domingo, 1 de mayo de 2022

Mi madre

 No va a ser un día feliz, por más que lo deseemos, por más fuerzas que gastemos al decirlo, por más que gritemos contra la ventana, abrazados a la desesperanza. 

No va a ser un día feliz. Será el primer domingo de mayo más duro que recordarás, por mucho que te llenemos de besos, por mucho que tus nietos y nietas te rodeen con sus brazos e inunden la casa de risas y juegos.

No va a ser un día feliz. Por más que lo intentemos, por más que queramos. No será feliz. Incluso aquello que creíamos que era infelicidad, felicitarte y tirarte besos desde el suelo hasta tu balcón, con tu sonrisa abierta tras dos meses de clandestinidad, fue felicidad absoluta con todo lo que sentimos hoy.

No va a ser un día feliz, por más que nos queramos, por más que nos amemos.

Tú, que siempre has esperado, con ese temblor tan tuyo, con esos nervios en tu rostro, con ese ¨pues este hombre lo que tarda hoy", hoy no esperas su llegada sino su marcha. Tú, que has pasado media vida sola, esperando pero sabiendo que iba a llegar, esperas hoy su muerte, su viaje definitivo. Qué difícil es entrar en casa cuando sabes que ya no hay a quien esperar, que no regresará jamás, que te han quitado la impaciencia y la esperanza, un dolor que nos desgarra porque el teléfono se vuelve enemigo, porque cuando suene puede ser el sonido del último latido, porque aunque sepas que no volverá a entrar por esa puerta, que no volverá a llamarte "niña", no quieres dejarle marchar. Aunque duela, consuela verle cada día 30 minutos y pensar que habrá un día más. 

No va a ser un día feliz. Y no recuerdo yo muchos días así. Quizá de miedo, quizá de preocupación, de zozobra. El terror de la muerte acechando nuestros cuerpos: el de Carlos en una madrugada lluviosa, el de Javi en una tarde de invierno, el mío incluso en vísperas del día del padre o encerrado en una planta de salud mental. Hemos sentido el miedo, lo hemos tocado pero siempre nos quedó la esperanza. Hoy no.

No va a ser un día feliz. Podría recordar cada día que nos has regalado tu mueca sonriente, tu tímida carcajada, tus cuidados, tu mimo, tu belleza tranquila, tu nervio en tus manos, tus ojos de madre, tus noches sin dormir, tu plato en la mesa, el agua para tus plantas, tu forma de reñir sin reñir, tu incapacidad para el enfado, tu voz por teléfono, tus quinientas pesetas de paga, tus recuerdos de cine y juventud, tus días de hospital junto a él, junto a nosotros. Pero no puedo. Hoy sólo puede recordar tu figura triste en casa, sentada, sola como tantas veces pero sabiendo que no hay a quien esperar, que no sonará la puerta, que no se volverá a sentar en su sofá, ni hablará de comprar un coche nuevo, ni conducirá hasta Punta Umbría o hasta el Olivar. 

No va a ser un día feliz. Nos queda el amor, el recuerdo, 30 minutos cada tarde pero nos han robado la esperanza y la espera. 

Te quiero, mamá.

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