miércoles, 15 de diciembre de 2021

Quiero

El último año me deja pocos recuerdos positivos, al menos a simple vista. Tengo que hurgar en mi mente, en mi diario, en mis pesadillas cotidianas para recordar las risas, las canciones, las caricias, los colores vivos que sí aparecen agrandados con la nostalgia y la morriña que añade el paso del tiempo. El pasado, la infancia, suele mirarse con un edulcorante que a veces camufla la realidad o que engaña sobre lo presente e inmediato.

Muchas veces se habla de la falsa vida que mostramos en las redes sociales, esa apariencia de felicidad permanente, como una impostura social, como si no existieran los silencios que callamos a diarios, como si esas fotos y esos vídeos no fueran una copia de aquellos álbumes de imágenes borrosas, gastas, de cabezas cortadas, de sonrisas forzadas o carcajadas instantáneas, de un momento concreto que hacemos perdurar como una realidad completa y no sólo como la fracción que nos atrevemos a mostrar, tirando aquellas fotos y heridas que sólo enseñamos a las amistades más cercanas.

Hay un yo que fue niño y se recuerda feliz con una pelota de fútbol entre los árboles del patio del colegio, sin poder pasar la cruz por ser aún pequeño y decidir en base a eso si eras defensa, portero o delantero. Hay un yo que recuerda aquella primera huelga general, aquel 14 de diciembre con todo cerrado, con la carta de ajuste y con un pecado que siempre llevaré encima y la cara de mi madre enfadada cuando nos encontramos, ella sola, yo ya con mis hermanos, casi en la puerta de la churrería. Me recuerdo tanto a Mario.

Hay un yo que recuerda la ilusión de esperar los Reyes Magos, aquel rompecabezas escondido bajo la almohada que compartía con Carlos al llegar de la cabalgata, mis deseos de un scalextric, la voz de mi padre rompiendo en una frase mi inocencia. Lo agrio se mezcla con lo dulce. Las mañanas en el salón cortándonos el pelo a la luz de "Santa Barbara", los baños con espuma en las esponjas, aquellas comidas de Navidad en casa de José y Milagros, rodeados de juguetes y play-mobiles, la consola de Rubén, la de David, las tardes con mi tía Nina, aprender a montar en bici, los veranos en la piscina con ella y coincidir con la niña que me gustaba, la sensación de haber sido siempre rechazado, de sentirme feo, de ser el listo y por ello el tonto de la clase. Recuerdo las tardes en el Municipal con mi tío Valerio, también una mañana de fútbol, un partido al que fue Raúl y yo me quedó fuera, con los ojos abiertos y las orejas alucinando con los cánticos que salían del estadio. Recuerdo ver por la tele los Juegos Olímpicos de Seúl, los partidos de los sábados, aquellas tardes de supermercado, juego de cartas y triángulos de chocolate en Sevilla. Cambiar los triángulos por churros en Don Benito. Recuerdo la guitarra eléctrica de Raúl, Lassie acostada en nuestro cuarto, preguntarle por la regla a mi madre, que tartamudeó de esa forma que hace ella y sonrió como sonríe cuando no sabe qué responder.

Hay cosas que no sé si recuerdo o si sólo recuerdo fotos y comentarios, como hacer gimnasia con Sandra en el pequeño piso de A Guarda con Eva Nasarre en la pantalla. También recuerdo una barca, un campo de fútbol de Zarza en el que nos quedamos encerrados o el juego de la Botilde al despertar una mañana de sábado de nuestras literas de Guareña. Recuerdo que cuando nos dieron a la Lassie estábamos viendo el "Un, dos, tres" y tengo grabada en mi memoria la locución de los nombres que sonaba por los altavoces de nuestro primer PC en el Míchel.

Como fotografías o fogonazos aparecen imágenes. La salita del ordenador de aquella casa de dos plantas, los murciélagos en el patio y yo jugando a balonmano, el sonido de la vieja vespino de mi padre, un campo de fútbol desde la ventana de la habitación de hospital en la que estaba Javi, aquel juego con la señorita Flori en nuestras primeras palabras en inglés en el que podíamos retar a quién estaba en otras posiciones intentando escalar del bien al sobresaliente, mi enfado porque no acerté una traducción que tampoco sabía quien me la preguntó. Me recuerdo tanto a Mario.

Recuerdo las películas de miedo, el terror que pasé escuchando al otro lado de la puerta "El exorcista", que no me dejaron ver. Recuerdo pasar las noches con Raúl viendo series y películas, aquella de la gran mancha negra en un lago; "Aquellos Maravillosos Años" o "El Orgullo del Tercer Mundo", esas series y programas prohibidos cuando estaba mi padre en casa, al igual que el fútbol.

Recuerdo a mi padre siempre en la banda cuando empecé a jugar en Valcorchero. Y las tardes de tenis con Javi en la ciudad deportiva. También las madrugadas de cine con Carlos, que me descubrió Queen, los Hermanos Marx y "Un pijama para dos". Recuerdo llamar a la radio, al programa de Gemma Díaz y Paco Santos y ganar premios. Éramos los Bermejo. Me acuerdo de un libro que jamás leí porque lo gané pero no tenía dibujos, o ir al cine con mis hermanos porque nos habían tocado unas entradas. Rainman, Regreso al Futuro o aquella película de platillos volantes cuyo nombre no recordé jamás. Recuerdo una encuesta sobre qué grupo preferíamos y Javi siempre odiando los Hombres G. Recuerdo a ver descubierto un día una libreta suya de poemas, sus discos de "Los Secretos", "El último de la fila" o "Héroes del Silencio".

La infancia, tan dulcificada y también tan cruda. Recuerdo cuando saqué un 6.25 en naturales en quinto, la sensación de hastío cuando vi mi sobresaliente en dibujo, las burlas de un profesor cuando, en la clase de Raúl, a la que fui a por tizas, me pidió con 4-5 años que pusiera mi nombre y no supe poner la tilde. Recuerdo con mucho cariño a doña Julia y a mi profesora de Sevilla, que no tengo ni idea de cómo se llamaba, pero sí me acuerdo de mis prisas por ser el primero en conseguir un positivo. No sé si el récord lo dejé en 58. Recuerdo a don Amaro y mi injusto primer castigo. Recuerdo a don Amaro y salir con él a ver pasar la vuelta, y un diente roto al tropezar con una cuerda jugando en el patio. Recuerdo discutir jugando al fútbol porque no valen 2 contra 1 ni tirar fuerte. Recuerdo que ser el empollón de la clase no era socialmente aceptado. Recuerdo las tardes de baloncesto con Laíño, a cada novia de Rubén (creo que de todas me enamoré), las charlas con David, la casa de Rincón, los domingos en el río siempre con una baraja de cartas para jugar a La Escoba (mi especialidad) o La Perejila. Recuerdo las tardes de domingo en Don Benito yendo al fútbol junto al dueño de nuestra casa. He olvidado su nombre. Me acuerdo de aquel niño, Carlos creo que se llamaba, que venía mucho a mi casa y rezaba en una virgen que teníamos en el salón. Me acuerdo de Moisés y una obra de teatro en la que los dos nos sabíamos el texto del otro y al final fue la suerte la que decidió quién hacía quién. 

Recuerdo a la Mari, a Isabel, a Eladio. A todos esos niños y niñas que fuimos entre primos y hermanos y que con el tiempo no hemos olvidado pero hemos alejado. 

Recuerdo los años en la tuna, la cara siempre severa y desaprobadora de Vicente, las amistades que forjé, una frase de mi padre que prefiero no repetir, mi madre bordando cintas en mi capa. Recuerdo a la Lassie, subida a mi pierna, jugando conmigo al fútbol en casa, a dos patas sobre el árbol en una navidad, ir a por mi padre al Candeleda, pasar la tarde allí mientras él echaba la partida. 

Los combinados de mi madre siguen sabiendo igual que antes, pero ya no estoy en casa para oler y chupar el chocolate, aunque sigo rebañando hasta el final la última gota de la masa del bizcocho cuando lo hago yo. Me acuerdo de unas navidades en Madrid, de jugar al fútbol con Carlitos, de cenar pizza y otro día, lombarda. Me acuerdo de todos y cada uno de los juegos de la Game Gear y de mi prima Silvia dándome el regalo en casa.

En la calle jugábamos al "Bote Botero", odiaba que hicieran aquel tormentoso pasillo de collejas, nunca supe jugar a la comba ni a la rayuela. Recuerdo que intentábamos huir de quienes nos pegaban. Recuerdo un puñetazo en el pómulo por algo que no había dicho, tirar de la cadena de Lassie para escapar de otro golpe, las burlas de los que con la fuerza querían vencer el miedo a la inteligencia. Recuerdo como sonaba el balón estrellándose contra las cocheras, la plazoleta de casa casi vacía de coches, las ferias en el Bar Rina, Arancha Sánchez Vicario ganando Roland Garros.

Recuerdo mi infancia, mi adolescencia, como un joven listo pero acomplejado, escuchimizado tirando a feote, sin un beso que llevarme a la boca hasta los 16 (y fue involuntario). Algo vergonzoso, quizá poco reforzado. Me acuerdo de Salvo y, creo que era su primo, de Paco en la otra banda, confiando en mí cuando jugábamos. Me acuerdo de aquella liga que se nos escapó, del pie de Gaby sacando mi chut a bocajarro, la vida que pudo ser, ese momento que pasas de héroe a olvidado. Me acuerdo de los insultos de las madres en Navalmoral y de aquel partido en Jaraíz que acabó abrupto, en la prórroga, mientras seguía calentando esperando una oportunidad y todo acabó en pelea, patadas y una puerta rota. Me acuerdo del silencio en el vestuario, en el autobús y mis ganas de no volver más.

Me acuerdo de haber intentado un día sentirme integrado y salir con un grupo de gente que pegó una paliza a un chaval que jugaba en la pista del colegio Miralvalle. Acabamos ridiculizando o persiguiendo a alguien en el salón de actos de las Pepas. No recuerdo mucho más. Recuerdo estar asustado, no hacer ni decir nada, marcharme y no regresar jamás pero tampoco contarlo.

Me acuerdo de todas las veces que he dicho que no quería beber. Y las veces que he bebido y ahora me arrepiento. También de los amigos que me dieron la espalda, de aquellas ferias que pase en casa y con mis padres porque no era como ellos, porque no fumaba, porque sacaba buenas notas. Vete a tú a saber por qué. Recuerdo todas las mentiras que han dicho sobre mí siendo niño. 

Me acuerdo de cómo me ha ido tratando la vida. A veces, generosa. Otras veces, despiadada. Me acuerdo de ser cruel y estúpido con una chica a la que le gustaba, posiblemente por querer ser todo aquello que yo rechazaba. Si pudiera pedirle perdón a Irene... Recuerdo a aquellas muchachas a las que tal vez gusté y no supe qué hacer, a veces por vergüenza, otras por respeto, otras por ser la parte fuerte y detestable, el patrón reconocible y admirado del entorno. Recuerdo el nombre de Laura Luna y  Jorge, de aquel final de curso en primero en el que mis amigos me echaron del grupo también por algo inventado. 

Me acuerdo de un guantazo a María por reírse porque había suspendido dibujo, de las tardes haciendo Ouija en las traseras del Pabellón, de los deberes en mi casa con Mario, de las risas con Helena, de un beso casto que me dieron aquella primavera, de despertarme y saber que nos había tocado la primitiva. De celebrar un botellón para festejarlo, poniendo yo la mayor parte del dinero, y acabar ganando pasta. Recuerdo que fui feliz con gente mayor que yo, con Laura, con María. Me acuerdo de Campana, también de su hermana y de su grupo de amigas, de aquella catequesis de confirmación, aunque yo ya había dejado de creer. Recuerdo a Patricia agarrándome la corbata en el Impacto, la plaza de Cáceres repleta de gente, unas botellas o calimocho en las escaleras y una rosa por San Jorge. Recuerdo volver a Plasencia en el coche de mi hermano a toda velocidad para no perder el autobús hasta Algeciras. Recuerdo los chupitos en la Herradura y buscarla por todos lados aquella noche. Me acuerdo de lo guapa que estaba aquella noche, con un vestido y unos guantes negros. Recuerdo verla besándose con Eduardo al fondo del Latino. O quizá era el Sello.

Recuerdo las noches con Javi, su primera novia y Almudena en el impacto. Siempre pensé que a Almudena le gustaba, aunque yo fuera un niño y ella, universitaria. O quizá era mi imaginación de “Él graduado”.

