viernes, 14 de enero de 2022

Hiperconexión.

 Respiro. No quiero llorar. Quiero ir a darme un paseo. Escuchar música y caminar, liberar mi cabeza, sacarla de dónde está, de mis obsesiones, de mis miedos, de mi desconfianza, de mi ego, de mi baja autoestima, de todo lo que huela a mí.

Escribo y me arrepiento. Borro y me arrepiento. Desaparecer, no querer estar, una vida anónima, sin opinar, sin implicaciones ni complicaciones, sin criticar. Me siento absurdo, porque sé que mi palabra no es más que mi palabra pero tengo miedo de que crean que la hago desde algún tipo de púlpito, cuando sólo comparto mi visión de la vida y trato de corregir lo que está mal.

Cuando la actualidad emerge, reverdece y explota, siento la imperiosa necesidad de seguir conectado, de no olvidar ni ser olvidado, de estar presente para cuando la vuelta sea inminente, para no caer en el anonimato, el desapego, el desconocimiento o la dejadez. Y al rato, quiero todo lo contrario. Borrar mi rastro, no ser, callar y olvidarme de todo y que nadie recuerde quien soy o quien fui. Y ser uno más de esos con los que te encuentras por la calle, en cualquier trabajo y hablan de todo sin que nada quede grabado y sigamos para adelante. 

Cuando la actualidad emerge, reverdece y explota, los dientes de sierra se afilan. Momentos de aparente lucidez, de calma, de perspectiva, de locuacidad. Momentos de oscuridad, de dudas, de desesperación y desaparición, de prometerme no volver a hacerlo más. 

Lo paso mal. Haga lo que haga, me equivoco. Esa es la impresión. Haga lo que haga, va a estar mal. Criticado, mal visto. 

A la gente no le gusta la verdad. A la gente le gusta que le digas que todo va a ir bien, o que le des la razón, y, cuando no la tienen, te culpan por no haber dicho antes la verdad, por no haberla sabido apreciar. Mientras la señalas, te machacan. Cuando sucede, te preguntan dónde estabas. Y vivimos al día, en un periodismo populista que busca la audiencia y los RT como los votos, dando razón, contando lo que nos cuentan sin ninguna intención de verificación y mostrando alegría cuando esperan alegrías y preocupación cuando esperan preocupación. Es difícil creer y convencer al mundo de que vas en dirección correcta cuando todo el mundo va en dirección contraria, cuando se pierde abiertamente la imparcialidad. Lo que sé de imparcialidad lo aprendí de Paloma del Río. O así lo quiero hacer yo. Son impecables sus retransmisiones porque no pierde ese tono ilusionante y de satisfacción en el que demuestra su apoyo a la selección española, pero al mismo tiempo, no se posiciona, mantiene esa misma pasión, equilibrio y justicia a la hora de hablar de las demás. Pero el camino parece el contrario. O el de una mal disimulada neutralidad o. cada vez más, una identificación absoluta con unos colores.

Debería quitarme de todo: de móvil, de radio, de televisión, de prensa escrita... Pero hay una necesidad profesional de hiperconexión que tengo que o superar o saber gestionar, esa necesidad de seguir atento (además de por afición) por vocación y por profesión para cuando me tenga que reincorporar no perderme, sobre todo, los nombres de quienes menos voz tienen y se nos pueden escapar.

No hay comentarios: