jueves, 13 de enero de 2022

21 de enero.

 El 21 de enero tengo que pasar por el tribunal médico para saber si sigo de baja o si estiman que ya estoy en condiciones para trabajar. No debería suponer un gran problema, pero me agobia tremendamente esa situación. Tengo muchas ganas de trabajar, de hacer mis funciones, pero tengo un miedo atroz a la vuelta al trabajo, a esa rutina que me llevó hacia donde estoy hoy, hacia ese chocar continuamente contra los mismos lugares, contra mí mismo, contra las etiquetas y las diferencias de trabajo. 

A día de hoy, personalmente, creo que no estoy para trabajar. Y ya me duele y no hay día que no haya parte de mí que no se culpe mientras hace una vida cada día más normalizada. Voy sumando días buenos, voy olvidando la última vez que pensé en quitarme la vida, aunque no estuvo tan lejos, voy controlando más mi ira y recuperando parte de la paciencia, pero sigue viniendo la ansiedad, el cansancio, los dolores de cabeza, la acumulación de preocupaciones y las pesadillas, las putas pesadillas. 

Pero también la culpa. Cuando me encuentro bien soy incapaz de no pensar por qué creo que no estoy lo suficientemente bien para trabajar, si ansiedad o sólo miedo a que ese paso definitivo tenga una nefasta consecuencia, una grave regresión. Cuando me encuentro bien, soy incapaz de pensar que si no seré yo el que se está poniendo el freno para no incorporarme, para no perder algunas de las pequeñas grandes cosas que me ha permitido la baja. Jamás pensé en eso durante el año de excedencia. Tampoco pensé en trabajar. Tenía interés por la información, pero no tenía interés en estar contando lo que pasaba. Ahora, sí. Ahora sí tengo esa obsesión que no he logrado quitarme y que combato como puedo. No sé si la diferencia está en la enfermedad o en el hecho de cobrar. No tengo ni idea, pero me puede.

Cuando volví a trabajar después de la excedencia no tenía miedo. Pereza, apatía, pocas ganas de volver a lo que ya conocía y sabía que no me satisfacía. Pero no tenía miedo de lo que pudiera pensar. Iba limpio, intentando sumar desde un plano diferente y no confrontar. Hoy tengo miedo, mucho miedo. Lo que más siento es eso, miedo. A que no salga bien, a qué pasará, a cómo serán las conversaciones, a qué haré yo, a si sabré hacer lo que me piden y si podré hacer lo que sé, a que todo vuelva a ser igual y no tenga construidas las herramientas necesarias para superarlo y volver a caer. A todo eso tengo miedo, todo eso me provoca ansiedad, pesadillas y dolor de cabeza. Cuando me pongo delante del teclado a hacer lo más parecido a informar, siento miedo, pánico de qué pensarán. Intentar escribir tu punto de vista con el miedo de que lo van a ver y seguramente te vayan a criticar. Igual es infundado. Igual no. Igual pasará cuando este allí, sentado en una silla, alejado del mundo, pensando en lo que tengo que hacer y que lo que haga será mirado con lupa, podrá sentar mal. Me falta esa libertad.

También pienso que el miedo sólo lo puedo superar asumiéndolo, enfrentándome a él, pero no estoy preparado por ahora, me falta camino por recorrer, no tengo las fortalezas suficientes para hacer desaparecer de mi cabeza todo eso y, simplemente, respirar y trabajar. 

21 de enero. Es un tribunal médico. Es ir y contarle a una persona, a un médico o a una médica, lo mismo que a mi médica de cabecera, que a mi psiquiatra, que a mí psicóloga, pero con ese miedo de que ahora están midiendo algo difícil de medir, invisible, para juzgar si puedo o no puedo trabajar. Y me gustaría poder trabajar, pero ahora no puedo. Y tengo un miedo atroz al 21 de enero.

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