lunes, 8 de noviembre de 2021

Perdido.

 Mario y Mateo juegan a la consola. Hoy no hay colegio para ellos. Mario arrastra un fuerte catarro con una tos que suena fatal y Mateo también tiene tos aunque con más mocos que otra cosa. Su necesidad era más bien de descanso después del intenso fin de semana.

Entre desayunos, recoger ropa, colocar el desorden, alguna bronca y cristal roto, jugamos, se duchan, hacemos experimentos y hay un momento para la tranquilidad, para mí.

Pienso en muchas cosas. Tengo una tristeza instalada que no se va. Me siento algo perdido, no tengo rumbo, me encuentro anclado, en un callejón oscuro y sin salida, desorientado. Hay proyectos en la cabeza, ideas que empiezan a verbalizarse y compartirse, sueños factibles y un tremendo miedo, y un temblor de piernas. 

Mis momentos de negrura son más explosivos, hay más picos de ansiedad o pensamientos negativos que un estado tan constante y repetitivo, aunque si me preocupa haberme instalado en una cierta desesperanza, en haber perdido el rumbo, el no saber muy bien qué hacer. Los altibajos son más frecuentes y pronunciados.

Quiero llorar. Me siento enormemente triste, impotente. He visto la cara de Mario cuando le he dicho que el sábado, Alberto Ginés competirá en Plasencia. Tenía la intuición de que iba a ocurrir, aunque también creía que era más una ilusión que una intuición. Me he puesto contento, lo he compartido en redes, me he visto el sábado yendo en familia al rocódromo a ver al campeón olímpico, la cara de fascinación de Mario ha hecho todo lo demás. Y, de repente, me he visto paralizado, incapaz de ir, triste por estar allí. Me he sentido vacío, desilusionado, con un miedo enorme.

Y no sé cómo vencer estos sentimientos, estos pensamientos. No sé cómo darle la vuelta y simplemente disfrutar. No soy capaz de hacerlo de continuo sin ansiedad antes de hacerlo, sin miedo, sin vergüenza o sin arrepentimiento tras haberlo hecho.

No encuentro el camino. Me he perdido. 


No hay comentarios: