martes, 3 de mayo de 2022

Sólo un beso más.

Estoy deseando escribir, pero no me salen las letras. Siempre fuimos de pocas palabras para decirnos te quiero, hasta para darnos besos. Supongo que valían las miradas, tu cara de satisfacción o preocupación, tu sonrisa constante y tu luz en los ojos cuando la casa se inundaba de gritos, carreras y risas, de teatros improvisados, de dibujos y de mesa y mantel grande. Siempre sentí tu orgullo por ser quien fui aunque no fuera lo que querías que fuera. Soy tan cabezón como tú.

Ayer te acaricie por primera vez el pelo. Jamás te había acariciado el pelo, ni cogido de la mano, ni dado tantos besos en la mejilla ¡Qué absurdo!
Quizá no hiciera falta pero hoy me faltan. Me siento triste y vacío. Tengo la sensación de que en cualquier momento entrarás por la puerta quejándote de cómo te ha puesto la cabeza el primo José o contándonos a quien has visto, a alguien a quien probablemente no recuerdo y asentiré y charlaremos hasta que sueltes unos de tus chascarrillos. Duele pensar que no volverás, no me hago a la idea. He repasado cada una de las últimas veces que nos hemos visto y charlado en este mes, un temblor y mucha rabia recorren mi cuerpo ¿qué pude hacer mejor? ¿Podría haber vencido mi miedo, mi pavor por hablar por teléfono? Quizá quería negarlo todo, huir y no tener la sensación de nuestra última conversación. También la añoro.
Quedas un vacío enorme, también una enseñanza para vivir, de no aplazar el amor, de no quedarnos con las ganas ni la vergüenza o el pudor.
Dejas un vacío enorme que aún no somos conscientes de abordar. No imagino andar por los lugares compartidos, por nuestra finca de invierno a la que tenia vistas tu última habitación, al armario y tu ropa, los jerséis que te regalamos, aquellos pantalones de chándal, el butacón en el que sólo tú te sentabas, el orden de la cochera ¿Cómo entrar allí donde todo eras tú?

No puedo creer que seas tú quien esté ahí, que estés en esta sala sin hablar, que no vayamos a esperarte jamás de que subas de la cochera para comer, de que llegues de tu paseo, de jugar con Pablo, de no verte en la puerta del colegio esperando a Alejandro, de pedirle a Raúl que organice la próxima celebración, de insistirnos en que bajemos a la playa para que, sobre todo, Mario y Mateo monten en un coche y llevarnos a degustar el Bacalao al Puñetazo. No sé si te gustaba más el nombre o el sabor. Tus piernas ya descansan, ya no servirán más de caballo para tus jinetes.

Hoy hay una honda pena, un inmenso dolor pero quedas un recuerdo de sonrisas, alegrías y amor, también de discusiones porque nos parecemos tanto… En nuestra testarudez, en nuestro énfasis, en nuestros viajes, en una vida familiar pero también solitaria. Recuerdo el pasado: aquellos largos días de perejila, escoba y verano en el río, las cintas de 5 horas para ver Santa Bárbara, los sábados de corte de pelo y baños de dos en dos, los largos viajes en los que vomitábamos mamá, (la Lassie) y yo, las tardes de centro comercial, cartas y triángulos de chocolate, las comidas allá donde hubiera camiones o bajo un túnel repleto de anécdotas, tus charlas con quien fuera en la puerta del colegio, en el parque o donde cayera, los chiringuitos, las morcillas en el Pichi, aquella paella con bogavante y el chuletón de kilo, el día de tu jubilación, aquella sorpresa en El Parador, los partidos en la banda y tu cara de amor…

Nos queda el pasado pero no imagino el futuro sin ti, entrar en casa y que no estés, que no vaya a sonar tu llave abriendo la puerta, ni dos besos y una sonrisa, que no te voy a encontrar en La Coronación o el Sirimiri, que no te voy a ver paseando un martes por la Isla o por la plaza, ni vas a llevar a Pablo a los Patos, ni me romperé la cabeza para saber qué regalarte porque ya lo tienes todo, tus chismes, el móvil de última generación que nos muestra como un niño que ha comprado el mejor balón.

Cuánto duele, papá. Espero que tus últimos sueños no fueran de preocupación. Estoy bien, triste como no sabía que existía pero bien. Te quiero. Descansa.

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