domingo, 30 de mayo de 2021

Carta a un amigo.

 Querido amigo. No sé bien qué decirte. Me gustaría hacerte alguna recomendación, escribirte algo que realmente te valiera, pero sé que actualmente nada para lo que pasa por tu cabeza, que no existe nada que no sepas ya tú pero que aún así no consigues controlar. Sólo te puedo decir que estoy aquí. Que te miro, te observo, estoy contigo, me callo y te escucho, si quieres hablar, aunque sé que no vas a querer hablar, que no te vas a atrever a coger el teléfono y llamarme. Yo hacía igual. Pero me servía mucho saber que había gente ahí escondida dispuesta a entender y espero que a ti también.

No sé bien que recomendarte, porque la vida lleva un ritmo distinto al que nos gustaría que llevase. Llora, llora todo lo que haga falta. Y pide abrazos, que no te dé vergüenza. Abraza a la gente que más quieres, a la que tienes más cerca y llorales a los oídos. Ojalá pudieras hablar y verbalizar todo lo que sientes, todo lo que sufres, pero sé que no salen las palabras, que tiemplan, que ha nacido una extraña desconfianza. Lo mejor es hablar. Y si no puedes hablar, escribe. Desde el dolor más puro, escribe, sólo para quién más confía, pero que sepa toda la verdad y todo lo que necesitas. Y pide, porque todo irá mal, y no será culpa tuya pero te vas a culpar. Ahora, lo primero es tu salud y nada se puede anteponer ante eso. Pide, vete solo sin pedir permiso, habla, explícalo, necesitas más libertad. No es egoísmo, es necesidad. Sino, te ahogas y todo te molesta, te desquicia, te atolondra. Nada tiene sentido, ninguna conversación te interesa. Por eso sal y está sólo dónde quieras estar. Ya pasará, ya habrá tiempo de recomponer el dolor que se siente y que sienten por ti, pero ahora eliges tú. Y, con esa empatía que te caracteriza, déjalo claro porque, hagas lo que hagas, te vas a sentir mal, vas a sentir que fallas: a alguien o a ti. Y lo primero es quererse a uno mismo para que el amor pueda ser igual que antes. 

Te recomiendo todas las cosas que necesito pero no me atrevo a hacer. Pero coge el control de tu vida, de lo que necesitas, sin dejarte, saliendo un ratito todos los días, no permitiendo que haya más oscuridad de la que llevamos dentro, pero a tu ritmo, que ahora es otro. Ahora somos como bebés, aprendiendo a caminar, sintiéndonos torpes, asustándonos, sintiéndonos solos cuando un abrazo tarda en llegar, incapaces a veces de coger la cuchar, de andar. A tu ritmo, queda claro que tienes que hacer las cosas a tu ritmo y que vas a ir más despacio que los demás y que el reloj y las prisas tienen que esperar.

Y pide ayuda. Habrá noches terribles, mañanas dolorosas y pensamientos como sombras de buitres, cuervos y cipreses. Llámame. Cuando pienses en eso, llámame. Llama a quien quieras pero llama, aunque no se lo vayas a contar, aunque sólo sea para llorar, para decirte que te sientes fatal. No te culpes por pensar en ello. Sólo llama como lo harías si hubieras tenido un grave accidente y te vieras desangrándote, atrapado y sin salida, en un coche. Llama, cuenta lo que puedas y pida ayuda. Y no te sientas culpable por pensamientos que no dominas, que no son tuyos. 

Yo tampoco me reconozco. Espero que poco a poco vea el mismo reflejo de antes al mirarme al espejo. De momento, no mires al espejo. Anda más despacio, haz las cosas a tu ritmo, llora y estate triste e intenta hacer todo aquello que te sienta ser útil y decente, aunque para eso tengas que restar horas a tu familia y te coma la culpa y la incapacidad. No es así. Haz aquello que te haga feliz y el tiempo que estés con tu familia será más feliz dentro de esta tormenta que parece no tener final. Lo tendrá.

Un beso fuerte. Cuando quieras, me llamas y nos tomamos un café. Como no lo vas a hacer, ya te llamaré yo. No me importa si me dices que no. Lo entenderé. Te quiero.

No hay comentarios: