martes, 17 de agosto de 2021

Trabajo

Tengo el móvil en modo avión. He recibido algún mensaje y lo he puesto en modo avión.
He revisado las redes, escrito algún mensaje que después he borrado, mandado algún whatsapp del que ahora me arrepiento, mirado Facebook y Twitter a ver si el mundo cambia de golpe, pero sigue igual, violento y atroz, egoísta y dañino. He puesto el modo avión y a hacer como si nada pasara, alejarme de todo lo que duele, de las tristezas, de los recuerdos, de la melancolía, de un futuro aterrador, de mis amistades, de mi familia, de mi padre y de mi madre que hoy cumplen 52 años de matrimonio, de todo lo que huela a mí.

Tengo menos paciencia. Lo noto. El día se hace largo, las esperas son eternas, la mañana ha sido una acumulación de tiempos perdidos y carreras que no puedo dar. No corro. No soy capaz. Había olvidado los efectos físicos de la ansiedad. Han vuelto el insomnio y las pesadillas, también los dolores de piernas que me inmovilizan, que me impiden jugar al fútbol, que me impiden echar una simple carrera, seguir a Phoebe en su paseos, aumentar el ritmo, ir más rápido para no llegar tarde, para hacer más. Me frena. Mi cabeza me frena. Las rodillas aúllan.

Me he echado la siesta y no recuerdo lo que he dormido, lo que he pensado y lo que he soñado. Todo se confunde. Últimamente, sobrevienen a mi mente imágenes y sueños del trabajo. Estoy allí, o un lugar que no es allí pero que es mi trabajo, con la misma gente. Con prisas, haciendo no sé muy bien qué, delante del ordenador. Pienso en volver a trabajar. Quiero volver a trabajar. Entonces recuerdo ese whatsapp del que ya me he arrepentido, mis obsesiones, mi ira, mi exigencia, mis miedos, las mentiras, las hipocresías, la soledad, el vacío. Pero quiero trabajar. No recuerdo haber tenido esta sensación ninguno de los días que estuve de excedencia. Temía que un día llegara mi médica y me diera el parte de alta. Temo volver al trabajo, a todo lo que detesto, a las mentiras, a la impotencia, a un lugar que será distinto al que dejé pero igual que siempre. No tengo esperanza, pero me siento vacío, inútil. 

He visto la fecha de siguiente revisión: 21 de septiembre. Se acerca el año de baja. Se acercan las fechas que mis pensamientos habían dibujado para estar recuperado, para estar preparado. No quería ponerme fechas, pero lo piensas. Quieres controlar la enfermedad, no soy capaz. Siempre he sido resolutivo, propuesto soluciones en lugar de enumerar problemas, pero ahora no encuentro la solución, quizá no la tenga. Me desespera. Y llega la impaciencia, el ansia de una vida normal sin crisis de ansiedad ni pensamientos oscuros. Y pienso en volver a trabajar. En todo lo que haría, en lo que no podría, en los silencios. No estoy preparado, pero estar en casa me come, me mata. No puedo escapar de todo lo que quiero contar. No voy a contar todo lo que quiero, se me escapan las ganas y el control. No sé qué pasará dentro de un mes. 

El mundo será siendo ese mismo lugar que no entiendo. No sé si querré quedar con la gente a la que ahora pongo en modo avión. Esta semana será larga. Agosto se está haciendo eterno. Yo sólo quiero dormir, pero dormir de verdad y dejar de pensar. Y odiar menos, o ser más permeable a las falacias, poner buenas caras y pasar de todo, pasar de mí.


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