jueves, 9 de diciembre de 2021

Cuando me reía.

 Mi última publicación es del 29 de noviembre. Esto quiere decir que llevo 10 días sin escribir, sin masticar mis odios, sin pararme a pensar y pensar sin parar. 10 días largos, agotadores, en los que la cabeza te traiciona y tus pensamientos se confunden, se vuelven tenebrosos, oscuros, dañinos, y sólo queda el silencio para expulsar ese dolor hacia fuera, para no utilizarlo contra nadie. 

En estos últimos días, he pensado en el suicidio de forma casi continua, a diario, en momentos de relajación y de crisis. Me he sentido violento, capaz de hacer daño a lo más querido y frágil, culpable de esos pensamientos, de mis iras, de esperar lo que no pido, de pedir auxilio sin hablar, de querer las caricias que no doy. Y he pensado en la muerte, en todas esas pastillas que se amontonan en la encimera, en mi cuerpo arrojándose al vacío, en mi sangre derramada en llanto, en mi cuerpo frío sobre la cama en una nueva mañana. He pensado en todo eso. He puesto fecha a mi dolor, he recorrido los lugares más sombríos y huraños de mi cerebro, he desconfiado de todo, de mí, de mi criterio, de la realidad que percibo, del mundo que veo cuando la luz se apaga, cuando todos tus sueños parecen pesadillas, cuando las pesadillas aparecen en cada sueño, cuando no distingues la realidad del pensamiento, lo ocurrido de lo onírico.

 Necesitaba descansar. He querido arrojar todo al río. Otra vez, despojarme de todo, hasta de mí. Sobre todo de mí. Pero siempre hay un momento de cordura, un abrazo, una frase, una sonrisa de Mario, un te quiero de Mateo, una carcajada de Candela, una mirada de Patricia... Algo que te devuelve a la realidad y al ver el dolor sin ti, que no es verte a ti sin dolor.

Me cuesta dar pasos, me cuesta confiar, me cuesta distinguir la locura de cordura, el optimismo y las ideas de los delirios, el fracaso del miedo, las expectativas de las exigencias. Me cuesta dejar de exigirme. Tengo mucho miedo a no ser la persona que digo ser. Me echo de menos. Echo de menos mi yo más canalla, mi risa, mis bromas, la ironía y el humor. Me siento plomizo e intensito, apesadumbrado y pesado, cansado y ridículo y, sin embargo, siento una enorme vergüenza por recuperar esa parte de mí que se fue ocultando poco a poco, casi sin darme cuenta, hace ya muchos años. 

Necesito sentirme así, libre de mí, de mis pensamientos, de mi supervisión, de mis contradicciones y caminar hacia lo que planeo y creo que es posible, no fantasía.

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