jueves, 26 de agosto de 2021

Un día bueno. O, por lo menos, no ha sido un mal día.

 Estoy de mal humor. Me enfado enseguida. Contesto mal, grito, agarro. A veces siento ira. Me enfada mucho oír ladrar a Phoebe, las provocaciones de Mario, las rabietas de Mateo. Me cuesta interesarme por lo que me quiere contar Candela. Me alejo. Juego sin ganas, sin ánimo. Me siento a ver la serie con Patricia esperando que ese momento nunca acabe, que sigamos ahí, sentados, viendo la tele, sin que nada pase, sin que nada surja. Es el estado perfecto. Quería ir a la piscina pero lo he propuesto tarde, entre otras cosas porque me dolían las rodillas y los gemelos. Es un dolor que me acompaña ya como la cefalea. 

Estoy sudado. No me apetece abrazar a nadie. Sólo estar ausente, mirando una pantalla, gritando mis odios al mundo, llorando sin derramar una lágrima. Íbamos a ir al parque y al final no hemos ido. Y me apetecía. No sé qué será mañana. Tenemos el cumpleaños de Alejandro. Iré y no sé cómo estaré, sin Patricia...

Y escribo y Phoebe vuelve a ladrar. No hay manera. Mi cabeza estalla. mis dedos se agotan, mi paciencia se acaba si es que la tuve en estos últimos días. Quiero que llegue la hora de la cena y silencio. Quiero acostarme y cerrar los ojos, aunque no duerma. Sólo quiero eso. Y hoy no ha sido un mal día.

Pero quiero llorar. Veo los Juegos y quiero llorar por las injusticias, por la discriminación, por poca repercusión. Veo las bombas en Afganistán, el miedo y quiero llorar, por la injusticia, por una guerra sin fin, por una huida tras años de devastación y una falsa democracia, por las mentiras que nos vuelven a contar 20 años después.

Veo Ceuta y quiero llorar. España es ese país que un día dice liderar la acogida al sufrimiento afgano y a su población y al día siguiente pacta expulsar del país y devolver a Marruecos a menores, niños y niñas, que fueron arrojados al mar por el gobierno marroquí.

Veo a Pedro Sánchez en mi tierra, hacer promesas que ya hicieron, a Vara mintiendo sin tapujos, asegurando un futuro que no será cómo él pinta. Llevan 20 años vendiendo un discurso diciéndonos que no tenemos razón y según va sucediendo lo que avisábamos que pasaría, programan un futuro más negro al tiempo que vuelven a despreciar nuestra razón. Y quiero llorar, en esta tierra de paro, de frutas, de campo que quieren convertir en una región seca, de parques acuáticos, de minas de litios, de paneles solares que sustituyan dehesas y árboles, de azucareras y regadíos, de falsos trenes que pasarán vacíos volando.

Veo noticias de asesinatos, de violaciones, de un machismo continuo, que avanza furioso, como el precio de la luz, y quiero llorar. Porque no entiendo a este mundo, ni me entiendo a mí por más que grito y me desespero. Y me canso, porque nadie quiere escuchar y nadie parece querer contarlo. 

Repetimos las mentiras que nos dicen como papagallos, como meros taquígrafos. Sin saber, sin contar, sin decir la verdad, sin señalar la mentira, sin tan siquiera preguntar, sin salir a la calle y ver que la realidad es muy distinta a la que nos cuentan. Y quiero dormir hasta que todo pase. Y abrazarme a Patricia, y a los niños, en silencio, en paz, y pensar que al despertar, mi cabeza se habrá despejado, dejará de tener nubes que amenacen tormenta a cada rato y que podrá reír y hacer. Yo sólo quiero poder hacer sin que me duela.

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