sábado, 19 de junio de 2021

10 días.

Hoy se cumplen 10 días desde que salí del hospital. Y todavía me preguntó para qué entré y por qué salí.

10 días en los que no hay mejoría ni cambios. Ni siquiera podría hablar de una adaptación a la vida exterior. Aquellos 9 días en el hospital son un espacio en blanco, un tiempo acabado en medio de mi mismo mal. 

Algo he mejorado. Parece que controlo mejor la ira en los momentos de mayor saturación, aunque a veces grito y pierdo la paciencia mientras mi cabeza estalla y no pienso en el suicidio, aunque sigo sintiendo que estorbo, que arrastro y que no valgo durante muchas horas del día, durante demasiadas horas. A veces no sé si no lo pienso o lo omito y me lo callo. El motivo de entrada fue la idea estructurada de un pensamiento suicida. Sólo basta con decir que no para seguir fuera, para evitar volver. Y todo parece que va bien para el sistema sanitario. Y no es así. 


No ha mejorado nada más. O al menos así lo percibo. Los dolores de cabeza son constantes, los dolores en el pecho son intensos y continuos, los mareos y la sensación de confusión son cada vez más frecuentes, han vuelto las pesadillas que aparecen nada más cerrar los ojos, con lo que me impide conciliar el sueño y tomar un descanso, sobre todo a la hora de la siesta, las crisis de ansiedad han aparecido prácticamente todos los días, algunas vez con fuerza y virulencia, incapacitándome para moverme o coger cosas con las manos, forzándome a andar despacio y agarrándome a la pared o a posamanos. 


La tristeza no desaparece. Hay risas pero no alegría. Mis esfuerzos se centran en tener ratitos de juego o conversación tranquilos con Patricia, Candela, Mario y Mateo, un esfuerzo que pago mientras mi cabeza hace intentos de no estallar y mi corazón de no salirse del pecho.


Me siento totalmente inadaptado. Siento que salí sin estar preparado, pero que no lo hubiera estado aunque mi ingreso durara más días. Es más, es mucho tiempo alejado de tu familia, de tus rutinas, encerrado en una falsa burbuja que se estalla sin preparación real, con poca ayuda. Salimos del aislamiento en el que nuestro mundo son las personas con las que estamos encerrados, que te aceptan tal como eres sin cuestionarse nada y entendiendo qué te pasa y dejándote actuar, al mundo real con plena desnudez. Desnudo yo y desnuda mi familia y mis amistades.

Y vives entre lo que no quieres hacer y lo que no te atreves.

Siempre me costó hablar por teléfono, pero ahora, simplemente, no puedo por muchas ganas que tenga de conversar con esa persona.

Salir de casa es un reto que sólo se alivia con Phoebe como escudo, a un parque con la familia prácticamente aislados o en mis paseos, amparados y encerrados en mis canciones y mis cascos.

Y no hay normalidad. Yo no sé qué hacer, ni cómo obrar, ni qué pedir ni qué cojones quiero. Y mi familia, mis amigos, mis amigas, están igual.

No saben cómo actuar, cómo tratarme, si llamarme... Y lo entiendo.

Yo quiero salir pero no puedo. O me arrepiento. Yo quiero dar pasos pero no sé cómo.

Me gustaría que me preguntasen, que hablaran conmigo, pero sé que muy probablemente no contestaría o me abrumaría.

Y, sin embargo, me siento desplazado al mismo tiempo que quiero estar alejado de todo y solo. 

Salir del hospital significa simplemente salir. Salir y afrontar desnudo la tormenta que ya caía. Y hacer planes y llorar. Y querer encerrarte, sentirte incapaz. Todo igual que hace 19 días. 

No querer suicidarte es la única curación. Nada de lo demás se arregla. Es más, diría que todo lo demás se deteriorara porque la ruptura de la burbuja te ha llevado a una realidad que se ha trastocado, con más precaución, más miedo y el mismo desconocimiento.


Y se supone que tengo que estar así hasta el 23 de agosto que tengo la siguiente consulta, y que las pastillas (que nunca han funcionado) me irán regulando e iré mejorando. Pero no ocurre.


Hoy quiero ir al cine. Jugar a algo, ver el final de El Cuento de la Criada los dos tumbados. Y que luego venga el tío Carlos para ver el fútbol.

Hoy me pasaría el día encerrado, tumbado y llorando.

Hoy han empezado las vacaciones.

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