jueves, 11 de noviembre de 2021

Cansado.

Me meto en charco. Opino de cosas que me deberían dar igual. Entro en todos los fregados. Me desespero, me doy la razón, me arrepiento, hablo de más porque nunca quise quedarme callado. Me quiero y me odio. Me canso.

Fluyen las ideas, los pensamientos, las críticas. Me crezco. Subo como la espuma, quiero escribir, hablar, sacar mi palabrería, todo lo que tengo oculto, mis talentos olvidados, mi verborrea, mis razones, mis sinsentidos. Dibujo un futuro formidable, una nueva estructura de vida, una sociedad más justa o mi aportación a una sociedad más igualitaria. Me veo viajando a Mérida, resucitando, creyendo en mí, liderando ideas y proyectos, o un nuevo trabajo.

Me desvanezco, lo veo todo gris. Sólo digo gilipolleces. Será difícil ser empresario y cumplir, ganar dinero y ser justo en el reparto, no caer en las noticias de mercado, ser libre e independiente. Será imposible. Tengo miedo a no ser el que digo ser. Me veo incapaz de llegar a hacerlo, me avergüenza hacer llamadas, proponer una utopía, crecer hacia la inalcanzable, hacer una nueva radio y vivir de ella sin dejar de ser padre. 

Me duelen las piernas y la cabeza. Tengo sueño. Me duermo antes de las 10. No puedo con mi cuerpo. Llevo 4 noches cayendo en los brazos de morfeo. Me desanimo, me levanto cansado, miro el tiempo desaprovechado. Tengo miedo. Siento pena y vergüenza, frustración y rabia, incapacidad de movimiento. Siento que estoy fallando, que te estoy fallando, que me estoy fallando. Siento que necesito aire, buenas noticias, silencio a mi alrededor, menos barro en mis botas, no saltar en los charcos, no llevar sobre mi espalda el peso de todo lo que abarco y abrazo.

Pero veo luz. Una tibia luz. Crecimiento, esperanza, tus besos y tus buenos días, tus mensajes de whatsapp. Ojalá supiera qué decirte, qué hacer. Pero solo duermo y lloro mientras el futuro avanza y mi presente no llega.

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