jueves, 26 de noviembre de 2009

Soledades de un 26 de noviembre

Una luz fluorescente, intermitente, ilumina una minúscula sala que alguien, alguna vez, quizá por aburrimiento o por desconocimiento, se atrevió a calificar como despacho.

Al fondo, una mesa. Llena de papeles, con un flexo apagado que da sombra a folios en blanco o llenos de rayones.

Un hombre, vestido de uniforme, camina despacio hacia un pequeño mueble archivador. Tres cajones llenos de letras que consignan nombres, de palabras vacías de contenido, llenas de dolor. Se rasca la cabeza.

En la silla, frente a esa mesa alborotada, frente a ese pequeño homenaje al caos y al descuido, está ella. Sola. Pálida, cabizbaja, en silencio. Con una lágrima que es un mar, con una gota de sal abandonando una cuenca que se vacía con cada copa de vino que agria sus noches. En su silencio, toda una vida de gritos. En su rostro, hermoso, el rastro de mil caricias oculto tras las huellas y los restos de cien mil palizas. En su mirada, el terror de la oscuridad. Entre su pelo, los oídos que escucharon el miedo, a cada paso, a cada crujir de la madera.

En Soledad aparecen todos esos fantasmas. En soledad, se piensa en el porqué, en el cuándo, en cómo. En Soledad resuenan los chillidos de la última noche, el talón de un zapato acercándose en la oscuridad, el ruido rápido e imprevisible de una mano agitada con violencia

Y cada ruido semejante, y cada vez que estás con él, el mismo miedo, el mismo cuidado, el mismo sudor frío que recorre una piel pálida, el mismo aliento agitado, acelerado en un corazón que ha dejado de latir por él, que huye despavorido a un callejón en el que cada sombra esboza su silueta.

En soledad las canciones mudan su significado.¡Te buscaré hasta el final! El verso canario, hoy, en soledad, convertido en amenaza. Te buscaré hasta el final. Aquella hermosa melodía que un día permitió que sus labios, tiernos, adolescentes, deseosos, se unieran por primera vez hoy les separa, atenaza sus gestos, agrieta sus gargantas en busca de un grito que no encuentra salida en la cueva del horror.

Te buscaré hasta el final. La búsqueda se hace persecución. Ahora es Soledad quien se encuentra de rodillas, quien suplica hasta el final que se vaya para devolverle la vida, una vida vallada. Un sueño que se repite cada amanecer, un sueño en el que navega todas las noches, en una almohada que absorbe como esponja cada dolor, cada lágrima, cada golpe, cada sueño frustrado, cada día pasado.

Él se acerca. Soledad, en un acto reflejo, en su propia soledad, reacciona con un gesto defensivo. Las miradas se cruzan dos segundos, el único tiempo en que ella, acobardada, tan digna como cuando en su habitación no podía entrar nadie, pero tan frágil como cuando la descubrían con la ventana a medio abrir, puede aguantar la mirada.

El tiempo suficiente para que él vea pasar en unos ojos brillantes, no sé si de belleza, no sé si de llanto, no sé si de rabia o emoción, más de un millón de escenas de pavor, de terror en la oscuridad. Más de un millón de golpes, de amenazas, de insultos, de menosprecios. Gritos, patadas, escupitajos. Dolor.

Él se rasca la cabeza. Ella sólo ve unos zapatos. En Soledad no existen 25 de noviembres. Cada hoja del calendario la pasa en soledad.

1 comentario:

Juan Carlos dijo...

Estremecedor hermano. Cuánta sensibilidad.