 23 de mayo de 2021

Un día inolvidable.

Era un día difícil. Desde la mañana lo noté. Tenía que desbordar todas las recomendaciones de mi psicóloga, tenía que afrontar retos para los que no estoy preparado, tenía que controlar mi ansiedad, mi miedo, mi cabeza en un entorno que me hace feliz y al mismo tiempo me trastoca y golpea.

Tenía que hacer todo eso. Y desde primera hora lo noté. No ayudó que Mateo se despertar a las 7 de la mañana. Mi cabeza pide más descanso y el no poder descansar con el cuerpo "drogado" duele aún más. Aguante como pude. Sus demandas, su continua necesidad de atención, su desesperación por estar conmigo y hacer cosas. Su niñez, tan normal, tan habitual, tan adorable que se está viendo rasgada por mis problemas. Fue duro desayunar. Pude tomar un respiro y tener calma, hacer las cosas con calma. Manejar la situación y hacer las cosas despacio, muy despacio, mientras Patricia y Candela estaban en la peluquería. Afrontar con serenidad el ir a por un cinturón que luego no sirvió. Mantener la calma en momentos de lógicos nervios. Pude desconectar de mi cabeza. Había prisa, pero para conseguir eso todo lo hago muy lento.

Cuando llegamos al restaurante, mi cuerpo no quería salir del coche. Necesitaba unos minutos de soledad, pero no lo podía hacer. Yo agradezco la buena voluntad, el enorme cariño que recibo, los consejos bienintencionados y con todo el amor del mundo, pero no sé cómo explicaros que es algo que no puedo atajar, que la cabeza va por otro lado distinto al de la razón.

Es difícil fingir una sonrisa, saludar, intentar ser amable, no huir, no llorar, cuando tu mente te pide todo eso pero quieres a esa gente con la que te juntas y con la que deseas celebrar un día especial.

No me acuerdo casi del pincho. Busqué estar en grupos reducidos, en los que más conocen mi situación y utilicé a Mateo de escudo. Él no se separaba de mí, como si lo supiera, y yo me escondía tras él. Más o menos funciona. No respiraba bien, no podía hablar casi con nadie, me costaba levantar la mirada, deseaba que la comenzar la comida y la mesa se redujera... Pero fue a peor.

La comida fue... Es difícil. Joder, me encantó estar al lado de Javi y hablar, saber de él, de su recuperación. Me alegró tener a José en la mesa y poder escucharle, verle tras mucho tiempo, ponernos al día. Él ambiente era bueno, pero me superaba. Era demasiado tiempo, demasiada conversación. Tenía el apoyo cercano de Patricia, donde acostar mi cabeza de vez en cuando y apretar mi mano, pero todo fue creciendo. Las conversaciones con José ya eran un calvario, apenas recuerdo lo que hablé con Carlos o Noelia, más allá de algún chiste malo. El ruido de la sala atronaba en mi cabeza, veía a Sara, a Candela, a Julia correr y yo quería ser invisible. Me costaba mantener la paz cuando Mario o Mateo me demandaban. Era feliz y no quería serlo. No os lo puedo explicar. De momento, no tengo herramientas para pararlo.

Tuve que irme. A por un carro que casi no usamos, a recibir los lametones que curaban mis miedos de Phoebe, a tener una soledad en la que respirar, llorar, ir mucho más despacio y coger fuerzas. Y todo fue a mejor. Quizá porque los grupos se fueron hiciendo más pequeños y selectivos, las conversaciones más controladas, la necesidad de fingir era menor. Quizá porque me hacía enormemente feliz ver a Sara, tan loca, tan divertida, tan maravillosa, tan alegre. Sara, Candela y Julia y una sonrisa enorme. Mario sin parar, Mateo disfrutando como debe hacer a su edad. Pablo y su risa de bichillo. Alejandro corriendo con unos en otros. La familia, esa a la que tanto echo de menos. Y yo ahí, mirando, sin mucho más. Hablando cuando quería, huyendo cuando lo necesitaba y mirando como tantas veces, como en la boda de Escu y Mamen, fuera del ruido, siendo feliz viendo a mi gente feliz. 

Fue genial. Al coche se le fue la batería, tuve que estar ausente en buen rato, en un tiempo en el que me hubiera gustado estar pero que, quizá, también me vino bien para frenar y tomar impulso. Fue genial. Hoy sólo puedo dar las gracias y llorar de emoción. De sentirme querido, aunque me duele la mirada preocupada de mi padre y mi madre y no saberles hablar, de casi no intercambiar palabras porque daña demasiado. Pero me hicisteis feliz ayer y me ayudasteis. 

Sara, te quiero un montón. Muchas felicidades. Eres la cordura de la locura al otro lado del pasillo. No puedo pensar en nadie mejor para que Candela crezca alegre.

Raquel, me gusta verte feliz, con esa mirada tuya tan dulce, con esos ojos iluminados por el amro. Hermanos, os adoro. Ya llegará el momento de hablar más. Papá, mamá, perdón, pero me duele demasiado, no soy capaz de verbalizar mi profunda depresión con vosotros y sólo me queda veros reír o pelear con una paletilla desde la distancia. Yoli, no sé cómo, no sé por qué, pero sin hablar me transmitiste mucho cariño y paz. Noelia, respira. Yo sé lo que es empujar a la gente o estallar contra las personas a las que quieres abrazar. Cuenta con la familia, con las amistades, pide ayuda si no eres capaz, si te ves mal. Somos tu familia. 

Patricia, gracias. Gracias, gracias y gracias. Te quiero.


No hay comentarios: