sábado, 7 de agosto de 2021

Un pasito adelante, dos hacia atrás.

 Me he dejado ir. Entre los Juegos, la pasión, mis propias exigencias, el querer no fallar y estar por los tiempos que resto, me he dejado ir. No escribo. No paseo. No he hecho los deberes. No apunto mi diario de mejoras, aunque son muchas y más frecuentes. Y he pegado un bajón. Estoy en un momento de continuo sube y baja. Pasé mal la semana de vacaciones, con varias crisis de ansiedad, con mucho nerviosismo y menos depresión, abandonando toda rutina y excediendo todos los límites. Eso me llevó a crisis de ansiedad diarias, 2 de ellas bastante fuertes, y a una depresión gordísima el lunes. De las peores. De los peores pensamientos que he tenido en la cabeza, de los peores días en los últimos meses. 

Conseguí sacármelo. La emoción de los Juegos, los juegos en casa y fuera, la falta de exposición al mundo exterior, me permitieron ir mejorando, con alguna que otra situación de estrés pero controlada. Veía luz. Y me relajé. Fui estando animado, empujado por el deporte, sin practicarlo, hasta llegar a un éxtasis el jueves al que, como temía, le ha seguido una sensación de abatimiento, agotamiento y depresión, de nuevos pensamientos negativos, de falta de descanso, de dificultad para conciliar el sueño y de dolores de cabeza constantes que parecen interminables. 

No sé si creí que había desaparecido todo o que estaba en el camino correcto con la medicación, pero llevo casi dos semanas sin hacer prácticamente la meditación (hoy es el segundo día que la hago), sin escribir nada (hoy es el segundo día que pongo) y sin hacer deporte ni buscar tiempos de relax mental para mí. Siempre estoy atareado, siempre alerta, siempre pendiente de algo. Y me agota.

También he vuelto a retroceder en el ámbito profesional. No lo he podido evitar. Lo he intentado, he creído tenerlo controlado, me he querido mostrar como resolutivo pero he caído en la tentación de comparar, de saber qué ocurría y corroborar mis temores. He recibido mensajes y felicitaciones que alivian, que ayudan y que, a la vez, te empujan hacia un vacío infinito, inevitable. Sirvo pero no valgo. Me reconcome este mundo de complacencia, de conformismo, de falta de crítica y autocrítica. Ya no es que no hagamos, es que nadie espera que estemos. Mi futuro laboral siempre aparece en mi mente. Por mucho que intente mantenerlo al margen, siempre está ahí, porque llegará el momento en el que lo tenga que afrontar, y la desilusión, la sensación de impotencia, de incapacidad, de no servir para lo que se me requiere, de invisibilidad me deja exhausto. 

Vuelve la idea de que estoy viviendo una vida que no quiero vivir, empujado por decisiones que yo no tomaría, que no me gustan, que aborrezco. Y no es que me quiera morir, pero es que no quiero seguir viviendo así. Y todo pasa por la cabeza. Todo. He tenido días con muchos ratos buenos, pero en ninguno de esos días me he sentido útil, completo, dueño de mí. Simplemente me he dejado llevar sin pensarlo. Cuando lo he pensado, la tormenta ha vuelto y se hace insoportable. No sé cuánta culpa tengo, si es que tengo culpa, pero sé que no estoy haciendo todo lo que me dicen y a veces pienso que es de forma consciente y voluntaria. Ha habido días que he tenido la tentación de no tomarme la medicina. Me cuesta dar el paso para hacer el collage que me mandaron de tarea. He pensado varias veces en cancelar la próxima consulta ¿para qué? ¿Me está sirviendo? ¿Estoy haciendo que me sirva?

Tengo ganas de llorar, de dormir. De no despertar. Y soy el último en ir a la cama y el primero en levantarse. No hay días buenos, hay días soportables y muchos días en el que nada vale la pena. 

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