Recuerdo ser feliz en tercero. Y en la universidad. También recuerdo a un profesor de ciencias molesto porque sonreía y a mi profesor de Photoshop (era de fotografía digital, pero sólo nos enseñaba a usar el Photoshop) insultándome en mi graduación porque sabía más que él, porque saqué un 9 (aunque merecía Matrícula de Honor), mientras veía el fútbol en sus clases. Recuerdo ir pese a que no aprendía por la responsabilidad con mis padres, recuerdos el peso que siempre fue eso y que no compararan mis errores con los de Carlos.  Hay recuerdos que mejor no tener, aunque los tengo, pero prefiero el presente y todo lo que ocurrió después de aquellos años. También recuerdo ver el codazo de Tassotti a Luis Enrique en la casa de Mérida de Carlos, pasar por su licorería, ver a Félix, escuchar a los Dolphin People, enterarme de que Raúl salía con alguien...

Recuerdo a mi padre siempre molesto por querer ser periodista. Recuerdo a mi padre hablando orgulloso de su hijo el periodista. Recuerdo el viaje a Sevilla, a Lisboa, a La Palma. Nunca lo he dicho, pero tengo un recuerdo amargo que esconde todo lo bello de aquel viaje y que soy incapaz de olvidar y quitarme de encima. Recuerdo que no tenía suficiente dinero para nada con la paga. Recuerdo que el día que Patricia y yo nos dimos el primer beso yo no podía salir porque me había gastado mi paga en ir con ella (y Virginia) al cine el día antes a ver Notting Hill. Recuerdo aquella tarde de juegos y coqueteos en el piso de la plazuela. Recuerdo su vestido negro y las canciones de Alejandro Sanz y yo suspirando.

Recuerdo mi mononucleosis, las ganas de besarla en el hospital, sus caminatas hasta mi casa con ese andar tan suyo, tan especial, con la carpeta semiabrazada. Recuerdo los tanques de fruta que me comía, la ira de un profesor por hacerle una broma después de que nos dijera que no nos besáramos en el pasillo. Hay que ser idiota. Recuerdo salir corriendo de un examen de selectividad para ver un España - Yugoslavia de la Eurocopa. El gol de Alfonso. La eliminación en octavos o cuartos. El Gambrinus y el penalty de Raúl fallado. 

Recuerdo también que el día que nos daban las notas de selectividad un hombre se bajó de un coche y me pegó. Recuerdo ir a juicio, escuchar mentiras y sandeces, sufrir y ponerme de los nervios por la situación y recibir el veredicto: probada la agresión, no probados los hechos que me imputaba y compensación económica de 25.000 pesetas (todavía eran pesetas). Jamás vi un duro porque el hombre murió y yo no reclamé nada a la familia. Me acuerdo de la matrícula de aquel coche y todavía lo veo conducido por la señora que lo acompañaba aquel día y que me pedía perdón.

Me acuerdo de aquella canción “There is a train…” y del “Díaz came to me” en tiempos en los que no se hablaba de cancelación ni te enviaban a prisión por un tweet, pero en los que en plena época de manifestaciones contra la guerra o por el Prestige, unos nacionales te amedrentaban desde el interior de la delegación del gobierno acusándote de haber meado en la esquina sabiendo que no era verdad. Sólo proliferamos insultos (quizá alguien hizo un calvo) contra las cámaras que nos apuntaban y que identificábamos como símbolo del gobierno que nos estaba mirando.

Recuerdo estar malo el día de las novatadas, pero bailar los pajaritos encima de una mesa. Recuerdo hacerlo divertido y luego, sentir vergüenza. Recuerdo las noches grabando cortos, Patricia levantándose varias veces de mi cama, la napolitana dando vueltas en el microondas, el vecino preguntando qué pasaba, Jaime y yo dando golpes en la puerta y contestando nada. Recuerdo estar todo el año con la antena estropeada y ver sólo Friends y películas de la videoteca de la facultad. Recuerdo aquella azotea, los cañones y los soportales, las ferias, discutir con Patricia por cualquier tontería. Recuerdo llevar bajo mi brazo la radio del coche como hacía mi padre. Lo hice sólo el primer día, aún me doy vergüenza.

Hoy voy a Badajoz y me gusta más que entonces la Alcazaba, la Plaza Alta o el López de Ayala. Fui muy feliz descubriendo películas en VOS.

Hay recuerdos más cercanos. Los veranos en Localia, el año de La Linterna Mágica, aquella Semana Santa con José Carlos Reine en la que me quedé dormido y llegué 3 horas tarde al trabajo. Él se olvidó las llaves y no pudo cambiarse. Le echaron una bronca por cómo iba vestido cuando hizo un directo desde un accidente de tráfico. Eran mis primeros meses en Canal Extremadura Radio. Antonio había entrado en mi vida como un ciclón. Compañero de comidas y sobremesas de fines de semana. El restaurante chino, Lina, los paseos por la sección de DVDs del Carrefour, boletos y programas, amigo y compadre. Luego, fui conociendo cada vez un poco más a Charo hasta ser indispensables. Me acuerdo de la cara de niño de Rodri, de su hambre, de su desvergüenza, de ser yo para él una mala influencia. Recuerdo ir a contracorriente. Recuerdo muchas palabras de Jeremías. Recuerdo lo que me dijo después de una entrevista con Carlos Javier Rodríguez y un plan que era mi plan. Creo que teníamos en la cabeza la misma radio deportiva. Hay otras cosas que recuerdo y prefiero callar. Porque también recuerdo mi alegría constante, mi risa contagiosa, mis gazapos y reírme de mí mismo, la lucha por programas que eran míos. Y recuerdo como, poco a poco, mi mirada se fue apagando, mi risa quedó casi encerrada en el móvil de Rachel, y había menos conversaciones y más cansancio.

Pero recuerdo ser feliz, muy feliz haciendo radio, jugando a ser periodista, intentando imponer mi punto de vista. Recuerdo con pasión y gozo cada viaje, incluidos aquel en el que me reventó una rueda camino a Níjar o en el que me pasé vomitando regresando de Bilbao. Tengo en la mente grandes momentos y, también, entrevistas aparentemente insignificantes. Me acuerdo del último programa que edité. Y del primero, con Fati en el control transmitiéndome la paz que siempre me dio. Fati, Antonio, Pedro, Diego, Lupe, Francisco... Al otro lado del cristal he encontrado más consejos y sabiduría sobre la radio que hacer que en asientos más cercanos. "No vas a ser capaz de mantener el nivel", "No eres la peor idea que ha tenido", son frases que he escuchado y que aún recuerdo, aunque no sé realmente si me hacen daño.

Recuerdo las bellas palabras que me han dicho gente por la calle, en los estadios, en las redes. Me acuerdo de Carles Canals y de Javi Simón, de Dani García y de Kikete, que siempre tenían una palabra amable. Nunca he sabido actuar ante los elogios, enrojezco y me hago pequeñito. Me acuerdo de Antonio Serrano dándome consejos y energía. También del equipo de trabajo que nos juntamos para preparar la gala del 25 aniversario de la FEXB, la generosidad de la gente del baloncesto, la vergüenza que me da verme o escucharme y que pierdo por completo para desnudarme con Mario, Escu o Danko, para hacer duólogos con Antonio u ofrecer café a cambio de preguntas en la presentación de un libro de José. Lo que me cuesta atreverme hasta que me atrevo.

La vida, llena de recuerdos, de brillos, de momentos maravillosos, de gente que me ha hecho mejor persona, que me ha corregido defectos que parecían inamovibles, de mujeres que me han ensañado la igualdad, de debates en los que he aprendido lo que es la fraternidad, de gente con la que he visto un mundo tan diferente como igual, desde el aire, donde no se aprecian fronteras ni banderas, razas ni distancias. 

La vida, construida a base de golpes, de nadar río arriba, de sentirme diferente, extraño, a veces desplazado, de llevarme mal con el poder, de sentir cómo volaban oportunidades perdidas, de no estar en lugar indicado, de ser siempre respondón y luchador, un sindicalista sin sindicato, un político sin partido, un convencido sin certezas, un activista sin acción, un cabezón sin cabeza para pararse a pensar antes de hablar o actuar y así ser más cómo detesto ser aunque nunca termine de ser quién quiero ser, si es que a mis 39 años he conseguido saber qué y cómo ser.  


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